III DOMINGO DE CUARESMA

III DOMINGO DE CUARESMA
Publicado: por parroquiaabla en MISA

Dame de beber, Señor.- El pasaje de la samaritana es uno de los más ricos en contenido humano y teológico. Uno de esos momentos en que podemos contemplar a Jesús en su vertiente de hombre que, como los demás, se cansa y ha de sentarse, tiene sed y pide de beber, aunque se tratara de pedir a una mujer que, además, era samaritana, circunstancia que en aquel ambiente era denigrante. Él superó los prejuicios de su época, tanto los de tipo social como los de índole religiosa, y entabla una conversación sencilla, y profunda a la vez, con aquella mujer de pueblo cuya vida era un tanto irregular. Precisamente por ese motivo Jesús se ha dirigido a ella, pidiéndole no sólo agua sino también el desahogo de sus gozos y sus penas.

El Señor ha leído en su corazón, y ella reacciona con humildad y con admiración. No se irrita al verse descubierta. Simplemente reconoce que está delante de un hombre de Dios, delante de un profeta... Jesús la escucha y le responde con paciencia y claridad. Le hace comprender que lo importante en el culto que se ha de dar a Dios, no está en el lugar donde se le tribute, sino que lo principal es el modo como ese culto y adoración se realice. Ha de ser un culto que brote del interior del hombre, movido por la acción del Espíritu en lo más hondo de su ser... Un culto, por otra parte, que sea verdadero, sincero, leal, nacido de un corazón enamorado. Un culto, por tanto, que no se limite a la palabra o al rito, sino un culto que repercuta en la vida cotidiana, haciendo de cada acto, de cada latido del corazón, un sí rendido y gozoso al querer de Dios.


La samaritana escucha atenta sus palabras. Le cree y le pide de esa agua viva que quita la sed para siempre. Aunque aún no conocía el don de Dios, ya se lo pedía con fervor: Dame de beber, Señor, y apaga esta sed que me devora por dentro, y me hace buscar entre los hombres lo que sólo en Dios se puede encontrar. Es una oración que debe resonar en nuestro corazón, para que también nosotros, sedientos siempre, la repitamos a Dios. Sí, Jesús mío, dame de beber, que me muero de sed.