Día litúrgico: Sábado XXVII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 11,27-28):
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, sucedió que una mujer de entre
la gente alzó la voz, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los
pechos que te criaron!». Pero Él dijo: «Dichosos más bien los que oyen
la Palabra de Dios y la guardan».
Comentario
¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!

A veces me preguntan si los cristianos creemos en la predestinación, como creen otras religiones. ¡No!: los cristianos creemos que Dios nos tiene reservado un destino de felicidad. Dios quiere que seamos felices, afortunados, bienaventurados. Fijémonos cómo esta palabra se va repitiendo en las enseñanzas de Jesús: «Bienaventurados, bienaventurados, bienaventurados...». «Bienaventurados los pobres, los compasivos, los que tienen hambre y sed de justicia, los que creerán sin haber visto» (cf. Mt 5,3-12; Jn 20,29). Dios quiere nuestra felicidad, una felicidad que comienza ya en este mundo, aunque los caminos para llegar no sean ni la riqueza, ni el poder, ni el éxito fácil, ni la fama, sino el amor pobre y humilde de quien todo lo espera. ¡La alegría de creer! Aquella de la cual hablaba el converso Jacques Maritain.
Se trata de una felicidad que es todavía mayor que la alegría de vivir, porque creemos en una vida sin fin, eterna. María, la Madre de Jesús, no es solamente afortunada por haberlo traído al mundo, por haberlo amamantado y criado —como intuía aquella espontánea mujer del pueblo— sino, sobre todo, por haber sido oyente de la Palabra y por haberla puesto en práctica: por haber amado y por haberse dejado amar por su Hijo Jesús. Como escribía el poeta: «Poder decir “madre” y oírse decir “hijo mío” / es la suerte que nos envidiaba Dios». Que María, Madre del Amor Hermoso, ruegue por nosotros.

Señor Dios nuestro:
Cuando clamamos a ti,
a veces nos preguntamos si realmente nos oyes,
ya que tu silencio es a veces opresivo.
Mantén nuestra confianza en tu bondad
y en tu constante presencia amorosa.
Danos lo bueno cuando te lo pedimos
y también cuando nos olvidamos de pedirlo;
que te encontremos cuando te busquemos,
ábrenos cuando llamemos a tu puerta,
en el nombre de Jesucristo nuestro Señor.
Hermanos: El Señor nos ha dicho: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá.” Porque Dios es bueno y lleno de misericordia.
Que su bendición bondadosa, la del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo descienda sobre nosotros y permanezca para siempre.