¿Qué necesitas para ser feliz?

“Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. (Lc 6,20-26)
Atrévase usted a salir a la calle haciendo una encuesta.
Haga una pregunta muy sencilla:
“¿Cómo sería usted feliz?”
“¿Qué necesita usted para ser feliz?”
Apuesto lo que no tengo a que ninguno apuntaría a las Bienaventuranzas.
Ni a las ocho de Mateo ni a las cuatro de Lucas.
Y si a usted, en su entusiasmo evangélico, se le ocurre presentarlas como comino de felicidad, le aconsejo tenga mucho cuidado.
No faltará quien piense que le falta algún tornillo en la cabeza.
Y hasta se atreva a denunciarlo como tocado de la cabeza.
Y hasta se atreva a sugerir que le internen en el manicomio.
Para nosotros, la felicidad está en otras cosas:
En pasárnoslo bien.
En divertirnos lo mejor posible hasta la madrugada.
En tomarnos unos traguitos, que nos ponen alegres.
En disfrutar de los bienes que nos sobran.
En disfrutar de unas aventurillas secretas.
En disfrutar de un prestigio social que nos hace ser importantes.
Esos pueden ser nuestros criterios. Sin embargo me queda aquí dentro una pregunta:
“¿Y somos realmente felices?”
Porque en mi camino, me tropiezo con gente que, lo único que hace es lamentarse.
Me tropiezo con gente que lo único que hace es quejarse.
E incluso, con gente, que culpa a Dios de sus propias desgracias.
Lo cual me hace pensar que los caminos de la felicidad:
Son distintos según nosotros.
Son distintos según Dios.
¿No estaremos caminando al revés?
Recuerdan aquello que nos cuenta Kierkegard, cuando dice que uno caminaba por la autopista de Londres y se cruza con un aldeano. Detiene su paso y le pregunta.
- Señor, ¿es esta la autopista de Londres?
A lo que el aldeano respondió: “Sí, Señor”.
Pero los aldeanos tienen una intuición. De inmediato le preguntó: “Pero usted ¿a dónde quiere ir? Porque, la autopista es la de Londres, pero si quiere llegar a Londres tiene que darse la vuelta, porque Londres queda a sus espaldas.
Todos estamos en el camino de la felicidad.
Pero muchos vamos de espaldas a la felicidad.
Muchos tendremos que darnos la vuelta si queremos conseguirla.
Lo que Jesús quiere decirnos es muy claro:
No el tener mucho es fuente de felicidad.
No el comer mucho hasta hartarnos es siempre camino de felicidad.
No el reírse a carcajadas nos hace más felices.
No el que todo el mundo nos admire nos da seguridad de ser felices.
Los hay que carecen de muchas cosas y viven felices.
Los hay que no pueden comer en restaurantes de lujo y son felices con su plato de arroz.
Los hay que no les da para carcajadas, pero sí para bonitas sonrisas y son felices.
Los hay que la sociedad critica, habla mal de ellos, y hasta se burla de su fe en el Evangelio, y son felices.
Para Jesús, la felicidad:
No está en tener mucho sino en el ser más.
No está en vivir del lujo, sino en el vivir del gozo de la sencillez de la vida.
No está en que nos alaben, sino en que seamos tan distintos al resto, que seamos auténticos y coherentes con lo que decimos ser.
No está en los grandes éxitos, sino en esos pequeños triunfos de la vida.
No está en las grandes apariencias, sino en ese ser simple y sencillo que nos identifica y nos da coherencia en la vida.
No olvidaré a aquel niño que no fue elegido para actuar en el teatro del Colegio, pero a quien los profesores, para no desalentarle, le crearon un nuevo personaje. Llegó feliz a casa y le dice a su mamá: “Mami, mañana actuamos ¿y sabes qué personaje me han dado a mí? El de “aplaudir desde las bancos”.
¡Qué simple es el ser feliz! ¡Y qué felices son los simples de corazón!
juanjauregui.es