Reflexion del evangelio de hoy domingo 19 de Agosto 2012



En el libro de los Proverbios que leemos en la primera lectura aparece la invitación que Dios hace a los hombres desde siempre: Venid a comer mi pan y a beber el vino, prefigurando así la Eucaristía en la que Cristo se nos da como alimento. 

En el evangelio, el Evangelista San Juan recoge la promesa de la institución de la Eucaristía en la Ultima Cena. Jesús nos dice que su pan es pan de vida, y que quien lo come vivirá eternamente.
Jesús les dice a los judíos que el pan que les dará es su carne. Los judíos entienden perfectamente estas palabras, pero no creen que ellas puedan ser ciertas. Por eso le preguntan  como un hombre puede dar de comer su carne. Y Jesús insiste en su afirmación, confirmando que lo que dice no tiene un sentido figurado ni es algo simbólico. Jesús está verdaderamente presente, en cuerpo y alma, en la eucaristía.
Jesús, por amor se quedó con nosotros en la tierra, bajo las especies de pan y de vino, para  que lo recibamos en la comunión.
El Señor nos insiste con gran fuerza en la necesidad de recibirlo en la Eucaristía, para que crezca en nosotros la vida de la gracia: “Les aseguro que si no comen mi carne y no beben mi sangre, no tendrán Vida en ustedes”.
Así como ningún padre se contenta con dar solamente la vida a sus hijos, sino que además los alimenta y les da los medios para que crezcan, así también Jesús nos da en la Comunión el alimento para nuestras almas, nos aumenta la gracia y nos regala la vida eterna. Por eso la Iglesia nos enseña la necesidad de recibir el sacramento de la comunión con frecuencia
Hay una leyenda de un monje que en su simplicidad pidió a la Virgen poder contemplar a Dios en el Cielo, aunque fuera por un instante. María acogió su deseo y fue trasladado al paraíso. Cuando regresó no reconocía a ninguno de los otros monjes del monasterio. Su oración había durado tres siglos.
Así también se explican los dos mil años en que Jesús nos lleva esperando en la Eucaristía. Es la espera de Dios, que ama a los hombres, que nos busca, que nos quiere tal como somos -limitados, egoístas, inconstantes- pero con la capacidad de descubrir su infinito amor, y de entregarnos a El por enteros.
La decisión de acercarnos a comulgar en cada misa, nos queda a nosotros. Jesús nos está esperando siempre.
Por amor, y para enseñarnos a amar, vino Jesús a la tierra y se quedó en la Eucaristía. San Juan nos lo relata con estas palabras: “Como había amado Jesús a los suyos que vivían en el mundo los amó hasta el fin.”
Jesús se esconde en la Comunión de cada misa para que nos animemos a tratarlo. Para ser alimento nuestro con el fin de que nos hagamos una sola cosa con El. Al decirnos, “sin mí nada pueden hacer”, no nos condenó a una difícil búsqueda de su Persona, sin saber donde encontrarlo. Se quedó entre nosotros en la Eucaristía con una disponibilidad total.
Cuando comemos cualquier alimento, una manzana, por ejemplo, la manzana se hace parte de nuestro cuerpo. Cuando recibimos a Jesús en cada comunión, somos nosotros los que nos asemejamos más a Dios, nos hacemos parte del Señor y participamos de su vida divina.  
Jesús nos dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. El efecto más importante de la Sagrada Eucaristía es la unión íntima con Jesús. El mismo nombre de Comunión indica esta participación que nos une a la vida del Señor.
Si en todos los sacramentos se consolida, por medio de la gracia que recibimos,  nuestra unión con Jesús, esta unión es mayor en el Sacramento de la Eucaristía puesto que no solo recibimos la gracia, sino que recibimos al mismo Autor de la gracia.
La Sagrada Eucaristía es el sacramento. El Bautismo existe para la Eucaristía y los otros sacramentos son enriquecidos por su existencia. Todo el ser se alimenta de ella.
Precisamente, es comida, lo que explica por qué es el único sacramento previsto para recibirse cada día. Este sacramento da significado a una de las peticiones del Padrenuestro: danos el pan de cada día.
 Jesús hizo la promesa de la institución de la Eucaristía al principio de su vida pública: después de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.
Al día siguiente, en la sinagoga de Cafarnaun, pronunció el discurso del Pan de Vida que leemos en la misa de hoy: “Yo soy el pan de vida. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que me coma, vivirá por mí”.
En el Evangelio no se menciona que Jesús volviese a hablar del tema hasta la Ultima Cena en que, según nos relata San Mateo, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a los discípulos dijo: tomen y coman, esto es mi cuerpo. Jesús, al dejarnos la Eucaristía nos ha conseguido una unión con El mayor que la tuvieron los apóstoles durante los tres años que convivieron.
Los apóstoles creyeron en la presencia real de Jesús en la Eucaristía y la riqueza de este misterio. San Pablo, en la primera carta a los Corintios dice: “Quién come el pan o bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor”
También nosotros creemos en que es Jesús el que está en la Hostia que el sacerdote consagra en cada misa. Que ese pan es el alimento de nuestra alma, que nos llena de gracias.
Nos proponemos recibir con mayor frecuencia a Jesús en la Eucaristía, con la misma pureza, humildad y devoción con que lo recibió la Virgen María, su Madre.