Rincón para orar y meditar




Y una espada de dolor atravesará tu corazón

Hoy la Iglesia nos propone revivir la escena de la Presentación del Señor en el Templo. La Sagrada Familia cumple con el precepto de realizar la ofrenda de consagrar el primogénito a Dios. A la luz de la razón es el cumplimiento de una norma legal. A la luz de la fe, tiene una impresionante profundidad espiritual.
La Virgen María, la Madre de Dios, lleva en sus frágiles brazos al Dios hecho Hombre, engendrado por el Espíritu Santo, que sigue siendo Dios, el que todo lo ha creado, y que por medio de la Cruz se convertirá en el Salvador de los hombres; y ahí está San José, su esposo, que acompañó a la Virgen durante el alumbramiento. Todos los personajes que rodean la escena y profetizan acerca de ese Dios hecho Hombre están llenos del Espíritu Santo.
La escena tiene un momento desgarrador con el augurio a la Virgen de las experiencias futuras de dolor y de pesar que están por venir: porque Cristo será traspasado por los clavos en la Cruz, y su corazón atravesado por una lanza herirá también al Corazón Inmaculado de María: “Una espada de dolor te atravesará el corazón”. ¡Me turbo sólo de pensarlo!
En la vida de la Virgen, como en la mía y en la tuya, las alegrías van de la mano de la sombra de la Cruz, y la escena de hoy es un ejemplo que lo testifica. La Santísima Virgen no sabe cuándo se cumpliría la profecía de Simeón, pero es consciente que ese mensaje proviene de Dios. Y, como siempre, «conservaba todas estas cosas en su Corazón», a la espera de que se hiciera cierta, punzante y dolorosa esa realidad experimentando Ella misma el dolor del Corazón de Jesús.
Este es uno de los momentos estelares de la enorme misericordia para nuestro mundo porque el Corazón traspasado de Cristo, desgarrado por la lanza, desborda un océano de misericordia que vienen de Dios y que inunda toda la tierra. Y ese mismo Amor divino a todos los hombres —a ti y a mí— lo asume también la Virgen María que nos acoge al pie del madero santo como sus hijos adoptivos.
Eso no es algo del pasado. Cada día se actualiza sacramentalmente en la Eucaristía donde la Virgen está presente en el momento de la consagración. Es allí donde el Corazón de Jesús y el Corazón de María derraman todas sus gracias y el Corazón de Cristo vierte su sangre sobre el cáliz de la Misa para el perdón de nuestros pecados. ¡Quisiera tenerlo siempre presente en mi corazón pero con cuanta frecuencia me olvido!

Hoy se celebra también la Jornada Mundial de la Vida Consagrada con el lema, “La vida consagrada, profecía de la misericordia”. La alegría de la vida consagrada transcurre imperiosamente por la participación en la Cruz de Cristo. Le sucedió a la Virgen cuyo sufrimiento del corazón se unió al Corazón del Hijo de Dios, traspasado por amor. De esa herida brotó la luz de Dios, y de los sacrificios, de los sufrimientos, de la entrega, del darse a sí mismos que los consagrados y las consagradas de diferentes carismas viven por amor a Dios y a los demás surge la luz que evangeliza a tantas gentes a lo largo y ancho del planeta. Un recuerdo hoy en nuestras oraciones para ellos.

Un amigo sacerdote me envía ayer esta oración pensando en el día de hoy. «Inclúyela, si puedes, en tu meditación». Así que hoy rezamos con esta oración de la Iglesia por la Vida Consagrada:
¡Ven, Espíritu Creador, con tu multiforme gracia ilumina, vivifica y santifica a tu Iglesia! Unida en alabanza te da gracias por el don de la Vida Consagrada, otorgado y confirmado en en alabanza te da gracias por el don de la Vida Consagrada, otorgado y confirmado en la novedad de los carismas a lo largo de los siglos. Guiados por tu luz y arraigados en el bautismo, hombres y mujeres, atentos a tus signos en la historia, han enriquecido la Iglesia, viviendo el Evangelio mediante el seguimiento de Cristo casto y pobre, obediente, orante y misionero.
¡Ven Espíritu Santo, amor eterno del Padre y del Hijo! Te pedimos que renueves la debilidad de los consagrados. Que vivan la primacía de Dios en las vicisitudes humanas, la comunión y el servicio entre las gentes, la santidad en el espíritu de las bienaventuranzas.
¡Ven, Espíritu Paráclito, fortaleza y consolación de tu pueblo! Infunde en ellos la bienaventuranza de los pobres para que caminen por la vía del Reino. Dales un corazón capaz de consolar para secar las lágrimas de los últimos. Enséñales la fuerza de la mansedumbre para que resplandezca en ellos el Señorío de Cristo. Enciende en ellos la profecía evangélica para abrir sendas de solidaridad y saciar la sed de justicia. Derrama en sus corazones tu misericordia para que sean ministros de perdón y de ternura. Revístelos de tu paz para que puedan narrar, en las encrucijadas del mundo, la bienaventuranza de los hijos de Dios.
Fortalece sus corazones en las adversidades y en las tribulaciones, se alegren en la esperanza del Reino futuro. Asocia a la victoria del Cordero a los que por Cristo y por el Evangelio están marcados con el sello del martirio. Que la Iglesia, en estos hijos e hijas suyos, pueda reconocer la pureza del Evangelio y el gozo del anuncio que salva. Que María, Virgen hecha Iglesia, la primera discípula y misionera nos acompañe en este camino. Amén

Aunque el día de hoy litúrgicamente es la Fiesta de la Presentación del Señor en el Templo en este día se celebra también el día de la Candelaria en la que muchos niños son presentados a los distintos patrones y patronas de sus ciudades.

 

En medio de la dureza de la vida

Un matrimonio amigo, casado hace más de una década, al que no les llegaban los hijos han recibido la buena nueva de que pronto serán padres. La dureza de la vida queda ejemplificada en esta pareja, esperanzados y llenos de fe, que eran incapaces de generar vida. En ellos se nos muestra la dificultad pero también el impulso del Padre Creador. El impulso divino se manifiesta de manera alegre en ese anuncio gozoso de la nueva vida que trae a esa familia, vida que emerge en la supuesta sequedad de un matrimonio cristiano.
Pero Dios actúa de la manera más imprevista. Porque Dios, Creador de la vida, impulsa la vida. Es el mismo Dios que germinó vida en la sequedad de tantas mujeres, como Isabel que engendró a Juan el Bautista para que preparase los caminos para el vivir cotidiano. El mismo que encarnó a Cristo, Nuestro Salvador, en el seno virginal de María, para que diera a los hombres el verdadero sentido a sus vidas y les pudiera mostrar que Él es el camino, la verdad y la vida. Es el mismo Dios que nos envía cada día su Espíritu, para que aliente en lo más profundo de nuestro corazón Su Vida en nuestra vida, con el fin de que la llevemos, especialmente en este Año de la Misericordia, a todas las personas que se crucen en nuestro camino.
La sequedad es un camino que se abre a la esperanza. Porque, al igual que mi matrimonio amigo, herido por la imposibilidad de tener hijos, fin de la familia, en medio de la dureza de la vida, de la sequedad que uno pueda estar viviendo, Dios apuesta por la vida. Apuesta por la esperanza. Y con su Espíritu quiere dar vida a ese barro en apariencia estéril que es mi vida para llegar a convertirse en el aliento de mi vida, para demostrar que se puede confiar siempre en Él, para preparar caminos a esa Vida Nueva que es Cristo, en mí y en los que me rodean, incluso en los momentos de mayor incertidumbre y aridez. Dios hace las cosas bellas y hay que saber acoger los momentos de dificultad y sequedad como un signo de la presencia de Dios en nuestro pequeño corazón.

000
¡Espíritu de Dios, ayúdame a aprender a leer los hechos de la historia y de mi misma vida! ¡Aýdame a mantener elevados los ojos al Cielo de Dios, a manenter una relación constante y vivida con Cristo, abriéndole mi corazón y mi mente en la oración personal y comunitaria, para aprender a ver las cosas de una forma nueva! ¡Ayúdame a aceptar las cosas que me suceden! ¡Ayúdame a tener siempre la mirada puesta hacia Dios, para dejar que Su voluntad ilumine mi camino terrenal! ¡Ayúdame a vivir con realismo el presente que estoy viviendo! ¡Ayúdame a no perder nunca la esperanza! ¡Gracias, Señor, por los dones de tu infinita misericordia, por los momentos luminosos que me regalas en las que es posible sentir la alegría de tu presencia, por todo lo bueno, lo noble, lo verdadero que acontece en mi vida: la amistad, los abrazos, la oración, el esfuerzo compartido, la esperanza…! ¡Gracias también, Señor, por las dificultades que vivo, por los problemas y sufrimientos que tengo que vivir y padecer! ¡Gracias, por todos ellos, porque me acercan más a Tí y porque Tú las permites para mi mayor bien, porque todo cuanto me sucede es querido o permitido por Ti! ¡No permitas que las dificultades y las pruebas mermen mi confianza, mi fidelidad y mi esperanza!

 

 

Somos como huellas en la arena

Concluye el primer mes del año, un tiempo nuevo en nuestra vida. Ya nos decía Heráclito que «todo pasa», célebre idea que se ha transformado en principio filosófico. Sucede en nuestra vida como con el televisor; el mando permite cambiar los canales y los programas se van sucediendo hora a hora anulando el anterior. La pantalla de plasma no cambia, diferentes son las imágenes que emite. A los hombres nos sucede lo mismo: lo que permanece es el mundo, pero somos nosotros los que nos vamos uno tras otro.
Somos como huellas en la arena. Damos un paso en la orilla y unos minutos más tarde las olas se ocupan de borrarlas. Pero hay algo que no pasa en nuestra vida: Dios, y con Dios la fe. La única forma de que nuestra vida no quede anulada es seguir siempre la voluntad del Señor, confiar y adherirse a Él, unirnos a su amor y misericordia.

000000
¡Señor Dios, eres mi Padre amoroso, que siempre me estás esperando y que estás atento a lo que me sucede en cada momento de mi vida! ¡Que mi oración te llegue hoy a ti como un aliento de esperanza y un grito de confianza que brota de la pobreza de mi corazón! ¡Señor, si en ocasiones tienes que denegar mi plegaria cuando te pido algo inconveniente o inútil, dame aquello que realmente necesito y mantén viva mi confianza de que tú eres un Padre bueno y cariñoso! ¡Y cuando me veas, Señor, desalentado, temeroso o negligente, haz que siga caminando hacia adelante con esperanza; hazme vigilante en la oración, para que sea capaz de percibir vivamente la venida de tu Hijo! ¡Que Jesús camine junto a mi por el camino que nos ha mostrado, para que me conduzca hacia ti!
¡Qué oportunas son esas palabras de santa Teresa de Ávila que se han convertido en un verdadero testamento espiritual: «Nada te turbe, nada te espante. Todo pasa. Sólo Dios basta».

 

Fijarse en la esperanza

Último sábado de enero con María en nuestro corazón. Ayer tuve el día quejoso, hasta que logré ponerlo todo en manos del Espíritu Santo y de la Madre. ¿Cuántas veces nos quejamos de que nos encontramos solos en la lucha diaria, que hay que parar muchos frentes, que tenemos muchos tropiezos y no nos quedan fuerzas? ¿Cuántas veces sentimos la presión de nuestras parajeas que quieren la inmediatez de lo nimio cuando en apariencia tenemos responsabilidades mayores? ¿Cuántas veces nos entra la tristeza y el desconsuelo por algún acontecimiento desgraciado que nos ha ocurrido, por ese contratiempo inesperado que hemos sufrido?
Somos por lo general quejicas. ¡Pero no somos conscientes de que si enfrentamos los problemas, si luchamos, si sufrimos… es Cristo quien afronta el problema, quien lucha, quien se esfuerza, quien sufre, quien trabaja en y con nosotros, porque con ese Cristo formamos un único cuerpo!
Y eso nos lo enseña María, a fijarnos en la virtud de la esperanza; a través de ella nos resultará más sencillo amar al Señor, sabiendo además lo generoso que es con nosotros.

000
¡Señora, quisiera hacer como hacías Tú que mantenías la serenidad de espíritu, que no te inquietabas por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones y por lo que los otros decían! ¡María, como Tú deseo lo que Dios quiere! ¡Quiero, Señora, ofrecerle en medio de las inquietudes y las dificultades los pequeños sacrificios de mi alma sencilla para aceptar alegre todo lo que la Providencia provea! ¡Quiero, Señora, como hiciste Tú a lo largo de la vida confiar ciegamente en el Dios que me quiere para Él y que se me presenta siempre de la manera más inesperada, como hizo contigo en la Anunciación! ¡Quiero sentir, como lo hiciste Tú, pensar que estoy en sus manos, fuertemente cogido, cuanto mayores son las dificultades y las tristezas! ¡Quiero como Tú, María, tener siempre un rostro que sonría, que conserva la serenidad y el amor en la mirada y tratar de contagiarme del Amor de Cristo! ¡Quiero llenarme, como te llenaste Tú, Madre, de la paz de Dios! ¡Quiero adorar al Señor como lo hiciste Tu y confiar, confiar siempre!

 

¡Cuánto tengo que imitar de San José para santificar mi vida personal!

Hacía ayer oración en una iglesia con una capilla dedicada a San José. Sentado en el banco junto a la imagen del Padre de Jesús. Mientras le contemplaba pensaba en su trabajo callado, minucioso, generoso y silencioso; modelo ideal que debería desarrollar todo cristiano. En San José, ejemplo para todos los que somos padres, se resume además con mayúsculas el espíritu de servicio; el abandono confiado a la Divina Providencia; la conciencia de estar haciendo lo que es voluntad de Dios incluso en lo más sencillo y humilde, con empeño, amor y generosidad; ejemplo de vida espiritual logrando convertir su hogar en un templo donde lo primero que primaba es el amor; que supo siempre imponer la paz; que tuvo el deseo de trabajar para contribuir al bien de los demás hombres; que ejercitó el espíritu de obediencia y docilidad en actitud permanente de atención a la voluntad de Dios y a la Sagrada Escritura; que no perdía el tiempo en lo inútil y vano de la vida sino en lo que verdaderamente tiene fundamento; que supo ser prudente en todas las decisiones de su vida.
La vida de José nada tenía que ver con la autoafirmación y la complacencia personal porque él trabajaba con la plena conciencia de que cumplía la voluntad del Señor, pensando únicamente en el bien de Jesús y María, y de todos aquellos con los que convivía en la pequeña aldea de Nazaret. ¡Cuánto tengo que imitar de San José para santificar mi vida personal!

000000
¡San José que sepa imitar de ti tu espíritu de recogimiento, de humildad, de servicio, de amor a los demás, de serena confianza en la Providencia de Dios! ¡San José, enséñame a amar de verdad a tu Hijo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con toda mi alma y con toda mi mente! ¡San José, padre adoptivo de Jesús, que sepa descubrir aquellos gestos que me hacen imagen viva de la disponibilidad con la que Dios nos recibe tal cual somos! ¡Ayúdame a intuir entre todos los acontecimientos del día a día el paso de Dios en mi vida! ¡Aleja de mí, San José, el apego estúpido a mi bienestar personal! ¡Hazme ser consciente de los dones que Dios me regala cada día! ¡Que sepa ser agradecido por ello, San José! ¡Que mis decisiones, esposo amante de María, las tome siempre sin antes valorar bien a quienes realmente pueden afectar! ¡Ayúdame, San José, a ser consciente de que una vida de amor no está exenta de la sombra del sufrimiento y del dolor que tiene como único camino alcanzar la felicidad! ¡Ayúdame, san José, a ser capaz de consolar a todos los que se sientan afligidos por cualquiera situación! ¡Y dame la gracia de ser un buen marido y padre de familia, siempre a imagen tuya!

 

¿Qué ocurre cuando las cosas se tuercen?

Tristemente vivimos a merced de los sentimientos. Cuando las cosas nos sonríen nos mostramos alegres, las virtudes brotan de manera natural, todo parece más sencillo y el amor surge de manera espontánea y, en ocasiones, ingenua. La seguridad se convierte en un baluarte de mi carácter y mi espíritu se fortalece. La serenidad hace olvidar las tormentas y los altibajos accidentales. Incluso en el corazón parece afianzarse la gracia de Dios.
En tiempos de bonanza los ojos ven en la oscuridad y el corazón cicatriza fácilmente las heridas. Uno puede incluso invocar aquellas palabras del Salmo que exclaman que no vacilaré jamás. Pero poco a poco la jactancia, el orgullo o la soberbia si no se podan a tiempo crecen abonadas por esa falsa confianza que se asienta en lo profundo del corazón humano. En los tiempos en que las dificultades no aparecen puede ocurrir que Dios sea un punto lejano.
¿Y qué ocurre cuando las cosas se tuercen? Llega la desesperanza. La memoria se torna olvidadiza. Es difícil recordar los tiempos hermosos, regalo de Dios. La vida ya no sonríe y nuestro rostro es el reflejo del alma. Entra el desasosiego y la desesperanza. Y crece el sufrimiento. Los sentimientos nos esclavizan. Y nuestros humores son como una pieza de teatro. En tiempos de turbulencia se pone a prueba la fe, la confianza, la paciencia… y la perseverancia. Y la sabiduría para encajar los desajustes que trae la vida.
Cada día surge el momento propicio para analizar mis estados del alma. Hacerlo sinceramente ante el Señor en la oración. Ante el Señor y ante uno mismo. ¿Cómo me comporto conmigo mismo cuando las cosas me van bien y qué talante tengo cuando todo sale torcido? ¿Cómo lidiar con mi con confianza y seguridad cuando las cosas van como la seda o con el pesimismo cuando las dificultes surgen a todas horas? ¿Cuál es mi reacción cuando las cosas me sonríen y espiritualmente me siento fuerte y agradecido y me abandono a la desconfianza y al desaliento cuando todo parece desmoronarse? ¿En qué medida soy capaz de dominar todos los sentimientos que revolotean por mi cabeza y dañan mi corazón? En definitiva, ¿vivo a merced de mis sentimientos o vivo de la fe viva de que en Cristo todo se puede?

000
¡Señor, quiero conocerte mejor! ¡Quiero tener, Señor, un mejor conocimiento de Ti a través de los sufrimientos y de la verdad de mi vida! ¡Necesito, Señor, intuir con el afecto de mi corazón ese gran misterio que eres Tú! ¡Quiero ofrecerte todo aquello que me preocupa, todos mis sufrimientos, mis anhelos, mis esperanzas, mi desconsuelo, las dificultades que se debaten en mi corazón pequeño para resurgir con fuerzas renovadas y con una mayor experiencia de Ti! ¡Deseo, Padre de la Misericordia, que habitas en mi corazón con luz eterna, contemplar siempre a Tu Hijo amado, penetrar en su misterio, en la gracia del Espíritu Santo, para conocerte mejor a Ti! ¡Dame la oportunidad de acceder al misterio del conocimiento de la verdad para con humildad, paciencia y amor, convencido de mi ignorancia y mi pequeñez, crecer en sabiduría! ¡Permite, Señor, que sea capaz de humillarme en mi sufrimiento para crecer en sencillez y humildad!

 

Admirar y anhelar la belleza

Caminando por la ciudad observo los anuncios en las paradas de los autobuses, en los paneles de las calles, en las fachadas de los edificios. La mayoría de esta publicidad presenta una belleza ilusionista con una impresionante habilidad para tentar al hombre y empequeñecerlo haciéndole vulnerable ante la tentación. Todo debe ser amado. En la contemplación de la cosas y de la vida siempre hay un elemento de belleza. La rosa que has regalado a tu mujer pero se va marchitando con el paso de los días; el dálmata de tu vecino; el gesto risueño de ese niño que se sienta a tu lado en el metro; la sonrisa de tu hijo o de tu mujer; el cuadro que has admirado en un museo; el amanecer a orillas del mar; la conversación bajo una noche estrellada; la música de James Blund que te recuerda aquel momento hermoso de tu vida. En todos estos momentos hay una relación muy íntima y personal con la eternidad.
Por eso es necesario dejarse admirar por la belleza del momento y de las cosas, descubrirla, anhelarla, incluso aunque lo observes en el barrizal de tus problemas y angustias, para elevarla a Dios, Creador de todas las cosas. Pero no hay que quedarse ligado a la belleza porque la belleza se presenta sólo como un rayo luminoso y el hombre no está hecho para una luz fugaz sino para la inmensidad del sol, no para la oscuridad de ese mar tenebroso sobre el que se reflejan sus rayos.
Es el motivo por el que en el mundo reine el desencanto porque nos obstinamos a agarrarnos a lo temporal, a lo material, a lo que nos es duradero. Olvidamos que la belleza no refleja más que la verdad y que está, en su esencia más elevada, es Dios.
Cada vez que el corazón del hombre se abre a la belleza de las cosas, y trata de percibir las cosas en su verdadera esencia, se va abriendo a Dios, lo interioriza, y parte de ese cielo que nos corresponde penetra en nuestro corazón.

08
¡Señor, te pido me ayudes a cambiar ese materialismo de mi corazón que no me permite los momentos de contemplación, de alegría para ver las cosas con el único fin de admirar su belleza! ¡Señor, ayúdame a detenerme a mirar la belleza de la Creación, ayúdame a orar con ese simple gesto que es mirar al cielo y darte gracias por todo lo que me das! ¡Señor, quiero aprender de Ti y mirar hacia el cielo y dejar que el cielo entre en mi! ¡Padre, creador de todas las cosas, gracias por la belleza que has puesto en todas tus creaciones! ¡Te doy gracias, Padre, porque me permites admirar la fuerza y la belleza de todo lo que me rodea! ¡Te pido que ayudes a todos tus hijos a ver esta misma perfección para respetar el entorno en el que vivimos! ¡Te pido también, Padre, que ayudes a los que no creen en Ti que no duden de tu sabiduría para darle a cada una de tus creaciones la posibilidad de ser una extensión viva de tu perfecto amor! ¡Padre, Tu que eres el Señor de la ternura, derrama en nosotros la fuerza de tu amor para que sepamos cuidar y respetar la vida y la belleza que ésta lleva implícita por venir de Ti!

