“Rema mar adentro y echad las redes para pescar… Apártate de mí, Señor, que soy un pecador". (Lc 5,1-11)
Por fin me encuentro con alguien que se reconoce pecador, porque
hasta ahora todo el mundo es inocente. Desde que Freud trató de
liberarnos de todo sentido de culpabilidad y borró la conciencia y desde
que Marx hizo responsables de todos los males a las estructuras, ya
nadie se siente pecador y responsable.¿Que los hijos se hacen “adictos”? La culpa la tienen los padres.
¿Que los matrimonios se disuelven demasiado pronto? La culpa la tiene la cultura actual.
¿Que hay pobres en el mundo? La culpa no es mía sino de los países ricos. ¿Que los niños se mueren de hambre? Me declaro inocente, de eso que responda el Estado.
¿Que la gente miente mucho? Soy inocente. Todos lo hacen.
¿Que la Iglesia anda mal? Ah, de eso que responda el Papa, los Obispos y los curas.
¿Que hay demasiada corrupción? A mí que me registren.
¿Qué el hijo no aprueba los exámenes? La culpa es de los profesores, no de él. El es un encanto de estudiante.
Como veis, ahora lo difícil es encontrar culpables, encontrar pecadores.
Lo más fácil es encontrar inocentes. “Yo no fui”…
Por eso, me gustas y te admiro, Simón. Tuviste el coraje y la valentía de reconocerte pecador. “Soy un hombre pecador”.
Si fuésemos un poco más sinceros y honestos y responsables, tendríamos conciencia de que, de una manera u otra, todos somos responsables, todos somos culpables.
Por no querer ver y enterarnos.
Por no querer comprometernos.
Por no querer meternos en líos.
Por no vernos en nuestra verdad.
Perder la conciencia y el sentido de responsabilidad puede ser hoy uno de nuestros peores males.
Saber aceptar nuestra responsabilidad es el camino para la renovación de nosotros y del mundo y la sociedad. Donde no hay culpables no hay responsables.
Lo que no me gusta de ti, querido Simón, es lo que luego dices: “apártate de mí”. Por favor, Simón, ¿no te das cuenta de que es precisamente ahora cuando lo necesitas más cerca de ti?
Ahora es cuando más necesitas de la mano de Jesús para levantarte.
Ahora es cuando más necesitas de su amor para sanarte.
Ahora es cuando más necesitas de él para sanar tu corazón.
Sentirse pecador es sentirse… más necesitado de Dios.
Porque sólo El es capaz de sacarnos de nuestras miserias y debilidades.
¿Te das cuenta de que Jesús no te llamó cuando te sentías bueno e inocente?
Es precisamente cuando te sientes pecador cuando Jesús te hace la invitación de tu vida: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
Cuando te sientes pecador, es cuando Dios se cuela por esa rendija en tu corazón y se te mete hasta dentro.
Sentirte pecador no aleja a Dios de tu vida, como cuando el hijo se siente enfermo no aleja a la madre o al padre sino que los acerca más a ti.
Sentirse uno pecador es captar la mirada de Dios sobre nosotros.
No olvidemos que fue precisamente cuando “nosotros éramos pecadores cuando Dios decidió enviar a su Hijo al mundo”.
Dios no nos quiere pecadores, eso es claro.
Pero cuando nos reconocemos pecadores ya hemos emprendido el camino de regreso.
Es cuando estamos más necesitados de la gracia. Es cuando mejor comprendemos las debilidades de los demás sin escandalizarnos por ello.
El que se siente pecador, ahí mismo comienza a cambiar y se pone en el camino de ser santo. Porque los santos no son los que nunca han pecado, sino los que siempre han sabido levantarse.
Oración
Señor: Tú nos enseñas a triunfar y a perder.
Tú mismo nos enseñaste a “perder la vida”
como único camino para recuperarla.
Y nos dijiste que el grano tiene que morir si quiere dar fruto.
Que ni los triunfos nos llenen el corazón de humo,
ni los fracasos provoquen el vacío de la esperanza.
Nos has hecho para triunfar. Pero las primaveras se logran
en base a muchos inviernos.
Primero el invierno desnuda nuestros árboles y los deja como muertos.
Luego la primavera los volverá a revestir de nuevo follaje
y hasta los frutos colgarán maduros.
Enséñame a triunfar. Pero, enséñame también
a no desalentarme en las derrotas.
Que mis derrotas y fracasos sean fortalecidos con nuestra fe en tu Palabra.
Que también nosotros podamos decirte:
“Por tu palabra echaré las redes”. Amén.