Día litúrgico: Miércoles XXIII del tiempo ordinario

»Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas».
Comentario
Bienaventurados los pobres. (...) ¡Ay de vosotros los ricos!

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6,20). Esta bienaventuranza es la base de todas las demás, pues quien es pobre será capaz de recibir el Reino de Dios como un don. Quien es pobre se dará cuenta de qué cosas ha de tener hambre y sed: no de bienes materiales, sino de la Palabra de Dios; no de poder, sino de justicia y amor. Quien es pobre podrá llorar ante el sufrimiento del mundo. Quien es pobre sabrá que toda su riqueza es Dios y que, por eso, será incomprendido y perseguido por el mundo.
«Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo» (Lc 6,24). Esta lamentación es también el fundamento de todas las que siguen, pues quien es rico y autosuficiente, quien no sabe poner sus riquezas al servicio de los demás, se encierra en su egoísmo y obra él mismo su desgracia. Que Dios nos libre del afán de riquezas, de ir detrás de las promesas del mundo y de poner nuestro corazón en los bienes materiales; que Dios no permita que nos veamos satisfechos ante las alabanzas y adulaciones humanas, ya que eso significaría haber puesto el corazón en la gloria del mundo y no en la de Jesucristo. Nos será provechoso recordar lo que nos dice san Basilio: «Quien ama al prójimo como a sí mismo no acumula cosas innecesarias que puedan ser indispensables para otros».

Señor, Dios de ricos y pobres:
Te pedimos que el mensaje de Jesús, tu Hijo,
nos impresione y nos sacuda
de nuestras certezas y seguridades.
Que sepamos usar realmente nuestras riquezas:
bienes materiales, fe, cualidades de mente y corazón,
en servicio de los pobres.
Que el poder que podamos poseer
sea para beneficio de los demás;
que nuestra abundancia sirva para compartirla con los otros
y para liberarnos de nuestra auto-satisfacción;
que nuestra felicidad proporcione consuelo a los hermanos
y les lleve tu alegría, no la nuestra simplemente humana.
Señor, haznos pobres de soberbia, hambrientos de justicia,
llorosos por el mal que hemos causado a otros.
Y aceptamos que la gente se meta con nosotros y nos insulte
cuando no vivamos de acuerdo con el evangelio.
Todo esto te lo pedimos
en nombre de Jesucristo nuestro Señor.
Hermanos: Hoy hemos oído: “Bienaventurados y felices son ustedes…” Lo que Dios quiere es que seamos verdaderamente felices. Él nos deja libres: Somos nosotros quienes tenemos que elegir qué vamos a hacer de nuestras vidas. Que el Señor nos dé el pensamiento recto y la actitud sabia para conseguirlo.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos nosotros y permanezca para siempre.