Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
Se acercó un hombre a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué obras buenas
debo hacer para conseguir la Vida eterna?»
Jesús le dijo: «¿Cómo me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo
es el Bueno. Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los
Mandamientos».
«¿Cuáles?», preguntó el hombre. Jesús le respondió: «No matarás, no
cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a
tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo».
El joven dijo: «Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?» «Si
quieres ser perfecto, le dijo Jesús, ve, vende todo lo que tienes y dalo
a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y
sígueme».
Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía
muchos bienes.
Palabra del Señor.
Reflexión
El Señor nos ama de una forma mucho más perfecta de como
el esposo ama a su esposa. Él nos invita a arrepentirnos, pues muchas
veces hemos permanecido lejos de Él convirtiendo en dios nuestro a las
obras de nuestras manos.
Tal vez cuando nos arrecie el dolor y se cierna sobre nosotros la
desgracia vayamos ante Él para derramar lágrimas, pensando que así
seremos escuchados. Pero ese llanto, en sí, no puede hacernos propicio a
Dios. Él nos quiere a nosotros; Él nos espera a nosotros. Nosotros somos
el encanto de sus ojos y el amor de su corazón. Él nos envió a su propio
Hijo para que, entregando su vida por nosotros, al creer en Él y hacer
nuestra la salvación que nos ofrece, podamos presentarnos ante nuestro
Dios y Padre libres de toda culpa.
En silencio meditemos sobre la realidad de nuestra fe en Dios y del amor
que le tenemos. No cerremos los ojos ante nuestros propios pecados.
Mientras aún es tiempo volvamos al Señor, rico en misericordia para
cuantos lo invocan y quieren vivirle fieles.
Pensamos en quienes se arrodillan ante ídolos construidos por
sus manos, hechos conforme a sus imaginaciones, aspiraciones o temores.
Tal vez los compadezcamos y pensemos que nosotros tenemos ya una cultura
más avanzada, menos encadenada a esas cosas que de nada aprovechan.
Sin embargo, al examinar nuestra vida y aquello que le da sentido a la
misma, a nuestro trabajo, a nuestras actitudes y esperanzas, podemos
encontrarnos con que hemos encadenado nuestro corazón al dinero, a la
voluntad de dominar al prójimo, a las ansias de poder, al placer, a la
envidia y al odio. Todo esto nos destruye, nos divide, y nos conduce a
la muerte.
Si creemos en la vida; si creemos en la vida que llega a su plenitud en
Cristo, en quien seremos glorificados, no podemos vivir como esclavos de
la muerte o de aquello que, finalmente, no puede darnos lo que buscamos:
llegar a nuestra perfección.
Hay alguien que sí puede hacerlo, Cristo Jesús. Ir tras sus huellas para
colmar nuestras esperanzas nos lleva a cargar nuestra cruz, pues no hay
otro camino, sino la entrega por amor a los demás, como nosotros
viviremos plenamente humanos y plenamente hijos de Dios.
Entonces el Señor no se nos esconderá, pues siempre estará con nosotros.
Conseguir la vida eterna?. Esto no es algo de última hora,
del momento de partir de este mundo.
La vida eterna ya es nuestra desde ahora por nuestra unión a Cristo. Esa
vida la hacemos parte de los demás cuando dejamos atrás el gesto
amenazador contra ellos, cuando no los asesinamos, cuando respetamos el
compromiso matrimonial, cuando no despojamos a los demás de sus bienes,
cuando no les quitamos su buena fama, cuando les retribuimos justamente
su trabajo y no propiciamos el que, por culpa nuestra o por nuestros
intereses egoístas, se queden sin el pan de cada día; cuando honramos y
hacemos felices a nuestro padre y a nuestra madre. Entonces somos
portadores de vida y no de muerte para los demás.
