Día litúrgico: Jueves XXII del tiempo ordinario

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Comentario
Boga mar adentro
Hoy
día todavía nos resulta sorprendente comprobar cómo aquellos pescadores
fueron capaces de dejar su trabajo, sus familias, y seguir a Jesús
(«Dejándolo todo, le siguieron»: Lc 5,11), precisamente cuando Éste se
manifiesta ante ellos como un colaborador excepcional para el negocio
que les proporciona el sustento. Si Jesús de Nazaret nos hiciera la
propuesta a nosotros, en nuestro siglo XXI..., ¿tendríamos el coraje de
aquellos hombres?; ¿seríamos capaces de intuir cuál es la verdadera
ganancia?Los cristianos creemos que Cristo es eterno presente; por lo tanto, ese Cristo que está resucitado nos pide, no ya a Pedro, a Juan o a Santiago, sino a Jordi, a José Manuel, a Paula, a todos y cada uno de quienes le confesamos como el Señor, repito, nos pide desde el texto de Lucas que le acojamos en la barca de nuestra vida, porque quiere descansar junto a nosotros; nos pide que le dejemos servirse de nosotros, que le permitamos mostrar hacia dónde orientar nuestra existencia para ser fecundos en medio de una sociedad cada vez más alejada y necesitada de la Buena Nueva. La propuesta es atrayente, sólo nos hace falta saber y querer despojarnos de nuestros miedos, de nuestros “qué dirán” y poner rumbo a aguas mas profundas, o lo que es lo mismo, a horizontes más lejanos de aquellos que constriñen nuestra mediocre cotidianeidad de zozobras y desánimos. «Quien tropieza en el camino, por poco que avance, algo se acerca al término; quien corre fuera de él, cuanto más corra más se aleja del término» (Santo Tomás de Aquino).
«Duc in altum»; «Boga mar adentro» (Lc 5,4): ¡no nos quedemos en las costas de un mundo que vive mirándose el ombligo! Nuestra navegación por los mares de la vida nos ha de conducir hasta atracar en la tierra prometida, fin de nuestra singladura en ese Cielo esperado, que es regalo del Padre, pero indivisiblemente, también trabajo del hombre —tuyo, mío— al servicio de los demás en la barca de la Iglesia. Cristo conoce bien los caladeros, de nosotros depende: o en el puerto de nuestro egoísmo, o hacia sus horizontes.
A la gente hay que animarla.
Hartos de crisis, de penurias, de
soledades y de penas, no vayamos a echarles más cargas. No es latiguillo
recordar que los cristianos arrastramos una imagen de prohibiciones,
actitudes negativas o visiones rigoristas. ¿Que no es verdad?
Reconozcamos la realidad de la imagen, y tratemos de superarla.
Fijémonos en esta escena junto al lago de Genesaret. Es una escena de
vocación; como tantas que, en la Biblia, siguen los mismos pasos. Jesús
toma la iniciativa: “Rema mar adentro”. Al hombre le sorprende, se
resiste: “No hemos cogido nada en toda la noche”, “Soy un pecador”.
Jesús le encomienda: “Te haré pescador de hombres”. El final siempre es
feliz, el querer de Dios se hace realidad: “Y dejándolo todo le
siguieron”. Ya se ve, la presencia del Maestro, ser obsequiosos con su
palabra, recrea, cambia a las personas. El fracaso de una noche con las
redes vacías se torna en una red que revienta de peces; el que se llama a
sí mismo pecador se trasforma en pescador de hombres. Solo desde Jesús,
las cosas funcionan bien. Hacer las cosas “en su nombre” trae siempre
noticias buenas. Parece que, en esta idea, estamos todos de acuerdo,
pero, muchas veces, no ocurre así. Nos entregamos más fácilmente y
ponemos nuestra confianza en técnicas, en medios, en estructuras, en
títulos, que en la presencia amorosa del Señor. Los ídolos mundanos del
poder, de la eficacia competitiva, del dinero nos esclavizan más de la
cuenta. Sin embargo, un cristiano, al poner su esperanza, ante todo, en
Dios, sabe que las adversidades tienen remedio. Los fracasos nos ofrecen
la mirada profunda de los acontecimientos. La fragilidad aceptada nos
vuelve a Dios, y todo cambia de signo. Dicen que no nos aparta de Dios
el pecado sino el no saber reconocerlo (lo vive el publicano de la
parábola). El hombre, así confiado en la bondad de Dios, no tiene miedo
cuando escucha: “Rema mar adentro”, adéntrate en el oleaje, no te quedes
en la seguridad de la orilla. La audacia, el riesgo por el Reino, la
aventura de nuevos caminos, solo cabe si sentimos al lado la palabra y
la mano de Jesús. Como el pecador de esta escena que, antes de morir,
repite tres veces: “Señor, tú sabes que te quiero”.Conrado Bueno, cmf