Al oír esto, Jesús se admiró de él, y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: - Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.
Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano”. (Lc 7,1-10)

Hemos de pensar en lo que significaría para aquel centurión romano, el gesto de tener que acudir a un judío, pueblo a quien tenían dominado, buscando la salvación de su criado.
Tendría que superar muchas barreras e impedimentos y tragarse mucho orgullo y amor propio para realizar aquel gesto humilde de solicitar ayuda de un judío.
A nuestra fe le falta mucho de lo que tenía la fe de este centurión romano. A nuestra fe le falta coraje y valentía para mostrarse con esa naturalidad y sencillez, le falta convicción para superar las barreras y el qué dirán de una sociedad y de un ambiente a-religioso y secularizado.
Los cristianos actualmente estamos viviendo a nivel de fe, lo que podríamos llamar la era de la “vergüenza”.
Nos pondríamos rojos, antes que confesar nuestras creencias religiosas o realizar algún signo externo religioso.
Y esa oleada de vergüenza, ya no sólo se da en las manifestaciones públicas, sino que ha llegado profundamente a afectar a los hogares que tradicionalmente se consideran cristianos, es decir, a nuestros hogares. Donde llevados por los vientos poco favorables a todo lo religioso, y empujados por una fe débil y de pocas convicciones, hemos ido desterrando todo tipo de manifestación religiosa y nos encontramos con muchos hogares donde ya nunca se reza nada en común, la mayoría. Ahora son excepción los hogares cristianos donde alguna vez juntos invocan a Dios con una oración.
Y desde este debilitamiento de la fe, ya en el seno familiar, nuestra fe ha ido perdiendo fuerza y valentía.
Las familias seguís acercando vuestros hijos a Dios, ya sea porque pedís el sacramento del Bautismo o porque van a hacer su Primera Comunión...
Y acercáis vuestros hijos a Dios, porque en el fondo intuís que verdaderamente sólo Jesús será capaz de sanarlos y de curarlos, como estaba convencido aquel centurión romano, pero a nuestro convencimiento le falta el compromiso de que acercar un hijo a Jesús no significa traerle un día a la Iglesia para que sea bautizado o reciba a Jesús en la comunión. Significa, además, hacer presente a Dios en el hogar, con nuestra palabra, nuestro ejemplo y nuestra oración.
Que a ejemplo del centurión recuperemos la valentía que nos lleve a derribar las “vergüenzas” de un ambiente poco favorable a nuestras convicciones religiosas..
Y reforcemos la confianza de que sólo Jesús es capaz de sanarnos y curarnos de verdad. Y pidámoselo con humildad y sencillez.
juanjauregui.es