Pero hace falta algo más: amar al prójimo como a nosotros mismos. Y tal
vez desde niños seamos muy educados y respetuosos de los demás. Pero
esto no basta. Tal vez les demos parte de nuestros bienes para que vivan
con dignidad. Pero no basta. Amar en serio al prójimo nos hace
contemplar al Hijo de Dios, que no retuvo para sí el ser igual a Dios,
sino que se anonadó a sí mismo tomando la condición humana, y, hecho uno
de nosotros, nos enriqueció con su pobreza, haciéndonos participantes de
la gloria y de la herencia que le corresponde como a Hijo unigénito del
Padre.
Si quieres ser perfecto: Ve, vende todos tus bienes, dales el dinero a
los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sigue a
Cristo. Entonces serás amado por el Padre Dios como su hijo amado, en
quien Él se complace.
Dura es esta doctrina; ojalá y no demos marcha atrás en nuestro
seguimiento del Señor, sino que abramos nuestros ojos para procurar el
bien, la salvación y la vida digna para todos aquellos hermanos nuestros
que pertenecen a las clases más desprotegidas no sólo en nuestra
Comunidad de fe, sino en el mundo entero.
El Señor nos ha llamado a participar de esta Eucaristía como amigos y
discípulos suyos. Él nos enseña, con su propio ejemplo, lo que es el
camino que nos conduce a nuestra plena realización, a nuestra
glorificación en Dios: Él se despojó de todo y cargó con el pecado de
toda la humanidad. Él nos ha librado de todo aquello que nos condenaba
en la presencia de su Padre Dios.
Amar hasta ser capaces de dar la vida por los que amamos no nos deja en
un amor tan pequeño como sería el entregarlo todo a los pobres. Haciendo
esto aún nos queda por delante el seguimiento de Cristo que, cargando su
cruz, no se dirige al calvario sino hacia su glorificación junto a Dios,
pasando por el calvario.
Este Misterio de salvación es el que estamos celebrando. Este Misterio
de salvación se convierte en nuestra forma de creer en Cristo y de
caminar con Él para llegar, junto con Él, a la perfección, a la
glorificación en la que Él, nuestro principio y cabeza, ya ha entrado.
Que nuestra Eucaristía no sea sólo un momento de oración y de adoración
a Dios, sino un verdadero encuentro con el Señor para volver a hacer
nuestro el compromiso de amar a nuestro prójimo como Dios nos ha amado a
nosotros.
¿Quieres ser feliz? ¿Quieres conseguir la vida eterna? ¿Qué sentido
tiene hacer estas preguntas cuando se disfruta de todo?
Muchos trabajaron arduamente para lograr una posición social gracias a
una economía desahogada. Lo tienen todo. Pareciera que, en medio de
todos sus bienes, no tendrían necesidad de algo más para ser felices.
Pero hay un clamor que les impide ser felices: el de las multitudes de
aquellos que esperan una vida más digna. ¿Acaso tiene sentido vivir
rodeado de todo y rodeados de una soledad tremenda por no saber amar,
pero amar en serio, por lo menos a los seres más cercanos?
Comportarse como dominadores nos hace respetables por el temor que los
demás tienen de ofendernos, pero no porque nos amen.
Podemos levantarnos y asentar nuestro trono sobre la injusticia, sobre
el desprecio y sobre la pobreza y hambre de los demás. Quienes lo hagan
tendrán una mente depravada que les impide compartir con los demás lo
que tienen, pues olvidan la solidaridad con los necesitados. Mentes
depravadas que consideran a los demás como niños y todo lo acaparan para
después vivir esplendorosamente y darles unas migajas a las clases
desprotegidas por las que ellos dicen que lucharon.
Ser cristiano es algo muy distinto a un conformarnos con orar, pero con
el corazón cerrado hacia nuestro prójimo. Con una actitud así jamás
llegaremos a ser perfectos.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima
Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no sólo tenerlo a Él en
nuestro corazón, sino de abrir también nuestro corazón al amor de
nuestro prójimo para procurar su bien en todo, sabiendo que sólo así
será nuestra la vida eterna.
Amén.