Reflexión

¿Qué tenemos que hacer?
Homilía Dominical: Fray Benjamín Monroy, OFM
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Nadie es cristiano por nacimiento. Se es cristiano por opción, por una decisión libre y responsable que se renueva cada día. Aunque recibimos en el bautismo la gracia de ser cristianos tenemos la tarea de desarrollar esta gracia.
Ahora bien, en el centro de nuestro ser y hacernos cristianos está la Buena Nueva. Si no sabemos fundamentar nuestra fe en la Palabra de Dios y nutrirnos de ella, el camino de la vida será solamente nuestro camino, un camino solitario que nunca se entrecruzará con el camino de Dios.
Además de escuchar la Palabra de Dios para iluminar el camino de la vida, el relato de la primera lectura nos cuestiona sobre la manera como escuchamos esa Palabra. Decía el libro de los Hechos de los Apóstoles que las palabras de Pedro “llegaron al corazón” de los oyentes. Cuando la Palabra “llega al corazón” provoca una reacción. Y no una reacción superficial y rutinaria. Impulsa a preguntar, como lo hicieron los oyentes de Pedro: “¿Qué tenemos que hacer?”.
Si sabemos escuchar la Buena Noticia desde el corazón podremos también discernir la calidad de nuestros guías, un problema apremiante en tiempo de Jesús y en todos los tiempos. Sobre esta cuestión nos ha hablado el relato del Evangelio de hoy.
En este mundo siempre han existido muchos pastores, es decir, muchos guías o líderes. Pero no todos son buenos. Hay también ladrones y bandidos que se hacen pasar por pastores. Estos bandidos buscan sus propios intereses y causan confusión en las personas y en la sociedad. Si nosotros les creemos y nos dejamos guiar por ellos tarde o temprano caeremos en la confusión, la desesperación, la insatisfacción. ¿Qué hacer?
La tarea esencial es reencontrar a Cristo como el Pastor. Este guía me conoce por mi nombre y mis apellidos. Conoce mi historia, mis miedos y alegrías, mis debilidades y mis anhelos. Distingue mi voz de entre todas las demás voces. Para él, cada persona tiene un rostro propio y un nombre. Conocer por el nombre significa invitar a desarrollar las propias capacidades y ponerlas libremente al servicio de los demás.
El conocimiento que tiene Cristo de cada uno de nosotros es un conocimiento amoroso. Este es el sentido bíblico de la palabra “conocer”. El conocimiento amoroso implica un profundo respeto por la persona y conocimiento total, incluso más profundo del que yo tengo de mí mismo.
Saber que somos conocidos por Alguien de esta manera es un gran consuelo. Lo es particularmente cuando se vive en una gran ciudad. Las grandes concentraciones urbanas favorecen la masificación. Diluyen a las personas en una multitud que invade calles, campos de fútbol y lugares de espectáculo, grandes almacenes y supermercados. Terminamos por convertirnos en una masa cada vez más anónima donde no somos tenidos en cuenta ni amados por nosotros mismos: somos una simple cifra o un posible cliente a merced del consumismo.
Si nos dejamos guiar por el Buen Pastor nos iremos convirtiendo en buenos pastores. Ciertamente no hay más que un Pastor, que es Cristo. Pero Cristo nos invita a convertirnos en pastores de nuestros hermanos. Todos somos responsables unos de otros. En cada uno habita un pequeño líder y una voluntad de poder. Esto nos tiene que llevar a examinar cómo ejercemos el liderazgo. No tiene nada de malo ser líder. Los líderes son necesarios. Lo malo es ser un líder bribón. ¿Ejercemos nuestro liderazgo al estilo del Buen Pastor o somos tiranos y bandidos?
Dos mil años de cristianismo nos muestran que en el redil del Señor siempre penetran ladrones y lobos rapaces que hacen mucho daño. Pero la historia también nos dice que siempre tenemos al Buen Pastor. A nosotros nos toca escucharlo y seguirlo para que tengamos “vida abundante” y seamos pastores según su corazón.