 

¿Soy consciente de lo que quiere Dios de mí?

La respuesta me ha llegado súbitamente, al abrir la Biblia para buscar una palabra. Mi mirada se dirige hacia un versículo muy breve, pero profundo del Libro de los Proverbios: «Dame, hijo mío, tu corazón y miren tus ojos mis caminos» (23:26). Eso es lo que desea Dios, que entregue mi corazón. También quiere que con frecuencia viva, proceda y me conduzca con probidad; que demuestre respetabilidad; que no se me hinche el corazón cuando mis virtudes y mis acciones me lleven a hacer el bien; a servir sin esperar nada a cambio; convertirme en un humilde modelo con mi testimonio… Pero eso no es lo importante. Dios quiere, por encima de todo, mi corazón. Mi ser verdadero. Que ame de verdad, que ame con infinita misericordia, que ame con celo cristiano… que al que yo ame pueda tomar prestado mi corazón.
Este es el camino. Complejo pero certero. «Dame, hijo mío, tu corazón». ¿Pero cómo te lo voy a dar, Señor, si la mayoría de las veces miro hacia mi mismo y no mira hacia Ti? Pero aquí reside la grandeza. Dios me pide que le entregue mi corazón y éste se regocija al recibir su gracia porque ésta se desprende a raudales sobre aquel corazón que lo busca. Entonces, el corazón se llena de alegría, se siente libre de todas las ataduras que alejan de Dios y que impiden vivir con sinceridad estando en disposición de poder entregar o acoger todo aquello que el Espíritu desea de mí. Entregando mi corazón a Dios mis latidos me hacen consciente de que no actúo según mi voluntad, soy realista ante la verdad de mi vida y es imposible creerse mejor que los demás.
Dando por completo mi corazón a Dios mi vida se llena de confianza, de seguridad, de necesidad de Él, con anhelo para tener como ejemplo a Jesús, mi hermano e hijo de Dios, cuyo corazón también me espera con impaciencia.
«Dame, hijo mío, tu corazón». ¿Pero cómo te lo voy a dar, Señor, si cada dos por tres la confusión me invade, los problemas me ahogan, las cosas no salen como las tengo previstas, me paso el rato amargado quejándome de lo que me sucede, contemplo pasar la vida viendo las circunstancias desde una perspectiva humana, incrédulo a los milagros que obras en mi vida? Ahora comprendo que si te entrego mi corazón todos mis esfuerzos tendrán un valor infinito porque me regocijaré en tu santa voluntad, la aceptaré con alegría, con sencillez, con gratitud y mucha humildad.
Entregando por completo mi corazón a Dios, ¡serás Tú, Señor, quien guíe mis pasos, aplacarás las tormentas de mi vida, apaciguarás las incertidumbres con Tu Palabra, como has hecho esta mañana, rebajarás los deseos de mi voluntad para hacer sólo la tuya y, sobre todo, aprenderé de nuevo a que mi corazón dé amor del verdadero.
¡Hoy, Señor, te entrego por completo mi corazón, y cualesquiera que sean las circunstancias de mi vida es para Ti! ¡Solo para Ti!

0000
¡Ya lo has escuchado, Señor, te entrego por completo mi corazón, y cualesquiera que sean las circunstancias de mi vida es para Ti! ¡Solo para Ti! ¡Te entrego mi corazón para que lo renueves y lo purifiques, para que lo vivifiques y lo transformes! ¡Te lo entrego para que lo cambies y no haya más sentimiento que Tu Amor! ¡Te lo entrego para que lo llenes de bondad, para que sea capaz de ver las cosas como Tú las ves, para que sea uno contigo! ¡Entrégate a mí como yo me doy a Ti, Dios mío! ¡Fortaléceme, Señor, que soy débil, con tu fuerza interior! ¡Llena mi corazón de ella! ¡Consuela mi corazón con tu paz y sáciame con la belleza de tu mirada! ¡Ilumina, Señor, mi corazón con la fuerza de tu luz para que sea capaz de irradiar a los demás! ¡Purifica, Señor, mi corazón con el halo de tu santidad para que yo pueda peregrinar hacia la santidad cotidiana! ¡Llena, Señor, mi corazón con el agua viva para que se inunde de tu gracia! ¡Te alabo y te bendigo, Padre de Misericordia, porque siempre me escuchas aunque mi corazón cerrado y desagradecido solo escucha aquello que es de su interés! ¡Tú me dices hoy: «Dame, hijo mío, tu corazón y miren tus ojos mis caminos»! ¡Señor, te entrego por completo mi corazón, y cualesquiera que sean las circunstancias de mi vida es para Ti! ¡Solo para Ti!

 

Lo que San Pablo significa hoy para mi vida

Antes de escribir estas líneas, leo pausadamente varias veces el episodio de la conversión de San Pablo. De perseguidor de cristianos a principal apóstol del Señor. La llamada de Dios es imponente. Le tira por tierra y lo eleva hasta el cielo. Es una fuerte llamada a la conversión.
Con esta escena uno comprende que lo primero que logró el Señor es que aquel hombre orgulloso se desprendiera radicalmente de lo que antes consideraba importante para él. Le hizo entender la necesidad de tener una percepción completamente nueva de la vida, de la realidad y de las cosas. A la luz de la revelación, todo es diferente. Todo carece de importancia cuando se conoce la Verdad. Y contemplo mi vida. Y siento en este día como la conversión llama de nuevo a la puerta de mi corazón.
¿Cuántas veces me ha tirado Dios del caballo y no he sido capaz de reaccionar? ¿Cuántas veces me ha llamado Dios por mi nombre y no he querido escuchar su voz? ¿Cuántas veces Dios me ha tratado de arrebatar mi egoísmo, mi soberbia, mis placeres mundanos, los malos consejos y he cerrado los ojos para tratar de no contemplar la verdad? ¿Cuántas veces el Señor me pregunta en lo más profundo de mi corazón por qué le persigo y prefiero callar? Pero cada vez que Dios me despoja de mis apetencias, de mis placeres, de mi voluntad, de lo que es importante para mí… surgen en mi vida rayos divinos que me sugieren cerrar los ojos y evitar contemplar lo mundano de esta vida para elevar mi mirada al cielo y contemplar la Verdad.
¿Cuántas veces prefiero callar y no exclamar como San Pablo: «¿Quién eres Tú, Señor?»? ¿Cuántas veces dejo pasar los susurros del Espíritu Santo en mi vida que ofrecen luz a mí caminar? ¿Cuántas veces hago caso omiso a la inspiración de Dios? ¿Cuántas veces desobedezco a conciencia la invitación del Señor? ¿Cuántas veces callo antes de proclamar que soy seguidor de Jesús?
¿En qué me diferencio de san Pablo si tengo la misma fe, la misma doctrina, el mismo amor por los demás, la misma caridad… y al mismo Dios? Mi falta de amor verdadero por el Señor, una valentía auténtica para proclamar en mi entorno social, profesional y familiar el Evangelio de Jesús y el deseo de convertirme en un auténtico apóstol que se levanta para dar luz y ardor al pequeño mundo que envuelve mi corazón.

000
¡Ante tu presencia, Señor, como haría san Pablo, llevando en el fardo de mi vida todo mi presente y mi pasado, con todo lo que he sido y soy en la actualidad, con mis grandes limitaciones y mis pequeñas capacidades, con la fortaleza que recibo del Espíritu y las debilidades consecuencia de mi humanidad, levanto hoy mi voz para proclamar mi amor por Ti y mi compromiso para seguirte como discípulo tuyo! ¡Te agradezco profundamente, Señor, el amor que sientes por mi a pesar de mis múltiples pecados y faltas y, sobre todo, por tu gran misericordia! ¡Es el momento de una auténtica conversión, Señor! ¡Ayúdame a enderezar mi vida, a cambiar el rumbo de mi vida, a ser lo que tu quieres que yo sea en esta vida! ¡A ser lo que Tú verdaderamente querías que fuera cuando hiciste el milagro de darme la vida! ¡Te pido, Señor, que envíes tu Santo Espíritu para que ilumine mi corazón, mi entendimiento y mi ser para que, a la luz de tu Verdad y de tu Amor, me acerque cada día más a Ti y a los demás! ¡Para que esta auténtica conversión aleje de mi las preocupaciones, las faltas, los rencores, el egoísmo, la envidia, el orgullo, la desconfianza, el mal carácter, la falta de capacidad de amar y servir! ¡Ilumíname para más sensible a la realidad del Evangelio, a hacer mías Tus Palabras, a creer de verdad en Tu mensaje, a dejarme guíar siempre por Ti! ¡Ayúdame a que esta conversión implique vivir siempre en torno a Ti y que mi vida sea el espejo de tu inmenso amor, tu gran misericordia y tu infinita bondad y compasión! ¡Ayúdame, Señor, desde este mismo instante a ser una persona nueva, comprometida contigo y con los demás!

 

¿Qué sentido tiene amarrarse al dolor de la historia pasada?

Inmersos en el Jubileo de la Misericordia. Sabemos que nuestro corazón, como el corazón de los que nos rodean, tiene necesidad de misericordia y de compasión. Estamos necesitados de descubrir que Dios es Padre, que tiene misericordia de mí. Con tanta frecuencia arrastramos heridas ocultas a los ojos de los que nos quieren, con las que lamentablemente convivimos íntimamente, sufriendo de manera injusta para no manifestar aquello que nos humilla, nos debilita, nos sojuzga: la debilidad y el pecado.
Vivir la misericordia de Dios nos permite evitar que el amor propio o el orgullo nos venzan. Son ambos enemigos acérrimos del alma, adversarios hostiles de nuestra bondad. En el intento de tratar de convivir con las sombras, nos vemos aprisionados de las más formas más variadas, con tramposas argumentaciones, razonamientos falaces y excusas inciertas. Si no logro dar claridad a esta oscuridad del alma, permitiendo que la luminosidad de la Palabra de Dios, de su misericordia y de su perdón penetren en ella, todas estas sombras se enquistan y me llevan a vivir de manera sombría o poco auténtica tratando siempre de limpiar el dolor de la propia conciencia.
Pero si soy capaz de abrirle el corazón a Dios, con la certeza de que Él acoge mi pecado y mi miseria y debilidad; si me arriesgo a manifestar el dolor de mi corazón, ser consciente de la realidad de mi vida, podré descubrir lo que implica nacer de nuevo, empezar de nuevo, esperar de nuevo, sentir de nuevo, ver la luz con una claridad nunca antes vista, dejarse sorprender por ese Padre amoroso que me coge de la mano para lanzarme al mundo con una esperanza renovada.
¿Qué sentido tiene amarrarse al dolor de la historia pasada? Si este Año Santo es el del perdón y la reconciliación, en la que que Jesús desea abrir la puerta de Su corazón, y el Padre quiere mostrar sus entrañas de misericordia, y para eso nos envía el Espíritu Santo para que no permanezca parado, ¿qué motivos tengo para guardarme el dolor de mi vida dilapidada del pasado?
Este Año Santo me invita a atravesar con alegría renovada la puerta del corazón y sentir de nuevo con alegría cristiana el atractivo de la paz, del amor, de la serenidad, de la esperanza, del silencio… y cuando todo eso esté impregnado en lo más profundo de mi ser soy consciente de que sentiré la imperiosa necesidad de darme con mayor afán a los que tengo a mí alrededor, y a Jesús, que anidando en lo más profundo de mi corazón, me ha susurrado sin que yo fuera capaz de escucharle: «¡Aquí estoy y te amo!».

000
¡Bendito seas, Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo, que me reconfortas y fortaleces en mi sufrimiento y mi tribulación! ¡Espíritu de Dios, ayúdame a preparar mi alma para las pruebas que me envía el Señor! ¡Ayúdame a enderezar mi corazón para mantenerme firme y no tema los momentos de dificultad, de adversidad o de dolor! ¡Ayúdame, Espíritu de bondad, a aceptar todas las humillaciones, todas las pruebas, todas las situaciones que no controlo! ¡Ayúdame a confiar siempre en el Dios de la Misericordia! ¡Ayúdame a esperar siempre en Él! ¡Ayúdame a ser paciente ante los acontecimientos de mi vida, a aguardar su Misericordia infinita, a no desviarme nunca del camino, a confiar plenamente en Cristo, mi Señor y Salvador! ¡Ayúdame a comprender que el Señor nunca defrauda, que cuando le invocas siempre te atiende! ¡Ayúdame a confiar siempre en el Señor que es compasivo y misericordioso, que perdona los pecados y salva en tiempo de desgracia! ¡Ayúdame a no perder nunca la esperanza!




 

De la mano de la Madre de la Misericordia

Cuarto sábado de enero con María, Madre de la Misericordia, en nuestro corazón. Comienzo mi oración rezando la Salve. Dios te Salve, Reina y Madre de Misericordia… ¡La costumbre me impide descubrir la fuerza de esta frase! ¡Y me detengo lleno de alegría para meditar estas palabras! Nos encontramos caminando con el corazón abierto en el Año de la Misericordia y peregrinamos junto a la Virgen, la gran puerta de entrada a la Misericordia de Dios.
Me fijo en María, en su amor, en su generosidad y en su piedad y le pongo mi vida en sus manos para que ella me permita comprender y acoger la misericordia divina en mi vida. Ella es en si misma la misericordia pues en ella Dios se compadeció del hombre a través de su maternidad virginal; y María, que se convirtió en Madre de todos a los pies de la Cruz, se conmueve por la miseria de sus hijos, se compadece de su sufrimiento, acoge sus desgracias, se conmueve por su sufrimiento físico y moral, sana a los que están profundamente heridos por el mal y acoge, con ternura de madre, a todo al que acude a su regazo.
Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia. Sí, la Virgen habla al corazón de los necesitados. No busca a los triunfadores, ni a los soberbios, ni a los que alardean del éxito, ni a los que van de sobrados, ni a la beautiful people… María es la Madre de los últimos entre los últimos, de los que fracasan, de los humildes, de los sencillos de corazón, de los que trabajan en la sencillez de la vida, de los que no cuentan, de los puestos en ridículo, de los injuriados, de los que son juzgados con malicia, de los despreciados, de los reprendidos, de los que son apartados, de los enfermos, de los que aman con un corazón sincero, de los que sirven sin esperar aplausos y premios… Y a todos los mira con una mirada llena de misericordia. Y esa mirada de María nos hace comprender que vivimos cuando recibimos con amor la mirada del otro que es la mirada que nos otorga el gran don de la vida.
Ante los ojos misericordiosos nadie pasa desapercibido. Y ante los míos, en mi familia, en mi trabajo, en mi entorno social: ¿soy yo misionero de la misericordia?


¡Dios te Salve María, Reina y Madre de Misericordia! ¡Gracias, María, porque a través tuyo Dios manifiesta Su Misericordia! ¡María, Madre de Misericordia, cuida de todos nosotros, para que la Cruz de Tu Hijo no sea algo inútil en esta sociedad que tanto le necesita, para que no nos desviemos nunca del camino del bien, para que no perdamos jamás la conciencia del pecado, para que crezca en nosotros el Amor a Dios, la Suma Misericordia, para que seamos capaces de amar a los demás y hacer siempre obras de misericordia! ¡Dios te Salve Reina y Madre de Misericordia! ¡Dame consuelo en mis angustias, alivio en mis sufrimientos, fortaleza en mis tentaciones! ¡Enséñame, Señora, a amar como Tu amas! ¡Pongo en tus manos misericordiosas todos mis anhelos, mis esperanzas, mi proyectos, mi vida para que las eleves al Padre! ¡Humildemente te pido que me alcances de Dios Padre la gracia que ya sabes te pido, si conviene para el bien de mi alma y si no es conveniente, como mi abogada y defensora, dirige mi voluntad para honrar y dar gloria a Dios y para la salvación de mi alma!

 

 

¿Por qué cuesta trabajar la fidelidad a Dios?

Tengo un amigo apasionado por la jardinería. Los fines de semana dedica horas a cuidar su jardín, trabajar la tierra, plantar nuevas flores, mimar las que ya tiene, cortar el césped… Recuerdo una frase suya cuando me explicaba que un rosal que había plantado junto a la terraza no tenía la hermosura que esperaba: «La que no se planta es la única semilla de la que puedes estar seguro no dará ningún fruto».
Los hombres estamos en esta vida para dar frutos. En ocasiones podemos creernos tan insignificantes y pequeños por lo que somos o tenemos que pensamos es innecesario plantar nuestros dones para obtenerlos. Ocurre con frecuencia que, para lograr algo, merman las fuerzas, los recursos para salir adelante son exiguos, el ánimo está por los suelos. Pero, acaso ¿no luchamos denodadamente cuando algo nos interesa especialmente y deseamos alcanzarlo? En este caso ponemos todo el empeño, toda la ilusión, todo el esfuerzo, incluso aquel que merma en otros momentos. Vivimos con la daga de la inseguridad pendiendo sobre nosotros, abonados a la falta de confianza en nuestras propias capacidades, con una fe tibia para fortalecer nuestra debilidad… todo ello ralentiza la consecución de las cosas positivas que pueden sucedernos e, incluso, frena nuestro propio desarrollo como personas. Somos como esas semillas que quedan en el bolsillo del jardinero. Como no se plantan, nunca darán el fruto deseado.
Pero Dios, que no pretende fortalecer a los poderosos, sino a los débiles, a los que tienen fe y esperanza, pretender transformar esta idea y cambiar profundamente estos términos. En el vocabulario de Dios cuando las cosas se ponen difíciles el «No puedo» es un concepto inimaginable porque en la dificultad Él utiliza términos tan hermosos como fidelidad, paciencia, perseverancia en el bien, fe, confianza… Todas estas palabras reflejan la imagen de Dios y todas ellas forman un círculo y se necesitan mutuamente. ¿Por qué no confiar en esa promesa tan veraz y hermosa del «Yo, soy el Señor, lo que he dicho lo cumpliré»? ¡Pero si Dios es el Dios que da vida y hacer florecer a los árboles secos! ¡Pero sí sólo el Espíritu de Dios da vida y eficacia a los esfuerzos de los hombres! ¡Pero si Dios es fiel desde la eternidad hasta la eternidad porque es parte de su identidad y ninguna circunstancia le hará cambiar!
La fe y la confianza tienen como columna la fidelidad a Dios. ¿Por qué entonces desconfiar de mis propias fuerzas y desconfiar de Dios? ¿Por qué me cuesta tanto cultivar mi fidelidad a Dios, alabarlo cuando todo me va bien y alejarme de Él cuando las cosas no surgen como yo espero? ¿Por qué desafío su fidelidad? ¿Por qué no soy capaz de trabajar mi fidelidad a Dios a base de paciencia, de amor, de entrega, de esfuerzo, de compromiso y en cambio me abono a la tentación del abandono y de creer en mis propias fuerzas?
Si la única semilla que fructifica es aquella que viene de Dios. ¿Por qué entonces empeñarme en no sembrar a sabiendas de que mi semilla no va a dará los frutos deseados?

000
¡Quiero expresarte hoy, Señor, mi amor de hijo que se siente feliz, abandonado en el amor de su Padre! ¡Quiero hablarte y decirte cosas sencillas! ¡Quiero que Tú seas el sembrador de mi vida! ¡Señor, sabes las veces que me complico las cosas sin darme cuenta de lo sencillas que son! ¡Que tu amor sea correspondido con el mío! ¡Que tu amor, Padre, produzca en mi y en los que me rodean frutos de amor; que tu amor, nos ilumine el camino de la vida! ¡Haz mi corazón sencillo para que pueda entrar en tu Reino! ¡Señor, eres el mejor jardinero porque tu jardín es mi comunidad de fe! ¡Planta en nosotros la semilla de tu amor y danos un corazón abierto, generoso, servicial, amoroso para que sea tierra fértil para recibirlo! ¡Cultiva en nosotros, Señor, los valores de Tu reino para que crezcan firmes y sólidos! ¡Jesús, dame tu luz y el agua viva de tu Espíritu! ¡Enséñanos a cultivar mi jardín, a quitar las piedras que impiden que crezca la semilla de mi fe y que tu mensaje eche raíces en mi corazón! ¡Señor, soy una creación tuya! ¡Vive dentro de mí, Señor, permite que Tu Palabra y la semilla de Tu Evangelio florezca y dé frutos! ¡Gracias, Señor, por tanto amor y misericordia!

