Evangelio y Comentario de hoy Miercoles 19 de Febrero 2014


Foto: Santo Evangelio Febrero 19, 2014

Jesús, cura mi ceguera
Marcos 8, 22-26.
Tiempo Ordinario.
Jesús, enciende en mi corazón la luz de tu presencia para que se dispersen las tinieblas de mi alma.
 
Del santo Evangelio según san Marcos 8, 22-26

Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?». Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan». Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».

Oración introductoria
Jesús, me acerco a ti porque sé que Tú eres la Luz del mundo y que puedes iluminarme en mi ceguera y librarme de las tinieblas. Señor, ayúdame a ver. Te ofrezco esta meditación por todos aquellos que no pueden ver con los ojos del alma porque el pecado les ha cegado. Dios mío, devuélveme la vista espiritual para que pueda ver todo desde la perspectiva de tu santa voluntad.

Petición
Señor, ayúdame a ver todos los momentos del día con la visión de la fe y del amor.

Meditación del Papa Francisco
¡Qué hermosa es esta expresión de la sabiduría brasileña, que aplica a los jóvenes la imagen de la pupila de los ojos, la abertura por la que entra la luz en nosotros, regalándonos el milagro de la vista! ¿Qué sería de nosotros si no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos avanzar? Mi esperanza es que, en esta semana, cada uno de nosotros se deje interpelar por esta pregunta provocadora.
La juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio; tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación para que llegue a ser lo que puede ser; transmitirle valores duraderos por los que valga la pena vivir; asegurarle un horizonte trascendente para su sed de auténtica felicidad y su creatividad en el bien; dejarle en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida humana; despertar en él las mejores potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir, y corresponsable del destino de todos. (S.S. Francisco, 22 de julio de 2013).

Reflexión
La vida diaria, con sus luces de artificio, puede deslumbrarnos y hacer que quedemos ciegos para las cosas de Dios. Esforcémonos por encender en nuestra vida la luz que nos viene de la contemplación de Cristo para poder ayudar después a las personas a salir de la oscuridad del pecado y de la indiferencia. Vivamos de tal modo de cara a Dios, que resplandezca en nosotros la luz de Cristo que lleve a las almas a la conversión del corazón.

Propósito
Buscaré ver los acontecimientos de mi día tratando de verlos desde la óptica de Dios.

Diálogo con Cristo
Jesús, enciende en mi corazón la luz de tu presencia para que se dispersen las tinieblas de mi alma. Sé que puedes iluminar mi vida diaria con tu palabra y con el don de tu Eucaristía. Tú que has dicho: "Yo soy la luz del mundo" irradia tus destellos de amor sobre mi pobre persona. Ayúdame a vivir frente a ti de manera que, contemplándote cara a cara, pueda iluminar también la vida de mis hermanos los hombres.
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Autor: H. Laureano López | Fuente: Catholic.netSanto Evangelio Febrero 19, 2014

Jesús, cura mi ceguera
Marcos 8, 22-26.
Tiempo Ordinario.
Jesús, enciende en mi corazón la luz de tu presencia para que se dispersen las tinieblas de mi alma.

Del santo Evangelio según san Marcos 8, 22-26

Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?». Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan». Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».

Oración introductoria
Jesús, me acerco a ti porque sé que Tú eres la Luz del mundo y que puedes iluminarme en mi ceguera y librarme de las tinieblas. Señor, ayúdame a ver. Te ofrezco esta meditación por todos aquellos que no pueden ver con los ojos del alma porque el pecado les ha cegado. Dios mío, devuélveme la vista espiritual para que pueda ver todo desde la perspectiva de tu santa voluntad.

Petición
Señor, ayúdame a ver todos los momentos del día con la visión de la fe y del amor.

Meditación del Papa Francisco
¡Qué hermosa es esta expresión de la sabiduría brasileña, que aplica a los jóvenes la imagen de la pupila de los ojos, la abertura por la que entra la luz en nosotros, regalándonos el milagro de la vista! ¿Qué sería de nosotros si no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos avanzar? Mi esperanza es que, en esta semana, cada uno de nosotros se deje interpelar por esta pregunta provocadora.
La juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio; tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación para que llegue a ser lo que puede ser; transmitirle valores duraderos por los que valga la pena vivir; asegurarle un horizonte trascendente para su sed de auténtica felicidad y su creatividad en el bien; dejarle en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida humana; despertar en él las mejores potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir, y corresponsable del destino de todos. (S.S. Francisco, 22 de julio de 2013).

