Evangelio y Comentario de hoy 09 de Febrero 2014

Día litúrgico: Domingo V (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 5,13-16): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
Comentario
Vosotros sois la luz del mundo
Hoy, el Evangelio nos hace una gran llamada a ser testimonios de Cristo. Y nos invita a serlo de dos maneras, aparentemente, contradictorias: como la sal y como la luz.

La sal no se ve, pero se nota; se hace gustar, paladear. Hay muchas personas que “no se dejan ver”, porque son como “hormiguitas” que no paran de trabajar y de hacer el bien. A su lado se puede paladear la paz, la serenidad, la alegría. Tienen —como está de moda decir hoy— “buenas radiaciones”.

La luz no se puede esconder. Hay personas que “se las ve de lejos”: Teresa de Calcuta, el Papa, el Párroco de un pueblo. Ocupan puestos importantes por su liderazgo natural o por su ministerio concreto. Están “encima del candelero”. Como dice el Evangelio de hoy, «en la cima de un monte» o en «el candelero» (cf. Mt 5,14.15).

Todos estamos llamados a ser sal y luz. Jesús mismo fue “sal” durante treinta años de vida oculta en Nazaret. Dicen que san Luis Gonzaga, mientras jugaba, al preguntarle qué haría si supiera que al cabo de pocos momentos habría de morir, contestó: «Continuaría jugando». Continuaría haciendo la vida normal de cada día, haciendo la vida agradable a los compañeros de juego.

A veces estamos llamados a ser luz. Lo somos de una manera clara cuando profesamos nuestra fe en momentos difíciles. Los mártires son grandes lumbreras. Y hoy, según qué ambiente, el solo hecho de ir a misa ya es motivo de burlas. Ir a misa ya es ser “luz”. Y la luz siempre se ve; aunque sea muy pequeña. Una lucecita puede cambiar una noche.

Pidamos los unos por los otros al Señor para que sepamos ser siempre sal. Y sepamos ser luz cuando sea necesario serlo. Que nuestro obrar de cada día sea de tal manera que viendo nuestras buenas obras la gente glorifique al Padre del cielo (cf. Mt 5,16).


Oración
No podemos, Señor, seguir viviendo de forma mortecina.
Es imposible tener una existencia gris,
sabiendo que Tú nos invitas a ser luz.
En este mundo nuestro, de apagones y conflictos,
hemos de ser luz y antorcha que facilite el camino.
Nos invitas a iluminar otras vidas,
pues de la nuestra Tú te ocupas
cada vez que vamos a ti cansados y agobiados...
Señor, no nos dejes hacernos insípidos,
mediocres, con una vida carente de sentido.
No nos dejes caer en esa vida loca
que nos arrastra a todos: tener, correr, acumular, competir.
Salva nuestro corazón con tu Amor.
Hoy nos ponemos ante Ti
para que seas el motor de nuestra vida,
para que enciendas nuestros corazones con tu fuerza,
para que salves nuestra vida con tu dinamismo,
para que nos renueves y fortalezcas
y después nos lances a ser luz y sal de la tierra.

Amen

Hermanos:Que nuestro amor sea como la sal
que da sabor a la vida y le da sentido.Que nuestra vida Cristiana sea una luz
para todos los que viven en la oscuridad.Que nuestra comunidades cristianas
sean como ciudades iluminadas para ser vistas desde lejos como signos de que Dios está con su pueblo.
Y que Dios os bendiga para su misión el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.


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Velas apagadas

Domingo Quinto del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo...»
(Mt 5,13-16)

José Luís Martín Descalzo tiene, en uno de sus artículos, una reflexión muy bonita sobre Adán. Se pregunta ¿qué sentiría Adán aquel primer día de su vida cuando todo era luz, y el jardín estaba lleno de flores, pero de repente al atardecer el sol comienza a desaparecer y la noche se le echó encima. De seguro se preguntaría ¿a dónde se ha ido la luz? ¿Tendré que vivir ahora en la oscuridad?
Con tu permiso, José Luis, déjame que aplique tu imagen al Evangelio de hoy. Jesús pide a los cristianos ser “luz del mundo”, pide a la Iglesia “ser luz de los pueblos”. Y yo me pregunto ¿qué dirán tantos hombres y mujeres que nos miran a los cristianos y nos ven como velas de altar apagadas, o como focos fundidos, o linternas a las que ya se les gastaron las pilas?

