La “sordera” de Dios
• Más de una vez habrás pensado que no vale la pena seguir orando y
diciéndole a Dios tantas cosas… “Total…¿para qué? Si no me atiende ¿para
qué seguir perdiendo el tiempo?”
• Te digo una cosa: antes de que se lo pidas, ya Dios te ha escuchado.
De modo que no se trata de sorderas y cosas por el estilo. Lo que pasa
es que Dios no es tu lacayo ni tú el que decide, ni él el ignorante y tú
el “sabelotodo”.
• Todas las plegarias del mundo están en el corazón de Dios. Es como un
gran Banco de Amor donde él distribuye como le place las riquezas de su
corazón. Es posible que tú te sientas beneficiado de la oración de otros
y ellos de las tuyas. Nada se pierde.
2. Déjale a Dios ser Dios
• Tu oración no “obliga” a Dios. Deja que él actúe “según su
voluntad”, la cual no siempre coincide con la tuya. “Mis caminos no son
vuestros caminos”.
• Si me permites, te digo mi experiencia personal. Igual que tú, también
a mí se me presentan casos y personas por quien orar. Le expreso mi
deseo, mi petición, pero enseguida recurro al argumento definitivo:
Señor, tú que eres AMOR, sabes muy bien qué es lo mejor. Yo veo este
caso por un ángulo. Tú lo abarcas todo. Si eres AMOR, tu respuesta es
siempre AMOR. Tú sabes cómo tienes que actuar. No puedes contradecirte.
Todo lo que venga de ti será siempre lo mejor (aunque a mí, en el
momento, me parezca lo contrario).
• Y te aseguro que me quedo en paz, sabiendo que mi oración ha sido
escuchada. Y que mi Dios tiene toda la libertad para concederme o no lo
que le pido, porque mi voluntad descansa en la suya. Y él sabe muy bien
qué es lo mejor.
3. ¿Orar sólo para pedir?
• Es la oración más frecuente, pero no la única. Podemos orar también
para alabar a Dios, darle gracias, aclamarle, etc. Está bien la oración
de petición, pero a Dios le gusta que le alabes, le demuestres tu
gratitud, le expreses tus deseos de conversión… De esta manera tu
oración de intercesión brotará de un corazón renovado, agradecido, noble
y bien dispuesto. Que no se reduzca, pues, tu oración a “abrir tu
alforja” para recibir sino también tus labios y corazón para alabarle y
proclamar sus maravillas.
Oración
Señor Jesús, quiero manifestarte algo: muchas veces he considerado
inútil y pérdida de tiempo eso de andar mendigando cosas de ti. Las
cosas siguen como están, lo que yo quería me parece que no te interesa,
da la impresión de que miras para el otro lado… En una palabra, ¿para
qué seguir pidiendo si no se me da, para qué seguir buscando si no
encuentro, para qué seguir llamando a la puerta si no se me abre?
Esto me parece pura lógica, un buen razonamiento ¿no te
parece? Pero no me quedo tranquilo al pensar así. Allá en el fondo me
parece escuchar aquello de “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras
almas”.
Y olvido que la oración no es someterte a ti a mi ritmo y mi criterio
sino ponerme en tus manos y decirte “haz de mí lo que quieras”.
Está bien decirte cosas, desahogarme contigo, llorar en tus
brazos, mirarte a los ojos, dormirme en tu pecho… Esa es la oración que
yo quiero. Ese es el diálogo que yo quiero mantener contigo. No tanto de
presentarte listas y listas de cosas sino de conversar amigablemente
contigo y ver lo que es grato y justo a tus ojos dejándote siempre la
última palabra. Al fin y al cabo ¿quién soy yo para decirte lo que
tienes que hacer?
¡Cuántas veces, Jesús, mi oración se ha convertido en un
chantaje! “Si no me concedes lo que te pido, dejo de…”, si me das
aquello, te prometo que…” ¡Qué manera más estúpida de jugar contigo! ¡Yo
chantajeando a mi Dios y Señor! ¡Yo convirtiéndome en el centro de
operaciones y decisiones divinas! ¡Vergüenza debería tener al rezar el
padrenuestro y decirte aquello de “hágase tu voluntad”!
Un detalle, Señor Jesús. Entre tantas cosas que te he pedido a
lo largo de mi vida ¿cuántas veces pedí por mi propia conversión? ¿O
acaso ya soy tan bueno que no necesito convertirme? ¿Soy tan justo y
honesto que todas las piedras son para el tejado ajeno? ¿Soy tan puro y
recto que ya no hay más a donde ir? En ese caso, Señor, si es que pienso
así, estás de sobra en mi vida, pues tú has venido “ a salvar no a los
justos sino a los pecadores”.
No me extraña, Jesús, que a veces mi oración no tenga fuerza y
empuje. Le falta humildad y una disposición interior coherente. Si mi
oración no da frutos ¿no será que las raíces están a flor de tierra,
secas y expuestas a la intemperie? ¿Tendré la osadía de seguir
quejándome de la “inutilidad” de mi oración mientras no me decida a
cultivar mi “jardín interior”?
Abre mis ojos e inteligencia y renueva mi corazón adormecido.
Sólo así, Jesús, estaré en condiciones de experimentar tu cercanía y
fortalecer mi comunicación contigo. AMEN.