El
Evangelio de la misa de hoy nos presenta a Jesús con sus discípulos en
Cesarea de Filipo. Mientras caminan, Jesús pregunta a los apóstoles:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»,
No
tenía el Señor necesidad de hacer esta pregunta pues Él conocía bien
las opiniones y conversaciones del pueblo; pero el Señor preparaba el
terreno para otra cuestión más definitiva. La respuesta
que dieron los apóstoles fue sencilla: «Algunos dicen que eres Juan
Bautista, otros que Elías o alguno de los profetas.»
Todos reconocían en Jesús, cuando menos, que era comparable a los hombres más ilustres de la historia de Israel.
Y después que ellos dijeran las diversas opiniones de la gente, Jesús les hace la pregunta fundamental, directamente a ellos: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?»
El
Papa, al comentar este pasaje dice que “todos nosotros conocemos ese
momento en que no basta hablar de Jesús repitiendo lo que otros han
dicho..., no basta recoger una opinión, sino que es preciso dar
testimonio, sentirse comprometido por el testimonio, y después llegar
hasta los límites de las exigencias de ese compromiso. Los mejores
amigos, apóstoles de Jesús fueron siempre los que percibieron un día
dentro de sí la pregunta definitiva, que no tiene vuelta de hoja, ante
la cual, todas las demás resultan secundarias: “Para ti, ¿quién soy Yo?.
Juan Pablo II nos dice que la vida y todo el futuro dependen de esa
respuesta, nítida y sincera; sin retórica ni subterfugios, que pueda
darse a esa pregunta”
Pedro contestó categóricamente: “Tú eres el Mesías”.
Cuando
el Sumo Sacerdote pregunta al Señor, en los momentos previos a su
Pasión: ¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios?, Jesús le contesta: “Yo
soy, y verás al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Padre, y venir
sobre las nubes del cielo”.
En esta respuesta, Jesús no solo da testimonio de ser el Mesías esperado, sino que aclara la trascendencia divina de su misión.
En
ese momento y ahora, sólo existe una única respuesta verdadera a la
pregunta de Jesús: “Tú eres el Cristo, el Mesías, el Hijo Unigénito de
Dios. La Persona de la que dependen todas nuestras vidas, nuestros
destinos, y nuestra felicidad”.
Sabemos
muy bien, -son palabras del Papa-, que ante Jesús no podemos
contentarnos con una simpatía simplemente humana, ni es suficiente
considerarlo sólo como un personaje digno de interés histórico,
teológico, espiritual, social o como fuente de inspiración artística.
Jesucristo nos compromete absolutamente y por enteros. Nos pide que al
seguirle renunciemos a nuestra propia voluntad para identificarnos con
Él.
En
este año Santo, en que la Iglesia nos invita a una verdadera conversión
del corazón, pidamos a María, nuestra Madre, que renovemos con firmeza
nuestra decisión de seguir de cerca a Jesús, para que nos acoja como a
uno de sus discípulos más próximos.