Santo Evangelio Febrero 7, 2014
Muerte de Juan el Bautista
Marcos, 6, 14-29.
Tiempo Ordinario.
Juan atestiguó su fe entregando su propia vida. Cristo, nos dio el testimonio más grande de amor al morir en la cruz.
Del santo Evangelio según san Marcos, 6, 14-29
La fama de Jesús llegó a oídos del rey Herodes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas.» Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas.» Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado.» Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano.» Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré.» Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino.» Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?» Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista.» Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.» El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.
Oración introductoria
Señor Jesucristo, te ruego que aumentes mi fe para verte y encontrarte en cada momento y circunstancia de mi vida. Enséñame a confiar sencillamente para abandonarme, sin temores, en la aceptación diaria de tu voluntad. Abre, Señor, las puertas de mi corazón para amarte con más fuerza y dame la gracia, siguiendo el ejemplo de Juan el Bautista, de ser un testimonio de vida coherente y fiel con mi fe ante las dificultades y contrariedades presentes en el mundo. Te pido, Dios mío, por todos mis familiares y por todos aquellos que no te conocen. También pongo mi oración en las manos de la Virgen María para que Ella me guíe en este diálogo contigo, Señor.
Petición
Dios mío, tu conoces mi debilidad. Por eso te pido, con toda confianza, que me ayudes a demostrarte mi amor viviendo coherentemente las exigencias de mi fe. Dame la gracia de ser fiel a tus mandamientos por encima de las sugerencias y tentaciones que el mundo me pueda presentar.
Meditación del Papa Francisco
Herodes sembró muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y esto se sigue repitiendo... Pidamos al Señor que quite lo que haya quedado de Herodes en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que hacen posibles dramas como éste. "¿Quién ha llorado?". ¿Quién ha llorado hoy en el mundo? Señor, en esta liturgia, que es una liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas. ¡Perdón, Señor! (S.S. Francisco, 8 de julio de 2013).
Reflexión apostólica
San Juan atestiguó su fe en Jesucristo con la entrega de su propia vida. Cristo, por su parte, nos dio el testimonio más grande de amor al morir en la cruz por nosotros. ¿Yo qué haré por el Señor? El mandamiento que Jesús nos ha dejado es el de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a mí mismo. De esta forma yo estoy llamado a testimoniar el amor de Cristo en mis hermanos. La caridad es el signo distintivo del cristiano. Por lo tanto, la caridad debe resplandecer en mi trato con los demás, en mis relaciones familiares y laborales. Mi amor a Dios se concreta en la caridad hacia mis hermanos y en la fidelidad a mi conciencia.
Propósito
Haré un esfuerzo especial por ser fiel a la voz de mi conciencia a pesar de las aparentes incomodidades que humanamente pueda encontrar. Recordar a lo largo del día la necesidad de obedecer a Dios antes que a los hombres.
Diálogo con Cristo
Señor, Tú conoces el barro del que estamos hechos y sabes que somos frágiles. Por eso te pido que me ayudes a ser coherente con mis compromisos católicos y a vencer el respeto humano. Yo quiero cumplir tus mandamientos y ser fiel a mi conciencia sólo por amor a Ti, Dios mío. Gracias, Padre Santo, por tu misericordia y por cada uno de los dones y gracias que tan bondadosamente me regalas cada día.
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https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
Viernes de la Cuarta Semana del Tiempo Ordinario
“El rey dijo a la joven: “Pídeme lo que quieras, que te lo doy”. Y le juró: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi Reino”. Ella salió a preguntarle a su madre “¿Qué le pido?” La madre le contestó: “La cabeza de Juan el Bautista”. (Mc 6,14-29)
El relato de la muerte del Bautista es bien macabro y más todavía en un ambiente de fiesta real. Un baile de “humor negro” dirían algunos. Pero no deja de ser bien significativo:
Un baile que merece la cabeza de un profeta.
Un baile que se paga con una muerte de una persona.
El baile más caro de la historia.
Un baile que ofrece como postre la cabeza de un hombre y un profeta.
Cuando el corazón está lleno de resentimiento y de rabia todo vale.
Cuando alguien nos dice la verdad, todos los medios valen para quitárnoslo de encima.
Cuando no se quiere escuchar la verdad, la mejor solución es quitarnos de en medio al que nos fastidia.
Cuando alguien nos dice las verdades que no estamos dispuestos a escuchar, ¿qué problema hay en cortarle la lengua?
Tal vez no seamos tan brutos como para ensangrentar una fiesta cortando la cabeza a nadie.
