Evangelio y Comentario de hoy Sabado 18 Enero 2014

Día litúrgico: Sábado I del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 2,13-17): En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?». Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Comentario
No he venido a llamar a justos, sino a pecadores
Hoy, en la escena que relata san Marcos, vemos cómo Jesús enseñaba y cómo todos venían a escucharle. Es manifiesto el hambre de doctrina, entonces y también ahora, porque el peor enemigo es la ignorancia. Tanto es así, que se ha hecho clásica la expresión: «Dejarán de odiar cuando dejen de ignorar».

Pasando por allí, Jesús vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado donde cobraban impuestos y, al decirle «sígueme», dejándolo todo, se fue con Él. Con esta prontitud y generosidad hizo el gran “negocio”. No solamente el “negocio del siglo”, sino también el de la eternidad.

Hay que pensar cuánto tiempo hace que el negocio de recoger impuestos para los romanos se ha acabado y, en cambio, Mateo —hoy más conocido por su nuevo nombre que por el de Leví— no deja de acumular beneficios con sus escritos, al ser una de las doce columnas de la Iglesia. Así pasa cuando se sigue con prontitud al Señor. Él lo dijo: «Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campo por mi nombre, recibirá el ciento por uno y gozará de la vida eterna» (Mt 19,29).

Jesús aceptó el banquete que Mateo le ofreció en su casa, juntamente con los otros cobradores de impuestos y pecadores, y con sus apóstoles. Los fariseos —como espectadores de los trabajos de los otros— hacen presente a los discípulos que su Maestro come con gente que ellos tienen catalogados como pecadores. El Señor les oye, y sale en defensa de su habitual manera de actuar con las almas: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2,17). Toda la Humanidad necesita al Médico divino. Todos somos pecadores y, como dirá san Pablo, «todos han pecado y se han privado de la gloria de Dios» (Rm 3,23).

Respondamos con la misma prontitud con que María respondió siempre a su vocación de corredentora.


Oración Colecta
Oh Dios de misericordia y compasión:
Tú llamas a personas débiles -aun siendo pecadoras-
para ir dando forma a tus sueños
sobre los hombres y su mundo
y para ser instrumentos de salvación.
Danos confianza, no en nuestra propia fuerza,
sino en el poder de tu amor,
que puede hacer,
por medio de nosotros y con nosotros,
lo que somos incapaces de hacer.
Te damos gracias por llamarnos
a salir de nuestra fragilidad y alienación,
por medio de Jesucristo nuestro Señor


Hermanos: ¡Qué atrevido Jesús, y qué seguro de sí mismo! Jesús elige a un hombre a quien todos consideran pecador público, lo convierte nada menos que su apóstol, y para construir su Iglesia cuenta con él así como con algunos otros apóstoles que más tarde mostrarán signos de gran debilidad. Dios confía en nosotros, se fía de nosotros. Confiemos también nosotros en él, mientras pedimos su bendición.
Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo  nos acompañe siempre. 


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El sol iluminó su corazón

Sábado de la primera semana

“Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Se levantó y lo siguió. Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían, un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos. Al ver que comía con publicanos y pecadores, unos fariseos les dijeron a los discípulos: “¡De modo que come con publicanos y pecadores!” (Mc 2, 13-17)
La riqueza puede dar bienestar.
¿Dará siempre la felicidad?
Resulta extraño que una simple llamada, y un simple “Sígueme”, pueda levantar de su mostrador de los impuestos a alguien que no parecía tener problemas económicos, al menos si juzgamos por el final del texto.
Y sin embargo, algo le debía faltar a Leví.
Posiblemente una palabra que le abriese otros horizontes que los de ganar dinero.
A veces, una simple palabra basta para pintar una sonrisa en los labios.
A veces, una simple palabra basta para despertar una vida dormida.
A veces, una simple palabra basta para despertar nuevos horizontes.
A veces, una simple palabra basta para cambiar toda una vida.
A veces, el simple hecho de que alguien se fije en ti, es suficiente para abrirte a la vida.

No siempre los malos son malos por propia voluntad.
Es posible que muchos sean malos porque los demás no les damos importancia.
Es posible que muchos sean malos porque los demás los marginamos.
Es posible que muchos sean malos porque los buenos ya los bautizamos de malos.
Es posible que muchos sean malos porque los buenos los hemos dejado demasiado solos.

Y los malos pueden también ser buenos.
Y hasta Jesús llama a los malos para ser de su grupo.
¿Quién conocía el corazón de Leví a quien no le faltaba nada?
¿Quién conocía el vacío que llevaba dentro a quien lo tenía todo?
Aquella mañana, Leví sintió como si una primavera se despertase dentro de su corazón.
Aquella mañana, Leví sintió que para alguien era importante.
Aquella mañana, Leví sintió que alguien quería contar con él.
El sol que iluminaba el Lago, entró también dentro de su corazón.
“Se levantó y lo siguió”.

Fue tal su alegría, que aquella noche hizo fiesta en su casa.
Fue tal el agradecimiento a quien le llamó, que lo invitó a la fiesta con sus discípulos.
Fue tal el cambio de su corazón que también invitó a sus colegas publicanos.
Y como Jesús también es celebrante, no podía decir no.
A Jesús le encantan las celebraciones.
No importa quién esté en ellas.
No importa si junto al convertido también toman asiento el resto de publicanos.
No importa si se expone a que los buenos se escandalicen.
No importa si se expone a que los buenos murmuren y hablen mal.

Lo único que a Jesús le interesa:
Es que alguien a quien la religión excluía se haya unido a los suyos.
Es que alguien a quien se le consideraba marginado se ha puesto en pie y le haya seguido.
Es que alguien esté dispuesto a seguirle sin condiciones ni pedir explicaciones.

Y para Jesús todo el que vuelve a Dios es un acontecimiento de gracia que merece una fiesta.
Para él la fiesta está por encima de los escándalos.
Para él la fiesta de una conversión es más importante que las críticas de los buenos.

¿Cuánto nos alegra hoy a nosotros que alguien regrese a Dios?
¿Cuánto nos alegra hoy a nosotros que alguien sienta la alegría del cambio de su corazón y lo celebre con una comida?
¿A cuántos que hemos visto cambiar hemos invitado a una cena?
¿A cuántos que hemos tenido por malos y ahora son buenos, les hemos organizado una comida?
Y sin embargo, también Jesús hoy, luego que se te han perdonado los pecados, te invita a la mesa de la Eucaristía.

Un amigo mío no había pisado la Iglesia desde su primera comunión. Se había casado por lo civil. Ahora estaba viudo. En uno de esos golpes de la gracia, decidió buscarme. Se confesó y, claro, le dije fuese a comulgar. Una pareja que lo vio comulgar se me acerca y, escandalizada me dice: “Padre, ¿cómo la gente no va a perder su fe, si fulanito, a quien todo el mundo conoce por la vida que lleva, se acerca a comulgar?” Muy tranquilo, no se me ocurrió otra cosa que decirle: “La pena es que nadie haya aplaudido en la Iglesia”.
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