Día litúrgico: Jueves IV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 6,7-13):
En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en
dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada
tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni
calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos
túnicas». Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta
marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos
de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en
testimonio contra ellos». Y, yéndose de allí, predicaron que se
convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos
enfermos y los curaban.
Comentario:
Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos (...) Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran
Hoy,
el Evangelio relata la primera de las misiones apostólicas. Cristo
envía a los Doce a predicar, a curar todo tipo de enfermos y a preparar
los caminos de la salvación definitiva. Ésta es la misión de la Iglesia,
y también la de cada cristiano. El Concilio Vaticano II afirmó que «la
vocación cristiana implica como tal la vocación al apostolado. Ningún
miembro tiene una función pasiva. Por tanto, quien no se esforzara por
el crecimiento del cuerpo sería, por ello mismo, inútil para toda la
Iglesia como también para sí mismo» El mundo actual necesita —como decía Gustave Thibon— un “suplemento de alma” para poderlo regenerar. Sólo Cristo con su doctrina es medicina para las enfermedades de todo el mundo. Éste tiene sus crisis. No se trata solamente de una parcial crisis moral, o de valores humanos: es una crisis de todo el conjunto. Y el término más preciso para definirla es el de una “crisis de alma”.
Los cristianos con la gracia y la doctrina de Jesús, nos encontramos en medio de las estructuras temporales para vivificarlas y ordenarlas hacia el Creador: «Que el mundo, por la predicación de la Iglesia, escuchando pueda creer, creyendo pueda esperar, y esperando pueda amar» (san Agustín). El cristiano no puede huir de este mundo. Tal como escribía Bernanos: «Nos has lanzado en medio de la masa, en medio de la multitud como levadura; reconquistaremos, palmo a palmo, el universo que el pecado nos ha arrebatado; Señor, te lo devolveremos tal como lo recibimos aquella primera mañana de los días, en todo su orden y en toda su santidad».
Uno de los secretos está en amar al mundo con toda el alma y vivir con amor la misión encomendada por Cristo a los Apóstoles y a todos nosotros. Con palabras de san Josemaría, «el apostolado es amor de Dios, que se desborda, con entrega de uno mismo a los otros (...). Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior». Éste ha de ser nuestro testimonio cotidiano en medio de los hombres y a lo largo de todas las épocas.
Oración Colecta
Señor Dios nuestro:
Para ir a los pobres y hacerles libres,
tus discípulos tienen que ser creíbles
siendo personas libres ellos mismos.
Te pedimos hoy nos otorgues un espíritu de pobreza
que nos haga libres y disponibles
para liberar a todos los encarcelados
por el pecado y las fuerzas del mal.
Que así lleguemos a ser auténticos testigos
del evangelio de Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro
por los siglos de los siglos.
Hermanos: Jesús envió a sus discípulos a llevar y anunciar su mensaje de salvación a la gente. Los discípulos no deben llevar bagaje inútil y tendrán que depender de la hospitalidad de la gente. Jesús les envía a curar y salvar. Que nuestras vidas proclamen el mensaje del evangelio, con la ayuda del Señor. Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y permanezca para siempre.
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La autoridad de Jesús
Jueves de la Cuarta Semana del Tiempo Ordinario
“Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que no llevaran para el camino un bastón y nada más; pero ni pan ni alforjas, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto”. (Mc 6,7-13)
Es la primera experiencia de los discípulos de anunciar y predicar el Evangelio.
Jesús les da una serie de recomendaciones propias para todo el que quiera anunciar el Evangelio:
“Los envía de dos en dos”.
Símbolo de armonía y fraternidad.
Símbolo de caridad.
Símbolo de que Él está en medio de ellos.
“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre en medio de ellos estoy yo”.
Son enviados, como Jesús es enviado por el Padre.
En la Pascua les dirá: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”.
El amor no se anuncia con palabras sino con el testimonio de los que se aman.
“Les dio autoridad sobre los espíritus inmundos”.
No es la autoridad que da el poder.
No es la autoridad del que es más que los demás.
No es la autoridad del que está más arriba.
Es la autoridad misma de Jesús.
“Quien a vosotros os escucha a mí me escucha”.
No es la autoridad sobre los demás.
El Evangelizador no va como el que domina e impone.
Es la autoridad sobre los “malos espíritus” que llevamos dentro.
Es la autoridad sobre todo aquello que daña el corazón.
Es la autoridad sobre todo aquello que esclaviza al hombre.
Es la autoridad sobre todo aquello que impide al hombre vivir con dignidad.
Es la autoridad capaz de renovar el corazón humano.
Es la autoridad capaz de cambiar el mundo.
“Para el camino basta un bastón y nada más”.
Han de ir prácticamente sin nada.
Que lo externo no distraiga de la verdad que anuncian.
Que las apariencias no distraigan la atención del Evangelio.
Que no se van a anunciar a sí mismos sino el Evangelio.
Que no van para llamar la atención.
Sino que van como el resto de la gente.
Sino que van como la gente sencilla que no tiene nada.
Sino que van no confiando en sí mismos, sino en la palabra que anuncian.
Sino que ha de ser su vida la que despierte los corazones.
Me gusta lo que el Cardenal Martini dejó como una especie de testamento pocos días antes de su muerte:
“Ve a la Iglesia cansada, sin vocaciones, atrapada por la burocracia, enganchada al bienestar: “Nuestros rituales y nuestros vestidos son pomposos”. Llega a comparar la situación de la Iglesia con la de aquel joven rico que se marcha triste cuando Jesús lo llama para que se convierta en su discípulo. “Sé que no podemos desprendernos de todo con facilidad, pero al menos podríamos buscar hombres que sean libres y más cercanos al prójimo. Como lo fueron el obispo Romero y los mártires jesuitas de El Salvador. ¿Dónde están entre nosotros los héroes en los que inspirarnos…?”.
Jesús no envía a sus discípulos como una apología de la pobreza, sino de la libertad, del desprendimiento, de la confianza plena en Dios y en el corazón de los hombres.
Sólo se puede hacer libres a los demás siendo nosotros libres.
Solo se puede invitar a la sencillez a los demás siendo nosotros sencillos.
Solo se puede hablar de pobreza a los demás viéndonos a nosotros carecer de todo.
Solo se puede hablar del Evangelio a los demás identificándonos con ellos.
Solo se puede hablar de Dios a los demás llevando a Dios en nosotros.
Solo se puede hablar de amor a los demás viéndonos a nosotros amándonos.
Jesús para salvarnos:
Se hizo hombre.
Se rebajó a sí mismo haciéndose uno cualquiera.
Seremos el rostro del Evangelio cuando, en vez de vernos a nosotros llamativos, nos vean uno más entre ellos.
Evangelizaremos cuando los fieles puedan decir “son de los nuestros” porque son como nosotros.
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