Mamá,
mírame soy Emily
José
Luis Martín Descalzo cita una escena de “Nuestra Ciudad” de Thornton Wilder, en
la que describe cómo un día autorizaban a los muertos a regresar a la vida y
vivir un solo día con los vivos. Nadie quiso volver, salvo la niña Emily que, a
pesar de que todos la desaconsejaban, ella quiso hacer la experiencia de revivir
el día en que cumplió nueve años.
“Y ahí la vemos, con sus nueve años recién
cumplidos, bajando las escaleras de la casa, con su vestido nuevo y sus rizos
recién peinados, esperando el grito de alegría que dará su madre cuando la vea
tan guapa. Pero su madre está ocupadísima en preparar la tarta del aniversario
y la merienda, a la que vendrán todas las amigas de su hija.
Y ni siquiera mira
a la pequeña. “Mamá, mírame” grita Emily, “soy la niña que hoy cumple nueve
años”. Pero la madre, sin mirarla, respondió: “Muy bien, guapa, siéntate y toma
tu desayuno”.
Emily repite: “Pero mamá, mírame, mírame”. Pero su madre tiene
tanto que hacer que ni la mira. Luego vendrá su padre, preocupado por
tantísimos problemas económicos. Y tampoco él mirará a su hija. Y no la mirará
tampoco su hermano mayor, volcado en sus asuntos. Y Emily suplicará en el
centro de la escena: “Por favor, que alguien se fije en mí. No necesito ni de
pasteles ni de dinero. Sólo que alguien me mire”. Pero es inútil. Los hombres,
ahora lo descubre, no se miran, no reparan los unos en los otros. Porque no les
interesa a ninguno lo del otro. Y, llorando, regresa Emily al mundo de los
muertos, ahora que ya sabe que estar vivo es estar ciego y pasar junto a lo más
hermoso sin mirarlo”. ( Razones para la alegría pág. 126)
El
caso de Emily, sabemos que es una ficción literaria, pero que tiene una
historia real. Son muchos los que a nuestro lado están necesitados de que los
veamos, les miremos y nos fijemos en ellos.
Y esto es lo maravilloso del Evangelio
de estos domingos en su discurso del Pan de Vida. Es importante que Jesús dé de
comer a tanta gente con hambre. Pero, tal vez lo más importante es que Jesús
“levantó los ojos, y vio a la gente…”
No
habrá milagro, si primero no tenemos ojos para ver a los demás.
Es
cierto que la gente necesita pan para comer.
Pero, con frecuencia, la gente
necesita sobre todo sentir que alguien le mira, alguien se fija en él, que para
alguien sigue siendo todavía importante, más importante que nuestros quehaceres
y ocupaciones.
El pan puede llenar el estómago. Pero una mirada bondadosa nos
hace recuperar nuestra propia autoestima.
El pan puede saciar el hambre. Pero
unos ojos que nos miran y contemplan nos hacen interesantes a nosotros mismos y
nos devuelven el ánimo de seguir viviendo y luchando por la vida.
En
nuestro mundo hay mucha hambre. Pero, de ordinario, siempre nos fijamos en los
hambrientos que tenemos lejos de nosotros.
¿Alguien tiene tiempo para mirar con
amor a los que tienen el estómago vacío a nuestro lado?
¿Alguien tiene una
mirada de bondad para esos que cada día pasan a nuestro lado y nos tienden la
mano?
Tal vez no podamos solucionarles su problema. Pero siempre podremos tener
una mirada y una palabra de bondad que les llegue al alma.
En
nuestro mundo hay demasiada hambre de pan. Pero nuestro mundo, incluso el mundo
de los ricos, sufre de otras muchas hambres tan importantes como las del pan,
el arroz o el pescado o la carne.
A muchos les sobra el pan. Pero les falta la
mirada de amor y de cariño de los suyos. Por eso se sienten extraños incluso en
casa.
Maridos, ¿cuánto tiempo hace que no miráis a los ojos de vuestras
esposas?
¿Sabéis de qué color son sus ojos?
¿Cuánto tiempo hace que no os
fijáis en el vestido nuevo, en su nuevo peinado, para decirle que le queda
bonito?
Padres, ¿cuánto tiempo hace que no miráis con ternura a los ojos de
vuestros hijos? ¿Y cuánto tiempo hace que no les decís lo bonitos que les
quedan esos pantalones vaqueros, rotos y deshilachados por todas partes? Ya sé
que a vosotros eso no os va, pero a ellos les encantan.