Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.
Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas.
Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo".
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos"
Reflexión
Unos
pocos días después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, Jesús
mostró su gloria a tres de sus discípulos. y se transfiguró delante de
ellos.
Desde su nacimiento en Belén, la Divinidad de Nuestro Señor estaba habitualmente oculta tras
su Humanidad. Pero Cristo quiso manifestarles precisamente a Pedro,
Santiago y Juan, que eran los discípulos predilectos, que iban a ser
columnas de la Iglesia, el esplendor de su gloria divina, con el fin de
que cobraran aliento para seguir el difícil y áspero camino que les
quedaba por recorrer.
Por
esta razón, dice Santo Tomás, fue conveniente que Cristo manifestara la
claridad de su gloria. Las circunstancias de la Transfiguración
inmediatamente después del primer anuncio de su Pasión, y de las
palabras proféticas de que sus seguidores también tendrían
que tomar su Cruz, nos hacen entender que “nos es preciso pasar por
medio de muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”, como
dice San Lucas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles.
Jesús
les muestra anticipadamente su gloria a Pedro, Santiago y Juan. A esos
mismos apóstoles que después llevará a orar en el Huerto de Getsemaní,
la noche anterior a su muerte.
Les muestra que para llegar a la gloria, deben compartir con Él, el camino de la cruz
La transfiguración tuvo como fin principal desterrar del alma de ellos el escándalo de la cruz.
Jesús,
siempre hace así con los suyos. También con nosotros. En nuestra vida,
en medio de los mayores padecimientos, nos da el consuelo para seguir
adelante.
La
visión de esa felicidad que dura para siempre, les permitió a los
discípulos sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad, y es la visión
de Jesús glorificado la que nos da a nosotros también esa misma
fortaleza para soportar las cruces, a veces grandes, o a veces pequeñas,
que llevamos en nuestras vidas.
Jesús se transfigura en medio
de la oración. La oración de Jesús, ese trato familiar con el Padre, lo
transforma, lo envuelve de luz. Esa transformación por Amor, es la
transformación a la que cada uno de nosotros estamos llamados.
A los lados de Jesús, resplandecientes, aparecen Moisés y Elías: la ley y los profetas.
Estos dos personajes del Antiguo Testamento, después se van apartando de Jesús.
Pero
Pedro, medio aturdido, quiere que se prolongue esta hermosa visión,
sugiere a Jesús que se hagan tres carpas, como para que puedan estar
cómodos. Sin embargo, esos personajes desaparecen, desaparecen la Ley y
los Profetas, eso ya pasó. Sus representantes tienen que retirarse para
que quede solamente Jesús.
Ahora hay que escuchar únicamente a Jesús.
Pedro
quiere permanecer más tiempo en el Tabor, prolongar esa situación.
Pedro, no comprende, como muchas veces tampoco nosotros comprendemos.
No comprendemos que lo realmente importante es estar siempre con Jesús, y no el lugar o la situación en la que estemos.
A
Jesús tenemos que verlo detrás de cada una de las circunstancias que
nos toque vivir. No esperemos manifestaciones extraordinarias de Jesús.
Ese Jesús glorioso que vieron Pedro, Santiago y Juan, es el mismo Jesús
que se nos hace presente en las personas que nos rodean, o cuando
hacemos oración. Es el mismo Jesús que nos perdona cuando acudimos a una
confesión. Es sobre todo, el mismo Jesús que se nos ofrece en la
Eucaristía, donde se encuentra verdadera y realmente presente con toda
su gloria.
Ese Jesús glorioso del monte Tabor, es el Jesús que está junto a nosotros cada día.
La
transfiguración del Señor, es un anticipo de lo que será la gloria del
cielo, donde veremos a Dios cara a cara. En este día, cuando nos
acerquemos a Jesús, no dejemos de repetir como Pedro: Señor, qué bien
estamos aquí, y como Pedro, no seamos egoístas. Pedro no pensó en él,
pensó en una carpa para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías.
Nosotros, como Pedro, pensemos en el Señor, porque la felicidad que eso
supone es suficiente para que nuestra vida sea plena.
Se oye la voz del Padre: Este es mi Hijo, mi elegido, escúchenlo.
Hasta
ese momento en Israel, se habían escuchado la Ley y los Profetas, desde
ese momento, bastaba escuchar a Jesús, todo lo demás debía subordinarse
a Él.Jesús es el único maestro, legislador y profeta. Él es la
presencia viva de Dios y su Palabra.
Esta palabra del Padre es también palabra de vida para nosotros.
Jesús
transfigurado es la presencia viva de Dios entre nosotros, pero sólo un
anticipo, un aviso de esa presencia viva entre nosotros de Cristo
Resucitado.
Y nosotros, vivimos esa presencia,... cuando oímos su palabra y seguimos sus huellas.
El
Señor quiso descubrir sólo un poco de su gloria a sus discípulos y
decirles a ellos y a nosotros, que escuchemos sus palabras.