 

Lo que me tranquiliza en esta vida

Si hay algo que me tranquiliza es saber que Dios tiene grabado mi nombre en las palmas de su mano. Y, cada día, cuando mis ojos se abren y comienzo la jornada alabando a Dios y dándole gracias siento como el Padre besa con ternura y delicadeza mi nombre. Es una sensación hermosa que me hace sentirme verdadero hijo de Dios. Y convencerme de que mi vida sólo tiene sentido en Él, que me moldeó con sus manos y con un soplido del Espíritu dio vida a esa pobre arcilla que es mi cuerpo frágil y, en ocasiones, tembloroso.
Pero hay algo más profundo e intenso. Ese calor que siento cuando Dios cierra sus manos y sigue moldeando esa pieza de arcilla. Y cuando, al despegar sus dedos, ni corazón siente una enorme libertad. Es la libertad que da el Amor, la confianza, la fe, la esperanza. Porque todo mi ser se cimienta sobre el Amor verdadero. Y puedo cantar aquello que exclama el Salmo sobre el abandono confiado a los brazos de Dios: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre». Este bellísimo poema expresa la profunda humildad del que se entrega sin pretensiones a los caminos secretos de la Providencia. Por eso me siento como en los brazos de la madre porque las manos de Dios son manos que dan vida, que transmiten amor, que son la expresión máxima de su acción creadora, morada eterna, esperanza viva…
Son las manos de Dios las únicas manos que mi corazón anhela porque las otras manos son manos que queman: el pecado, la soberbia y el orgullo que envuelve todo como un tela de araña, el dios dinero del consumismo vacío y sin sentido que engulle la voluntad, el egoísmo que deja a la intemperie las miserias humanas, la falta de caridad que quema el alma, la tristeza que apoca el ánimo, la mentira que debilita la credibilidad y, así, una retahíla interminable de defectos del carácter.
Por el contrario, las manos de Dios Padre son manos de compasión y caridad, de misericordia y amor, de dulzura y ternura, de paz y suavidad, de generosidad y entrega, de piedad y perdón. Basta contemplar las manos santas de Jesús clavadas en la Cruz, chorreando sangre desde el madero santo, para entender que son un preciado tesoro. Son manos cercanas, doloridas y sanadoras. Son las manos que cubren con la fuerza del Espíritu la faz de esa tierra que ellas mismas han creado.
Si hay algo que me tranquiliza en esta vida es saber que Dios tiene grabado mi nombre en las palmas de su mano. A Él se las entrego. Son unas manos pequeñas, pobres, sencillas, humildes. Pero cuando Dios las toma y no las suelta sienten un calor ardiente, una paz ardorosa y un amor abrasador. Me hacen sentir con vida.

000
¡Señor, Tú te complaces con los corazones humildes y sencillos! ¡Señor, me haces comprender que la clave de la vida eterna es saborear y gustar lo que es bueno para Ti, el saberse refugiar en Ti! ¡Señor, Tú me has moldeado con tus manos! ¡Conoces mi fragilidad, mi incapacidad, las veces que me falta la tranquilidad para descansar en Ti aun sabiendo que nos dices que no me soltarás hasta que me bendigas! ¡Pongo en tus manos, Señor, todos mis planes, mis proyectos, mis ilusiones y mis esperanzas! ¡Las pongo en tus manos, Señor, para que se hagan realidad y pueda seguir el camino que Tú has preparado para mí! ¡Padre bueno y misericordioso, pongo en tus manos mis debilidades y mis fortalezas, mis preocupaciones y mis impaciencias! ¡Las pongo para que descansen en Ti porque así encuentra mi corazón paz y sosiego! ¡Quiero aprender de Ti, que eres manso y humilde de corazón! ¡Quiero aprender a obedecerte, deseo entrar en la obediencia, Señor! ¡Y, Señor, sé que eso implica sufrimiento, porque sin sufrimiento no hay salvación y sin Cruz no hay resurrección! ¡Señor, ayúdame a que mi espíritu descanse en Ti; no permitas que mi corazón sea codicioso! ¡Ayúdame a permanecer siempre en ti, como un niño descansa en brazos de su madre!

 

¿Por qué tenemos siempre tanta prisa?

Me sorprendo las veces que la prisa se apodera de mi vida. ¿Por qué los hombres tenemos siempre tanta prisa? ¿Por qué vivimos entre la agitación y las sacudidas? ¿Por qué nuestros nervios están siempre a flor de piel? No sabemos ir despacio, caminar tranquilos para disfrutar del tiempo y de la vida, dejar que pase el tiempo para disfrutar de lo que nos rodea. ¿Cuántas veces me pregunto «hacia dónde voy»?
He sido creado para conocer y amar a mi Creador, a participar por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Esta es la razón única y fundamental de mi dignidad y para la contemplación de Dios la prisa es una mala consejera.
Sin embargo mi humanidad me puede. Me puede porque llevo horchata en las venas de mi alma en lugar del fuego del amor de Dios, que es luz y vida en vida. No soy más que un proyecto de vida, labrado por las manos misericordiosas de Dios, pero que se desencanta cuando no se hace su voluntad. Soy alguien que rema a toda prisa por las aguas sucias y turbulentas del mar de la vida, como un pequeño barco de papel que ha salido del puerto sin velas ni cabos y el viento huracanado, las lluvias torrenciales y la fuerte marea le lleva a la deriva. Soy alguien que va tan deprisa que, con frecuencia, olvida la brújula al salir de casa y eso le hace perder el norte de la vida.
Las prisas impiden controlar las marejadas de nuestra vida llena de ruido ensordecedor, gritos que apelan al dinero, al placer, al disfrute de lo material. Vamos tan deprisa que caminamos raudos, como perdidos, sin encontrar la meta en esta sociedad sin entrañas, sentimientos, sentido de Dios. Vamos tan rápidos que no reparamos en el hermano que necesita nuestra ayuda, nuestro consuelo, nuestro abrazo, nuestra palabra de aliento… Lamentablemente nadie deja su piel rota entre las zarzas.
Por eso, en este Año de la Misericordia, no quiero ir deprisa, correr sin saber cuál es mi destino; caminar malgastando mis fuerzas y mi vida sin alcanzar la meta verdadera. En la prisa Dios no tiene cabida en el corazón. Y, si Él no está dentro de mí, ¡la vida me duele y me cansa!

000
¡Señor, si Tú me has creado para ir despacio, para hacer las cosas bien, para dar vida a mi vida, para aprovechar la Creación y no malgastar la vida en el consumismo, en lo que no tiene importancia, en afanarme por acaparar! ¡Señor, ven a mi vida porque esta vida sin Ti se me escapa de las manos, se convierte en un muro para que entres en mi corazón y una barrera para darme a los demás! ¡Dame, Dios mío, una de esas palabras tuyas de amor y misericordia para que despierte mi alma y avive mi corazón! ¡Hazme, Espíritu Santo, nacer de nuevo en este nuevo año! ¡Tú, Padre Dios, eres la meta de mi camino sinuoso y tortuoso! ¡Tú eres, Padre de Misericordia, el final de cada una de mis jornadas! ¡Ayúdame a recorrerla serenamente! ¡Quiero seguir, Señor, el camino del hombre nuevo, el hombre que pausadamente dice si a la vida y con tesón, constancia y voluntad la guarda en su corazón! ¡Quiero ser, Señor, hombre de espíritu que haga del amor la verdad de tu Palabra y de tus Bienaventuranzas un desafío! ¡Deseo, Señor Jesús, hacer despacio contigo el camino llevando entre tú y yo —los dos juntos— la pesada carga de mis encrucijadas! ¡Quiero ser discípulo tuyo, Señor, y aprender de Ti, Maestro, a ser libre como el viento, en tu Espíritu renovador, purificador y sanador, que guía y salva!

 

¿Soy un cristiano veleta?

Uno de mis hijos tiene que construir una veleta como actividad de ciencias. Le ayudo y hacemos correr la imaginación para que, además de bonita, se mueva realmente según cambia el viento. El viento no escucha, sopla a conveniencia venga del sur como del oeste.
También las personas actuamos como veletas abonados a la conveniencia, al relativismo de la cultura light, a la inconstancia, al mimetismo con el “yo, mi, me, conmigo”, a la dictadura de las modas, a la tiranía de las ideas vacuas, al oportunismo de donde puedo sacar mejor tajada… Eso provoca falta de autenticidad a la que uno acaba acomodándose. De aquí surge la ausencia de verdad, de disciplina, de inconstancia, de lealtad, de verdad, de buena educación, de esfuerzo, de respeto… Hoy se está aquí defendiendo a capa y espada la verdad… Mañana, sin embargo, se defiende lo contrario con el mismo o mayor apasionamiento. Al final la razón asiste siempre.
La consecuencia de todo esto es que vivimos de sentimientos más que de vida interior, de racionalismo que de fe, de yoísmo que de servicio y eso provoca el sometimiento de la mente y el corazón a lo que sucede en torno a los sucesos de la vida.
Para edificar bien hay que hacerlo sobre roca firme. Por tanto, sin solidez interior es más sencillo caer en el pecado, la desidia, la falta de autenticidad, la injusticia… La virtud gusta de corazones limpios, sanos y firmes con convicciones sólidas bien arraigada por la fuerza del amor. Eso es incompatible a vivir como veletas.
No podemos vivir como espectros humanos con automatismos para sobrevivir alejados de la verdad creando relaciones que si se rascan ligeramente muestran un gran hueco interior.
La verdad del Evangelio se cimienta solo sobre roca firme, que habla de valores auténticos. Cuesta, pero no compensa ser una persona veleta porque sus valores se los lleva el viento, sus principios fácilmente manejables tienen un alto precio porque el fin siempre justifica los medios.
Los cristianos hemos de ser gentes con criterio claro, bien formados, congruentes, con las ideas y el camino claro, capaces de construir y crear, que aporten, con valores morales innegociables y valientes para decir que «¡no!» cuando corresponda. ¡Qué pena pensar que pudiera ser un cristiano veleta, presa de donde sopla el viento!


79028a536c8633c43725841924d9a32e

¡Espíritu Santo, ayúdame a ser un cristiano auténtico y no una veleta que se mueve según los condicionamientos de los círculos en los que me muevo! ¡Que sea capaz siempre de defender la Verdad del Evangelio! ¡Ayúdame a ser alguien auténtico y no una persona pragmática, fría, deshumanizada, manipulable, banal o sin opinión propia! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a tener como referente al Dios verdadero y no crearme dioses a medida! ¡Envíame tus siete dones, Espíritu de Dios, para convertirme en alguien sembrado de bien, siempre libre, que busque siempre lo mejor, noble en sus actos, amante de la verdad, que sepa establecer siempre una jerarquía de valores según la verdad del Evangelio! ¡Ayúdame a hacer siempre la voluntad de Dios por amor y no por temor e imitar siempre a Cristo con conciencia recta y profunda alegría! ¡Ayúdame a permanecer siempre fiel y vivir con autenticidad mi fe cristiana en pensamientos, palabras y obras! ¡Te pido, Padre, que me concedas la gracia de ser honesto y humilde para que nunca permitas que me separe de Ti ni desconfiar de Tu amor!

 

Temor al lunes

Lunes. Los motivacionales nos dicen que hagamos del lunes otro viernes, que si cada día es un regalo que me digan donde puedo devolver el lunes, que si amas ni los lunes te quitan la sonrisa o que los lunes no lucen tan malos si los ves con la óptica correcta. Pero para muchos no son siempre fáciles porque es el comienzo de los problemas laborales, profesionales, el tener que enfrentarse a la realidad del día a día, al pago de las facturas… de todo aquello que el fin de semana había convertido en tregua. Pero, ¿por qué tengo motivos para preocuparme? Aprender que no debo pensar en mí. Lo que me compete es pensar siempre en Dios, ya que Él siempre se ocupa de mis cosas.
En mi caso, en realidad no puedo quejarme. He tenido entre mis manos muchas cosas y, por determinadas circunstancias, he perdido la mayoría. Sin embargo, hay algo que me ofrece una gran seguridad y esperanza: todo lo que he puesto confiadamente en manos de Dios lo conservo todavía. Aquel que se entrega a Cristo tiene siempre una puerta abierta a la esperanza.


000000

¡Señor, tu eres mi pastor, mi guía, mi camino! ¡Lo eres el domingo, en que me consagro a Ti, y lo eres el lunes y todos los días de la semana; lo eres en diciembre, y en enero y todos los meses del año; lo eres en mi hogar y en mi trabajo; lo eres aunque a veces tenga oscuridades y silencios; lo eres en la abundancia y en los momentos de carestía; lo eres en la desazón y la alegría! ¡Qué más puedo pedir, Señor, si mi vida está a Tu cuidado! ¡Cómo me consuela saber que Tú siempre ves lo que tengo por delante! ¡Ayúdame, Señor, a comenzar esta semana con una actitud renovada y una alegre gratitud! ¡No permitas que me queje por aquellas cosas que no puedo controlar y dame la mejor respuesta cuando las dificultades se me presenten en esta semana! ¡Soy consciente, Señor, que cuando no puedo rezar, tu escuchas mi corazón! ¡Bendíceme, Señor, para que pueda ser una bendición para los que me rodean!

 

La reunión del pan de vida

Me toca viajar en compañía de un profesional alejado de la Iglesia. Le digo que necesito una media hora para, abiertamente, dejarle claro que voy a asistir a Misa. Es una de las «reuniones» que tengo previstas para el día de hoy. Es la reunión del «Yo soy el pan de vida, el pan vivo que ha bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre».
Y arrodillado a los pies del sagrario, tras recibir a Cristo Eucaristía, me deleito palabra por palabra con las cuatro ideas que representan estas palabras de Cristo en mi vida.
Cuando el Señor me recuerda que «Yo soy», basta con fijar la mirada en Él desde el tragaluz de la fe que he tenido la gracia de recibir, ese regalo inmenso que me llena de vida, lo que me permite reconocer a Jesús como el Hijo de Dios que llena mi corazón porque representa el Amor, el Camino, la Verdad, la Vida, la Amistad, la Salvación, la Esperanza…
Cuando el Señor me recuerda que es el «Pan vivo bajado del cielo», no puedo más que dar gracias y alabarle pues se me ofrece como un manjar exquisito en el banquete de la vida donde todo rezuma amistad, confianza, abrazo, ilusión, compañerismo. ¡Tan humilde se convierte el Señor que se acerca a mi pobre corazón para invitarme con su Cuerpo y con su Sangre!
Cuando el Señor me recuerda que «quien coma de este pan vivirá para siempre», mi corazón se regocija porque me hace comprender la necesidad de dejar de un lado los placeres terrenales, tan efímeros, para centrarme en lo importante.
Sin embargo, ¡Cómo me gustaría, realmente, tener siempre el hambre de vivir en Él, de sumergirme de verdad en el misterio de Su Amor y de su Misericordia! ¡Y eso lo puedo hacer cada día compartiendo con Él en la Eucaristía ese pan y ese vino que se transforman en el cuerpo y la sangre del Señor! El problema radica en que, aun recibiendo al Señor cada día, sigo con mis malos humores, con mis enfados, con mi egoísmo, con mi soberbia, con mis flaquezas, con mi falta de amor hacia el prójimo… impidiendo que la vida eucaristía germine en mi una fecundidad viva, una transformación profunda y una fortaleza del alma. Es, entonces, cuando se hace necesario profundizar más en este misterio y ahondar en la idea de que viviendo en el Señor es más fácil prodigarse en el amor que tiene en el banquete eucarístico el reflejo de la verdad.


000000

¡Hoy no me queda más que exclamar con gozo que pese a mi pequeñez me siento grande al compartir contigo Señor Tu venturosa palabra, Tu gozosa verdad y Tu cuerpo y su sangre transformadores! ¡Gracias, Señor, por este gran milagro que nos regalas cada día! ¡Gracias, Señor, porque comer tu cuerpo y beber tu sangre es vivir en ti! ¡Gracias, Señor, porque me haces entender que Tu me invitas al banquete por Amor pero que si en no media el amor y la caridad, de nada sirve! ¡Gracias, Señor, por tu palabra, por tu verdad, por tu Eucaristía! ¡Gracias, Señor, porque cada vez que participo de la Eucaristía me haces olvidar mis apetencias mundanas y terrenales! ¡Te pido, Señor, que me des hambre de tu pan de vida, hambre de vivir en ti! ¡Gracias, Señor, porque cada vez que como de Tu pan me sumerges de manera hermosa en el misterio de tu amor! ¡Gracias, Señor, porque me haces entender que alimentándome de la corriente viva que son los sacramentos me pongo en camino a la vida eterna! ¡Gracias, Señor, por tu palabra, por tu verdad, por tu Eucaristía!

 

Confesores al amparo de la «Reina de los confesores»

Se cree erróneamente que cuando proclamamos en las letanías del Rosario a María como «Reina de los confesores» [«Regina confessorum»], nos acordamos de los sacerdotes que imparten el sacramento de la Reconciliación. En realidad, los confesores a los que hace referencia el Santo Rosario son los que, con fidelidad y compromiso, profesaron públicamente su fe en Jesucristo, siguieron los postulados del Evangelio y los pusieron en práctica a lo largo de su vida. Son aquellos santos que dieron testimonio de vida cristiana sin llegar al martirio.
Y María es, precisamente, «Reina de los confesores», porque Ella fue la primera en profesar su fe con una lealtad, fidelidad, amor, constancia, perseverancia y firmeza dignificando este título de realeza.
La Virgen permaneció a la vera de Su Hijo a lo largo de su vida. Desde el nacimiento en la cueva de Belén y a lo largo de su vida oculta. Desde el primer milagro de Jesús en Caná a la muerte de Cristo en la Cruz para permanecer fiel junto a Él en el Calvario y compartir con el Señor el sacrificio de nuestra Redención. Cuando todos habían abandonado a Jesús, desamparado ante el oprobio de la Pasión, allí estaba María para hacer honor a su título de Corredentora de todos los hombres.
Todos estamos llamados a ser súbditos fieles de esta «Reina de los confesores». Y, pedirle a María, que nos empuje en nuestro camino de fe para vivir con coherencia nuestra vida cristiana. Todos los cristianos tenemos la obligación de ser confesores de Cristo aunque confesarle a Él a lo largo de la vida no siempre resulta sencillo porque exige fidelidad, fe, sacrificio, compromiso, fortaleza, constancia, valentía e, incluso, heroicidad. Y, junto a estas virtudes, estar repletos de la gracia de Dios para luchar contra el pecado y todo aquello que nos aparta de Él.
La vida cristiana exige superar las dificultades de la vida. Y los cristianos tenemos el ejemplo de María, que demuestra con su testimonio, que es merecedora de ser venerada como «Reina de los confesores» porque con su vida nos demostró que la fidelidad al Señor es el camino a seguir para alcanzar la felicidad eterna.


Reina de los confesores

¡Señor, ayúdame a mantenerme como Tu Madre, siempre fiel a la fe que he recibido con el Bautismo! ¡Que mi fidelidad a Ti me evite perderme en las arenas movedizas de la vida! ¡Qué mi fe, Señor, me permita luchar por la verdad! ¡Dame, Señor, la fe de Tu Madre para darte un sí sin medidas, para renunciar a mi egoísmo y mi orgullo y entregarte por completo mi vida! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a dejarme iluminar por la fe de María! ¡Y en los momentos de dificultad, de prueba, de turbación, de oscuridad, de desaliento o de desesperanza, que la tome siempre como modelo de confianza en la voluntad de Dios, que sólo desea lo mejor para mí! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a vivir la fe verdadera como la vivió María, en la sencillez de las preocupaciones cotidianas, en el diálogo profundo con Dios, en la relación íntima con su Hijo, con un sí perfecto y un amor sincero! ¡Guíame, María, a luz del Espíritu Santo, para confiar siempre en la voluntad del Padre!

 

¿Es la oración de alabanza sanadora?

Alguien me pregunta por qué la oración de alabanza es sanadora. Viene a colación por la meditación de ayer. Es sanadora porque nace de la profundidad de la fe y confianza en que la Providencia divina está presente en todos los acontecimientos de la vida, los positivos y los negativos. Toda oración de alabanza sana y echa al cubo del olvido cualquier tipo de sufrimiento. Para ello debe hacerse siempre con perseverancia y tenacidad centrando toda la atención en el Dios de la Misericordia que toma nuestro corazón herido para que olvidemos nuestra voluntad, nuestro yo, nuestras preocupaciones y nuestros intereses personales para centrar su atención en Él, para darle gracias, para admirar su bondad y su misericordia y para significar el gran amor que sentimos por Él.
Son muchas las ocasiones que atribulado por las dificultades o por la tristeza, con la voz rota o el rostro desencajado, recostado en un banco de una iglesia o agazapado, solitario, en el de un parque público he comenzado a alabar a Dios. Y lo hecho con esperanza, abandonándome de verdad al Señor. No ha pasado un tiempo hasta que mi corazón ha desquebrajado la roca que le rodeaba, permaneciendo completamente indefenso ante el Señor, olvidándome por completo de aquella angustia que me embargaba. Me he sentido absolutamente amparado y protegido por las manos misericordiosas del Padre que han acogido mi debilidad para dar respuesta a esa alabanza que sana y protege.
Alabar es dejar volar de lo que hay en el interior. Desprenderse del yo, abandonar la voluntad, dejar de mirarse a uno mismo para que el eje de todo sea el mismo Dios. Porque Él es el centro, El que todo lo irradia, sobre El que todo converge. De ahí que es tan importante alabarle constantemente para romper las ataduras interiores —soberbia, vanidades, egoísmo, envidias, mentiras, celos, ambiciones, vicios…— que nos impiden mirar la vida con ojos de eternidad.
Cuando uno se mira constantemente a sí mismo, a sus problemas y sus sufrimientos, todo se vuelve abrumador porque el egocentrismo de cualquier tipo es una enfermedad que daña el alma, la llena de amargura, la bloquea y la enferma. ¡Ay, Señor, cuanto tengo que cambiar!
Alabar sana. Sana de verdad. Sana porque el hombre acepta o aprueba lo que le sucede como parte de ese plan que Dios tiene diseñado para su propia vida.
Alabar sana. Sana porque toda alabanza sencilla e íntima nos sitúa en nuestra realidad, nos abre los carismas del Señor, nos da respuesta a su amor, nos compromete con nosotros mismos y con los demás, nos lleva a un mayor experiencia vital de Dios, nos abre a la acción del Espíritu Santo iluminador y redunda en nuestro bien porque todos sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman.

