En la cita evangélica de hoy (Lc. 15,1-32) Jesús utiliza nada menos que tres parábolas o ejemplos para significar el gozo del encuentro: la oveja perdida, la moneda extraviada y el hijo pródigo. En los tres casos (sobre todo en el tercero) existe la profunda emoción del retorno a casa de un hijo que se daba por perdido…
Cuando algo tuyo se pierde
Es posible que en tu vida hayas perdido muchas cosas, inclusive a ti mismo… Algunas recuperables, otras no. Y si se trata de personas queridas, tu dolor es profundo. Y no me refiero tanto a personas que han fallecido, sino a alguien que –aún estando vivo- es como si estuviera “muerto” para siempre. O, al menos, con mínimas probabilidades de recuperar.
En estos casos caben, al menos, dos actitudes: hacer lo posible para salir al encuentro y que se produzca un deseado abrazo, o simplemente dejar que las cosas sigan su curso, sin hacer una mínima tentativa de aproximación.
Esperar no es perder tiempo
Me viene a la mente aquella canción “Una madre no se cansa de esperar”. Es decir, cuando hay verdadero amor por la persona “perdida” existe siempre la esperanza de volver a recuperarla. Porque se la ama. Santa Mónica es un claro ejemplo. Durante 33 largos años lloró y oró por la conversión de su hijo Agustín…
Ciertamente hay casos en que la esperanza es tan vaga e imprecisa que se torna difícil seguir esperando. Pero aquello de que “para Dios nada hay imposible” sigue registrado en la Biblia y decimos que es Palabra de Dios.
Cuando el “perdido” he sido yo
Está bien hablar del otro y alegrarse de su recuperación. Pero cabe también preguntarse: “Y yo ¿qué? ¿No tengo nada que ver con esa pérdida?”
Y aquí podrán aflorar distintos momentos en los que yo mismo no he estado a la altura de las circunstancias, quizás he descuidado ciertos detalles, he contribuido de alguna manera a tan lamentable situación, quizás yo mismo perdí el rumbo…
Es decir, que también el “perdido” he sido yo. Y no se trata de cargarme y atosigarme con culpabilidades pasadas, sino de encontrar un punto común de solución y afrontar el presente y el futuro con cierta garantía de estabilidad y armonía.
Hola, Jesús. Si te fijas un poco, te darás cuenta de que vivimos en una sociedad donde se pierde casi todo… Se pierde la dignidad, los valores, la vergüenza, la memoria ( personal e histórica), el respeto a las personas y a la vida, la cordura, el equilibrio, el sentido de la justicia, el sentido común…
Pues bien, para no ser la excepción, también yo me pierdo a veces en tantas superficialidades y bagatelas… Me sorprendo a mí mismo requerido de tantas maneras que ya pierdo el sentido de la ubicación… Me jalan de aquí y de allá, desde dentro y desde fuera, voces amigas y no tan amigas, mensajes de vida y de muerte, en fin… todo un barullo que me aturde y no me deja vivir en paz.
Pero lo peor, Jesús, es que lo busco yo muchas veces. Me complazco en “dejarme perder”. ¡Eso es lo grave! Vienen después los lamentos, pero distan mucho de ser sinceros y profundamente sentidos. Vamos, que todo es superficial en mi vida. Y esto me deprime a veces, porque siento la urgencia de levantar vuelo y al poco rato me vuelvo a “perder” de manera tonta e irresponsable…
Reconozco mi buena voluntad. Pero no es suficiente. “De buenas voluntades está el infierno lleno”, circula por ahí un viejo dicho. Tengo, pues, que empezar a usar nuevas estrategias. Ya no vale aquello de “quisiera, pero…” Eso no vale para nada. Únicamente para engañarme. Y no estoy para perder más tiempo.
¿Cuál podría ser mi plan de acción, amigo Jesús?
En primer lugar, recuperar la confianza en mí mismo. “Si quiero, puedo”. Si quiero seguirte, tú eres el Camino. Si quiero vencer, tú tienes el poder. Si quiero triunfar, tú eres mi fortaleza. No es necesario recurrir a técnicas raras y extravagantes. Es cosa de ponerle corazón, fe, confianza, control y una gran dosis de prudencia. ¡Cuántas imprudencias en mi vida! ¡Cuántas veces me he puesto en la boca del lobo! Y el lobo traga todo lo que se le pone delante…
Pero eso no lo es todo, amigo Jesús.
¿Cuántas veces he buscado complicidades en mi afán de “dejarme perder”? ¿En cuántas oportunidades nos hemos echado el lazo unos a otros y nos fuimos juntos al barranco? Esto es más serio de lo que parece a simple vista. Por mi culpa ha podido perderse alguien… Y por mi cobardía e insensatez he permitido que alguien jugara conmigo confundiéndome con la muñequita del circo ruso…
¡Menos mal que tú estás siempre llano a echarte a mi cuello y abrazarme! Siempre esperando mi regreso. Dispuesto siempre a hacer fiesta por mi recuperación. ¡Gracias porque nunca te cansas de esperar!