- «El dedo de Dios» es una expresión que viene ya del Éxodo y aún antes (8,15 por ejemplo) y que quiere simbolizar «el poder de Dios», la autoridad de Dios.
- El "Príncipe de los demonios" que aquí se le llama también Beelzebú. «Belzebú» era una deformación burlona del nombre de una divinidad fenicia a la que se denominaba Baal-Zebul (Dios del cielo). Esa deformación permitía referirse a esa divinidad como «dios de las moscas y de las inmundicias donde se posan las moscas». Sería el «jefazo» principal del Reino de Satanás. En cualquier caso, es todo un insulto que se refieran a Jesús relacionándole con él.

- Al comienzo de su Evangelio, Lucas nos presentó a Jesús en «lucha» contra el demonio en el desierto. Y poco después, su primer milagro: la curación de un endemoniado. Como queriendo decir que la presencia de Jesús entre nosotros supone un combate una guerra sin cuartel para que el mal (los demonios) que aprisiona, hace sufrir y destruye al hombre... retroceda y quede vencido. Definitivamente en la cruz y en la mañana de Pascua.
- Siempre que alguien actúa para liberar, curar, recuperar, acoger a otro hombre... está colaborando con Jesús: El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Y también al revés: «los que estamos con Jesús» tenemos que combatir a brazo partido contra los muchos «demonios» que hoy dañan al hombre... y contra los «Príncipes» de este mundo... que a menudo son de carne y hueso, pero también a menudo son «fuerzas invisibles» o no localizadas: El mercado, la política, la economía, los grupos mediáticos, las multinacionales...etc
- Mientras estamos en este mundo, el proceso de conversión y de lucha contra nuestros «demonios», nunca termina. No hay que bajar la guardia, porque podemos superar una situación difícil, vencer aparentemente... y volver a caer de nuevo en ella o incluso en otra peor.
- Por último, la advertencia de Jesús sobre el fracaso de todo reino dividido... también vale para la Iglesia. Aquello del viejo refrán: «·divide y vencerás». Una llamada, pues, a la unidad en lo esencial, a no andar divididos por temas bastante secundarios, a disfrutar de la «pluralidad» y variedad de carismas, sensibilidades y estilos, a unir todas las fuerzas posibles (con cualquiera que quiera defender la dignidad humana)... en sana complementación y a no perder energías en absurdas riñas internas.
Enrique Martínez, cmf