vangelio y Comentario de hoy Sabado 19 de Julio 2014

Día litúrgico: Sábado XV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 12,14-21): En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra Él para ver cómo eliminarle. Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Le siguieron muchos y los curó a todos. Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: «He aquí mi Siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien mi alma se complace. Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones. No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. La caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve a la victoria el juicio: en su nombre pondrán las naciones su esperanza».

Comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)

Los curó a todos
Hoy encontramos un doble mensaje. Por un lado, Jesús nos llama con una bella invitación a seguirlo: «Le siguieron muchos y los curó a todos» (Mt 12,15). Si le seguimos encontraremos remedio a las dificultades del camino, como se nos recordaba hace poco: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28). Por otro lado, se nos muestra el valor del amor manso: «No disputará ni gritará» (Mt 12,19).

Él sabe que estamos agobiados y cansados por el peso de nuestras debilidades físicas y de carácter... y por esta cruz inesperada que nos ha visitado con toda su crudeza, por las desavenencias, los desengaños, las tristezas. De hecho, «se confabularon contra Él para ver cómo eliminarle» (Mt 12,14). y... nosotros que sabemos que el discípulo no es más que el maestro (cf. Mt 10,24), hemos de ser conscientes de que también tendremos que sufrir incomprensión y persecución.

Todo ello constituye un fajo que pesa encima de nosotros, un fardo que nos doblega. Y sentimos como si Jesús nos dijera: «Deja tu fardo a mis pies, yo me ocuparé de él; dame este peso que te agobia, yo te lo llevaré; descárgate de tus preocupaciones y dámelas a mí...».

Es curioso: Jesús nos invita a dejar nuestro peso, pero nos ofrece otro: su yugo, con la promesa, eso sí, de que es suave y ligero. Nos quiere enseñar que no podemos ir por el mundo sin ningún peso. Una carga u otra la hemos de llevar. Pero que no sea nuestro fardo lleno de materialidad; que sea su peso que no agobia.

En África, las madres y hermanas mayores llevan a los pequeños en la espalda. Una vez, un misionero vio a una niña que llevaba a su hermanito... Le dice: «¿No crees que es un peso demasiado grande para ti?». Ella respondió sin pensárselo: «No es un peso, es mi hermanito y le amo». El amor, el yugo de Jesús, no sólo no es pesado, sino que nos libera de todo aquello que nos agobia.



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Sábado de la semana 15 del tiempo ordinario

 “Los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. El los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: “Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no lo quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones”. (Mt 20,14-21)

Cuatro pensamientos para proclamar la buena noticia:
Los fariseos planean acabar con él.
Presentación del Mesías según Isaías.
Jesús no es ningún vendedor de la plaza del mercado.
Jesús no viene a apagar el fósforo que aun queda sino a darle más luz.

Una vez más se nos plantean los sentimientos humanos de los “santos según la Ley” de acabar con Jesús.
¡Cuánto nos cuesta a todos aceptar la novedad del Evangelio!
¡Cuánto nos cuesta a todos abrirnos al cambio y renunciar a las seguridades del pasado!
¡Cuánto nos cuesta a todos abrir el corazón al hoy de Dios!
Preferimos vivir en la tumba de lo que ya está muerto que el jardín donde brota la nueva vida.
Y siempre la misma solución.
La de ayer y la de hoy: eliminar al profeta que anuncia el hoy de Dios.

Mientras unos piensan en “acabar con él”:
El se retira silenciosamente.
El se dedica a curar y sanar a los que están enfermos.
Jesús no es de los que se enfrenta dando la guerra.
Jesús prefiere responder al mal haciendo el bien.
Jesús no es de los que provoca la violencia con más violencia.
Mientras unos piensan en darle muerte, él piensa en devolver una mejor vida.
Es la novedad de Dios y del Reino.

Y de nuevo proclama cómo lo ve Dios, frente a la visión que tienen de él los hombres:
“Mi siervo”.
“Mi elegido”.
“Mi amado”.
“Mi predilecto”.
Se repite prácticamente la presentación que Dios hace de Jesús en el Bautismo.
Y en ellos se repite también la condición de cada uno de nosotros los bautizados.
¿Cuándo lograremos superar esa visión negativa que tenemos de nosotros?
¿Cuándo lograremos vernos a nosotros mismos:
Como los elegidos.
Como los amados.
Como los predilectos.

Nuestra mayor desgracia y hasta nuestra peor actitud frente a Dios, es vernos como esos inútiles, esos olvidados, esos marginados de Dios.
Personalmente me uno al pensamiento de Newen de que:
“Nuestra mayor desgracia no es sentirnos grandes, sino en sentirnos menos de lo que somos”.
No somos por nuestra relación y comparación con los otros.
Somos lo que somos en el corazón de Dios: “elegidos, bendecidos, amados y predilectos”.
Dios empeñado en hacernos sentir lo importantes que somos, y nosotros empeñados en disminuirnos ante él y los hombres.

Por lo demás:
Jesús no ha venido a destruir a los malos.
Jesús no ha venido a apagar la pequeña luz de nuestras vidas.
Jesús no ha venido a quebrar lo que está ya cascado o debilitado.
Jesús no es de los que cierran las puertas sino el que las abre.
Jesús no es de los que condena a los malos sino el que regala la esperanza.
Jesús es de los que, aunque nuestra fe se esté debilitando, buscará la manera de encender de nuevo su llama.
Jesús no es de los que dice “hasta aquí” sino de los que anuncia “ahora puedes comenzar de nuevo”.

Claro que Jesús tampoco es:
De los que sacan ruido por las calles.
De los que vociferan su verdad por las calles como vendedores ambulantes.
Jesús sabe que la verdad no necesita de muchos ruidos.
Jesús sabe que la bondad no necesita de megáfonos.
Jesús sabe que la verdad y la bondad hablan en silencio.
Jesús sabe que la verdad y la bondad se anuncian a sí mismas sin ruido.