Ligeros de equipaje

“No llevéis nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa” (Lc 9,1-6)
Hay que pensar antes de hacer. Pero no nos podemos pasar la vida pensando y sin hacer nada. Jesús quiere que los suyos vayan aprendiendo desde la práctica. Sabe que aún están muy verdes.
Aún no han pasado la noche de la Pasión ni las luces de la Pascua.
Pero tienen que entrar también ellos en contacto con la realidad del anuncio.
Antes les da unas lecciones cómo hay que anunciar el Evangelio.
En primer lugar, tienen que ir muy ligeros de equipaje.
Libres de espíritu. Libres de prejuicios. Libres de miedos.
Les basta el bastón de peregrinos, porque anunciar el evangelio es andar por los caminos de los hombres.
Y el peregrino lleva lo mínimo. Lo indispensable.
El único equipaje del que anuncia el Evangelio es el Evangelio mismo.
El Evangelio en sus vidas.
El Evangelio en su corazón.
Un amigo mío me decía con mucho humor: “¿y cuando nos presentarán a Jesús con un maletín en su mano? ¿O cuando nos lo presentarán con unas maletas de viajero?”
Jesús tenía siempre las manos libres para poder tenderlas en cualquier momento al que las necesitase.
Jesús tenía siempre las manos libres, porque eran manos siempre disponibles al servicio de los demás.
Jesús tenía siempre las manos libres, para levantar al que encontraba caído, o para tocar al enfermo marginado.
La fuerza del anuncio del Evangelio está en el Evangelio mismo.
Y quien lo anuncia tiene que hacerlo creíble en su misma vida.
Jesús fue el primer Evangelio. El Evangelio-vida.
Luego nosotros hemos hecho el Evangelio escrito.
Pero la primera Palabra de Dios no han de ser los libros.
La primera Palabra de Dios tiene que ser el testimonio de nuestras vidas.
Quien tiene “autoridad sobre los espíritus inmundos”, tiene que ser el primero en purificar su propio corazón. El primer sanado y curado por el Evangelio.
Quien quiera tener autoridad sobre “los espíritus inmundos” ha de estar habitado por el Espíritu.
Quien anuncia la Buena Nueva del Evangelio lo ha de hacer no como el que tiene poder, mando, autoridad. Sino como el pobre de espíritu que cree en lo que dice.
Anunciar sí, pero no condenar.
Anunciar sí, pero no imponer.
Anunciar sí, pero no juzgar.
Anunciar sí, pero respetar la libertad del otro.
Anunciar sí, pero saber esperar a que la semilla germine.
Anunciar sí, pero saber esperar a que la semilla de fruto.
Anunciar sí, pero no desilusionarse si siembra en vano.
En segundo lugar “los envía indefensos”.
Nada de seguridades que nos defiendan las espaldas.
Siempre expuestos al riesgo, al rechazo, a la negativa o incluso a la condena.
La fe no se compra con el dinero que se ofrece como motivación.
La fe no se compra con falsas promesas económicas o sociales.
La fe es el misterio de la gracia de Dios y la libertad del corazón humano.
En tercer lugar, “han de vivir como el resto de la gente”.
Anunciar el Evangelio es una gracia que Dios nos concede.
Pero no puede ser un título para que se nos trate de una manera diferente.
No es ningún carnet de partido que nos garantiza ciertas preferencias.
No es razón alguna para gozar de privilegios.
“Quedaos en la casa donde entréis”.
No importa que haya familias y casas mejores.
No importa que alguien os ofrezca mejores comodidades.
“Comed de lo que os den”.
El que anuncia el Evangelio no tiene un estómago más fino que aquel a quien se lo anuncia.
El que anuncia el Evangelio no es distinto al resto. Es un hermano más.
Come y bebe lo que comen y beben los demás.
Duerme como duermen los demás.
Disfruta de las mismas carencias de los demás.
El Evangelio no da privilegios a nadie.
El Evangelio nos hace a todos iguales.
En tercer lugar, “les previene sobre las dificultades”
“Si en un lugar no os reciben ni os escuchan, marcharos sacudid el polvo de los pies, para probar su culpa”.
Si os alaban, cerrad los oídos.
La adulación os puede llevar a deformar lo que anunciáis.
Si os critican, tampoco escuchéis.
La crítica o revela que lo anunciado les molesta o que no les gusta.
En todo caso, no tengáis miedo a que os persigan. Primero me han perseguido a mí.
No tengáis miedo a denunciar la mentira. Anunciad la verdad.
No tengáis miedo a denunciar la injusticia y el engaño.
Pero sobre todo, anunciad.
No será vuestra denuncia la que cambie el mundo, sino vuestro anuncio.
La denuncia podrá inquietar la conciencia.
Pero será el anuncio el que moverá los corazones.
Oración
Señor: Todos nos sentimos enviados por ti.
No te importan nuestras debilidades ni flaquezas.
Incluso quieres que anunciemos con valentía
pero también conscientes de nuestras debilidades.
Danos la gracia que vivir primero lo que anunciamos.
Y danos la gracia de tener la valentía de no tener miedo a confesar tu Evangelio,
por más que sintamos el rechazo y nos consideren anticuados.
Que la fuerza de nuestro anuncio esté en nuestra fe en Ti y en tu Palabra.

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