Evangelio y Comentario de hoy Lunes 07 de julio 2014

Santo Evangelio Julio 7, 2014

Cristo resucita a una niña
Mateo 9, 18-26.
Tiempo Ordinario. Cristo puede llenarte de vida, Él es la Vida, ponte en sus manos.

Del santo Evangelio según san Mateo 9, 18-26
Así les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven tú a imponerle las manos y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se curó la mujer desde aquel momento. Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Mas, echada fuera la gente, entró él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.

Oración introductoria
Señor, eres mi Salvador y Redentor. Creo que en este justo momento estabas esperando que dejará todo para tener un momento de oración, por eso me acerco con fe, confianza y mucho amor. Te ofrezco esta meditación por aquellos que temen acercarse a Ti.

Petición
Jesús, te pido una fe que toque y transforme mi vida entera.

Meditación del Papa Francisco
Permanecer en el amor de Dios es obra del Espíritu Santo y de nuestra fe y produce un efecto concreto. Así, quien permanezca en Dios, quien ha sido generado por Dios, quien permanece en el amor vence al mundo y la victoria es nuestra fe. Por nuestra parte, la fe. Por parte de Dios - por este "permanecer" - el Espíritu Santo, que hace esta obra de gracia.
Por nuestra parte, la fe. ¡Es fuerte! Y esta es la victoria que ha vencido al mundo: ¡nuestra fe! ¡Nuestra fe puede todo! ¡Es victoria! Y esto sería bonito que lo repitiéramos, también a nosotros mismos, porque muchas veces somos cristianos derrotados. Pero la Iglesia está llena de cristianos derrotados, que no creen en esto, que la fe es la victoria; que no viven esta fe, porque si no se vive esta fe, está la derrota y vence el mundo, el príncipe del mundo.
Jesús alabó mucho la fe de la hemorroísa, de la cananea o del ciego de nacimiento y decía que quien tenga fe como un grano de mostaza puede mover montañas. Esta fe nos pide dos actitudes: confesar y confiar. (Cf. S.S. Francisco, 10 de enero de 2014, homilía en Santa Marta).

Reflexión
Jesucristo está siempre disponible para el hombre o la mujer atribulada. Para Él todos somos importantes, no importa que seas magistrado o ama de casa. Él siempre nos espera y nos acoge con dulzura y atención, pero nos pide que tengamos fe en su persona. Y ésta es la actitud con la que estos dos personajes del Evangelio se acercan al Señor para pedirle una gracia, para esperar un consuelo, a pesar de las condiciones tan adversas que se les presentaban: la muerte de una hija y una enfermedad de toda la vida.

Lo que maravilla es la seguridad de pedir al Señor cosas que parecen imposibles, teniendo la certeza de que son escuchadas y apostando por un feliz desenlace. Y es que con Jesucristo siempre hay recursos, no se acaban las opciones. Ni siquiera la muerte puede rasgar la esperanza que nace de la fe, porque Dios ha vencido a la muerte y es garante de nuestra esperanza. Por eso el magistrado no se detiene ante la muerte de su hija y acude al Señor, con la certeza de que imponiéndole las manos vivirá.

Y llegamos así al punto clave de este texto evangélico: la vida. Todos deseamos una vida libre de enfermedades, de dolencias, de angustias y de muerte. La mujer enferma de flujo de sangre después de ser curada se salvó --dice el Evangelio-- y ¿qué es salvarse sino preservarse de la muerte, de la enfermedad, de las debilidades propias de nuestra condición humana para vivir una vida donde nada de esto suceda?

Por ello, quien busca a Jesús busca realmente salvar su vida y la de los demás dándole un sentido a su existencia que le salve de la muerte y que le dé fuerzas en la enfermedad.

Por eso, nuestro deber diario está en dar ese sentido a nuestra vida y vivir para dar sentido a la vida de los demás. ¡Cuántas personas solas hay a nuestro alrededor porque nadie tiene una palabra de cariño para ellas!

Como consecuencia de esto, hay que tocar a Jesucristo en la orla de su manto y llevarlo a aquellas personas que yacen ya como cadáveres ambulantes sin haber muerto. Él es la Vida. Y se les puede llevar la Vida muy fácilmente: con un buen testimonio, con la caridad, con un sacrificio, pidiendo por ellos en la oración, llevándolos con un sacerdote, invitándolos a los sacramentos, etc. Hay mil formas de llevar a Jesucristo a los demás. Éste es el verdadero tesoro que permanece para siempre, pues todo lo que hagamos por ellos es tiempo bien invertido, máxime si les estamos llevando la Vida.

