"Comprobado ir a ‪‎misa‬ alarga la vida"


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Escrito por: el padre Juan Jesús Priego para El Observador de la actualidad  periodismo católico. (si lo copias no olvides citar la fuente)
Con el andar del tiempo y las lecturas sucede que a veces se encuentra uno aquí y allá con datos curiosos e interesantes que después transcribe en algún lugar para no olvidarlos. He aquí, por ejemplo, tres de ellos. Durante más de cinco años han estado guardados en una libreta de pastas amarillas y ya es hora de darlos a conocer (en el caso, claro está, de que no sean ya de sobra conocidos):
1. «El padre Mauro Cozzoli, teólogo y catedrático de la Universidad Lateranense de Roma, ha comentado muy positivamente los resultados de un reciente estudio que demuestra que ir a Misa alarga la vida. La investigación se basó en una muestra de dos mil ancianos californianos, y dio como resultado que las vidas más largas estaban proporcionalmente relacionadas con una asistencia frecuente a Misa. «Es profundamente verdadero que ir a Misa alarga la vida», ha dicho Cozzoli. «El dato –ha añadido- no sorprende si consideramos la unidad de los tres componentes o dimensiones del ser humano: el físico, el psíquico y el espiritual. La serenidad y concordia espiritual, alimentada por la fe, la ración o la práctica litúrgica es un factor de bienestar global y por lo tanto también físico y psíquico». (Tomado de la revista Vida Nueva, n. 2191, 26 de junio de 1999).

Claro, los ancianos que van a Misa se concentran en Dios, se relajan y se olvidan de todo lo demás, aunque sólo sea por unos minutos; en cambio, los que nunca van a ella, ¿qué hacen a esa hora sino quedarse en su cuarto deshojando margaritas y preguntándose: Me quieren, no me quieren; me quieren, no me quieren? Y así, mientras los primeros se relajan, los segundos se atormentan, de modo que unos viven más y otros menos. ¿Qué le vamos a hacer? Las cosas son así…

2. «Recientes investigaciones han probado que el amor incrementa positivamente nuestro sistema inmunológico. Por ejemplo, a un grupo de estudiantes de la Universidad de Harvard le fue mostrado un documental de la Madre Teresa ayudando incondicionalmente a los enfermos. Tras el documental, les fue practicado un test de saliva. La prueba médica reveló un aumento del nivel de ciertos anticuerpos, incluidos aquellos que previenen las infecciones y los resfriados. Es más, un estudio practicado a 10.000 hombres con problemas cardiacos reveló una reducción del 50 por ciento del dolor provocado por angina de pecho en aquellos que recibían el apoyo de sus esposas».

«Sin amor, la humanidad no podría vivir ni un día más», dijo Erich Fromm (1900-1980) en ese libro espléndido que es El arte de amar, y lo que vale para la humanidad en general, vale todavía más para cada hombre en particular. Sin amor, uno literalmente se muere. ¿Qué de raro tiene que el enfermo que oye continuamente palabras cariñosas viva más y mejor que el que no oye más que el cuchicheo impersonal de las enfermeras?

3. «Un estudio a largo plazo realizado sobre una muestra de 600 hombres dirigido por el profesor Larry Scherwitz, de la Universidad de Chicago, indica que el riesgo de sufrir problemas cardiacos es mayor entre los hombres con estudios superiores que suelen utilizar más a menudo el pronombre personal en primera persona (es decir, los que hablan siempre de sí mismos). Tras llevar durante varios años un control riguroso de los individuos estudiados, el profesor Scherwitz comprobó que cuanto más se habla de uno mismo, mayor es la posibilidad de sufrir una enfermedad coronaria. Según el estudio, la obsesión por el ego es un catalizador tanto o más peligroso para el corazón que fumar, una dieta rica en grasas o la falta de ejercicio.

Los descubrimientos del profesor Scherwitz confirman la tesis de que la salud del cuerpo depende de la salud del alma y que el cultivo de las virtudes morales —en este caso la humildad— favorece el bienestar físico y la salud integral» (Tanto los datos del número 2 como de éste, han sido tomados de: Byron L. Sherwin, ¿Para qué ser bueno? El sentido de la ética en el mundo actual, Barcelona, Plaza y Janés, 1999). 
¡Esto sí que es una novedad! Hablar demasiado de uno mismo hace mal, causa infartos y depresiones... 
Soy consciente de que los datos anteriores podrían dar pie a una especie de «secularización de las virtudes», y que a causa de ello más de alguno podría decirse a sí mismo: «De ahora en adelante iré más frecuentemente a Misa, pues ya veo que hace bien a la salud»; o: «En adelante seré más bondoso para no enfermarme tan seguido»; o, por último: «En el futuro hablaré menos de mí mismo, pues no quiero morirme de un infarto». Esto no sería virtuoso de ninguna manera, sino algo tan chocante como lo que hizo Benjamín Franklin cuando,  al querer dar a las virtudes un sesgo puramente utilitarista, acabó poniéndolas al servicio de su propio provecho. De él es, por ejemplo, esta máxima que detesto: «Acostarse pronto y levantarse temprano hacen al hombre rico y sano». El consejo me parece bueno, pero no la finalidad, que es puramente mercantil y convenenciera. Yo diría más bien lo contrario: si lo único que piensas hacer en el día es dinero, mejor quédate en tu cama.  (Aconsejó una vez un padre a su hijo: «Hijo mío, haz dinero honradamente, si puedes, pero haz dinero»).

