Una mesa para todos

+ Lectura del Santo Evangelio según Lucas
Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: “Cédele el puesto a éste”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.»
Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»

Reflexión
El Evangelio de hoy me ha hecho recordar muchas cosas. Unas desagradables. Otras, muy agradables.
Recién ordenado sacerdote una persona me invitó a cenar en su casa. Linda, bella. Era arquitecto. Nos pasamos como una hora charlando antes de cenar. Pero yo sentía un cierto frío en mi alma. Algo le faltaba a toda aquella belleza de arquitectura. ¿Y dónde están los niños? Le pregunto. La respuesta fue inmediata: “No pensaras que voy a dejar que los niños jueguen aquí. Ellos tienen un cuarto arriba para sus juegos”. Era toda una sala de recepción pero para los invitados. Y los niños no eran parte de esos invitados.
Otra persona también me invitó. Una comida muy linda. Y como tenía confianza con él le pregunto: ¿y las sirvientas dónde comen? No esperarás que iban a comer con nosotros. Ellas comen luego en un comedor aparte.
En una reunión del CELAM estaban cenando dieciocho Obispos y treinta y tantos sacerdotes. Alguien se atrevió a preguntar ¿y dónde está el Presidente? Alguien en voz baja respondió: “El nunca come con los demás. Tiene su propio comedor aparte”.
Es que las comidas se prestan a muchas reflexiones. Porque las comidas tienen no solo el sabor de la comida sino también el gusto y el sabor de la amistad, la compañía. Y en ellas se pone de manifiesto no solo la exquisitez de los manjares sino también nuestra selectividad de las personas.
Y pienso en Pablo de la Cruz (fundador de los Pasionistas) cuando echado del Vaticano como un pordiosero, se retiró por la Vía Nacional a aquel lugar que llaman de las cuatro fuentes. Sentado en una esquina estaba comiendo un mendrugo de pan duro. En esto llegó otro mendigo que se sentó a su lado. Pablo de la Cruz partió por la mitad su pan y lo compartió con el mendigo. Dos hambres juntas pero también dos almas unidas en el amor.
Estoy hablando de los demás. Pero aún no he hablado de mí mismo. No es frecuente invitar gente a nuestro comedor. Pero siempre que ha habido algún invitado han sido o amigos, o personajes, o algún Obispo. Pero todavía no he visto sentarse con la comunidad a ningún pobre de la calle.
Hay páginas del Evangelio que les damos mucha importancia. Pero hay otras que las leemos como si fuesen letra pequeña. Páginas que se nos resbalan del corazón.
¿A quién invita a comer a su mesa el Papa?
¿A quién invita a comer a su mesa el Obispo?
¿A quién invita a comer a su mesa el Párroco?
Porque yo me imagino, bueno es solo una imaginación, que el Evangelio es para todos y no solo para los seglares, los fieles del Pueblo de Dios. El Evangelio es para todos los creyentes. Y que por tanto es para todos ¿me estaré equivocando?
Bueno, espero que nadie me vendrá ahora a decir que esto se llama lectura “fundamentalista” del Evangelio. Porque siento que, cuando Jesús habla estas cosas, trata de establecer lo que realmente nos identifica como creyentes y lo que nos distingue del resto del mundo.
Benedicto XVI en su Encíclica “Dios es amor” dice que “la Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario”.
Y aún añade: “... también se da la exigencia específicamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad”.(Dios es amor n.25)
Y esos “pobres , lisiados, cojos y ciegos” y esos que hoy vemos mendigando en nuestras calles, o esos niños que tienden su mano pidiéndonos un euro para comprar un “pan”:
¿no son también familia de Dios?
¿Y en las familias hay excluidos de la mesa?
Y si Dios es el Padre de esta familia, ¿excluirá a alguien de su mesa?
¿Y si alguno de estos se acerca a comulgar, Dios no se hará pan de comunión también para ellos?
A mí me impresionó una frase de la Madre Teresa de Calcuta cuando dijo: “el problema es: ¿y donde dormirán hoy los pobres abandonados?
Y que yo traduciría hoy: “el problema es: ¿y a qué mesa se sentarán hoy muchos pobres para comer?”
La pregunta no te la estoy haciendo a ti, querido amigo, sino que me la estoy haciendo a mí mismo.
¿No podríamos comenzar por poner una silla más en torno a nuestra mesa donde desayunamos, almorzamos y cenamos?
Esa pudiera ser la silla que nos recuerde al pobre a quien no hemos invitado y que por eso mismo está vacía.
¿Y qué pasaría, Señora, si al preparar la mesa, usted pone esa silla y delante un plato y un letrerito pegado en el respaldar de la silla que diga: “es del pobre a quien no hemos invitado”.
Es posible que esa silla, a la larga, nos vaya sensibilizando e inquietando nuestra conciencia.
Oración
Señor: Te confieso que hoy me siento muy mal escribiendo todo esto.
Porque estoy escribiendo de lo que tú nos has pedido
y que yo nunca he cumplido.
Estoy escribiendo, sabiendo que esta noche tendré una mesa puesta.
Pero con la nostalgia evangélica
de que aún no quiero escuchar tus palabras.
Porque esta noche tampoco yo tengo ningún pobre invitado a cenar.