Evangelio y Reflexion de hoy Sabado 11 de Agosto 2012


Evangelio según San Mateo 17,14-20.
Cuando se reunieron con la multitud, se le acercó un hombre y, cayendo de rodillas,
le dijo: "Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua.
Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar".
Jesús respondió: "¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí".
Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel momento quedó curado.
Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?".
"Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: 'Trasládate de aquí a allá', y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes".



Reflexión 
En el episodio de la curación del joven que tenía epilepsia se pone de manifiesto, por un lado la omnipotencia de Jesucristo, y por el otro, la enseñanza del Señor sobre el poder de la oración hecha con fe.
El pasaje nos presenta un nuevo encuentro de Jesús con el dolor suplicante del padre del muchacho enfermo, y un nuevo reproche a los apóstoles por su poca fe. El padre del joven presenta en primera instancia su necesidad a los apóstoles: su hijo se encuentra enfermo del demonio que por medio de la enfermedad lo tortura. Los apóstoles emplean todos los medios que han visto emplear en circunstancias similares al Maestro, pero no logran la curación.
Entonces el padre del joven poseso acude al Señor, y no contento con exponerle la enfermedad de su hijo, inculpa en cierto modo a los discípulos: “Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar”
Esta petición del padre, es un ejemplo para nosotros: el hombre, arrodillándose ante Jesús, es decir, en una actitud no de arrogancia, sino de verdadera humildad, reflejada en el hecho de arrodillarse a los pies de Jesús delante de tanta gente, daba claramente a entender el profundo dolor del padre y la urgencia de su necesidad. A continuación invoca a Jesús con palabras también llenas de humildad: “Señor, ten piedad de mi hijo”
El cristiano, en virtud de la profunda unión con Cristo, por la fe participa de alguna manera de la misma Omnipotencia de Dios, hasta el punto que Jesús, en otra ocasión declara: “El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre”
El Señor dice a los apóstoles que si tuvieran fe realizarían prodigios, trasladarían montañas de su sitio. Al hablar de trasladar montañas, probablemente Jesús empleaba una manera de decir ya proverbial.
Dios concedería sin duda al creyente trasladar una montaña si tal hecho fuera necesario para su gloria y para la edificación del prójimo, pero entre tanto, la palabra de Cristo se cumple todos los días en un sentido muy superior. Tanto San Jerónimo como San Agustín señalan que se cumple el hecho de “trasladar una montaña” siempre que alguien, por virtud divina llega donde las fuerzas humanas no alcanzan.  De hecho, los apóstoles y muchos santos  a lo largo de los siglos hicieron milagros admirables en el orden físico; pero los milagros más grandes  y más importantes son aquellos que se producen en las almas de los cristianos, por la intervención del Espíritu.