Hoy somos mucho más cultos y refinados.
Hoy le imponemos silencio.
Hoy le mandamos callar.
Hoy le prohibimos escribir o enseñar.
Hoy le retiramos de la circulación.
Resulta interesante que cuando sube al poder un dictador o un totalitarista, lo primero que hace es ordenar el silencio de los medios de comunicación.
Los estatalizamos.
Los cerramos.
O simplemente los ponemos en manos de nuestros ayayeros que no nos van a crear problemas ni van a destapar nuestras mentiras y trampas.
En realidad no sé qué pensar:
Si en lo poco que vale una vida.
Porque, con la mayor facilidad pedimos la cabeza del que nos estorba.
Si en lo mucho que vale.
O más bien, me inclino a pensar que, la vida vale mucho, porque es el precio de la verdad.
¡Cuántos han parado en la cárcel, sencillamente por defender la verdad!
¡Cuántos están condenados al silencio, sencillamente por no defender nuestra verdad y tener la libertad de espíritu de hablar claro!
En vez de dar gracias al que nos saca de nuestra mentira y engaño, preferimos hacerle callar.
En vez de escuchar al que nos ayuda a pensar si estaremos en la verdad, preferimos hacerle callar.
En vez de abrirnos a la verdad, venga de donde venga, preferimos hacerle callar.
Y no hay mejor manera de hacerle callar a alguien que, “cortarle la cabeza”.
Y en el colmo de nuestra ceguera y miopía, todavía pedimos nos la entreguen en una bandeja.
Porque hasta en eso somos elegantes.
Hasta en eso somos refinadamente elegantes.
No importa la elegancia del corazón.
Pero sí es importante la elegancia de las apariencias.
Monseñor Romero, no se queje, a usted le hicieron callar con elegancia, mientras celebraba misa y predicaba.
P. Ellacuría y compañeros, no se quejen, a ustedes les hicieron callar, en el silencio de una madrugada. ¡Es lindo que a uno le priven de la vida al amanecer! ¿No será porque es la mejor señal del amanecer de la verdad?
¡Y mientras tanto, que siga el baile de una bailarina!
¡Y que siga la alegría y la tranquilidad de una adúltera satisfecha!
.juanjauregui.es
Muerte de Juan el Bautista
Marcos, 6, 14-29.
Tiempo Ordinario.
Juan atestiguó su fe entregando su propia vida. Cristo, nos dio el testimonio más grande de amor al morir en la cruz.
Del santo Evangelio según san Marcos, 6, 14-29
La fama de Jesús llegó a oídos del rey Herodes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas.» Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas.» Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado.» Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano.» Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré.» Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino.» Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?» Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista.» Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.» El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.
Oración introductoria
Señor Jesucristo, te ruego que aumentes mi fe para verte y encontrarte en cada momento y circunstancia de mi vida. Enséñame a confiar sencillamente para abandonarme, sin temores, en la aceptación diaria de tu voluntad. Abre, Señor, las puertas de mi corazón para amarte con más fuerza y dame la gracia, siguiendo el ejemplo de Juan el Bautista, de ser un testimonio de vida coherente y fiel con mi fe ante las dificultades y contrariedades presentes en el mundo. Te pido, Dios mío, por todos mis familiares y por todos aquellos que no te conocen. También pongo mi oración en las manos de la Virgen María para que Ella me guíe en este diálogo contigo, Señor.
Petición
Dios mío, tu conoces mi debilidad. Por eso te pido, con toda confianza, que me ayudes a demostrarte mi amor viviendo coherentemente las exigencias de mi fe. Dame la gracia de ser fiel a tus mandamientos por encima de las sugerencias y tentaciones que el mundo me pueda presentar.
Meditación del Papa Francisco
Herodes sembró muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y esto se sigue repitiendo... Pidamos al Señor que quite lo que haya quedado de Herodes en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que hacen posibles dramas como éste. "¿Quién ha llorado?". ¿Quién ha llorado hoy en el mundo? Señor, en esta liturgia, que es una liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas. ¡Perdón, Señor! (S.S. Francisco, 8 de julio de 2013).
Reflexión apostólica
San Juan atestiguó su fe en Jesucristo con la entrega de su propia vida. Cristo, por su parte, nos dio el testimonio más grande de amor al morir en la cruz por nosotros. ¿Yo qué haré por el Señor? El mandamiento que Jesús nos ha dejado es el de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a mí mismo. De esta forma yo estoy llamado a testimoniar el amor de Cristo en mis hermanos. La caridad es el signo distintivo del cristiano. Por lo tanto, la caridad debe resplandecer en mi trato con los demás, en mis relaciones familiares y laborales. Mi amor a Dios se concreta en la caridad hacia mis hermanos y en la fidelidad a mi conciencia.
