En
el libro de los Proverbios que leemos en la primera lectura aparece la
invitación que Dios hace a los hombres desde siempre: Venid a comer mi
pan y a beber el vino, prefigurando así la Eucaristía en la que Cristo
se nos da como alimento.
En
el evangelio, el Evangelista San Juan recoge la promesa de la
institución de la Eucaristía en la Ultima Cena. Jesús nos dice que su
pan es pan de vida, y que quien lo come vivirá eternamente.
Jesús les dice a
los judíos que el pan que les dará es su carne. Los judíos entienden
perfectamente estas palabras, pero no creen que ellas puedan ser
ciertas. Por eso le preguntan como un hombre puede dar de
comer su carne. Y Jesús insiste en su afirmación, confirmando que lo que
dice no tiene un sentido figurado ni es algo simbólico. Jesús está
verdaderamente presente, en cuerpo y alma, en la eucaristía.
Jesús, por amor se quedó con nosotros en la tierra, bajo las especies de pan y de vino, para que lo recibamos en la comunión.
El
Señor nos insiste con gran fuerza en la necesidad de recibirlo en la
Eucaristía, para que crezca en nosotros la vida de la gracia: “Les
aseguro que si no comen mi carne y no beben mi sangre, no tendrán Vida
en ustedes”.
Así
como ningún padre se contenta con dar solamente la vida a sus hijos,
sino que además los alimenta y les da los medios para que crezcan, así
también Jesús nos da en la Comunión el alimento para nuestras almas, nos
aumenta la gracia y nos regala la vida eterna. Por eso la Iglesia nos
enseña la necesidad de recibir el sacramento de la comunión con
frecuencia
Hay
una leyenda de un monje que en su simplicidad pidió a la Virgen poder
contemplar a Dios en el Cielo, aunque fuera por un instante. María
acogió su deseo y fue trasladado al paraíso. Cuando regresó no reconocía
a ninguno de los otros monjes del monasterio. Su oración había durado
tres siglos.
Así
también se explican los dos mil años en que Jesús nos lleva esperando
en la Eucaristía. Es la espera de Dios, que ama a los hombres, que nos
busca, que nos quiere tal como somos -limitados, egoístas, inconstantes-
pero con la capacidad de descubrir su infinito amor, y de entregarnos a
El por enteros.
La decisión de acercarnos a comulgar en cada misa, nos queda a nosotros. Jesús nos está esperando siempre.
Por
amor, y para enseñarnos a amar, vino Jesús a la tierra y se quedó en la
Eucaristía. San Juan nos lo relata con estas palabras: “Como había
amado Jesús a los suyos que vivían en el mundo los amó hasta el fin.”
Jesús
se esconde en la Comunión de cada misa para que nos animemos a
tratarlo. Para ser alimento nuestro con el fin de que nos hagamos una
sola cosa con El. Al decirnos, “sin mí nada pueden hacer”, no nos
condenó a una difícil búsqueda de su Persona, sin saber donde
encontrarlo. Se quedó entre nosotros en la Eucaristía con una
disponibilidad total.
Cuando
comemos cualquier alimento, una manzana, por ejemplo, la manzana se
hace parte de nuestro cuerpo. Cuando recibimos a Jesús en cada comunión,
somos nosotros los que nos asemejamos más a Dios, nos hacemos parte del
Señor y participamos de su vida divina.
Jesús
nos dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo
en él”. El efecto más importante de la Sagrada Eucaristía es la unión
íntima con Jesús. El mismo nombre de Comunión indica esta participación
que nos une a la vida del Señor.
Si en todos los sacramentos se consolida, por medio de la gracia que recibimos, nuestra
unión con Jesús, esta unión es mayor en el Sacramento de la Eucaristía
puesto que no solo recibimos la gracia, sino que recibimos al mismo
Autor de la gracia.
La Sagrada Eucaristía es el sacramento.
El Bautismo existe para la Eucaristía y los otros sacramentos son
enriquecidos por su existencia. Todo el ser se alimenta de ella.
Precisamente,
es comida, lo que explica por qué es el único sacramento previsto para
recibirse cada día. Este sacramento da significado a una de las
peticiones del Padrenuestro: danos el pan de cada día.
Jesús
hizo la promesa de la institución de la Eucaristía al principio de su
vida pública: después de realizar el milagro de la multiplicación de los
panes y los peces.
Al
día siguiente, en la sinagoga de Cafarnaun, pronunció el discurso del
Pan de Vida que leemos en la misa de hoy: “Yo soy el pan de vida. Yo soy
el pan vivo que ha bajado del cielo. El que me coma, vivirá por mí”.
En
el Evangelio no se menciona que Jesús volviese a hablar del tema hasta
la Ultima Cena en que, según nos relata San Mateo, Jesús tomó el pan, lo
bendijo, lo partió y dándoselo a los discípulos dijo: tomen y coman,
esto es mi cuerpo. Jesús, al dejarnos la Eucaristía nos ha conseguido
una unión con El mayor que la tuvieron los apóstoles durante los tres
años que convivieron.
Los
apóstoles creyeron en la presencia real de Jesús en la Eucaristía y la
riqueza de este misterio. San Pablo, en la primera carta a los Corintios
dice: “Quién come el pan o bebe el cáliz del Señor indignamente, será
reo del cuerpo y de la sangre del Señor”
También
nosotros creemos en que es Jesús el que está en la Hostia que el
sacerdote consagra en cada misa. Que ese pan es el alimento de nuestra
alma, que nos llena de gracias.
Nos
proponemos recibir con mayor frecuencia a Jesús en la Eucaristía, con
la misma pureza, humildad y devoción con que lo recibió la Virgen María,
su Madre.