El hipócrita "brilla" pero no "alumbra"



“Habló Jesús diciendo; “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los cielos! Ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los quieren”. (Mt 23,13-22)
Las carreteras están llenas de señales de tráfico.
Gracias a ellas evitamos infinidad de riesgos y peligros.
Hoy Jesús se ha puesto, dirían algunos, “un poco bravo”.
Debió de ser uno de esos días en los que ya estaba harto de tanta mentira de los que se creían representantes de Dios.
“Cerrar la puerta a los que quiere entrar”
Las puertas del Reino están abiertas.
Y están abiertas para todos.
Pero, los hipócritas viven tan inflados de sí mismos, que ocupan todo el espacio.
No entran ellos porque prefieren ser porteros.
Prefieren quedarse taponando la puerta, por lo gordos que están no pueden entrar.
Pero tampoco dejan entrar a los que quieren entrar.
Los hipócritas creen estar dentro, cuando en realidad están fuera.
Los hipócritas se creen dueños de la puerta.
Los hipócritas son los jueces que dicen quienes tienen que entrar y quienes tienen que quedar fuera.
No se atreven a entrar por miedo a la verdad y prefieren tener un pie dentro y otro fuera.
La hipocresía es la mentira de la vida.
Cuando nos preguntamos por qué muchos no entran, fácilmente los juzgamos de falta de valentía y coraje.
Sin embargo, habría que preguntarse:
¿Por qué están fuera muchos?
¿Por qué muchos se niegan a entrar?
¿No será por la hipocresía de quienes debiéramos señalar el camino de entrada?
Se ve demasiada mentira en la vida y causa rechazo.
Se ve demasiada apariencia en la vida que impide a uno creer.
El hipócrita “brilla”, pero no “alumbra”.
Estoy pensando en estos maravillosos retablos de madera.
¡Y qué pena me dan cuando los veo recubiertos de pan de oro!
Brillan. Pero el brillo del oro tapa la madera.
Parecen altares maquillados de oro. Pero pierden el valor de la madera.
Muchas vidas caminan recubiertas de “pan de oro”.
Brillan mucho. Pero ¿qué esconden dentro?
Hay demasiado brillo que impide ver la verdad.
Hay demasiado brillo que esconde la verdad del Evangelio.
Hay demasiado brillo que impide abrirse al Evangelio.
Hay demasiado brillo, pero hay poca luz.
Hay demasiado brillo que impide entrar a quienes quieren entrar de verdad.
El brillo de la hipocresía no hace creíble lo que hay dentro de muchas vidas.
El brillo de la hipocresía no hace creíble lo que hay al otro lado de la puerta.
Recorremos el mundo buscando seguidores de Jesús.
Y luego los hacemos esclavos de la institución.
Recorremos el mundo anunciando el amor.
Y cuando los ganamos los encorsetamos con la ley.
Anunciamos el Evangelio de la libertad.
Y luego los hacemos esclavos de nuestras normas y prohibiciones.
Les anunciamos los ideales del Evangelio.
Pero luego, les impedimos pensar por ellos mismos.
Los abrimos al Evangelio, pero luego los hacemos esclavos de nuestros propios pensamientos.
Jesús no se revistió de brillo.
Pero su vida alumbraba a todos.
Me encanta un cuadro del nacimiento de Jesús donde San José, en la oscuridad de la noche levanta un candil, mientras María acurruca al niño en el pesebre.
La Iglesia no se hace luz del mundo por el brillo del oro.
La Iglesia se hace luz del mundo cuando alguien mantiene en sus manos el candil de la verdad.
No nos preguntemos cuánto brilla nuestra hipocresía.
Preguntémonos cuánta luz emite la verdad y la sinceridad de nuestras vidas.