REFLEXION EVANGELIO

Reconocer a Cristo
Por Juan Jauregui

La madre Teresa de Calcuta, aquella santa en vida que junto con otras hermanas de la caridad se dedicaban al cuidado de los inválidos, de los moribundos, de los hambrientos, de los leprosos, de los alcohólicos y de todos los que sufrían mil calamidades, nos contaba lo siguiente:
«En Calcuta atravesábamos un período de escasez de azúcar. Un niño pequeño, un niño hindú de cuatro años de edad, vino con sus padres. Trajeron un pequeño tarro de azúcar.
Al entregármelo, el pequeño dijo: "Por tres días no tomaré azúcar. Dáselo a tus niños".
Unas semanas antes de mi viaje a Estados Unidos
-continúa diciendo- alguien vino a nuestra casa una noche y nos dijo: "Hay una familia hindú con ocho hijos que llevan varios días sin comer".
Cogí entonces un poco de arroz y acudí en su ayuda. Pude ver sus caritas, pude ver sus ojos relucientes por el hambre.
La madre tomó el arroz de mis manos, lo partió en partes iguales y salió inmediatamente.
Al volver le pregunté: "¿Adónde has ido? ¿Qué has hecho?".
Me contentó: "También ellos tienen hambre".
Es que al lado había una familia árabe con el mismo número de hijos. Ella sabía que llevaban días sin comer.
Cuando me fui, sus ojos brillaban de alegría porque madre e hijos podían compartir algo con los demás, algo de lo que incluso necesitaban».
Hermanas y hermanos, ¡qué ejemplo maravilloso nos dan a nosotros, que muchas veces ni siquiera damos algo de lo que nos sobra!
La fe cristiana no es creer en Dios y tener el corazón frío. No es sólo ir a misa y rezar o hacer novenas o visitar santuarios. La fe cristiana es sobre todo tener calor en el corazón y compartir, incluso haciendo el tonto a los ojos del mundo. Como aquella señora que, en tiempos del hambre, al ver que una persona estaba robando patatas en su finca, cambió de camino para que esa persona no se sintiera avergonzada. Era una madre que robaba porque sus hijos tenían hambre. Esa señora era tonta para la sabiduría del mundo, pero no para la sabiduría de Dios.
En el Evangelio de hoy, después de la muerte de Cristo, cuando dos discípulos iban camino de Emaús, se encontraron con un viandante. Lo invitaron a quedarse con ellos. Sentados a la mesa, el peregrino partió el pan y se lo dio. Al momento reconocieron en él a Cristo resucitado. Es que los tenía acostumbrados a partir el pan para compartir.
También la gente que nos ve reconocerá que somos verdaderos cristianos si sabemos compartir.