0000
¡Padre Bueno, eres omnipotente y todopoderoso, eres mi Padre y mi Señor! ¡Te alabo y te bendigo, Señor, pues Tú lo has creado todo, lo conoces todo y todo lo amas! ¡Te alabo, Señor, porque aun conociendo mi vida y mis luchas diarias, permaneces a mi lado, me ofreces tu sabiduría, tu amor, tu fuerza y la esperanza! ¡Te alabo y te bendigo, Señor, porque eres la roca que me sostiene sobre la que puedo amoldarme para asentar mi vida tan quebradiza y frágil! ¡Te alabo y te bendigo, Señor, porque me proteges! ¡Te alabo y te bendigo, Señor, porque Tu eres mi Pastor y nada me falta! ¡Te alabo y te bendigo, Señor, porque cuando estoy cansado y me fallan las fuerzas Tú me cargas sobre tus hombres y me llevas a un lugar seguro! ¡Te alabo y te bendigo, Señor, por tantas cosas hermosas que me hablan de Ti! ¡Te alabo y te bendigo, Señor, por tantas alegrías que me haces sentir cada día a pesar de las dificultades que me rodean! ¡Te alabo y te bendigo, Señor, porque me llamas cada día a seguirte y tu Gracia que me lleva a vivir con alegría cristiana! ¡Te alabo y te bendigo, Señor, por tantas cosas hermosas que me regalas, por la gente buena que colocas en mi camino! ¡Te alabo y te bendigo, Señor, porque Tú lo sabes todo y Tú sabes que te amo con un corazón contrito lleno de heridas y sufrimientos pero también de felicidad!

 

En casa rezamos mucho pero…

Un amigo me transmite la angustia por la situación económica que vive su familia. Padre de familia numerosa, su entorno lo considera un hombre de éxito, pero por las circunstancias de la crisis se encuentra ahora en una situación económica muy delicada. Se lamenta: “En casa rezamos mucho pero… llevamos mucho tiempo así. Estoy al borde de la desesperación”. Le doy un abrazo amoroso. Sé a lo que se refiere. Nos brillan los ojos porque su sufrimiento es profundo. No soy nadie para dar consejos pero quiero transmitirle mi compasión por su dolor: “No se pueden forzar las manos del Padre -le digo-. Abandónate confiadamente en sus manos amorosas y misericordiosas. Sólo haciendo esto has conseguido una gracia inmensa”.
Cuando uno se abandona a Dios y pone su sufrimiento en la oración alabando al Señor se obran milagros. La alabanza es lo que cambia el mundo. Hay que dejar a Dios ser Dios. La oración que mejor representa el abandono y la fe no es la oración de petición sino la oración de alabanza. Alabanza confiada, amorosa, entregada y fiel al Señor, siempre y por todo. Lo que uno no obtiene por sus peticiones interesadas, lo consigue a través de la alabanza.

000000
Durante los años de mayor angustia de mi vida, me ayudó una oración que me dio un amigo que era un segundo padre para mí. En este día la comparto porque, además de enviársela a mi amigo, creo que sintetiza muy bien el abandono al Señor y la confianza total en Dios Padre, a imitación de Cristo en la Cruz: “Padre mío, me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme en Tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre“.
Una obra maestra del compositor Mouton, su Salva Nos Domine a seis voces que dice: “Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz”.

 

 

¿Es posible la esperanza sin fe?

Recomiendo un libro bellísimo, intenso, profundamente espiritual, finito. Pórtico del misterio de la segunda virtud es obra de Charles Péguy (1873-1914), uno de los grandes pensadores católicos de todos los tiempos, uno de esos personajes geniales que surgieron cuando el cristianismo reculaba ante el frentismo de las nuevas ideas. Péguy, nació en una familia católica, se alejó de la Iglesia, apagó su fe, abrazó el socialismo, y cuando conoció al gran Jacques Maritain regresó de nuevo el cristianismo con una fe renovada. Aunque le costó cruzar el pórtico de la Iglesia.
En esta obra poética desde el punto literario y esperanzadora desde el primero al último pensamiento, Péguy hace hablar a Dios de la manera más hermosa que el hombre pueda concebir. Una frase resume la grandeza de esta obra: “La fe que más me gusta, dice Dios, es la Esperanza”. La Esperanza, una de las tres virtudes teologales sobre las que se cimienta la catedral del alma humana.
La esperanza es lo que mantiene vivo el corazón del hombre. ¿Es posible la esperanza sin fe? ¿Es posible la esperanza con una fe rutinaria y anodina? ¿Es posible la esperanza sin una fe que llegue a lo más profundo del alma humana?
Lo responde Péguy en una bellísima poesía que escribió algunos años antes de escribir este Pórtico:
«No me gustan los beatos; los que porque no tienen la fuerza de ser de la naturaleza, creen que son de la gracia; los que creen que están en lo eterno, porque no tienen el coraje de lo temporal; los que porque no están con el hombre, creen que están con Dios; los que creen que aman a Dios simplemente porque no aman a nadie».
Una fe que no ayude al hombre a alcanzar la felicidad y la esperanza no es digna del hombre y es ajena al proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros.

images
¡Señor, dame un fe plena, libre, cierta, alegre, humilde y activa! ¡Señor, dame una fe sin reservas que penetre en mi interior para aceptar las renuncias y los deberes de mi vida cristiana! ¡Señor, dame la coherencia para acoger en mi corazón los dones del Espíritu Santo! ¡Señor, dame fe para que no tenga miedo a enfrentarme a los problemas que atenazan mi vida y que me ayude a aceptar tu voluntad! ¡Señor, dame fe para sosegar mi espíritu y lo disponga a la oración contigo! ¡Señor, dame una fe coherente que no tenga presunción ni orgullo frente a los que no creen sino que sea testimonio de amor, caridad y entrega!

¿Qué tal, como estás?

«¿Qué tal, cómo estás?» Es una pregunta recurrente cuando nos encontramos con alguien conocido en el ascensor, en el metro, en la calle, en el bar… Es una forma coloquial de acoger a nuestro interlocutor, de interesarnos por sus cosas, por sus afanes, en definitiva, por su vida reciente. Saber de alguien es preocuparse por su salud, por su trabajo, por su familia, por sus éxitos, por sus dificultades… Ese «¿Qué tal?» tiene un trasfondo de encuentro, de acogida, de hermandad. Pero la respuesta no siempre será positiva porque el hombre no siempre se siente bien.
Me imagino al Señor recorriendo las aldeas de Palestina. Y tal vez preguntando a cada uno de los que se cruzaban por su camino un «¿Qué tal?» o un «¿Cómo estás?». Muchos de aquellos hombres y mujeres mostrarían su pesar por su triste situación.
Al entrar en una iglesia me complace dirigir la mirada al Sagrario después de la genuflexión y preguntar a Jesús: «¿Qué tal, Señor?» Sé que la respuesta será siempre alegre, positiva, esperanzadora. Y como soy incapaz de hacerlo todo bien, como no todas las cosas me van siempre bien, no soy capaz de actuar adecuadamente respecto a los demás, sé que Jesús me llenará de su amor, de su esperanza, de su misericordia y como a ese sordo, a ese paralítico, a ese cojo o a ese enfermo del alma que soy yo le tocará el corazón y le llenará de su alegría contagiosa.
Y, desde el Sagrario o desde la Cruz, Jesús responderá: «Y Tú, ¿qué tal, cómo estás?» «Aquí estoy, Señor, con mi miseria y mi pequeñez sin nada más que ofrecer que mi pobre corazón pero contemplando tu Cruz no puedo más que darte gracias por tu amor».


¡Señor, qué alegría es poder entrar aunque sea un momento a saludarte en un templo para reforzar mi amistad contigo! ¡Qué alegría saber, Señor, que estás ahí esperándome como alguien vivo y cercano¡ ¡Gracias, Señor, porque en estos momentos mi corazón siente tu esperanza y fortalece mi interior! ¡Señor, gracias, por cada vez que te acepto como mi amigo o te recibo en la Eucaristía, renuevas mis ilusiones y me indicas el camino que debo seguir! ¡Gracias, Señor, porque mi amistad contigo me sostiene ante las dificultades de la vida, tu Espíritu me anima ante la adversidad y haces renacer en mi la esperanza! ¡Gracias, Señor, porque en cada visita, aunque breve, mi corazón se dinamiza y se ensancha, se desprenden todos los egoísmos incrustados en él y me llenas con tu capacidad para hacer el bien y amar a los demás! ¡Aquí estoy, Señor, ya me conoces: aquí estoy con mi miseria y mi pequeñez sin nada más que ofrecer que mi pobre corazón pero contemplando tu Cruz no puedo más que darte gracias por tu amor!

 

La Misericordia del perdón

El primer día del Año Jubilar de la Misericordia hice una confesión general. Me gusta hacerla cada año en el tiempo de Adviento para que al llegar el Niño Dios a mi corazón lo encuentre más limpio de lo habitual. El sacerdote que me confesó me recordó lo que el Catecismo de la Iglesia Católica recuerda, especialmente en este año tan especial: “Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones”. Obtienen de la misericordia de Dios. ¡Impresionante e incomprensible! Es sorprendente la Misericordia del Padre que nos perdona sin medida a pesar de nuestro pecado, nuestro posterior arrepentimiento y la caída reiterada en las mismas faltas. Nuestro comportamiento provoca el enojo del Dios de la Misericordia que se basa, sustancialmente, en el Amor. Y en ese Amor tan grande nos donó a su propio hijo para la redención de nuestros pecados muriendo ignominiosamente en la Cruz.
Me pregunto muchas veces si tengo derecho al perdón y a la misericordia de Dios lleno como estoy de numerosas faltas y, entre ellas, la más grave de todas: la soberbia. Sin embargo, la Misericordia divina nos salva lo que en justicia Dios nos condena.
Y aquí está la grandeza de la confesión, el encuentro con Cristo mismo que por amor nos perdona. Arrodillarse en un confesionario y verbalizar ante un sacerdote todas nuestras faltas y miserias —pero de verdad, sin esconder nada, reconociéndole al Señor que “soy un verdadero pecador”— no es un ejercicio sencillo. En la confesión debe primar siempre la sencillez de la verdad. No hay que avergonzarse de nuestros pecados ante la presencia de Dios, porque la vergüenza ante quien te ha creado y te perdona es una gracia infinita. La culpa del pecado desaparece cuando se reconocen de verdad las faltas cometidas. Es la manera más eficaz de obtener paz interior. Por eso la confesión frecuente nos invita a examinar profundamente nuestra conciencia, reconocer nuestras debilidades y a conocernos mejor. Toda persona necesita saber que Dios acepta nuestro arrepentimiento desde un corazón abierto. Y esto es lo que sucede cuando el sacerdote nos da la absolución. Yo en ese momento siento una enorme paz interior, una alegría desmedida, un consuelo sanador, una profunda serenidad espiritual. Siento que mi amistad con Dios sale fortalecida, que mi gracia santificante está recargada, que mi fe queda más sujeta a mi alma; siento un compromiso más firme con ese Padre misericordioso que me invita a no volver a caer y me da la fuerza para vivir de manera cristiana.
La confesión es el sacramento del amor. Es la acción gratuita de la misericordia de Dios. Es como entrar con un vestido viejo y salir con un traje nuevo. Merece la pena confesarse con frecuencia, ¿no es mejor ir siempre limpio por los caminos llenos de polvo de nuestra vida?

000
¡Señor, mi corazón está repleto de agradecimiento por la gran cantidad de dones y bendiciones que recibo de Ti! ¡Te alabo y te doy gracias! ¡Tú, Señor, mi has sacado de la nada y me has convertido por tu gran misericordia en tu elegido! ¡Me haces enormemente feliz con tu amor y con tu compañía! ¡Padre, Tu me conoces perfectamente y me amas! ¡Me has creado con un único corazón para que te lo entregue a Ti y para Ti! ¡Perdona, entonces, por tantas faltas que cometo contra Ti! ¡Me presento ante Ti, Señor, haz de mi según tus deseos! ¡Gracias, Señor, por tu gran misericordia! ¡Con la ayuda de tu gracia y con la fuerza del Espíritu Santo, me propongo amarte cada día más y tratar de no ofenderte jamás! ¡Ayúdame a serte siempre fiel! ¡Ayúdame, Señor, a buscar y hacer lo que más te agrada! ¡María, Madre de la Misericordia, Señora de la Perseverancia, intercede para conservarme en la gracia de Dios y mantenerme siempre fiel a Dios!

Bautizado en el Espíritu

La Iglesia nos regala cada cierto tiempo momentos hermosos. Hoy, por ejemplo, nos da la oportunidad de renovar nuestro consentimiento bautismal, nuestra profesión más solemne, en la conmemoración del Bautismo de Jesús en el Jordán. La pedagogía evangélica es una escuela de enseñanza continua y hoy nos muestra cómo, antes de comenzar su vida pública, Dios Padre y el Espíritu Santo refrendan a Jesús, para que en el momento de iniciar el ministerio del anuncio de la Buena Nueva todos sepan quién es. Así, ante este cuadro tan impresionante en el que saliendo Jesús del agua el Espíritu de Dios baja sobre Él en forma de paloma no me queda más que refrendar mi fe, sentirme ungido por el Espíritu de Jesús, reafirmar mi sentimiento de hijo de Dios, por adopción, siendo profundamente amado por el Hijo Amado. Es el día para sentir el abrazo amoroso de Dios a través de la efusión de Su Espíritu.
Y como ocurrió en las orillas del Jordán, hoy en el silencio de mi hogar, o de camino al trabajo, en la oficina, en la Universidad, en el trayecto en tren o dondequiera que esté tengo que estar atento al susurro del Espíritu en mi corazón para sentir esa identidad maravillosa de hijo amado de Dios.
El bautismo de Jesús es un bautismo en el Espíritu. Un bautismo que también me concierne a mí y que me exige dar un paso más allá que el simple hecho de recibir el agua para sentirme cristiano, para cambiar interiormente, para convertirme, para cumplir los mandatos del Señor, para vivir la tradición de la Iglesia, para luchar por hacer las cosas bien hechas por amor y con amor… el bautismo que conmemoramos hoy me invita a vivir de manera veraz desde la perspectiva del Espíritu.
Es un compromiso real y auténtico con mi fe cristiana; es una responsabilidad real para llevar a cabo mi misión de llevar el Evangelio hasta las últimas consecuencias; es vivir mi vocación de cristiano desde la radicalidad; es aceptar sin oposición la misión concreta que Dios tiene para mí; es entregarme con generosidad a mi familia, a mis amigos, a mis compañeros de trabajo; es vivenciar el verdadero sentido del servicio hacia los que más lo necesitan…. El bautismo en el Espíritu es un proceso que va madurando cada día, cada semana, cada mes, cada año, en la medida en que me entrego a la realidad viva del Evangelio. Es como un bautismo a cuentagotas que me permite asentar mi proyecto de vida cristiana.
Si mi nombre está escrito en el libro del cielo porque soy hijo de Dios, mi bautismo me obliga a ser testigo fiel del amor que Él me tiene. Y no me lo puedo quedar para mí, tengo que proclamarlo allí donde haya alguien que no haya oído hablar de Dios. Ardua tarea, pero es parte de mi ser cristiano.




¡Abba, Padre, reafirmo hoy mis promesas del Bautismo! ¡Profeso mi amor por Tu Hijo Amado, la gracia de pertenecer a sus seguidores! ¡Y te doy, gracias, Padre, porque como bautizado me siento tan cerca del Señor y me siento afortunado de tener Su Amor! ¡En este día, Señor, envía sobre mí Tu Espíritu para que sepa interpretar la cruz, para que pueda caminar en la oscuridad de la vida con Tu luz, para transfigurar esos momentos de desesperanza, para atravesar la frontera de mis egoísmos y mis egos y darme más a los demás! ¡Padre, Tú tienes el poder para configurar mi humanidad, para cambiar mi escala de valores, para comprender que lo pequeño es grande; que lo último es lo primero; que la pobreza es también una gran bendición; que la obediencia a Ti y tus mandatos no son más que un signo de libertad; que la circuncisión del corazón implica una gran plenitud de amor! ¡Abba, Padre, gracias porque no me dejas nunca solo y me regalas la confianza plena en que siempre se hará tu voluntad que es lo mejor que puedo esperar! ¡Abba, Padre, me siento tu hijo amado! ¡Gracias, Dios de bondad, por tu amor y misericordia hacia mi!

 

Dispuesto a dar un sí como el de María

Entro en una Iglesia para hacer una breve visita al Señor. En uno de los laterales hay un cartel grande con un dibujo de la Virgen con un niño tumbado sobre una cama en el que se puede leer: “Hágase en mi según tu Palabra”.
Esta frase es un sí a todo. A entregarse a María, a darse al amor de la Madre del Salvador del Mundo. Es dar un sí a María, a
consagrarse a la Virgen. Con su sí, María marca el camino de la fe, porque su consentimiento es un acto de fe: de conversión, de penetrar en el horizonte de Dios, en el corazón de Dios, en la mente de Dios, en el espíritu de Dios, en los pensamientos de Dios, en los sentimientos de Dios, en las obras de Dios, en la escucha de Dios. Es un acto de fe que María acoge, medita e interioriza en su corazón.
La fe es la que le permitió a María concebir en su corazón antes que en sus entrañas al hijo de Dios. Y esa fe es la que le permitió acoger las cosas de Dios con humildad, entereza, generosidad, prontitud, entrega y amor.


angel-san-gabriel-anuncia-maria-sera-madre_MDSVID20130328_0079_3

¡María, Virgen de la Esperanza, ruega por mi y por los míos! ¡En este día, me consagro a Ti, María; quiero seguir tu ejemplo, tu que eres la Madre del Si, que creíste en la promesa del Padre, que fuiste perfecta en el amor, sencilla en tu vida en Nazaret, solícita con tu prima Santa Isabel, perserverante mientras buscabas a Jesús en el Templo, medianera en las bodas de Caná, fiel y maternal al pie de la Santa Cruz, protectora de los apóstoles, devota esperando la Resurrección, orante en Pentecostés, gloriosa el día de tu Asunción! ¡Ilumíname con tu fe, María, para hacer de la mía una fe más firme, más constante y mas confiada!
 

Dejar de mirarse a uno mismo para dar vida a nuestra vida

Un amigo ornitólogo que trabaja para la Junta de Extremadura me comenta que, hace cuarenta años, la cigüeña criaba en España y desde aquí migraba con la dureza del invierno al sur del Sáhara y regresaba en febrero para hacer bueno el refranero popular de «En san Blas, cigüeñas verás». Pero la sobreabundancia de alimento en los ríos, regadíos y basureros ha convertido en fija la población invernante de cigüeñas en la Península.
Tengo simpatía por las cigüeñas, vigilantes en lo alto de las torres y campanarios de tantas regiones de Europa. Allí construyen sus nidos con materiales de todo tipo desde cartones a plásticos, desde telas a ramas… Es una perspicaz ave adiestrada en el arte del reciclaje. Para ella es intrascendente de qué está hecho el nido sino que sea lo más cómodo posible para traer a la vida a sus polluelos. Del desecho saca provecho. Y así es, en parte, también nuestra vida. ¿Seguro?
Nuestra vida es un continuo unir la inmundicia de nuestro pasado —nuestro pecado, nuestras faltas, nuestras caídas, lo que no nos gustó de los demás y de nosotros mismos— para acomodarla a la verdad de nuestro presente y abrigar nuestro futuro. Hay que tener la humildad, la sencillez, la generosidad y la sabiduría para desprenderse del yo y construir desde el hombre viejo el nuevo hombre perfecto en Cristo. Dejar atrás nuestro pasado de pecados, sin importar cuántos ni cuales, para dar paso a una nueva vida iluminada completamente por el misterio del Amor de Dios y de Cristo.
Se trata de crear nidos como los de las cigüeñas que logran desde el desecho dar vida. Así actúa también Dios. En su amor profundo toma nuestras miserias para infundirles vida reciclando un pasado lleno de suciedad y basura. Y lo que pide es que actuemos como las cigüeñas, dejando de mirarnos a nosotros mismos para dar vida nueva a nuestra vida.


00000000000000000

¡Señor, no tengas en cuenta mi pecado porque yo mismo no dejo de considerarlo! ¡Envía tu Espíritu, Padre, para que me purifique, renueve, lave y transforme! ¡Dame la humildad, Señor, de reconocer mis limitaciones y mis pecados! ¡Ayúdame a desprenderme de mi soberbia y mi egoísmo que tanto daño me hacen y tanto dolor provocan en los que me rodean! ¡Señor, tu sabes que te he pedido fuerzas y me has dado dificultades para fortalecerme y me he quejado! ¡Te he pedido sabiduría, Señor, y me has enviado problemas para que los solvente y me he lamentado por ello! ¡Te he pedido prosperidad, Padre mío, y me has dado las fuerzas para llevar a cabo mi trabajo y te lo he recriminado! ¡Te he pedido, Señor, fortaleza para salir adelante y me has puesto en el camino obstáculos para ir venciendo! ¡Te he pedido tantos favores, Señor, y tu me los has devuelto pero no los he sabido aprovechar! ¡Nada de lo que recibí, Señor, era lo que deseaba porque me entregaste lo que realmente necesitaba y aun así ¿cuántas veces me he quejado?! ¡Dame la oportunidad hoy, Padre de bondad, de mirar con honestidad mi interior y dar vida nueva a mi propia vida! ¡Gracias, Padre de misericordia, por esta nueva oportunidad que con tanto amor acojo en mi corazón!
 