En realidad el hombre bueno no va a Misa ni trata de ser humilde para vivir más: lo hace, simplemente, para agradar a Dios, y, en recompensa, Dios lo bendice dándole salud. La virtud no se practica para sacar algo de ella; pero, cuando se la practica con desinterés, no deja nunca sin recompensa a los que se han esforzado en practicarla. ¡Excelente noticia!
Fuente original:
http://www.elobservadorenlinea.com/content/view/629/1/ "Comprobado ir a ‪‎misa‬ alarga la vida"
Escrito por: el padre Juan Jesús Priego
1. «El padre Mauro Cozzoli, teólogo y catedrático de la Universidad Lateranense de Roma, ha comentado muy positivamente los resultados de un reciente estudio que demuestra que ir a Misa alarga la vida. La investigación se basó en una muestra de dos mil ancianos californianos, y dio como resultado que las vidas más largas estaban proporcionalmente relacionadas con una asistencia frecuente a Misa. «Es profundamente verdadero que ir a Misa alarga la vida», ha dicho Cozzoli. «El dato –ha añadido- no sorprende si consideramos la unidad de los tres componentes o dimensiones del ser humano: el físico, el psíquico y el espiritual. La serenidad y concordia espiritual, alimentada por la fe, la ración o la práctica litúrgica es un factor de bienestar global y por lo tanto también físico y psíquico». (Tomado de la revista Vida Nueva, n. 2191, 26 de junio de 1999).

Claro, los ancianos que van a Misa se concentran en Dios, se relajan y se olvidan de todo lo demás, aunque sólo sea por unos minutos; en cambio, los que nunca van a ella, ¿qué hacen a esa hora sino quedarse en su cuarto deshojando margaritas y preguntándose: Me quieren, no me quieren; me quieren, no me quieren? Y así, mientras los primeros se relajan, los segundos se atormentan, de modo que unos viven más y otros menos. ¿Qué le vamos a hacer? Las cosas son así…

2. «Recientes investigaciones han probado que el amor incrementa positivamente nuestro sistema inmunológico. Por ejemplo, a un grupo de estudiantes de la Universidad de Harvard le fue mostrado un documental de la Madre Teresa ayudando incondicionalmente a los enfermos. Tras el documental, les fue practicado un test de saliva. La prueba médica reveló un aumento del nivel de ciertos anticuerpos, incluidos aquellos que previenen las infecciones y los resfriados. Es más, un estudio practicado a 10.000 hombres con problemas cardiacos reveló una reducción del 50 por ciento del dolor provocado por angina de pecho en aquellos que recibían el apoyo de sus esposas».

«Sin amor, la humanidad no podría vivir ni un día más», dijo Erich Fromm (1900-1980) en ese libro espléndido que es El arte de amar, y lo que vale para la humanidad en general, vale todavía más para cada hombre en particular. Sin amor, uno literalmente se muere. ¿Qué de raro tiene que el enfermo que oye continuamente palabras cariñosas viva más y mejor que el que no oye más que el cuchicheo impersonal de las enfermeras?

3. «Un estudio a largo plazo realizado sobre una muestra de 600 hombres dirigido por el profesor Larry Scherwitz, de la Universidad de Chicago, indica que el riesgo de sufrir problemas cardiacos es mayor entre los hombres con estudios superiores que suelen utilizar más a menudo el pronombre personal en primera persona (es decir, los que hablan siempre de sí mismos). Tras llevar durante varios años un control riguroso de los individuos estudiados, el profesor Scherwitz comprobó que cuanto más se habla de uno mismo, mayor es la posibilidad de sufrir una enfermedad coronaria. Según el estudio, la obsesión por el ego es un catalizador tanto o más peligroso para el corazón que fumar, una dieta rica en grasas o la falta de ejercicio.

Los descubrimientos del profesor Scherwitz confirman la tesis de que la salud del cuerpo depende de la salud del alma y que el cultivo de las virtudes morales —en este caso la humildad— favorece el bienestar físico y la salud integral» (Tanto los datos del número 2 como de éste, han sido tomados de: Byron L. Sherwin, ¿Para qué ser bueno? El sentido de la ética en el mundo actual, Barcelona, Plaza y Janés, 1999).
¡Esto sí que es una novedad! Hablar demasiado de uno mismo hace mal, causa infartos y depresiones...
Soy consciente de que los datos anteriores podrían dar pie a una especie de «secularización de las virtudes», y que a causa de ello más de alguno podría decirse a sí mismo: «De ahora en adelante iré más frecuentemente a Misa, pues ya veo que hace bien a la salud»; o: «En adelante seré más bondoso para no enfermarme tan seguido»; o, por último: «En el futuro hablaré menos de mí mismo, pues no quiero morirme de un infarto». Esto no sería virtuoso de ninguna manera, sino algo tan chocante como lo que hizo Benjamín Franklin cuando, al querer dar a las virtudes un sesgo puramente utilitarista, acabó poniéndolas al servicio de su propio provecho. De él es, por ejemplo, esta máxima que detesto: «Acostarse pronto y levantarse temprano hacen al hombre rico y sano». El consejo me parece bueno, pero no la finalidad, que es puramente mercantil y convenenciera. Yo diría más bien lo contrario: si lo único que piensas hacer en el día es dinero, mejor quédate en tu cama. (Aconsejó una vez un padre a su hijo: «Hijo mío, haz dinero honradamente, si puedes, pero haz dinero»).

En realidad el hombre bueno no va a Misa ni trata de ser humilde para vivir más: lo hace, simplemente, para agradar a Dios, y, en recompensa, Dios lo bendice dándole salud. La virtud no se practica para sacar algo de ella; pero, cuando se la practica con desinterés, no deja nunca sin recompensa a los que se han esforzado en practicarla. ¡Excelente noticia!