Día litúrgico: Lunes XX del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 19,16-22):
En aquel tiempo, un joven se acercó a Jesús y le dijo: «Maestro, ¿qué
he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?». Él le dijo: «¿Por qué
me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres
entrar en la vida, guarda los mandamientos». «¿Cuáles?» —le dice él—. Y
Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a
tu prójimo como a ti mismo». Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado;
¿qué más me falta?». Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda,
vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los
cielos; luego ven, y sígueme». Al oír estas palabras, el joven se marchó
entristecido, porque tenía muchos bienes.
Comentario:
¿Qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?

También hoy, ¡cuántas personas se hacen esta pregunta! Si miramos a nues
Jesús le responde: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19,17). No es solamente legítimo el preguntarse acerca del más allá, sobre el sentido de la vida, sino que... ¡es necesario hacerlo! El joven le ha preguntado qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna, y Cristo le responde que tiene que ser bueno.
Hoy día, para algunos o para muchos —¡qué más da!— puede parecer imposible “ser bueno”... O bien, les puede parecer algo sin sentido: ¡una tontería! Hoy, como hace veinte siglos, Cristo nos sigue recordando que para entrar en la vida eterna es necesario cumplir los mandamientos de la ley de Dios: no se trata de un “óptimo”, sino que es el camino necesario para que el hombre se asemeje a Dios y así pueda entrar en la vida eterna de manos de su Padre-Dios. En efecto, «Jesús muestra que los mandamientos no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda abierta para un camino moral y espiritual de perfección, cuyo impulso interior es el amor» (Juan Pablo II).