Un deseo especial

Entre los muchos deseos para este año tengo uno especial. Tiene relación con Jesucristo. De ese Jesús que es el Amor y la Misericordia. Alguien único, especial. Por eso mi deseo de reivindicar mi originalidad, mi radicalidad, mi identidad como cristiano. Y quiero hacerlo porque es un camino al que el Señor me invita a vivir.
Y quiero ser también alguien especial. Quiero sentirme alguien modelado por el amor y la misericordia de Dios, creado para la libertad, tallado con las manos hermosísimas de mi Padre Dios.
Quiero reivindicar mi «identidad» cristiana, algo sumamente especial. Que esta sea la única marca que me distinga, lo que me haga especial, porque no me siento una marioneta fabricada en serie que se distingue por la etiqueta de sus dependencias sino por la autenticidad de la fe. Quiero dar a conocer esa identidad a la gente que se cruza en mi camino, a la gente con la que convivo, en mi comunidad, en mi ámbito laboral y social. Quiero proclamar que Dios obra maravillas y que siento que también las obra en mí.
Quiero reivindicar que soy un cristiano comprometido, con capacidad para dar testimonio auténtico, de vivir en intimidad con Dios, que habita en lo más profundo de mi interior; pero también de entrar en relación conmigo mismo, en lo profundo de mi ser y comunicar mi alegría cristiana.
Quiero reivindicar que ser cristiano es algo único y especial. Por eso quiero vivir la universalidad de la Iglesia y llevarla al corazón del hombre. Quiero hacer saber que se puede ser una gota de agua en la inmensidad del océano, un gorrión que no es devorado por el águila, un grano de arena dentro del desierto infinito.
Quiero reivindicar que soy cristiano por la gracia de Dios, y que ser cristiano es vivir de manera coherente. Es amar a ese Señor que dio su sangre en la Cruz para que yo pudiera recobrar con brillantez la dignidad de hijo del Padre de Misericordia que entregó a su Hijo amado para la redención de mis pecados. Y amar también a los demás.
Quiero reivindicar que soy una oveja en el gran rebaño del Señor. Pero como todas las ovejas, única y especial. Porque Cristo no me ama en su conjunto, me ama en mi individualidad. Y cuando voy perdido, Él deja al resto de las ovejas en el aprisco para venirme a rescatar. E invita a la comunidad a alegrarse con mi reencuentro.
Quiero reivindicar, en definitiva, que Cristo es alguien único y especial que nos ama y nos quiere en el yo personal.
¿Podré conseguir en este año nuevo año que ahora comienza, el año de la Misericordia, entregarme a cada persona que se cruce en mi camino y entregarle mi amor, mi generosidad, mi servicio, mi entrega, mi perdón… y hacerle sentir alguien especial?


000

¡Señor mío y Dios mío! ¡Quiero seguirte pero con demasiada frecuencia hago oídos sordos a tu voz y a la presencia de tu Hijo en mi vida! ¡Espíritu de Dios, hazme comprender que es ahora el momento de cambiar y de comprometerme al estilo de vida y a la justica que exige el reino de Dios! ¡Ayúdame, Espíritu de bondad, a ver y comprender, y hacer ver y comprender a la gente que Tu Hijo vive entre nosotros, que nos ama, que su amor es misericordioso y que Él es mi Dios y Señor! ¡Y a Ti, Señor, hazme atento a los susurros de tu Santo Espíritu para que no se me pase el tiempo cuando Él me inspira para trabajar por el amor, la justicia y la verdad! ¡Dame, Padre de Misericordia, la gracia de escuchar y amar a las personas que me rodean! ¡Guía sobre todo, a nuestros líderes del mundo, para que escuchen la voz de su conciencia para hacer siempre el bien y eviten descaradamente buscar su provecho personal, su ventajismo económico y su poder político! ¡Dame, Señor, la determinación, la valentía y la fuerza para llevar tu mensaje a la que gente que me rodea! ¡Ayúdame, Señor, a comprometerme con tu Hijo, con valentía, ilusión y audacia, sin vacilar y sin tener miedo, porque Cristo es alguien especial y único, es mi Señor y Salvador!

¡Depositad en mi al Niño Dios!

En la noche mágica de ayer, la más mágica del año, viendo a mi hijo pequeño y a cientos de niños en la cabalgata de Reyes, mirando al cielo y viendo la estrella que ha guiado a Sus Majestades hasta mi ciudad, pensaba en tantos deseos, ilusiones y proyectos que mis hijos tienen depositados en nosotros y, sobre todo, esa transparencia e inocencia que con el paso de los años perdemos los mayores. Hoy mas que nunca debemos ser transmisores de confianza, amor y entrega.

000

¡Reyes Magos de Oriente, vosotros que sois hombres sabios y que os habéis dejado seducir por la Estrella de Belén para venir a nuestros hogares, el mejor regalo que nos podéis dejar es que Dios forme parte del gran tesoro que es nuestra familia porque somos conscientes de que Dios es el origen y el fin de vuestra generosidad y presencia! ¡Os pido, Melchor, Gaspar y Baltasar que depositéis en mi, en mi mujer y los niños y en el corazón de toda mi familia, amigos y de las personas del mundo a Jesús, el Niño Dios! 

¿Cómo descubro a Dios en la realidad de mi mundo?

Se termina ya la Navidad con la llegada de la Epifanía que viviremos mañana. Es tiempo de alegría, de esperanza y de gozo. Ha habido tiempo durante estos días para comprender cuál es el sentido que tiene acoger a Dios en nuestras vidas. Ser justos. Ser honestos en nuestra vida. Que estos valores sean una realidad y no mera palabrería. Vivir con justicia, con esperanza y con fraternidad porque es la Cruz el símbolo de ese Dios que ha nacido en nuestro corazón; un Dios que se oculta en la sencillez de cada día, que nace en medio de una familia insignificante, en un recóndito lugar del gran Imperio romano, en un pesebre lúgubre rodeado de pastores. ¿Cómo es posible descubrir a Dios si pasa tan desapercibido? Pues lo mismo sucede en nuestras vidas: ¿Cómo podemos descubrir a Dios en medio de nuestro mundo? Si no somos más humildes, si no creamos un mundo de fraternidad, si no somos capaces de dar misericordia a nuestros hermanos como nos pide el Papa Francisco en este Año Santo, ¿cómo podemos acoger a Dios en nuestro corazón? ¡Es imposible! Pero Dios ha nacido y quiere hacerse presente en medio de nuestra vida. Y, en el momento en que nos arrodillamos junto a los Reyes de Oriente para entregarle los presentes de nueva vida, Jesús nos interpela: ¿Eres justo ante los demás? ¿Eres misericordioso? ¿Te dejas llevar por el egoísmo, el orgullo y la soberbia? ¿Intentas que los lazos de fraternidad estén por encima de cualquier otra cosa? ¿Vives con esperanza y sabes perdonar? Son cosas que tal vez no son sencillas pero que el Niño Dios nos pide que llevemos a la práctica.
En pocos días desmontamos los pesebres de nuestros hogares con la melancolía del tiempo vivido pero con la esperanza renovada. Con el recuerdo que hemos adorado a ese Niño Dios y rezado ante esa Sagrada Familia en el portal. Pero el milagro de nuestra vida está en el día a día, en la búsqueda de nuestra santidad cotidiana. Dios puede transformar mi corazón; pero eso es posible si yo estoy dispuesto de verdad y de corazón a cambiar, a ser mejor y a saber llevar la Cruz de cada día que es el paso siguiente a la adoración ante el portal de Belén porque es el camino al que está predestinado Cristo mismo. Y yo mismo tengo que ser reflejo de esa Cruz. Y si los que me rodean no me ven como un cristiano auténtico, que es capaz de compadecer, perdonar, amar, servir, entregarse es que quizás no vivo con autenticidad lo que predico. ¡Buen argumento para analizar mi conciencia! Y solo depende de mí que cada día sea Navidad llena de buenos propósitos en mi propia vida.

000
¡Niño Dios, que has nacido en la sencillez del pesebre y eres el más humilde y el más grande de los hijos de los hombres y a la vez el más pobre y el más poderoso de todos te adoro y te bendigo puesto de rodillas al pie de este sencillo pesebre lleno de amor! ¡Y te doy, gracias, Niño Dios porque te has dignado descender hasta mí para transformar mi vida, mi manera de ser, para convertirte en mi modelo, en mi guía en las dificultades de la vida, mí consuelo en la aflicción y mi enseñanza de todas las sendas de la virtud! ¡Transforma también, Niño Dios, al mundo que está a oscuras y busca Tú luz y no la encuentra entre las tinieblas y el pecado! ¡Ven, Niño Jesús, a ayudar al mundo a encontrar la Verdad y a defender las almas rodeadas de escándalos y miserias! ¡Penetra, Niño Dios, en el corazón de los hombres para mostrarnos la riqueza de la generosidad, la mansedumbre y la pobreza de espíritu! ¡Rescata, Niño Jesús, a tantas personas amarradas con las cadenas del orgullo, la sensualidad, la codicia y la vanagloria! ¡Aminora, Niño Dios, la angustia de los que sufren, de los desterrados, de los que han perdido su libertad, de los que están perseguidos a causa de la fe, de los emigrantes sumidos en la tristeza, de los que han perdido a sus seres queridos, de los enfermos, de las madres que han abortado! ¡Resplandece, Niño Jesús, en los corazones repletos de odio y rencor! ¡Trae, Niño Dios, ilusión y alegría a los desolados, los tristes, los desesperados, los que buscan la felicidad y no la encuentran, los que se refugian en espiritualidades alternativas, en el vicio y en la realidad engañosa de mundos que preside el príncipe de las tinieblas! ¡Muéstrate a todos nosotros, Dios hecho hombre, para que te conozcamos y te amemos y al conocerte y amarte se borre de nuestro corazón en este Año de la Misericordia las discordias y las disputas entre nosotros!







Los dones que voy a ofrecer al Niño Dios

Guiados por una Estrellla, tres Magos de Oriente —que representan a los pueblos a los que Jesús ofrece su Salvación—, están cerca del portal de Belén para adorar al Dios nacido para reinar eternamente en el corazón del hombre. Cuando se pusieron en camino llevaban consigo tres cofres con sus respectivos dones que ofertarán al Niño: oro —símbolo de la realeza, pues Jesús es el Rey de Reyes—, incieso —el aroma que nos remite a la divinidad, y Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre— y mirra —empleada para embalsamar, signo de la humanidad de Cristo condenada a la muerte en la Cruz—. Entregarán estos preciados presentes con un corazón abierto, con humildad desbordante, con un amor ardiente y un celo fervoroso.
Como esos Reyes espero con ilusión la Epifanía del Señor para ponerme a la puerta de la cueva de Belén con esa misma reverencia y admiración. Anhelo dejarme iluminar por la fuerza del resplandor de este Niño divino, y la luz de santidad que irradia María, su Santísima Madre. Hacerlo con venerable respeto, con alegre devoción, con íntimo afecto para ofrecerle mis propios dones: el oro de la pobreza de mi vida y de mi corazón, el incienso oloroso de mis pequeñas y sencillas virtudes y la mirra amarga de mis sacrificios, mi desprendimiento de lo terrenal y me apego a las cosas de Dios.
Cuando los Reyes ofrecieron postrados de rodillas sus dones al Dios hecho Hombre ¡lo harían, seguro, llenos de emoción predispuestos a servir a ese gran Señor, ahora todavía un Niño, y ponerse al servicio de esa gran Mujer que es la Virgen María! ¡Y, sobre todo, con la predisposición del corazón a alabar al Dios de todo lo creado!
Como los sabios de Oriente en su humilde y reverencial adoración deseo desprenderme de mis coronas mundanas y ponerlas ante el Niño Jesús como signo de reconocimiento de la grandeza de Dios y lo pequeño que soy ante Él. No pretendo humillarme. Simplemente, desprenderme de mi soberbia, de mi egoísmo, de mis yos, para colocarme con todo mi amor y cariño en el lugar que me corresponde ante Dios. Sólo pretendo dejarme guiar por Él, permitir que mi corazón acoja su Palabra y dejar que mi voluntad no frene los proyectos que Dios tiene pensados para mí.
Y como los Reyes me quiero poner en adoración, ofreciendo al Señor mi pequeñez confiando en que el Niño Dios la acoja; ofreciendo mi vida para servirle a Él y a los demás; ofreciendo mis pobres presentes para que esos regalos se conviertan en un acto de autenticidad de mi vida cristiana; ofreciendo mi vida para ser testimonio de la verdad.

000
¡Señor, Jesús, al igual que los Reyes Magos quiere ir también a adorarte cada día! ¡Quiero hacerlo con las manos llenas! ¡Quiero, Señor, ofrecerte el oro de la pobreza de mi vida y de mi corazón, el incienso oloroso de mis pequeñas y sencillas virtudes y de mi oración, la mirra amarga de mis sacrificios y el desprendimiento de lo terrenal para apegarme a las cosas de Dios! ¡Quiero permanecer siempre fiel a Ti, Señor! ¡Quiero honrarte siempre! ¡Quiero alabarte siempre! ¡Quiero ser tu amigo, Señor! ¡Quiero honrar a tu Santísima Madre! ¡Señor, me postro ante Ti porque no te quiero olvidar jamás, porque quiere tenerte siempre en mi corazón, porque quiero vivir Tu Evangelio en total plenitud, porque te necesito para tener un corazón generoso y misericordioso, porque no quiero olvidar nunca que eres mi Creador! ¡Te quiero, Niño Dios, que has nacido por misericordia de Dios, el Padre que quiere tanto a su descendencia que no puede soportar que los hombres nos perdamos para siempre! 







Mirar con nitidez más allá de las apariencias de la vida

Probablemente durante esta Navidad habrás mirado —contemplado— el pesebre infinidad de ocasiones. Y rezado, meditado y suplicado al Niño Jesús solo o en familia. Fijado la atención en ese Niño Dios que ha venido a salvarnos. Y experimentado en tu corazón su amor. Y comprendido que, para convertirse en un seguidor de Cristo, hay que aprender a mirar con ojos de amor.
Mirar como el sol se pone por la mañana, la sonrisa de tu hijo, el gesto de tu cónyuge, el trabajo bien hecho de tu compañero de oficina, el vuelo de un pájaro, la mano tendida de un mendigo en la esquina de tu casa… pero, sobre todo, mirar aquello que a simple vista es difícil de ver porque las prisas, la aceleración de la vida, el estrés incesante del trabajo o de la vida social, ese «no tengo tiempo para nada», impide que nuestra mirada sea un mirar contemplativo que interiorice lo que la vista observa y el corazón acoge.
Cuando la serenidad no anida en el corazón humano es imposible que el hombre pueda dar amor, ser comprensivo con los demás, mirar con una mirada de entrega. Y, así, surgen las suspicacias, las desconfianzas, los conflictos, las discusiones, las querellas, los malos entendidos… Si nuestra vida avanza tan rápido que es imposible detenerse brevemente a mirar lo que gira a nuestro alrededor, tampoco será posible pararse a mirar a ese Dios que espera cruzarse con nuestra mirada.
De toda mirada surge siempre una experiencia. Una experiencia que puede llevar tras de sí un encuentro con uno mismo o con los demás, con el entorno o con la realidad de un mundo que se abre a nuestro alrededor pero que la ceguera del egoísmo nos impide ver. Sin una mirada serena, alegre pero de quietud, inserta en el corazón, es imposible que germine la semilla de la fe.
Personalmente, la contemplación del Niño Jesús en el pesebre de Belén ha significado una invitación a mirar la realidad de mi vida. A fijar los ojos en ese Dios infante que me permite mirar profundamente lo que anida en mi corazón, para crecer en el amor y en la fe, para detenerme en aquellos detalles que debo mejorar, para mirar con ojos renovados a los demás, para fijar mi mirada en el que sufre y necesita de mi amor y mi perdón, para mirar con dulce compasión al que busca mi consuelo y mi paz, para mirar con firmeza al que necesita de mi ayuda, para mirar con generosidad al que busca mi consejo, para mirar con nitidez más allá de las apariencias de la vida, para acoger con interés lo que nos quieren transmitir, para mirar con sencillez cuando nos tienen que corregir…
Ese Niño Dios es el mismo que años más tarde curará en las aldeas de Galilea los ojos de los ciegos que viven en las tinieblas y la oscuridad. O lo que es lo mismo, mi propia ceguera espiritual. Por eso hoy, a pocos días de que la Navidad llegue a su fin, elevo mi mirada al cielo e invoco al Dios creador para que, viéndole en el pedestal de la gloria, alegre por la presencia de su Hijo en mi corazón, mi mirada se impregne de su luz para que ilumine mi camino y la senda de los que andan junto a mí en ese peregrinaje hermoso que es la vida con Dios en el corazón. 


00000000000000000000
 
¡Padre de bondad, cambia mi mirada; convierte mi corazón para que sea capaz de descubrir tu presencia y las huellas del Reino, tan cercanas y cotidianas, y mirar la vida con tus ojos! ¡Cambia mi mirada para vivir la fiesta del encuentro, para sorprenderme cada día con tu caminar a mi lado, Tu que eres Señor mi compañero y protector! ¡Cambia mi mirada, para descubrir a Tu Hijo Jesucristo, que vive en el que sufre, en el que tiene problemas económicos, en el que está enfermo, en el marginado por la sociedad, en el que no tiene esperanza, pero amado y preferido por Ti! ¡Cambia mi mirada para encontrar las semillas de Evangelio, que crecen en mi pobre y sencilla humanidad! ¡Padre de Amor y Misericordia, abre mis ojos y mis oídos, para encontrar la senda correcta y escuchar tus desafíos! ¡Dame Espíritu Santo la mirada del Evangelio que transforma el mundo para convertirlo en sacramento, señal viva de tu presencia y eco fecundo de tu aliento! ¡Ayúdanos, Padre Dios, a buscarte en la vida, a encontrarte en la historia de cada persona que se cruza en mi camino, a localizarte en lo cotidiano, para servir a los demás, trabajar hacer el mundo mejor y contribuir a construir con ello tu Reino!







¡De la mano de María… todo es más fácil!

Primer sábado del año con María en nuestro corazón. Los ecos de las campanadas se apagan. Nos queda sólo la deslumbrante hermosura de ese Niño que venimos adorando desde el día de Nochebuena, la humildad con la que nos encontramos con Él en el pesebre, y la ejemplar sencillez de sus padres, la Virgen María y san José que con su tierna mirada provocan en los pastores un vuelco en su corazón convirtiendo en canto lo que el eco de su alegría interior les hace sentir. Serán los pastores los primeros mensajeros de salvación como recuerda san Lucas en su Evangelio: “Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído”.
Ha pasado el primer día del año, un día dedicado a la paz y lo hemos vivido confortados con esta hermosa oración: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”. Que el Señor nos llene de su paz, ya que ésta no es fruto de componendas humanas, sino del sorprendente efecto de su mirada benévola sobre cada uno de nosotros.
Los ecos de las campanadas se apagan pero la presencia de María se hace más fuerte si cabe. María, Madre de Dios y Madre nuestra, es la mujer que ejemplifica de mejor manera la fuerza de la fe; Ella acogió a Dios con alegría en su corazón, en su vida, en su cuerpo, en sus planes de vida, en sus sentimientos y, sobre todo, en su experiencia como esposa y como madre.
El año se pone en marcha y nosotros seguimos peregrinando hacia la Jerusalén celestial. ¡De la mano de María, todo será más fácil!

000000
¡María, que este año que comienza, recorra contigo mi camino de fe con confianza; que sepa conservar en mi corazón todo lo que reciba de Tu Hijo; que sea capaz de responder con entereza mi adhesión a Dios! ¡María, Madre de Dios, intercede por mí, por mi familia y mis amigos ante tu Hijo, para que el rostro de Cristo resplandezca en nosotros cada día de este año que ayer comenzamos! ¡María, Madre del «sí», que sentiste en tu corazón los latidos de Tu Hijo y los timbres de su voz, háblame de Él para que se fortalezca mi fe! ¡María de Nazaret, que viviste con Jesús, muéstrame tus sentimientos, tu humildad, tu sencillez, tu docilidad, tu silencio orante para que florezca en mi corazón la Palabra de Dios! ¡María, muéstrame a Tu Hijo, para que la fe brille en mi corazón, en mi mirada, en mis gestos, en mis palabras, en mis pensamientos… para que con ese frescor que da el seguir a Jesús pueda calentar los corazones de los que se crucen en mi camino! ¡María, Señora del Magnificat, ayúdame a llevar al mundo la alegría que Tu diste a santa Isabel y la mía sea una vida de servicio a los demás! ¡María, Tú que eres la puerta del cielo, en este año que comienza ayúdame a elevar cada día la mirada a las alturas para ver siempre a Jesús y anunciar a todos los que me rodean cuán grande es Su Amor!







¿Qué pido yo para este año que comienza?

¡Año nuevo! Felicidades de corazón a todos los lectores de estas meditaciones. Lo nuevo siempre es noticia. La novedad forma parte de ese exclusivo y limitado número de palabras llenas de magia que despiertan significados positivos.
¿Por qué nos gusta tanto lo nuevo? ¿Por qué damos la bienvenida con tanta alegría al año nuevo? Por la novedad, por lo que todavía no se ha experimentado, por esa apertura a la sorpresa, a la esperanza, a la expectativa, al sueño. Hija de todos estos principios es la felicidad. Si tuviéramos la seguridad de que el año nuevo nos reservará las mismas cosas que el que dejamos atrás nos dejaría de agradar. El Año Nuevo renueva nuestro corazón para amar. El Año Nuevo transforma. El Año nuevo nos hace cantores del cántico nuevo, ese mandamiento de Cristo que lo transforma todo: amaos unos a los otros como yo os he amado.

