Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 12,24-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.»Reflexión del Evangelio de hoy
El que escasamente siembra, escasamente recoge
La rica comunidad de Corinto acoge a los macedonios y parece que hay alguna reticencia a la ayuda prometida y pedida por Pablo. Es una actitud muy humana, aunque resulte poco cristiana. A todos nos cuesta desprendernos de nuestras posesiones. No queremos dar de nuestro dinero pensando que nos puede ser necesario a nosotros mismos. ¿Habéis reparado en la cara que se nos pone cuando nos encontramos delante de un mendigo y, rebuscando en el bolsillo, sacamos una moneda de níquel, en lugar de la deseada amarilla?Pablo anima a aquella comunidad y, por supuesto a nosotros, para que seamos generosos y sembremos con largueza, porque el que generosamente siembra, generosamente siega. Es la paradoja de la generosidad aplicada en la familia cristiana: el “tanto tienes, tanto vales” no es aplicable, puesto que solamente en el dar con generosidad, en el compartir, podremos alcanzar ese bienestar que alegrará nuestra vida y nos permitirá encontrar a Dios en nuestro camino y, cuando estemos vacíos de afectos mundanos, ser llenados por el Espíritu, que hará de nuestro corazón su posada.
Si alguno me sirve, sígame
Tres cortos y densos versículos nos propone hoy la liturgia: Jesús habla ciertamente de su muerte. La imagen de la semilla cayendo en la tierra y muriendo para dar paso a una colección de espigas cargadas de fruto, es lo suficientemente explícita como para tener una idea clara del mensaje que contiene.El tratar de conservar la propia vida, aparte de literalmente, lo podemos pensar como el intento de permanecer en la cumbre, el deseo de ser el más importante, el que domina, y esto terminará acarreando al pobre iluso soledad, desprecios, infelicidad; será seguramente el hombre solo rodeado de mucha gente que reirá sus gracias pero se irán cuando los necesite realmente. En todas las facetas de la vida es necesario dejarse ganar, para no perder. Si amo mi vida, mis posesiones, mis deseos más que a Dios, tendré, tal vez, una vida mundana más o menos plena, pero vacía de afectos verdaderos. Este es el fruto del egoísmo: es la semilla que no se entierra y no germina. Puede ser un bellísimo grano de trigo, pero perfectamente estéril.
Si, por el contrario, pones tu vida al servicio de los demás, es decir, al servicio de Dios, tendrás una vida plena, serás feliz y podrás llegar a la vida verdadera, que se dará en el Paraíso. Y no busques el Paraíso en las alturas, en lo misterioso, en lo magnífico: No está allí. Búscalo en tu interior porque solo dentro de ti podrás encontrar a Dios que, de acuerdo con sus palabras habrá venido y hecho su morada en ti. No hay ninguna duda: si sirves a Cristo, si sigues con Él su camino, llegarás a estar donde Él esté, a ser uno con Él en la casa del Padre.