Para que un foco alumbre necesita estar conectado a la corriente eléctrica. Y los cables son muy largos porque tienen que llegar hasta la Central. Para que un cristiano alumbre también necesita estar conectado a la central de la fe y del amor que es Jesús. Si en el camino hay algún cable roto, o un fusible que saltó, nuestras vidas también se oscurecen y pierden su capacidad de alumbrar. Como Adán en aquél primer día, los hombres y mujeres de hoy, no se preguntarán ¿dónde se han ido los cristianos?
Somos luz, en la medida en que Jesús alumbra dentro de nosotros.
Somos luz, en la medida en que como Jesús caminamos al lado de los hombres.
Somos luz, en la medida en que como Jesús somos capaces de tocar a los leprosos, digamos, a los contagiados del Sida sin miedo a contaminarnos.
Somos luz, en la medida en que como Jesús somos capaces de entregar nuestras vidas a los demás.
Somos luz, en la medida en que somos capaces como Jesús de decir la verdad a los poderosos, aunque tengamos que correr el riesgo de terminar en la cruz.
Somos luz, en la medida en que, como Jesús, somos capaces de abrir a la esperanza a los desesperanzados.
Somos luz, en la medida en que comprometemos nuestras vidas luchando por la justicia de los que viven sin que nadie dé la cara por ellos.
Somos luz, cuando cada uno de los hombres es nuestro hermano.
Somos luz, cuando nuestras vidas transmiten e irradian la alegría de la fe y de la vida.
Somos luz, cuando vivimos con gozo nuestra fe y nuestro compromiso con el Evangelio.
Somos luz, cuando nuestras vidas cuestionan la vida de los demás.

Por eso, el cristiano está llamado a ser cada día la fiesta de Dios, la fiesta del amor, del perdón, de la mesa compartida. Porque solo la fiesta es luz. Seamos la luz de la Buena Noticia del Evangelio, siendo la luz de la fiesta del amor de Dios. Ya basta de seriedad y caras de ayuno. Alguien decía que los “de la Iglesia” somos buena gente, pero manifiestamente sosos. Ahuyentamos a muchos no porque seamos malos, sino porque somos aburridos. No entienden nuestros rollos y ante la mayoría tenemos menos audiencia que el sonotone de Beethoven…
Cada día puede ser fiesta en tu vida, si dentro de ti cultivas el amor, la esperanza y haces un poco más felices a los demás.
Cada día puedes hacer el milagro de que alguien renazca a la vida. No podrás resucitar los cuerpos muertos, pero siempre estará en tus manos resucitar corazones moribundos. Basta que les digas que les amas.
Cada día pueden nacer nuevas vidas. Es suficiente que tú les ofrezcas el calor de la tuya. El calor de una vida es como el calor del sol, que hace brotar las semillas ocultas en la tierra.
Cada día puedes hacer el milagro de una sonrisa, de una palabra, de un gesto. Esos milagros también pueden sanar los cuerpos heridos por el sufrimiento.
Cada día puede haber más luz dentro de ti. Basta que enciendas dentro la luz de la esperanza. Y si el viento del fracaso te la apaga, vuelve a encenderla.
Cuando todo lo veas oscuro, sin horizonte y sin mañana, recuerda los días de luz que ya has vivido. También ellos volverán a brillar en tu vida.
Cuando ya no tengas nada de luz dentro de ti, no la busques en los fuegos artificiales de las evasiones. Sencillamente ponte de rodillas y dile a Dios: “Señor, Sé Tú mi luz”, para que “yo pueda ser tu luz”.
Jesús quiere que seamos como el sol que al día siguiente amaneció en el jardín y despertó la alegría en Adán, así quiere que el sol de nuestras vidas despierte a los que llevan el alma y el corazón dormidos.

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