000
 
¿Qué te pido yo, Señor, para este año que comienza? ¡Sentimientos nuevos, Señor, para que en las doce ventanas de este 2016 tenga una fe fuerte para nunca dudar de ti; oración para no alejarme de Ti; fortaleza para no dejarme vencer por los problemas y dificultades; trabajo para que no le falte a mi familia el sustento cotidiano; ilusión para afrontar todas las cosas con alegría; coherencia para no desafinar en lo que pienso, en lo que digo, en lo que hago, en lo que creo y en lo que defiendo; humildad para reconocer mis limitaciones, mis miserias y mis pecados y aceptar la crítica ajena y mejorar como persona; caridad para no dejarme dominar por la soberbia y el egoísmo; amor para querer más a los míos y ofrecerme sin nada a cambio para quien más lo necesite; optimismo, para no desalentarme en las luchas cotidianas; verdad para tener fortaleza ante las mentiras interesadas; y salud para estar fuerte para proclamar tu Reino! ¡Te pido, Señor, que cierres también los contrafuertes de las ventanas para que penetren en mi corazón todas aquellas cosas que me dañan, me hacen caer en los errores mediocres de siempre, me alejan de la verdad, me distancian de tu Gracia y me impiden actuar con nitidez, con verdad, con perfección, con sencillez y con magnanimidad!
¿Qué te pido yo, María, para este año que comienza? ¡Imitarte en tu seguimiento y en tu corazón abierto para hacer siempre la voluntad del Padre! ¡María, Señora de los humildes, de los desamparados, de los necesitados de amor, cambia mi mirada, convierte mis puntos de vista, encarna en mi la presencia de tu Hijo, embebe mi corazón, para que en este año que nace, el Año de la Misericordia, mi corazón sea un corazón amoroso y misericordioso que sepa amar y perdonar! ¡María, Virgen fiel a la Palabra, enséñame este año a escuchar más a Dios, a dejarme sorprender más por Él, para ir descubriendo la voluntad en mi! ¡Maria, Señora de la fidelidad y el compromiso, que te entregaste sin condiciones, enséñame a ser fiel en el camino, a no desfallecer nunca, a seguir sin dejar caer los brazos! ¡María, Señora de los Dolores, que nos enseñas que la fidelidad tiene momentos de dolor e incomprensión, ayúdame y permíteme superar hasta lo más difícil! ¡Ayúdame a ser siempre fiel, fiel al amor compartido a mi pareja, entregado a mis hijos, compañero a mis amigos y conocidos, misericordioso con los necesitados y ofrecido al Padre y a tu Hijo, Señor de la Vida! ¡María, Madre de los que buscan, que sepa seguir tu ejemplo para ser fiel a Jesucristo, Tu Hijo! ¡Tu que vives el servicio con Amor, dame el valor para vivir la fidelidad a Tu Hijo en la acción solidaria a los que más lo necesitan, a los que sufren, a los que necesitan paz en el corazón! ¡Y en este Año Santo de la Misericordia, ayúdame a vivir practicando la fe en obras de justicia, de caridad y de amor para crecer en fidelidad y entrega al Reino de Dios que ha nacido en medio de nosotros! ¡Transforma mi corazón, María, para como tu dar mi «Sí» decidido al Padre!







Un nuevo capítulo de mi vida

Esta última noche del año escribiremos un capítulo más en la historia de nuestra vida. Lo que hayamos redactado con absoluta libertad en las páginas de este libro, en la que nosotros somos los únicos protagonistas, no podremos borrarlo. Dios nos lo entregó para que lo fuéramos cumplimentando y como cada año nuestras notas diarias habrán dejado su impronta. En lo escrito no caben borrones ni enmiendas. No es posible corregir nada. Ahora, esa parte del libro sólo pertenece a Dios… y a nuestra conciencia. Este capítulo de nuestra vida forma parte de la eternidad. El día del juicio final lo releeremos juntos, Dios y cada uno de nosotros, con todas sus consecuencias.
Antes de que concluya el año es la oportunidad de sentarse frente al Señor, con el libro abierto en el capítulo “2015”. Habla de nosotros mismos. De nuestra historia, la que nosotros hemos escrito personalmente. Es recomendable leerlo despacio, en conciencia. Saborear los momentos alegres y dar gracias por ellos. Recordar las páginas más amargas y dolorosas, y elevar también nuestras gracias al Padre. Deleitarse con los pasajes más hermosos y tratar de corregir en nuestro corazón aquello de lo que nos arrepentimos.
Las páginas que hay que leer con más atención son aquellas de las que no nos sentimos orgullosos. Las que más duelen. Las que más nos avergüenzan. Las que nos producen dolor. Intentar arrancarlas es inútil. Serán sustituidas por las nuevas páginas que escribamos en el año que comienza.
Es el momento de recrearnos también con aquellos pasajes en los que el Señor está presente. ¡Que bellas son las escenas en las que Dios se nos muestra con su amor y misericordia!
Cuando decidamos cerrar el libro, tomémoslo entre las manos y entreguémoselo al Padre pronunciando tan sólo dos frases muy simples: “Gracias, Dios mío” y “Perdón, Padre bueno”. Dios, que es amor, siempre perdona y abre nuevos caminos a nuestra esperanza. Y nos permite escribir con toda libertad un nuevo capítulo de nuestra vida. Si lo que escribamos va acompañado de su mano y de su corazón tal vez al final del año que comienza nos sintamos orgullosos de nosotros mismos. Para ello, la primera frase de este nuevo capítulo podría ser esta: “Jesús, José y María os doy el corazón y el alma mía”.


000000
 
En cualquier caso, Padre mío, ¡te pido que me llenes de tu bondad y de tu alegría, de tu claridad y sabiduría, de tu amor y tu misericordia, de tu bondad y tu optimismo, de tu fuerza y tu prudencia, de tu magnanimidad y tu clarividencia para iniciar el año nuevo con energías renovadas! ¡Regálame un año feliz y enséñame a repartir felicidad!
¡FELIZ AÑO A TODOS LOS LECTORES DE ESTAS MEDITACIONES!


Traspasar la barrera del miedo

Tener miedo forma parte de nuestra pobreza. Miedo al dolor, al fracaso profesional, a la muerte, a equivocarse en las decisiones vitales, al descontrol, a la soledad… El miedo es el parachoques que nos previene de los peligros y nos mueve a la reacción; nos hace conscientes de que, en nuestra humanidad, no podemos con todo. El miedo, unido a todo aquello que no controlamos y que amenaza con aplanar nuestra vida, la felicidad, la seguridad económica, la salud… es el símbolo de esa barcaza sacudida por el oleaje y que asegura el hundimiento seguro.
El más profundo de los cambios es traspasar la barrera del miedo y agarrarse a la confianza. “No temas”, son las palabras que el Señor dirige al corazón de nuestros miedos. Una voz que nos devuelve la paz perdida, que infunde serenidad al corazón. El miedo humano no se espanta con razones, se acalla con presencias que apoyan nuestro ánimo. Sucede en lo humano, se manifiesta en la fe.
Sucede que, derrotando nuestros miedos primerizos al cambio, repletos de confianza nos atrevamos a “saltar de nuestra barca” y empecemos a “caminar sobre las aguas” de lo desconocido, animados por esa voz que nos alienta, como le sucedió a Pedro. Ocurre cuando nos atrevemos a dar cambios relevantes en nuestra vida y nos tomamos en serio el seguimiento de Jesús. Son los cambios que tienen su raíz en la generosidad, la buena predisposición, la ilusión y el sentimiento de que queremos y estamos dispuestos a lograrlo. Y, es frecuente que, tras esta decisión valerosa, los miedos retornen con mayor fuerza de la esperada. En este caso el desconcierto y la sensación de zozobra es más intensa. Siempre existe un miedo antes del cambio y otro después del cambio. ¿En qué sustentamos los cambios profundos de nuestra vida? ¿Qué o quién sostienen nuestras trasformaciones? Hay cambios que se logran por uno mismo, que dependen exclusivamente de la propia capacidad y de la fortaleza para derrotar la propia resistencia y los miedos. Pero hay cambios que sólo se sostienen por la Gracia. Para los primeros es necesaria mucha generosidad y valentía. Para los segundos, los requisitos indispensables son humildad y confianza. Y, al terminar el año, es bueno sopesar cómo hemos vivido y qué miedos nos han paralizado para avanzar hacia la santidad cotidiana, esa a la que todos estamos predestinados.


Elijah-Sleeping
 
¡Dame la gracia, Señor, para vencer mis resistencias! ¡Permíteme que seas Tu el que haga y me conduzca siempre! ¡Gracias, Señor, porque arrojas de mi vida las angustias, las penas, las tribulaciones, las confusiones, la ansiedad y todo aquello que me aleja de Ti y que tanto te desagrada y permites que me abandone a Tu voluntad con confiada esperanza! ¡Señor, me invitas a no tener miedo! ¡Me invitas a grabar bien esta frase capaz de transformar mi vida espiritual! ¡Me invitas a tener confianza en Ti para realizar los anhelos bellos y nobles que Dios ha sembrado en mi corazón! ¡Señor, soy feliz por tu elección y tu llamada! ¡Estoy alegre, Señor, porque siento que soy tuyo y que Tu amor me envuelve cada día! ¡Mi corazón salta de gozo, Señor, porque me amas y que nadie me puede quitar tu amor! ¡Señor, envía tu Espíritu sobre mí, para que me dé la fortaleza para avanzar, la sabiduría para comprender, la paciencia para esperar! ¡Y, Señor, cuando sienta miedo o angustia, recuérdame lo mucho que represento para ti! ¡Me consuela saber, Señor, que soy valioso para Ti y que me amas con un amor infinito! ¿Cómo Señor, puedo alabarte por tu gran amor? ¡Venciendo el miedo y transmitiendo a todos mis hermanos que no tengan miedo, pues todos somos valiosos para ti!
Una pequeña joya de Telemann. Su Aleluya del Salmo 117:


¡Dios me escucha! ¡Y yo lo quiero compartir!

La creación es como una sinfonía maravillosa que nos une a la mano creadora de Dios. En ella, las notas que se deslizan en el pentagrama de la vida une las voces de los pájaros y los vientos, la oscuridad de la noche y la luminosidad del día, la omnipotencia de las montañas y la quietud de los valles, la inmensidad de los mares y la sinuosidad de los ríos, la enormidad de los cetáceos y la delicadeza de las insectos…
En esta gran sinfonía perfecta mi sencilla voz trata de hacerse escuchar. No es una voz vibrante, que enamore. De hecho, la mayoría de las ocasiones es un desatino por lo que desafina. Y las palabras que surgen de mis labios demuestran la pobreza de mi ser.
Pero aún y así, postrado ante el sagrario en actitud orante, necesito y deseo elevar mi alabanza a Dios, invocarle desde el corazón, como esa alma que suplica de su bondadosa paternidad la misericordia y la compasión.
Soy pequeño y un pecador. Tropiezo en la misma piedra una y otra vez. Por eso, mi corazón se estremece cuando se pone a cantar porque desearía poderle ofrecer un canto puro y limpio que surja de un corazón que sepa transmitir amor.
Me duele cantar de esa manera. Sin embargo, consciente de mi pequeñez extiendo mis manos para ofrecer pobreza, miseria e incapacidad.
Pero entonces Dios, que escucha desde el trono de la divinidad el coro de voces que suplican su amor, escucha mi voz, como escuchó la de aquel pobre hombre, que suplicaba en la penumbra del templo, con sencillez y aflicción: “¡Dios mío! ¡Ten compasión de mí, que soy un pecador!”.
Dios me escucha. Y me mira con ternura. Y acoge en su corazón esa voz frágil, quebradiza, desafinada y temerosa de ese hijo que le ha ofendido en tantas ocasiones para a continuación mendigar su perdón.
Y esa voz tenue y desafinada se vuelve firme y vigorosa para elevar a Dios un canto que exclama su fidelidad eterna. Es un canto que alaba a Dios y que agradece su Amor eternal a pesar de mi miseria y mi debilidad.
¡Dios es grande y su misericordia infinita! ¡Y yo lo quiero compartir!


0000000000
 
¡Jesús, amigo, ten piedad de mi, miserable pecador! ¡Señor, sé que con frecuencia actuo mal, que no hago lo que Tú esperas de mí, que mi forma de actuar se aleja muchas veces del camino del amor, que mis palabras hieren a los que me rodean, que mis pensamientos no vivifican el mandamiento del amor! ¡Señor, también sabes que me duele actuar así! ¡Me duelo porque traiciono tu amor y el de los demás! ¡Te pido, perdón, Señor, y te suplico la fuerza de Tu Espíritu para vivir como viviste Tú! ¡Transforma mi vida, Señor! ¡No te quiero rechazar porque eres el gran regalo del Dios del perdón! ¡Y a Tí Padre, soy consciente que he quebrantado tus leyes y que mis pecados me separan de ti! ¡Perdóname y ayúdame a no pecar de nuevo! ¡Creo firmemente que Tu Hijo Jesucristo murió por mis pecados, resucitó de la muerte, está vivo y escucha mi oración! ¡Anhelo que Tu Hijo Jesús se convierta en el Señor y Salvador de mi vida, a que gobierne y reine por siempre en mi corazón! ¡Envía tu Espíritu Santo, Dios de bondad, para que me ayude a obedecerte y a hacer tu voluntad por el resto de mi vida!

Valentía frente al aborto

El día de hoy recordamos a los Niños Inocentes que el sátiro Herodes ordenó asesinar tras el nacimiento de Cristo. Un día de reflexión sobre todos los niños y niñas que sufren con Jesús la santa inocencia de Cristo… Fueron estos infantes inocentes los primeros cristianos santos de la Iglesia. Por eso se les asegura, desde tiempos inmemoriales, su lugar de privilegio en el calendario de los Santos. Tuvieron el honor de ser los salvadores de nuestro Salvador. Aquellos niños no sólo murieron por Cristo, lo hicieron en su lugar. Recordamos hoy también el sufrimiento martirial de tantos niños en el mundo que han sido abortados, el mayor genocidio consentido en nuestra sociedad desde hace varias décadas. La gravedad de estas muertes aceptadas por la sociedad ha menguado progresivamente en la conciencia de tantos hombres y mujeres, muchos de ellos cristianos. El aborto es un crimen que no permite distinción entre el bien y el mal porque lo que se dilucida es el derecho fundamental a la vida. Seamos siempre valiente a defender el derecho a la vida y no giremos la mirada nunca la mirada por razones de interés o por engañar nuestra conciencia. 

000000
 
¡Dios mío, enséñame a entender que toda vida humana es sagrada, desde la que surge del embrión en el vientre de una madre a la de ese enfermo al que han desahuciado; desde la de ese niño con discapacidad a la de ese adulto en la vejez; la del niño enfermo terminal al adulto moribundo! ¡María de Belén y de Nazaret, esposa de José, Madre dolorosa, modelo de fe y esperanza, te encomiendo a todas las mujeres que sufren el dolor de haber abortado y a sus bebés abortados, dales tu cuidado maternal! ¡Perdona, Dios bueno, a los padres que abusando de la libertad destruyen el don de la vida que Tú nos has dado! ¡Perdona a los que destruyen la vida humana abortando el bebé que esperan! ¡Dales a estos niños por nacer la oportunidad de gozar de Tu presencia por toda la eternidad! ¡Quisiera en este día, Padre, adoptar espiritualmente a un bebé por nacer y ofrecer mis oraciones, mis sufrimientos, mi trabajo, mis alegrías, mis anhelos, por ese pequeño, para que pueda nacer y vivir para Tu mayor honor y gloria! ¡Quisiera hacer mío el sufrimiento de los niños abandonados por sus padres, los niños que no gozan del cariño paterno, de los niños que mueren de hambre en manos de padres impotentes ante esa injusticia, de los niños de la guerra, víctimas inocentes de la prepotencia de los nuevos Herodes, de los niños que sufren el turbio poder del abuso o el tráfico sexual! ¡Me uno a tu sufrimiento por ellos, Dios de la misericordia y del amor! ¡Padre bueno, gracias por darnos la vida y recordarnos que con independencia de la edad, raza o credo, cada ser humano ha sido creado a tu imagen y semejanza, y hemos sido redimidos por Cristo y esto nos hace sentir que ante todo nos contemplas con tu mirada!

¡Bendita sea la Navidad!

¡Bendita sea la Navidad! ¡Dios ha nacido! ¡No puedo dejar de exclamar “¡Aleluya!”! ¡Qué acontecimiento más extraordinario! ¡Es el gran misterio de la Navidad! ¡Aleluya!
Mi corazón late con la misma alegría que el de los pastores cuando supieron del Ángel que “¡Ha nacido el Salvador! ¡Mi Salvador, el que me ama, me sostiene, me perdona, me escucha, me espera!
En mi corazón brilla luminosa la fe y la esperanza y aparco por un día la mundanidad de mis problemas, mis ocupaciones y mis distracciones para acoger al Dios hecho hombre en mi oración.
¡Dios está entre nosotros, acurrucado en el regazo de María bajo la atenta mirada de san José! Meditas esta escena y todo es Amor, humildad, confianza, serenidad, salvación, esperanza.
Y con el corazón abierto, elevando las manos al cielo sólo queda dar gracias a Dios. Y, exclamar, en la penumbra del sencillo portal, haciéndose un hueco entre los pastores, ¡Gracias, Dios mío, porque cada año renuevas tu confianza en el ser humano! ¡Gracias, Señor, porque te haces amigo de los hombres haciéndote hombre! ¡Gracias, Dios de bondad, por el amor que nos manifiestas! ¡Gracias por el ejemplo de la Sagrada Familia que nos permite crecer en el amor familiar! ¡Gracias, Señor, porque contemplando tu pequeñez, tu pobreza y tu aparente insignificancia enriqueces nuestro corazón y nuestra vida! ¡Gracias, Dios del perdón, porque nos traes la paz!
El Dios creador, hecho hombre, nos deja sin argumentos. Buscamos siempre el bienestar y Él se presenta en la pobreza más absoluta; somos soberbios y vanidosos y Él testimonia la grandeza de la humildad; nos cuesta servir y amar y Él nos reviste con amor eterno; enmascaramos nuestra autenticidad y felicidad y Él se asoma con una alegría celestial; nos lamentamos de que no nos da pruebas de su existencia y en el portal está aquí, dejándose besar y adorar esperando nuestra entrega como un mendigo del amor.
¡Menudo día el de ayer! ¡Un gran elogio a la fe! ¡Qué no se me olvide a lo largo del año lo que vivimos ayer!


000000
 
¡Padre, gracias por la generosidad de hacerte niño! ¡Gracias, Señor, porque me enseñas que en la pobreza de corazón está la grandeza del hombre! ¡Gracias, Señor, porque caminando en la humildad aplacamos nuestro orgullo y nuestra vanidad! ¡Gracias, Señor, porque en tu entrega generosa nos enseñas a entregarnos nosotros a los demás! ¡Gracias, Señor, porque has salido a mi encuentro, has inundado mi corazón de paz y me permite crecer en el amor! ¡Gracias, Señor, porque adorándote a Ti no tengo que idolatrar esos dioses que merodean mi corazón! ¡Gracias, Señor, porque en la penumbra del portal tu amor calla y me haces comprender que el sufrimiento, el dolor, la dificultad me acompañarán también en mi camino de cada día pero que contigo a mi lado nada tengo que temer! ¡Gracias, Señor, por darnos a María, Tu Madre, que junto al pesebre sabe estar y esperar! ¡Gracias, Señor, porque teniéndolo todo te presentas en Belén sin nada y eso me hace replantearme muchas cosas de mi vida! ¡Gracias, Señor, porque vives en mi corazón y me llenas de gozo, alegría, esperanza y de paz!


..............................................................................................................................................................................







Domingo de la Quinta Semana de Pascua
Saulo predicaba públicamente el nombre del Señor, hablaba y discutía con los judíos que pretendían suprimirlo...
(De la primera lectura)
Enséñanos, Señor, a hablar de ti, a contar las maravillas, a entusiasmar a los otros con tu mente y tu modo de vida.
Danos la palabra adecuada para hacerla con tolerancia y verdad.
Reflexión
Sin mí no podéis hacer nada. Me encontraba en una comunidad cristiana que no es la mía habitual.
Era el día de convivencia. En la sala donde "se cocían”, los platos que salían para "picar", me encuentro a una señora. Me acerco y le digo: "Qué cara de buena tienes, estas cosas sólo las hace la buena gente".
La respuesta fue instantánea: Pide al Señor que le haga caso y me ayude a ser buena". Fue la confirmación de su bondad. Porque en esa frase reconocía que sin él no se puede hacer nada bueno ni ser buena. «Sin mi no podéis hacer nada." Es increíble cómo enseña el Señor, cómo da lecciones, cómo aprenden los buenos que "no lo son porque se hacen, sino porque se dejan hacer”.
Lo de Dios es imposible sin Dios. Lo de Dios es un corazón abierto. Lo de Dios es demostrar el cariño del Padre. Lo de Dios es entregarse tanto por los demás; que algunos acaban diciendo de ti que eres un poco "tonto" porque te entregas, porque sirves porque no mides, porque callas, porque no juzgas, porque pones luz en medio de la noche... Y todo eso no nos sale de dentro si dentro no nos lo pone el mismo Señor. La savia de Dios sólo viene de Dios. La vida y los frutos de Dios sólo florecen mientras estamos unidos a la cepa.
Es imposible tener vida de Dios sin estar unidos a Dios. “Al que no permanece en mi, lo tiran porque es como un sarmiento seco que no vale. Pero si os sentís unidos a mí, la vida de mi Padre será vuestra vida.»
Oye, Señor…
Aunque nosotros queremos parecer únicos,
somos como los sarmientos de la vida,
estamos unidos a ti, dependemos de ti
y todo lo mejor nuestro, tú nos lo has regalado.
Porque tú haces crecer en nosotros la ternura,
tú impulsas la creatividad para la vida,
tú nos sugieres la mejor forma de tratarnos,
tú nos das fuerza para luchar por la justicia.
Tú eres el que nos anima para ser sal
y hacer más agradables todos los lugares,
tú nos enciendes con tu luz, para vivir seguros
y acompañar la historia de los de alrededor.
Tú eres el que nos hace libres, desde el fondo,
para atrevernos a comenzar nuevos caminos, 
a vivir comprometidos con la humanidad,
para construir fraternidad y cuidar lo que es de todos.
Tú nos alimentas en la oración y en el silencio,
nos dinamizas en las celebraciones de nuestra fe,
fortaleces nuestros sueños y osadías,  
para seguir construyendo una tierra nueva y fraterna.
Sugerencias
. Revisa con el Señor tu horario y el tiempo que dedicas a los demás.
. Presenta en la oración tus sueños y compromisos de construir fraternidad.
. Siéntete sarmiento, unido a la vida, a lo largo del día.
Salmo
Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que le buscan:
viva su corazón por siempre.
Lo recordarán y volverán al Señor;
hasta de los confines de la tierra;
en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor.
(Salmo 21)

Pensamiento
¡Cuánta gente te sigue, Señor!...y a mí me preocupa los que no te conocen. Haz que contemos con ilusión y fuerza quién eres, para que los que siguen a otros dioses, te encuentren y te disfruten.