Reflexión
La vida diaria, con sus luces de artificio, puede deslumbrarnos y hacer que quedemos ciegos para las cosas de Dios. Esforcémonos por encender en nuestra vida la luz que nos viene de la contemplación de Cristo para poder ayudar después a las personas a salir de la oscuridad del pecado y de la indiferencia. Vivamos de tal modo de cara a Dios, que resplandezca en nosotros la luz de Cristo que lleve a las almas a la conversión del corazón.

Propósito
Buscaré ver los acontecimientos de mi día tratando de verlos desde la óptica de Dios.

Diálogo con Cristo
Jesús, enciende en mi corazón la luz de tu presencia para que se dispersen las tinieblas de mi alma. Sé que puedes iluminar mi vida diaria con tu palabra y con el don de tu Eucaristía. Tú que has dicho: "Yo soy la luz del mundo" irradia tus destellos de amor sobre mi pobre persona. Ayúdame a vivir frente a ti de manera que, contemplándote cara a cara, pueda iluminar también la vida de mis hermanos los hombres.
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Autor: H. Laureano López | Fuente: Catholic.net
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Y tú, ¿qué piensas?


Jueves de la Sexta Semana del Tiempo Ordinario

"Por el camino preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?"
El les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías"
. (Mc 8,27-33)

Hay preguntas inofensivas a las que siempre resulta fácil responder.
¿Quién ha ganado el partido?
¿Qué piensas de la política?
¿Qué dices de tus vecinos?

El problema está cuando se nos hacen preguntas en las que nos sentimos implicados. Preguntas en las es preciso desnudarnos a nosotros mismos.
Es fácil responder ¿qué dicen los demás sobre Jesús?
Es fácil responder ¿qué dicen los demás sobre la Iglesia?
Es fácil responder ¿qué dicen los demás sobre Dios?

El problema está cuando se nos pregunta:
¿Y tú qué piensas sobre Jesús?
¿Y tú qué dices sobre Jesús en tu vida?

¿Y tú qué dices sobre la Iglesia?
¿Qué es la Iglesia para ti y qué eres tú en la Iglesia?
¿Y tú qué dices sobre Dios?
¿Qué es Dios en tu vida?

Porque cuando nos preguntan sobre lo que dicen o piensan los demás, no quedamos implicados en la pregunta, sencillamente es una pregunta de información.
Y a niveles de fe:
Poco importa lo que digan los demás.
Lo importante es lo que digo yo, lo que significa e implica Dios en mi vida.

El ejemplo más claro yo lo veo en la vida de las parejas, de los matrimonios. Todo marcha muy bien hasta que un día tu esposa te pone contra la pared y te pregunta:
Cariño, ¿me amas de verdad?
Cariño, ¿qué sigo siendo para ti?
Cariño, ¿eres feliz conmigo?
Cariño, ¿te volverías a casar con migo?

Entonces nuestras respuestas parecen desviadas a córner:
¡Qué preguntas tontas?
¡Si tú sabes que te amo?
Es que no es cuestión de saberlo.
Quiere que se lo digas.
Quiere escucharlo.
Y eso es lo que tú no quieres responder.
Prefieres desviar la pregunta dando por supuesta la respuesta.

Algo parecido nos sucede cuando nos preguntan sobre nuestra actitud para con la Iglesia:
¿Qué dices tú sobre la Iglesia?
¿Qué es y qué significa para ti la Iglesia?

No es suficiente decir que tú crees en la Iglesia.
Lo que importa es ¿qué es para ti la Iglesia?
¿Cómo te sientes tú en la Iglesia?
¿Cómo te sientes tú Iglesia?

Hay preguntas que parecen de encuestadoras.
Y hay preguntas que nos desnudan por dentro.
Hay preguntas secundarias sobre las que podemos decir cualquier cosa.
Y hay preguntas esenciales en las que nos tenemos que decir a nosotros mismos.
Y esas preguntas duelen.
Pero son preguntas que desnudan el fondo de nuestro corazón.
Son preguntas que nos implican en lo que somos realmente.

A Dios no se le puede responder con evasivas.
Al amor no se le puede responder con rodeos.
A la Iglesia no se le puede responder saliéndonos por la tangente.
A nosotros no podemos respondernos con engaños disimulados y camuflados.
¿Quién es Dios realmente para mí?
¿Quién es la Iglesia realmente para mí?
¿Qué es en verdad el bautismo para mí?
¿Quién soy realmente para mí y para Dios?