Propósito
Haré un esfuerzo especial por ser fiel a la voz de mi conciencia a pesar de las aparentes incomodidades que humanamente pueda encontrar. Recordar a lo largo del día la necesidad de obedecer a Dios antes que a los hombres.
Diálogo con Cristo
Señor, Tú conoces el barro del que estamos hechos y sabes que somos frágiles. Por eso te pido que me ayudes a ser coherente con mis compromisos católicos y a vencer el respeto humano. Yo quiero cumplir tus mandamientos y ser fiel a mi conciencia sólo por amor a Ti, Dios mío. Gracias, Padre Santo, por tu misericordia y por cada uno de los dones y gracias que tan bondadosamente me regalas cada día.
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El baile más caro de la historia
Viernes de la Cuarta Semana del Tiempo Ordinario
“El rey dijo a la joven: “Pídeme lo que quieras, que te lo doy”. Y le juró: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi Reino”. Ella salió a preguntarle a su madre “¿Qué le pido?” La madre le contestó: “La cabeza de Juan el Bautista”. (Mc 6,14-29)
El relato de la muerte del Bautista es bien macabro y más todavía en un ambiente de fiesta real. Un baile de “humor negro” dirían algunos. Pero no deja de ser bien significativo:
Un baile que merece la cabeza de un profeta.
Un baile que se paga con una muerte de una persona.
El baile más caro de la historia.
Un baile que ofrece como postre la cabeza de un hombre y un profeta.
Cuando el corazón está lleno de resentimiento y de rabia todo vale.
Cuando alguien nos dice la verdad, todos los medios valen para quitárnoslo de encima.
Cuando no se quiere escuchar la verdad, la mejor solución es quitarnos de en medio al que nos fastidia.
Cuando alguien nos dice las verdades que no estamos dispuestos a escuchar, ¿qué problema hay en cortarle la lengua?
Tal vez no seamos tan brutos como para ensangrentar una fiesta cortando la cabeza a nadie.
Hoy somos mucho más cultos y refinados.
Hoy le imponemos silencio.
Hoy le mandamos callar.
Hoy le prohibimos escribir o enseñar.
Hoy le retiramos de la circulación.
Resulta interesante que cuando sube al poder un dictador o un totalitarista, lo primero que hace es ordenar el silencio de los medios de comunicación.
Los estatalizamos.
Los cerramos.
O simplemente los ponemos en manos de nuestros ayayeros que no nos van a crear problemas ni van a destapar nuestras mentiras y trampas.
En realidad no sé qué pensar:
Si en lo poco que vale una vida.
Porque, con la mayor facilidad pedimos la cabeza del que nos estorba.
Si en lo mucho que vale.
O más bien, me inclino a pensar que, la vida vale mucho, porque es el precio de la verdad.
¡Cuántos han parado en la cárcel, sencillamente por defender la verdad!
¡Cuántos están condenados al silencio, sencillamente por no defender nuestra verdad y tener la libertad de espíritu de hablar claro!
En vez de dar gracias al que nos saca de nuestra mentira y engaño, preferimos hacerle callar.
En vez de escuchar al que nos ayuda a pensar si estaremos en la verdad, preferimos hacerle callar.
En vez de abrirnos a la verdad, venga de donde venga, preferimos hacerle callar.
Y no hay mejor manera de hacerle callar a alguien que, “cortarle la cabeza”.
Y en el colmo de nuestra ceguera y miopía, todavía pedimos nos la entreguen en una bandeja.
Porque hasta en eso somos elegantes.
Hasta en eso somos refinadamente elegantes.
No importa la elegancia del corazón.
Pero sí es importante la elegancia de las apariencias.
Monseñor Romero, no se queje, a usted le hicieron callar con elegancia, mientras celebraba misa y predicaba.
P. Ellacuría y compañeros, no se quejen, a ustedes les hicieron callar, en el silencio de una madrugada. ¡Es lindo que a uno le priven de la vida al amanecer! ¿No será porque es la mejor señal del amanecer de la verdad?
¡Y mientras tanto, que siga el baile de una bailarina!
¡Y que siga la alegría y la tranquilidad de una adúltera satisfecha!
.juanjauregui.es