Sábado de la Cuarta Semana de Pascua
Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra. Ellos se alegraron y alababan la palabra del Señor…
(De la primera lectura)
El Señor cuenta con nosotros para liberar y desculpabilizar, para que les acerquemos la palabra de Dios y así su vida tenga más sentido.
Reflexión
Te damos gracias, Señor:
porque te haces presente en el corazón de nuestros miedos; 
porque a pesar de que nos protegemos, tú sabes saltarte las puertas y los cerrojos;
porque siempre llegas con palabras de paz y de perdón;
porque no avasallas, ni anulas la originalidad de cada uno;
porque nos dejas libres para creer; ,
porque pones a nuestro lado gente buena que nos ayuda a creer;
porque te gusta estar donde estamos, en las cosas ordinarias; 
porque siempre nos lanzas a la confianza;
porque tienes razones que no entendemos;
porque te revelas como un Dios de soluciones y salidas
que nos admiran;
porque nos llamas por el nombre;
porque reconoces nuestra voz y nuestra forma de ser;
porque te dejas conocer y tratar;
porque rompes distancias y te haces Dios de familiaridad;
porque nos pones en movimiento;
porque te haces nuestro alimento;
porque te haces nuestro camino;
porque te haces nuestra vida;
porque podemos decir de verdad: “Vida mía”
porque nos llevas al Padre;
porque nos envías la fuerza de tu Espíritu
porque de verdad eres “el Resucitado”.
Oye, Señor…
Hay momentos en nuestra vida,
que contigo se vuelven sagrados,
que sentimos tu presencia,
que nos sabemos hijos de Dios.
Cuando mantenemos contigo,
una comunicación íntima y frecuente,
cuando vemos la vida con tus ojos,
cuando te dejamos hacer, todo es fácil.
Tú, Señor, nos haces saborear la plenitud,
llenas de sentido nuestro ser cotidiano,
fortaleces nuestra tendencia a amar a todos,
y nos haces ser como tú, entre la gente.
Gracias, buen Padre Dios.
Sugerencias
. Pide al Señor que te ayude a entrar en su misterio profundo, en la oración.
. Vive todo el día atento a la presencia de Dios a tu lado.
Salmo
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia
y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor; tierra entera; gritad, vitoread, tocad.
(Salmo 97)
Pensamiento
No podemos hacer otra cosa que alabar a Dios, por la cantidad de maravillas que nos rodean, por las que ha hecho en cada uno de nosotros y las que hace en los demás seres humanos. Gracias, Señor. 











 Miércoles de la cuarta semana de Pascua

 “Jesús dijo gritando: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí, no quedará en tinieblas”. (Jn 12,44-50)

No me gustan las “cajas fuertes”.
Son pesadas y necesitan clave para poder ser abiertas.
No me gustan esos baúles donde guardamos todo bajo llave.
En cambio me gustan los retratos que siempre nos hablan de otros.
Me gustan las ventanas que dejan mirar hacia afuera, y ver el parque donde se sientan los ancianos y juegan los niños.

No me gustan esas personas misteriosas que nadie sabe lo que piensan.
No me gustan esas personas misteriosas que se encierran en sí mismas.
No me gustan los espejos que solo me permiten verme a mí mismo.

Por eso me encanta Jesús:
El nunca nos retiene sobre sí mismo.
El siempre apunta y señala al Padre.
“El que cree en él, no cree en él, sino en el Padre que lo envió”.
“El que lo ve a él, no lo ve a él, sino al Padre que lo envió”.

¿Recuerdan a aquella jovencita madrileña que veraneaba en Irán todos los años?
Al morir, descubrimos en su diario esta frase: “María, mi santa Madre, que quien me mire, te vea”.
Tampoco ella quería ser el centro de atención de nadie.
Y eso que era una joven bonita.
Quería pasar ella desapercibida y que en ella pudiéramos ver a la Virgen María.

¿Cuánto gastamos en acicalamientos, para llamar la atención y que nos vean?
¿Cuánto gastamos en peluquerías, para que los demás se fijen en nosotros?

Por eso, me gusta Jesús:
El no quiere quedarse con nadie.
Quiere que quien “crea en él termine creyendo en el Padre que lo envió”.
Quiere que quien “lo vea a él termine viendo al Padre que lo envió”.
No quiere ser puerto de llegada, sino puerto de partida.

¿Y no es esa la misión de la Iglesia?
No es ella misma, sino llevar a Jesús.
No es ella misma, sino llevar a los hombres a Jesús.
No es ella misma, sino hacer visible el Evangelio.
No es ella misma, sino hacer visible y creíble a Jesús.
No es ella misma, sino hacer visible el amor del Padre.
No es ella misma, sino hacer visible la vida del Padre.
No es ella misma, sino hacer visible la salvación del Padre.
No es ella misma, sino hacer visible la dignidad de cada hombre.

Por eso:

Es preciso despojarse de todo aquello que impide ver a Jesús.
Es preciso despojarse de todo aquello que impide manifestar al Padre.
Es preciso despojarse de todo aquello que impide poner de manifiesto la belleza del Evangelio.
No podemos quedarnos en el Pórtico de la Gloria si no vemos la Gloria.
No podemos quedarnos en las riquezas artísticas si no descubrimos la verdad del Evangelio.

Eso tienen de maravilloso los santos.
¿Recuerdan a aquella madre que enseñaba a su hijito las vidrieras de la Catedral Gótica? Le dice al niño: “mira qué bonitos los santos”.
Y el niño le pregunta: Mamá, “¿y quiénes son los santos?”
Ella, medio aturdida, respondió: “Hijo, los santos son los que dejan pasar la luz”.

Jesús es el que deja pasar la luz del Padre.
Jesús es el que deja pasar la luz del amor del Padre.
Jesús es el que deja pasar la luz del Evangelio.
Jesús es el que deja pasar la vida del Padre.

Cristiano es aquel en quien nadie se queda, porque ve en él a Dios.
Cristiano es aquel en quien nadie se queda, porque ve en él a Jesús.
Cristiano es aquel en quien nadie se queda, porque ve en él el Evangelio.
Todo cristiano es alguien de tránsito.
Porque cristiano es que cuando alguien lo mira ve en él el Evangelio.

Lunes de la Cuarta Semana de Pascua
Dios les dio el mismo don por haber creído en Jesucristo... y alabaron a Dios diciendo: También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.
(De la primera lectura)
Porque creemos en el Señor, nuestra vida llegará a feliz término, no hemos de tener miedo a nada, tan sólo sentirnos seguros en su Amor.
Reflexión
Yo soy la que siempre tengo la culpa. He pensado qué es «estar muerto” en este tiempo de Pascua y he tenido un ejemplo claro de lo que es estar muerto. Escuchaba a una adolescente que gritaba y acosaba a su madre: «¿Por qué el otro día le diste la razón a él (el abuelo) y no me la diste a mí? Yo soy tu hija. Le defiendes a él más que a mí. Claro, yo siempre soy la última, la que tengo la culpa de todo, yo soy la que menos importancia tengo». Los argumentos iban y venían siempre con la misma lógica: A mí nadie me comprende. Con el corazón un poco apenado iba comprendiendo lo que es «estar muerto». Me parecía que vivir «muertos» es vivir así: vivir comparándonos con otros, vivir con el metro de medir siempre en la mano para ver los centímetros de cariño que me dan de menos (los que me dan de más no se miden). «Estar muerto» es no saber reconocer lo que se te quiere y no llegar a reconocer que el problema no es que no te quieren, sino que no te quieres, ni te interesa ser querida, porque así sigues siendo como eres. Vive alguno tan empeñado en querer ser querido, que no se da cuenta de que no sabe querer. Cuando le dan cariño dice que no lo necesita, que no necesita nada de nadie. Se recome por dentro si no es protagonista de todo, aunque para ser protagonista tenga que recurrir a trucos viejos como el hacerse siempre la víctima y que todos compadezcan su situación. Sólo a ella le pasan cosas que no les pasan a los demas...
Reconozco que hay «muertes» de las que no se resucita de la noche a la mañana. Estamos muy muertos viviendo así como para salir del sepulcro de repente. Hay muertes de las que no se sale si no te dejas ayudar. Hay vida que no es Vida. Sólo es egoísmo.
Oye, Señor…
Tú eres nuestro Pastor, tú guías nuestros pasos,
nos suavizas las dificultades del camino,
nos conduces hasta el lugar adecuado.
Contigo nuestra vida se llena de sentido,
caminamos seguros, al seguirte,
tenemos el amor como equipaje
del que brota la justicia y la hermandad.
Cada día corriente, aunque no pase nada,
contigo aliado, se hace especial,
porque siempre nos pones a alguien cerca,
que nos trae o nos pide algo que hacer.
Si estamos atentos a lo que tú nos dices,
nos hablas constantemente al corazón,
y nos vas sugiriendo cómo actuar en cada caso
y cómo hacer que el momento sea un poco mejor.
Sugerencias
. Ora ante el Señor sintiéndote la oveja perdida, la rescatada, la echada en hombros.
. Mira a las personas que caminan la vida contigo, como ovejas del mismo Pastor.
. Siente la sed y, al beber agua, recuerda la cierva sedienta de agua.
Salmo
Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío.
Tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.
Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara.
Dios, Dios mío.
(Salmo 41)
Pensamiento
Necesitamos a Dios tanto, como el agua que bebemos, y él calma nuestras ansiedades y deseos, él ilumina nuestra vida y nos lleva por el camino de la Vida.
Gracias, Dios mío, por el regalo de tu amor.

Miércoles de la Tercera Semana de Pascua
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna.
(Tomado de la segunda lectura)
Tu propuesta de vida, es clara, Señor.
Nos invitas a abandonar prepotencias, y a vivir atentos al Padre, descansando en ti nuestras preocupaciones.
Tú nos descansas y dinamizas a la vez.
Reflexión
Me da miedo. Es una expresión muy pascual. Los discípulos de Jesús sienten miedo siempre que se les aparece. El miedo va unido íntimamente a lo novedoso. Ante la novedad sentimos miedo. Aunque sea la novedad que esperamos. Pero la novedad nos cambia siempre algo. No podemos ser lo mismo que antes. La novedad nos hace «nuevos», nos retira las referencias de antes y tenemos que comenzar a caminar con otras andaderas... El miedo viene porque nos decimos que «no sabemos si vamos a ser capaces». Y realmente no somos capaces de todo lo que podemos si alguien no nos ayuda a sacar las fuerzas que llevamos ocultas, o nos da fuerzas para ser lo que estamos llamados a ser.
«Sin mí no podéis nada.» Pero con Él, con el Resucitado, podemos todo lo que nos pida (no digo lo que nos propongamos). Cada vez me doy cuenta con más claridad de que la vida de Evangelio no es tanto «proponerse cosas», cuanto dejarse llevar por el Señor. Es Dios el que nos propone cosas. Es Dios el que nos marca metas. Es Dios el que nos lanza a amar, a descubrir a los hermanos por el camino por donde hacemos la vida. Es Dios el que se hace presente como zarza o como perla escondida. Es Dios el que nos sorprende y el que en un momento se hace susurro escuchado en lo íntimo del alma. ¡Reconozco que me he propuesto tantas cosas y no he llegado a ellas...! Hasta que un día,  más que proponerme cosas, me dejo llevar por la brisa de la vida donde Dios está presente... Y todo es más fácil. Y todo es más posible... ¡Déjate llevar por la fuerza de Dios que sopla a tu lado!
Oye, Señor…
Dios mío, cuando uno te sigue,
forzosamente ha de cambiar de vida,
no puede contentarse con lo anterior,
porque tiene que abandonarse en ti.
Nos pides que les contemos a todos
quién eres y lo que nos propones,
hasta que se entere todo el mundo,
que hay que construir tu Reino.
Si de verdad creemos en ti,
diremos las cosas tan claras,
que nos entenderá todo el mundo
y les animaremos a seguirte.
Tú nos propones vivir en amor,
contagiarlo a todos los de alrededor
y proponer que sea el estilo de vida común,
para que todo el mundo alcance la vida abundante.
Sugerencias
. Recuerda tu historia de seguimiento de Jesús y renuévala hoy.  . . 
Habla durante el día de tu relación con Dios.
. Compórtate como un verdadero discípulo.
Salmo
Cantaré eternamente tus misericordias, Señor;
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
 más que el cielo has afianzado tu fidelidad».
El cielo proclama tus maravillas, Señor;
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor; a la luz de tu rostro,
tu nombre es su gozo cada día, tu justicia, tu orgullo.
(Salmo 88)

Pensamiento
Cuando uno te sigue, Señor, tiene alegría interior, rebosa plenitud, su vida está llena de dinamismo, trabaja por la justicia, ama a los demás y disfruta de tu compañía a lo largo del camino. 
Martes de la Tercera Semana de Pascua
Veo el cielo abierto y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios.
(De la primera lectura)
Señor, por más que nos repites los mensajes, por más que nos mandas profetas, nosotros no entendemos y no prestamos oídos al Espíritu.
Sigue insistiendo, Señor, que te necesitamos.
Reflexión
En lo que vives está la participación concreta en la muerte del Señor. Esa comunidad, esas hermanas o hermanos, esas cosas que no tienen ni pies ni cabeza, nada más que una irracional costumbre y una razón acrítica aquí siempre se ha hecho así son tu muerte. Lo entiendo y entiendo cuánto tiene que costarte esa muerte en vida.
Porque es una muerte que no acaba hoy con estos detalles. Mañana volverá a surgir en estos o en otros detalles parecidos. De modo que la muerte se alarga o se abre inesperadamente, algo así como si la muerte nunca acabara. Se te pide morir a cosas... reales.
Mirando de cerca todo, son "tonterías". Y por eso duele, porque nos perdemos en tonterías y no en lo esencial. Pero resulta que para ti las tonterías son lugar privilegiado de vida, de esperanza, de abandono en Dios. Sólo así tiene sentido lo que vives. Sólo porque en ti muere algo hoy, habrá resurrección mañana. Si al morir a algo sientes que tu corazón se une a los gritos de Jesús en el huerto, estás en el buen camino y la muerte es "de verdad". Pero también lo será la resurrección. No vas a ciegas. Vas en el amor. En la vida de fe siempre hay algo de irracional, de ininteligible, de absurdo... Los absurdos de la fe son los que hacen a la fe cristiana fe como la de Abrahán (Gén 22) Aceptando con confianza el absurdo es como aparece la acción de Dios. Pero todo esto es posible, si como Abrahám, como Jesús sientes dentro de tu corazón una fuerza capaz de ir más allá del absurdo por la fuerza del amor. Quiero decirte que me da a mí que tu fe se está consolidando para ser el cimiento, el origen de algo nuevo que no
logro entender, pero que sí presiento.

Oye, Señor…
Padre nuestro, que eres nuestro alimento,
que calmas la sed y el hambre que tenemos,
que sacias nuestras ansias infinitas,
contigo nos sentimos llenos y plenos.
Tú conoces bien en qué gastamos la vida.
Tú sabes cuáles son nuestros intereses,
tú sabes hacia dónde nos desviamos
queriendo tener, en vez de ser auténticos.
Nos quitamos el hambre de prestigio,
haciendo mil cosas,
el hambre de poder, dándonos importancia
y el hambre de tener, poniendo en las cosas
y en el confort, nuestro valor personal.
Pero tú, Señor, nos das el Pan de Vida,
cambiando nuestros valores
y el ritmo de nuestro hacer diario,
ocupándonos en la construcción de tu reino.
Sugerencias
. Presenta ante el Señor tus deseos, necesidades y caprichos. Óralos.
. Reflexiona sobre lo que habitualmente te alimenta: lecturas, relaciones, intereses, etc.
. Durante el día, deja resonar en tu interior: «El que viene a mí no pasará hambre ni sed».
Salmo
En tus manos, Señor; encomiendo mi espíritu.
Tú, que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame.
A tus manos encomiendo mi espíritu;
tú, el Dios leal, me librarás; yo confío en el Señor:
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas.
(Salmo 119)
Pensamiento
Poniendo mi vida en tus manos estoy tranquilo, no tengo ningún miedo, porque tú, Dios mío, sabes más de mí que yo mismo. Contigo estoy seguro, protegido y en el buen camino.
 
Domingo Tercera Semana de Pascua 
Quien dice: «yo conozco a Jesús» y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.
(A partir de la segunda lectura)
Señor, tú sabes que somos tus amigos, que queremos seguirte y ser tu Iglesia, pero nos cuesta amar como tú.
Ayúdanos.

Reflexión
¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las cosas? Me ocurre muchas veces en reuniones o en momentos de soledad personal que el corazón se me enciende. Es como una experiencia muy sencilla. Oigo, escucho y dentro de mí se enciende como una luz, una intuición, una palabra que brota, una idea que se aclara, que se ilumina, que siento que es posible, a pesar de que tenga dificultades... Otras ocasiones, esta misma experiencia acontece en mí cuando hablo con alguien que además de llenarme de paz y de quitarme miedos, arroja luz sobre un problema o sobre mi vida... No siempre la vida personal o familiar o comunitaria es luminosa. Como el curso del año, la vida tiene estaciones, y también fenómenos meteorológicos como la niebla cerrada.
No siempre es fácil atravesar la niebla de quien no siente la autoestima suficiente, del que perdió la confianza en alguien, del que está decepcionado con personas o instituciones concretas... Un amigo me suele decir: «Tú me dices que lo que escribo es bonito y está bien, pero no te creas que es tan fácil para mi aceptarlo. Dudo de todo. No tengo confianza en mismo.; Todo me parece pobre…”
Un signo de resurrección es «abrir los » y descubrir el valor de aquello a lo que no damos valor o dar valor a otros... Y hacen falta verdaderas, explicaciones y saber unir puntos de la vida para que ésta aparezca como significativa de manera que «nos lo podamos creer" y sintamos que el corazón «arde de verdad".

Oye, Señor…
Hoy, Dios mío, te presento mis dudas,
mis miedos, flaquezas e inseguridades,
para que tomes el timón de mi vida,
para que me sanes y me lleves de tu mano.
Tú vienes a llenarnos de tu paz,
a convencernos de los auténticos valores,
a animarnos a construir fraternidad,
a impulsar lo mejor que tenemos dentro.
Tú potencias en nosotros la plenitud,
nos sosiegas y calmas ante los problemas,
nos vuelves misericordiosos ante el hermano,
y nos sorprendes con tu presencia salvadora.
Tú te sientas a nuestra mesa, cada día,
para recordarnos que hemos de compartir,
que tiene que llegar la comida a todos los hermanos
y que hemos de construir tu Reino de justicia.
Envuélvenos a todos en tu amor de Padre.

Sugerencias
. Durante todo el día, mira a los hermanos con los ojos de Dios. . . . 
Ofrece tu vida al Señor escribiéndole una carta especial.
. Siente cómo Dios te llena de su paz y sosiego.

Salmo
Escúchame cuando te invoco,
Dios, defensor mío,
tú que en aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración.
Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor;
y el Señor me escuchará cuando lo invoque.
Hay muchos que dicen:
«¿Quién nos hará ver la dicha,  
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?»
En paz me acuesto y enseguida me duermo,
porque tú sólo, Señor; me haces vivir tranquilo.
(Salmo 4)

Pensamiento
Tú eres mi descanso, Señor, y el que me das la paz y la tranquilidad.
Las cosas me la quitan.
Tú me sosiegas, me haces vivir tranquilo.

Lunes Segunda Semana de Pascua
Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a todos el Espíritu Santo y anunciaban con valentía la palabra de Dios.
(De la primera lectura)
Señor, que el vivir en constante relación contigo, nos llene de tu Espíritu, para ser auténticos profetas, que anuncian y denuncian como tú.

Reflexión
Dios se vale de cosas pequeñas para remover grandes cosas. Cuando menos lo pensamos “salta” lo inesperado.
Un día vamos a un grupo de oración «porque toca». No llevamos nada especial ni pensamos en nada especial. Sencillamente es una reunión más del grupo. Pero, sin esperarlo, sin saberlo, sin tener razones para explicarlo, ese día la oración nos toca lo más íntimo del alma. Una palabra, un gesto, una frase, un silencio, un versículo del Evangelio nos llega al corazón y nos zarandea. Salimos diciendo que «algo nos ha pasado». Es decir, salimos diciendo que «Dios ha pasado por nuestra alma» y nos ha tocado las fibras más secretas. Dios, cuando actúa, siempre actúa así: llegando al secreto de nosotros mismos donde guardamos las «cosas» que no queremos cambiar o que esperamos cambiar y no vemos el momento de hacerlo. Dios aparece ahí como el que nos da fuerza. Con él es posible todo. Y el paso de Dios por nuestras secretas vías produce a la vez alegría y paz. Cuando sentimos, la necesidad de cambios interiores y esto nos produce paz, es señal inequívoca de que Dios está presente. Hay algo de resurrección en esos momentos en los que vemos que lo imposible merece la pena afrontarlo porque «intuimos» que se nos da una fuerza especial para hacerlo posible.

