Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.

Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.
Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.
Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.
Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.
Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes".
Comencemos por ahí: “a los que me escucháis os digo”.
Porque quien no le escucha es inútil siga con todo el resto.
¡Y ojo! que dice: “escucháis”, y no dice “a los que me “oís”.
Oír oye cualquiera.
Escuchar ya es otra música.
Se oye con las orejas y los oídos.
Se escucha con el corazón.
Quien no escucha con el corazón, sencillamente oye ruidos lejanos.
Quien escucha con el corazón, queda enganchado en el Evangelio.
Quien escucha con el corazón a Jesús, siente que se lo están trasplantando.
Quien escucha con el corazón, siente que su corazón ya no es el mismo.
Escuchar a Jesús es ver el mundo al revés.
Escuchar a Jesús es ver el mundo de patas arriba.
Escuchar a Jesús es situarnos en un mundo que es preciso traducirlo, porque ya no lo entendemos.
Porque nosotros decimos:
al enemigo, palo limpio.
al enemigo, ni en la sopa.
al enemigo, ni en pintura.
al enemigo, lejos.
Y viene Jesús y nos cambia totalmente la letra de la partitura:
“Amad a vuestros enemigos”.
Viene Jesús y no pide que:
“hagamos el bien a los que nos odian”.
Seamos amables con los que no odian.
Seamos simpáticos con los que odian.
Y viene Jesús y se hace el simpático:“A los que os maldicen”:
“Bendecidlos”.
Deseadles el bien.
Deseadles lo mejor.
Y a los que nos “injurian”:
Por estos rezad a Dios.
Tenedlos presentas delante de Dios.
Personalmente soy un agraciado de Dios. Porque, hasta donde tengo experiencia: ni me han odiado, ni han maldecido, ni siquiera me han injuriado. Debo confesar que Ustedes han sido demasiados buenos conmigo.
De todos modos, amigos, este discurso de Jesús no estaba en nuestro libreto.
Esto no figuraba en lo que nos han enseñado.
Esto no figuraba en los planes de nadie.
Nosotros preferimos solucionar los problemas con la misma moneda.
Al que me fastidia, no perder la oportunidad para devolvérsela.
Al que no me quiere ver, pues a torcer la cara y ni “los Buenos días”.
Lo mismito que le sucedió a Pedro. Vio que apresaban por la fuerza al Maestro y él desenvainó la espada. Y Jesús fue claro: “No, Pedro, así no”. Así es caer en el propio sistema de ellos. Lo que yo busco no es que me defiendas al estilo del mundo, sino que lo que pretendo es cambiar el mundo, cambiar el sistema.
Que donde nos ofendan nosotros pongamos reconciliación.
Que donde hablen mal de nosotros, nosotros hablemos bien y bonito de ellos.
Que donde nos maldicen, nosotros les llenemos de bendiciones.
Que donde nos hieran, nosotros seamos capaces de acariciar.
Como veis, un mundo al revés.
Y ese es el mundo del Evangelio y el mundo que Dios quiere de nosotros.
Por eso, está bien que estemos en el mundo, pero “no seamos del mundo”.
Por eso, sintamos la alegría que hay un mundo distinto que podemos construir.
¡Ah, y esto se llama ser cristiano!
juanjauregui