Jesús dijo a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
Palabra del Señor.
Reflexión
Hoy lunes 14 de Septiembre celebramos la fiesta de la Exaltación de la Cruz.
Esta fiesta tiene su origen en Jerusalén en los primeros siglos del Cristianismo.
Se
comenzó a festejar en el aniversario del día en que, por intervención
de Santa Elena, se encontró la Cruz de Nuestro Señor, que estaba
perdida.
Tiempo después, a principios del siglo VII, los persas saquearon Jerusalén, destruyeron muchas basílicas y se apoderaron de la Cruz en la que había muerto el Señor.
Desde niños hemos aprendido a hacer la señal de la Cruz en la frente, en los labios y en el corazón, como un signo externo de nuestra profesión de fe.
Muchos cristianos llevamos una Cruz colgada en el pecho.
La Cruz de Jesús está en los altares, y en el exterior, en la parte más alta de las Iglesias.
La
Cruz es el instrumento para levantar a los caídos, la salud del alma y
del cuerpo, la destrucción del pecado, y el árbol de la vida eterna.
La Cruz se presenta en nuestra vida de muy diferentes maneras: enfermedad, pobreza, cansancio, dolor, desprecio, soledad...
Hoy
podemos revisar cual es nuestra disposición ante esa Cruz que se
muestra a veces difícil y dura, pero que si la llevamos con amor, se
convierte en una fuente de Vida y de alegría.
En la primera lectura de la misa de hoy, en el libro de los Números, Cap. 21, Vers. 4 al 9 leemos que el Señor dijo a Moisés:
“Haz
una serpiente de bronce y ponla por señal; el herido que la mire,
vivirá. Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso por señal, y los
heridos que la miraban eran sanados”.
La
serpiente de bronce era el signo de Cristo en la Cruz, en quien
obtienen la salvación los que la miran. Así lo expresa Jesús en su
conversación con Nicodemo.
Desde
entonces, el camino de la salvación pasa por la Cruz, y cobra sentido
algo que podría parecernos tan falto de sentido como lo es la
enfermedad, el dolor, la pobreza, el fracaso... los sacrificios
voluntarios.
El
amor a la Cruz nos lleva a descubrir a Jesús, que nos sale al encuentro
y toma la parte más pesada y la carga sobre sus hombros.
Nuestro dolor, asociado con el de Jesús, se convierte en alegría y en un medio de unión con Dios.
San
Pablo enseñaba a sus discípulos que la Cruz es siempre breve y
llevadera, y el premio de estos sufrimientos, ofrecidos a Jesús, es
inmenso y eterno. El único dolor verdadero es alejarnos de Cristo.
La
alegría es una característica esencial del cristiano, y en la Cruz
también debemos mantener esa alegría. La Iglesia nos recuerda que la
alegría es perfectamente compatible con el dolor. Lo que se opone a la
alegría es la tristeza, no la cruz.
El
Señor nos pide que perdamos el miedo al dolor, y nos unamos a El, que
nos espera en la Cruz. Entonces comprenderemos que la alegría está muy
cerca de la Cruz y que nunca seremos más felices si nos unimos a Jesús
en la Cruz.
Jesús
no inventó la Cruz: la encontró en su camino, como todo hombre. La
novedad que Él inventó fue la de poner en la Cruz un germen de amor. Así
la Cruz se convirtió en el camino que lleva a la vida, en mensaje de
amor. ¡Es la Cruz de Jesús!
Esa
Cruz abraza, primero, a cada uno de nosotros, nos confía una misión en
nuestra vida personal, en nuestras familias, en el ámbito de nuestras
amistades, de nuestros conocimientos, en todas partes encontramos y
encontraremos cruces.
Jesús,
desde la Cruz, nos invita a cada uno de nosotros, hoy, a poner todas
estas cruces, y no sólo la nuestra, en relación con la suya.
Jesús nos invita a sembrar también en ellas, como El lo hizo, el germen del amor y la esperanza.