Oye, Señor…
Buen Padre Dios,
tú nos das la oportunidad de nacer de nuevo,
de volver a seguir el camino correcto,
de abandonar hábitos negativos,
para reelegir los que producen Vida.
Como Jesús murió en la cruz,
así nosotros podemos morir a la prisa,
a la intolerancia, a la injusticia, a la avaricia,
al desamor y al egocentrismo.
Tú nos envías tu Espíritu para conseguirlo.
Nos das pistas, Dios, para la vida plena,
para caminar hacia la felicidad propia y ajena,
para abandonar desamores y exigencias,
ritmos negativos y acciones poco sanas.
Tú quieres que vivamos la vida en abundancia.


Sugerencias
. Ponte ante el Señor en actitud de escucha y sanación.
. Analiza tus emociones negativas y preséntaselas a Dios, escuchando lo que él te propone.
. Comienza un cuaderno nuevo en el que anotes las formas de vida que quieres abandonar y las nuevas actitudes que te propones vivir.

Salmo
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo».
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos. Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey en Sión, mi monte santo».
Voy a proclamar el decreto del Señor;
Él me ha dicho: «Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza».
(Salmo 2)

Pensamiento 
¿Por qué vivir en tensión y guerra, si el Señor nos propone la paz y la alegría?
Los que te siguen, sonríen y viven sosegados; no les afectan las descalificaciones externas, porque su seguridad está en ti, Señor. 
















Miércoles de Pascua
No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar.
(De la primera lectura)
Aunque yo no tenga nada, aunque me sienta pequeño y frágil,
contigo puedo facilitar la vida a mis hermanos; juntos podemos sanarles de culpas, de prisas, de pensamientos negativos y resentimientos.

Reflexión
Madrid está vacío, pero esta iglesia está llena. Díganlo por ahí. Así despedía un párroco a los fieles el día de la Vigilia pascual. La «multitud que llenaba casi todos los sitios de los bancos de las naves" se sintió halagada. A mí algo me “sonó raro", sobre todo viendo el color del pelo de los asistentes... blanco, muy blanco.
Era cierto: la iglesia estaba casi llena. Todo había sido precioso, sobre todo los cantos y el desarrollo bello de la celebración. Pero la “lógica" de la argumentación me dio que pensar. Cuando me sitúo en la órbita del Evangelio, la argumentación que tiene como modelo a las matemáticas me parece inadecuada. Lo del Evangelio es mejor argumentarlo con otro tipo de “medidas referenciales", por ejemplo, con el grano de mostaza, con la levadura, con lo escondido, con los centavos perdidos, con el leproso curado que vuelve y los nueve que se van a casa sin dar gracias...
Me parece que es peligroso autocomplacerse, en los que somos (¡por muchos que seamos siempre seremos pocos!) y olvidar a los que están fuera, a los que no creen, a los que reniegan... Una Iglesia que se complace en contar a los que vienen y se olvida de ir a los que están fuera me parece que ha perdido una dimensión evangélica importante: la dimensión misionera. Pasear el cirio pascual por la nave central del templo es fácil.
Pasearlo por la plaza pública, ¡eso ya es otra cosa! ¡A eso estamos llamados!

Oye, Señor…
Señor, tú sabes con quién hago camino,
con quién trabajo, a quién amo,
con quién vivo y me divierto,
a quién ayudo y a quién necesito.
Toda mi vida está rodeada de personas,
porque la vida está llena de encuentros...
Querría tratar a cada uno como si fueras tú,
volcarme en los hermanos y ser para ellos.
La misión que tú das a mi vida es vivir para otros,
regalarme, ayudar, acompañar y gozar juntos.
Sé tú mi compañero en todo momento,
el amigo invisible que me da pistas para vivir.
Juntos compartamos nuestro estar en el mundo para que donde estemos, 
se esté un poco mejor, para que en los conflictos, pongamos armonía
y llenemos juntos el mundo con tu Amor.

Sugerencias
. Haz una relación de las personas que tratas y preséntaselas al Señor.
. Reflexiona sobre tu forma de actuar como hermano para los otros.
. Pide al Señor que te ayude a ser.

Salmo
Que se alegren los que buscan al Señor:
Dad gracias al Señor invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas.
Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor:
Recurrir al Señor ya su poder
buscad continuamente su rostro.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra.
Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
 de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac.
(Salmo 104)

Pensamiento
Haznos gente alegre a tus seguidores, que lo contemos a los hermanos, y que nuestra forma de tratamos sea un canto a tu confianza y a tu Amor.

Martes de Pascua

Escapad de esta generación perversa, convertíos y bautizaros, recibid el don del Espíritu Santo.
Esta promesa vale para vosotros, y para vuestros hijos.
(De la primera lectura)
Ayúdanos, Señor, a seguir tus caminos, a no despistarnos con lo que la sociedad nos ofrece, que nos mantiene anestesiados, insensibles a la necesidad del hermano. Llénanos de tu Espíritu liberador para vivir una vida llena de sentido.
Reflexión
ALELUYA.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe decir no a
luces pasajeras.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe vivir la alegría de tu presencia.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe vivir a ritmo de espera.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe vivir el gozo de tu resurrección.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe callar y esperar. 
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe caminar en silencio.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe amar sin esperar nada.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe hablar en silencio.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe poner vida a la rutina.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe mirar con optimismo el futuro.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe sonreír en medio de las críticas.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe aceptar los no es y seguir viviendo.  
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe perdonar y dar cariño.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe acompañar a un buen hombre.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe intimar contigo y vivir en ti.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe luchar para no ver todo- negro.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe exigirme para que sea coherente.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. que sabe sufrir habitado por tu presencia.
Aleluya, Señor, te reconozco vivo en N. y en N que saben vivir con tu fuerza
y, sin discursos, nos predican que estás vivo y que eres el Viviente que da Vida.
Oye, Señor…
María lloraba buscándote
y hoy la sociedad no te encuentra,
porque te ha sustituido por otros dioses,
porque no sabe de tu presencia sanadora.
Algunos lloramos, como María,
al ver tantos hermanos que no te conocen,
que nunca han oído hablar de ti,
que van a morir sin saber quién eres.
Tú, Señor, te hiciste presente cuando te buscaban,
tú saliste a su encuentro a consolarles,
tú sabías de su necesidad de ti,
haz lo mismo en estos días en nuestro mundo.
Hazte presente, llena su corazón de tu Espíritu,
invade su cotidianidad de tu presencia,
encuéntrate con ellos en su vivir diario,
no les prives del gozo de tu amistad.
Te necesitamos, Señor, no podemos vivir sin ti.

Sugerencias
. Vive atento a la presencia de Dios en tu día.
. Comenta con alguien lo que supone la fe en tu vida personal.
. Cae en la cuenta de los otros dioses que nos hemos inventado.

Salmo
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.
Que tu misericordia, Señor; venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
(Salmo 33)

Pensamiento
Dios mío, tu que tienes un corazón inmenso, envuélvenos a todos los seres humanos, para que vivamos amándonos y facilitándonos la vida, sabiendo que tú eres nuestro escudo y fortaleza.

 Lunes de Pascua
Tengo siempre presente al Señor con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón
y descanso esperanzado.
(De la primera lectura)
Con la seguridad de tu presencia en mi vida, nada temo, confío en tu amor que me protege y en tu fuerza que me dinamiza.
Siento deseos de anunciarte a los demás, para que les alegres y sosiegues.

Reflexión
¡Que siga la luz! Estaba en la Vigilia pascual en una comunidad que no conozco. Me llamó la atención lo del fuego. Un mechero es más práctico que una hoguera... Pero, "dice menos”. Es menos significativo. Hasta el rito del fuego se hizo "dentro» de la iglesia. La luz no entraba de la noche. El cirio no había salido de la iglesia. Me pareció representativo de una manera de vivir hoy como Iglesia de Dios "metida en la sacristía».
"Todo pasa dentro de los muros.» ¿Una Iglesia que no sabe salir fuera? No. A lo mejor eran "normas de seguridad ciudadana»... ¡Prohibido hacer fuego en la calle!
Y comenzó a extenderse el fuego. De nuevo el mechero. Escucho: "Ese fuego no vale, no tiene sentido, no viene del cirio; viene de un mechero. Apague su vela y tome la luz que viene del cirio». ¿Qué más da este fuego que ese otro?»
No estamos acostumbrados a "los signos”. Todo da igual. ¡Qué pena! Estoy en los últimos puestos. Quien tiene el fuego está "ensimismado» con su fuego.
Mientras, nosotros, nada, sin fuego. Me "salgo de la fila».
Voy en busca del fuego que no viene porque quien lo tiene está "a lo suyo», con su calor y su luz "conquistada». Enciendo. Regreso. Reparto la luz. Escucho:¡Menos mal que alguien se mueve, si no nos quedamos sin luz!”
Así vivo este inicio de celebración que me parece sugerente "como la vida misma». El cirio sigue luciendo.
Avanza. Hay que "ayudar» a la luz a "correr» por los pasillos y llegar a los últimos rincones. ¿Se cree alguno en posesión de la luz?
Oye, Señor…
La alegría de la Pascua llena mi corazón,
la pasión por seguirte me revitaliza,
la seguridad de tu presencia constante en mi vida
hace que me sienta seguro y fuerte.
Me llenas de gozo en tu presencia,
me ilusionas con tu buena noticia,
me conviertes en profeta que te anuncia
y no puedo dejar de contar lo grande que eres.
Tú estás por encima de la muerte,
de todo aquello que nos roba vida,
que disminuye nuestro entusiasmo
o que nos hace pactar con la mediocridad.
Gracias por vivir en mí y yo en ti, Señor.
Sugerencias
. Párate de vez en cuando a experimentar el gozo que supone la presencia del Señor en tu vida.
. Recuerda muertes vividas e imagina a esas personas resucitadas, en el regazo de Dios Padre.
. Al terminar el día, revisa si los demás han podido ver en ti a alguien alegre y resucitado.
Salmo
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano.
Bendeciré al Señor; que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor;
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
(Salmo 15)
Pensamiento
.Señor, ante ti soy como un niño desvalido.
Envuélveme en tu amor de Padre.
Susúrrame al oído lo que esperas de mí.
Envíame a mis hermanos a contarles quién eres y sigue llenando nuestra vida de gozo y de alegría

















Martes Santo

Te hago luz de las naciones, para que mi luz llegue hasta los confines de la tierra».
(Tomado de la primera lectura del día)
Señor, tú me invitas a ser luz en todas las situaciones de mi vida.
Tú me propones que donde esté, haya más claridad y transparencia, esté todo más vivo, más iluminado y, sobre todo, más alegre.
Reflexión…
Lo que tienes que hacer, hazlo pronto. El amor duele. Jesús, conmovido hasta la entraña, siente que uno de los suyos le va a entregar. El amor desamado, duele. Tengo que confesar que la actitud de Jesús es del todo desconcertante. No se mete en la vida de nadie. Lo que tengas que hacer, hazlo pronto. Jesús respeta el proyecto de vida y las opciones de Judas. Todo lo que le tenía que decir, ya se lo ha dicho y no le ha llegado al corazón. ¿Para qué más consejos, más propuestas para andar el camino de la verdad? Si no le ha hecho caso antes, por más que le diga ahora, de nada servirá. En vez de consejos o de reflexiones para que cambie de actitud, le invita a hacer lo que tiene que hacer. Que cumpla su propósito hasta el final...
Hay situaciones insostenibles que piden la ruptura, la separación. Cuando el corazón se endurece, no se ablanda con dos palabras... Jesús acepta a Judas tal como es, aunque las opciones que éste ha tomado sean causa de su muerte.
No estamos hoy tan lejos de realidades semejantes vividas en parejas que se rompen, que se maltratan y matan, en hilos que por hacer su vida destrozan la vida de los suyos... Lo que tengas que hacer, es decir, hazlo pronto. ¡Increíble el respeto al que el amor le lleva a Jesús! Judas se fue para hacer lo que tenía que hacer: convenir el momento de la entrega. Los que se quedaron con Jesús no es que le entendieran del todo.
¿Puede haber más soledad que el amor no entendido? Jesús también hace lo que tiene que hacer: Amar sin volverse atrás, aunque palpe que los suyos no le entienden. Pero el amor buscara caminos para robustecer la respuesta de amor de los suyos.
Oye, Señor…
Señor, tú iluminas mi vida, tú me sales al encuentro,
tú me ofreces salir de las oscuridades
y vivir contigo a plena luz,
porque tú calientas como el sol
e iluminas como la mejor bombilla.
Yo quiero ser para mis hermanos:
luz compañera de una mañana triste,
luz que ilumina un dolor oscuro,
luz que visita a una persona enferma,
luz que ilusiona al que está deprimido,
luz que enfoca la solución de un problema,
luz que aclara una relación rota,
luz que enciende la pasión para el amor,
luz que facilita la oscuridad del camino,
luz que alumbra la calle de mi barrio:
la escalera de mi casa,
la habitación que comparto,
el lugar de trabajo,
la sociedad que habito,
la iglesia a la que pertenezco y amo,
el mundo que gime de oscuridad.
Sé tú, Señor, el que ilumina mi vida
y la mantiene ardiente y encendida.
Sugerencias
. Estate pendiente, durante todo el día, de ser luz para cada persona que te encuentres.
. Agradece al Señor las personas que te dan luz y las que se dejan iluminar por ti.
Salmo
Mi boca cantará tu salvación, Señor:
A ti, Señor, me acojo:
No quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mi tu oído, y sálvame.
Se tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, no te quedes a distancia;
Dios mío, ven aprisa a socorrerme.
Que fracasen y se pierdan los que atentan contra mi vida,
queden cubiertos de oprobio y vergüenza
los que buscan mi daño.
(Salmo 70)
Pensamiento
Tú eres el que me sales al encuentro, el que adivinas cuándo me pesa el día, el que conoces mis miedos, el que sabes de mis debilidades.
Gracias por estar a mi lado y darme fuerzas siempre, Señor.






































Viernes de la Cuarta Semana de Cuaresma

Decían los impíos: Acechemos al justo que nos resulta incómodo y se opone a nuestras acciones... y se gloria por tener por Padre a Dios.
(Tomado de la primera lectura del día)
A veces, Señor, nos decimos cristianos y actuamos en contra de los hermanos y al contrario de lo que tú nos propones, de amar y compartir, de perdonar al enemigo, de comprender al diferente y de seguir tus sendas de paz y misericordia. Conviértenos a ti, Señor, de todo corazón.

Reflexión
Lo que se nos pide no es tanto buscar en lo desconocido, sino buscar en los caminos de todos los días. Todo lo que construimos al margen de la realidad concreta, es irreal.
La vida de Dios y de los hombres es así; resulta que en el camino de todos los días es donde están esperando las cosas más sorprendentes. Recuerda la bonita parábola de la perla escondida (Mt 13,46).
La vida nueva no está fuera del alcance de nuestra vista y de nuestras manos. La vida nueva está "al alcance de la mano". Lo que suele pasar es que nuestros ojos están acostumbrados a mirar con rutina y no descubrimos nada más que "lo de siempre». Nos resulta complicado captar que en "lo de siempre» están las semillas del futuro.
Lo desconocido despunta en lo conocido. Quizá te has dicho: “¿Por qué yo dudo ahora, si antes no dudaba? ¿Por qué me pasa a mí esto, si antes no me pasaba? ¿Por qué siento esto, si antes no lo sentía? ¿Por qué me pasa a mí ahora esto?».
No tengo respuestas para darte. Simplemente me parece que esas preguntas son la fuerza que nos impulsa a buscar lo nuevo en lo ordinario que se nos está quedando pequeño. Como cuando la
ropa que llevas puesta te aprieta y es claro indicio de que tienes que cambiar de talla, así las preguntas que nos sorprenden en la vida ordinaria son la señal de que algo quiere nacer y reclama que le prestemos más atención.

Oye, Señor… 
Jesús, a ti te perseguian los tuyos,
les molestaba que fueras diferente,
que tuvieras unos valores distintos
y que ofrecieras otra manera de vivir.
No podían entender cómo siendo del pueblo,
sabías tanto y estabas tan preparado.
Tú sabes, Señor, que, algunas veces,
rechazamos el triunfo de otro por envidia,
nos cuesta reconocer que brille más en algo,
y somos poco generosos en el aplauso y el estímulo.
Queremos ser gente honrada, que ayude a los otros a triunfar,
a dar lo mejor de sí mismos y a superarnos, si es necesario.
Queremos ser hermanos potenciadores del otro,
capaces de celebrar la diversidad y de respetar con cariño las diferencias, 
impulsándonos a ser del todo, como tú nos soñaste.

Sugerencias
. Ora por las personas que han triunfado más que tú en los distintos ámbitos de tu vida, con respeto y ternura.
. Reconoce las capacidades y dones que Dios te ha dado y agradécelos, al tiempo que caes en la cuenta de si los utilizas al máximo o los minimizas.
. Estate atento, todo el día, a aplaudir y reconocer al otro, a estimular lo mejor suyo.

Salmo
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
 mi alma se gloria en el Señor:
Que los humildes lo escuchen y se alegren.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos,
y ni uno sólo se quebrará.
Venid, hijos, escuchadme:
Os instruiré en el temor del Señor:
¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?
(Salmo 33)
Pensamiento
Siempre que tengo dificultades,
tú, Señor, sales a mi encuentro, Estás a mi lado para ayudarme, contigo a mi derecha nada temo, porque tú vas siempre conmigo y me das pistas para vivir mejor.
  
Jueves de la Cuarta semana de Cuaresma

Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda la tierra se la daré a los vuestros, para que la posean por siempre.
(Tomado de la primera lectura del día)
Tu paciencia, buen Padre Dios, es infinita.
Por más que te fallemos tus hijos, tú siempre estás dispuesto a perdonarnos, a comenzar de nuevo, poniendo tú todo de tu parte.
Gracias, Señor, por tu bondad y comprensión, desde el principio de los tiempos y hoy en día con cada uno de nosotros.

Reflexión
Sabe callar y sabe obedecer. Un día me dijeron que hiciera un elogio de mi padre. Y me salió decir esto: «Sabe callar y sabe obedecer». Saber es una escuela de la vida por la que hay que pasar. Se aprende mucho. La sabiduría popular ha consagrado esta importante actitud vital en la expresión: «Ver, oír y callar». Saber callar no es no tener pensamiento propio, no es no tener nada que decir, no es comulgar con ruedas de molino, no es pasar por alto todo... Saber callar es saber ser prudente y aprender la complicada trama de las relaciones humanas.
Saber obedecer es todavía más complicado.
¡Con cuánta frecuencia tenemos que estar en la vida obedeciendo las órdenes o los caprichos de
personas que no llegan ni a personillas...! Son «(algo» porque les han puesto como recompensa a una fidelidad despersonalizante. Mandan nada más que con «autoridad externa».
Los que viven la vida desde la serena ancianidad... ¡cuántas cosas podrían enseñarnos! Nos hacemos grandes de verdad callando y obedeciendo... La densidad de lo que se dice se convierte en aplastante. Y la obediencia ejercida en testimonio.
Callando se aprende a decir mucho en poco.
Callando se aprenden las lecciones que después aleccionan a los que escuchan...
La actitud de Jesús en el momento supremo de su entrega total, cuando era interrogado por Pilato, fue la de callar y obedecer.

Oye, Señor…
Tú ves, Señor, que te buscamos desesperadamente y nos equivocamos al seguirte, distraídos con otros dioses.
No permitas que entreguemos nuestra libertad a nadie, que sólo seas tú el dueño de nuestra vida, el Señor de nuestros días y de nuestro horario, el compañero fiel de cada momento, para que todo lo que nos ocurra, nos suceda contigo.
Ayúdanos a reequilibrar nuestros valores, a renunciar a lo que nos aleja de ti, que es lo que nos aparta de lo mejor de cada uno, y mantennos fieles a tu mensaje.
Haznos personas constructoras de Vida, dinamizadores del entorno, generadores de cercanía y ternura, facilitadores de la realización humana y de la comunidad fraterna de tus hijos. Llévanos siempre de tu mano, Señor.

Sugerencias
. Párate a pensar si estás siendo generador de Vida en abundancia alrededor.
. Ora por el mundo, especialmente por las personas que viven sin Dios.

Salmo
¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza?
Dichosos los que respetan el derecho y practican siempre la justicia.
Acuérdate de mi por amor a tu pueblo, visítame con tu salvación:
Para que vea la dicha de tus escogidos, y me alegre con la alegría de tu pueblo, y me gloríe con tu heredad.
Hemos pecado con nuestros padres, hemos cometido maldades e iniquidades.
Nuestros padres en Egipto no comprendieron tus maravillas.
No se acordaron de tu abundante misericordia, se rebelaron contra el Altísimo en el mar Rojo, pero Dios los salvó por amor de su nombre, para manifestar su poder.
(Salmo 105)

Pensamiento
Tú bien sabes, Señor, que me distraigo con otros dioses, que me agita el poder, el prestigio o el tener de todo en todo momento. Ayúdame a no adorar becerros de oro y que sea sólo a ti a quien ame y siga. No me dejes de tu mano nunca, Dios mío.