“¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?...” (Lc 6,39-42)

Pero en muchos va madurando a lo largo de la vida, la persuasión de que hay cosas mucho más importantes que hacer que dedicarnos a ser jueces.
En el Evangelio nos encontramos con algunas expresiones categóricas que nos invitan a abandonar este oficio bastante peligroso.
Hay algunos avisos de Jesús que nos invitan a hacer trizas el sillón de juez que todos llevamos pegado a la espalda.
“No juzguéis y no seréis juzgados. Porque la medida que uséis la usarán con vosotros”.
Hay algunos, sin embargo, que cultivan amorosamente esta vocación y encuentran ocasiones abundantes para practicarla, quizá sometiéndose a un agotador horario.
Y he aquí cómo proliferan los “tribunales ambulantes y permanentes”.
Aunque se trata de un enfermedad grave, no es incurable. Existen muchas terapias que pueden arrancar el sillón de juez.
La única duda, es que verdaderamente lo deseemos.
Apunto alguna receta:
Cuando te sientes en el tribunal para juzgar a los demás, recuerda, simplemente que estás fuera de camino, fuera del camino del Evangelio. Para un cristiano las relaciones con los demás están bajo el signo de estar con o estar por. Nunca estar sobre o en contra.
Mucha gimnasia. Por la mañana estando sólo en la propia habitación.
El ejercicio fundamental es éste: cierra la mano derecha hasta formar el puño y luego dirige ese puño a tu propio pecho. Golpea rítmicamente con fuerza creciente, repitiendo las palabras: “Mea culpa, mea culpa, mea culpa...” Sí, mejor en latín.
El ejercicio debe completarse fijando la atención en algún hecho desagradable que me haya ocurrido a mí.
Esta gimnasia, se puede llamar “toma de conciencia”.
Este ejercicio tiene la finalidad de crear en ti una especie de reflejo condicionado, en virtud del cual, deberás sentirte responsable de todas las cosas que marchan mal.
Hace falta mucha gimnasia, pues. Y las moraduras que encontremos en nuestro pecho nos curarán del “síndrome de juez”.
El instinto de juez es muy fuerte. Pero bastaría que lo cambiáramos de objetivo, de dirección. En vez de dirigirlo siempre a los demás, dirijámoslo hacia nosotros.
Hacia nuestros defectos, hacia nuestras vigas, hacia nuestras perezas, hacia nuestras inhibiciones.
juanjauregui.es