Ojalá que nunca nos pase aquello de lamentar la muerte de alguien conocido porque dejamos de hacerle un bien que podríamos haberle hecho. Qué pena tener que decir ante un féretro: si no te hubieras ido yo podría haberte llevado la Vida…

Propósito
Rezar por las personas enfermas, especialmente las que están cerca de mi.

Diálogo con Cristo
Señor, el oficial romano y la mujer con flujo de sangre me recuerdan lo maravilloso que es vivir con fe. Tú sabes exactamente qué es lo que necesito, mas esperas que me acerque a Ti y con confianza te pida lo que creo necesitar, por eso te suplico por el don de una fe viva, que no olvide nunca que Tú eres mi Amigo fiel, que eres el compañero que va conmigo siempre, que eres mi Padre bueno que vela continuamente sobre mí.


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Tocar a Dios


Lunes de la semana 14 del tiempo ordinario
“Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto pensando que, con solo tocarle el manto, se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo: “¡Animo, hija! Tu fe te ha curado”. (Mt 9,18-26)
Muchos piden milagros para creer.
Mejor si pedimos una fe capaz de hacerlos.
No siempre los milagros nos llevan a la fe.
De eso, Jesús tiene suficiente experiencia.
Pero la fe sí puede hacer milagros.

Además Jesús no es de los que buscan espectacularidad al hacer milagros.
De ordinario, los hace de una manera sencilla y simple.
Incluso pide que no lo divulguen: “no se lo digas a nadie”.
Tampoco busca protagonismo.
Prefiere que las personas no solo se puedan sanar, sino que se sientan ellas mismas valoradas. “Tu fe te ha curado”.

¡Qué importante es hacer el bien sin aprovecharnos de los demás para nosotros figurar!
¡Qué importante es hacer el bien, no tanto sintiéndonos bien nosotros, sino que se sientan bien aquellos a quienes se lo hacemos!
La caridad y el amor no deben humillar a nadie.
La caridad y el amor no deben crear deudores.
La caridad y el amor no deben hacer sentirse menos a los otros.
Por el contrario:
La caridad y el amor deben hacer crecer la autoestima del otro.
La caridad y el amor deben hacer crecer la dignidad del otro.

Por eso, cuando damos limosna, tenemos que hacerlo sonrientes.
Por eso, cuando damos limosna, es más importante cómo la damos que lo que damos.
Por eso, cuando damos limosna, hagámoslo con alegría y naturalidad.
Ya el Concilio Vaticano II decía que cuando hagamos algo por los demás, lo hagamos de tal modo que se sientan más libres e incluso de modo que no sigan necesitando de nosotros.
Hacer el bien de modo que los otros se sientan libres.
Hacer el bien de modo que los otros se sientan dignificados.
¡Cuánto necesitamos todos sentirnos bien!
¡Cuánto necesitamos todos sentirnos valorados por los demás!
¡Cuánto necesitamos todos sentir que somos importantes para los demás!

Uno de los gestos preferidos por Jesús suele ser:
Tocarle con la mano.
Imponerle las manos.
Dejarse tocar.

Tocar con la mano es acortar las distancias con los demás.
Tocar con la mano es humanizar nuestras relaciones con los demás.
Tocar con la mano es poner calor humano en nuestras relaciones.
Dejarse tocar es señal de sentirnos iguales.
Dejarse tocar es señal de aceptación de los demás.

A Dios le encanta, como Padre, tocarnos con sus manos.
A Dios le encanta, como Padre, que le toquemos.
A Dios nunca le podremos tocar en su divinidad.
Para eso Dios se hizo humano y así pudiéramos tocarle.
Incluso basta con tocarle “el manto”.
Tocar el “manto” de Dios, es tocar con la mano su humanidad.
Y cada vez que le tocamos con fe, sale de su humanidad la virtud de sanación.
Esto lo sabía muy bien esta mujer pagana. “Con solo tocar su manto sabía que quedaría curada”.

Todos necesitamos tocar con nuestras manos a los demás.
Todos necesitamos sentir que las manos de los otros nos tocan.
Hay un algo de misterioso en ese contacto con la piel.

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