EXALTACIÓN DE MARÍA

Hasta tal punto esto es así que, cuando una admiradora suya, arrebatada por el entusiasmo, le lanzó al viento un piropo: "¡Bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!", él replicó: "Más bien, bienaventurado el que escucha la Palabra y la cumple" (Lc 11 ,28).
A este propósito afirma San Agustín: "María fue bienaventurada porque engendró a Jesús antes en su corazón que en su vientre".
HERMANOS DEL SEÑOR
¡Con qué satisfacción y orgullo me cuenta un compañero que tomó una cerveza con el entonces príncipe, hoy rey, estando de campamento en un pueblo de la Rioja! No digamos cómo presumía un militar de haber sido compañero de promoción del rey. Se presume de un encuentro, de un simple autógrafo recibido de un gran personaje. Y no digamos si lo que une a la alta personalidad es el parentesco... Pues bien, si queremos, todos podremos gloriarnos y gozarnos del mayor de los parentescos: ser hermanos de Jesús. ¿Verdad que deberíamos reflexionar más hondamente lo que significa esto?
"El que escucha mi palabra y la pone por obra, el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi madre", afirma Jesús categóricamente. Con respecto a estas palabras, hay que advertir que no se refieren sólo a los que en aquel momento estaban en torno suyo. El evangelista deja constancia de ellas para aliento de los que lean su evangelio, representados en los oyentes inmediatos. Jesús no es un exagerado, no habla por hablar, lo dice totalmente en serio: Si escuchamos y cumplimos la Palabra, si hacemos, como él, la voluntad del Padre, esto crea lazos de verdadera fraternidad, nos constituimos en hermanos. Jesús nos hace esta invitación: ser miembros de su familia.
Ahora bien, para integrarnos en su fraternidad y familia, son imprescindibles unas condiciones: Escuchar la Palabra, cumplirla, lo que equivale a hacer la voluntad del Padre.
Escuchar la Palabra es acogerla benévolamente. Ser hermano de Jesús supone identificarse con sus sentimientos, tener su sensibilidad ante Dios, ante la realidad, ante las personas, ante las cosas, ante la vida... supone tener "un solo corazón y una sola alma" con él (Hch 4,32), como ocurría con los miembros de la comunidad de Jerusalén. Su Palabra describe quién es, para que nos familiaricemos con él.
Pero no es suficiente con escuchar la Palabra; es preciso cumplirla. Si no se cumple es porque, en realidad, no se ha acogido de verdad. Si se acoge de verdad, se vuelve fuego en el corazón. Jesús no habla de acogerla con sensiblería ni con un mero asentimiento intelectual: "¡Qué palabra tan conmovedora!" o "¡cuánta razón tiene!"... sino de llevarla a la vida, de actuar bajo su inspiración. Jesús advierte: "No basta decir: ¡Señor, Señor!, para entrar en el Reino de Dios; no, hay que cumplir la voluntad de mi Padre" (Mt 7,21). Por tanto, no es sólo cuestión de oraciones, de buenas palabras como las del hijo educado que al fin no fue a la viña, sino de buenas obras como las del hijo que fue a la viña (Mt 21,28-32). No es sólo cuestión de rezar: "hágase tu voluntad", sino de hacerla.
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