Evangelio y Reflexion de hoy Viernes 7 de Septiembre 2012


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 5, 33-39

 En aquel tiempo, los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben.»
 Jesús les contestó: «¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar.»
 Les hizo además esta comparación: «Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más. ¡A vino nuevo, odres nuevos! Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor.»
Palabra del Señor.
  
Reflexión  
En el evangelio de hoy, al responder una pregunta sobre el ayuno, el Señor nos muestra su amistad y amor por sus discípulos, por los que los rodeaban, y la importancia que tiene esa amistad por sobre el ayuno.
El esposo, entre los hebreos, iba acompañado por otros jóvenes de su edad, sus compañeros más íntimos, que eran como una escolta de amor. Se los llamaba los amigos del esposo, y su misión era honrar al novio que iba a casarse y participar de un modo muy especial en los festejos de la boda.
La imagen de la boda aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura para expresar la relación de Dios con su pueblo. También la Nueva Alianza del Mesías con su pueblo, (la Iglesia) se describe con la imagen de la boda.
Jesús, en este evangelio al responder a la pregunta sobre el ayuno, nos llama a los que lo seguimos, amigos íntimos, amigos del esposo. Hemos sido invitados como los amigos íntimos, al banquete de bodas, y a participar especialmente de los festejos, que son una figura del Reino de los Cielos.
Durante su paso por la tierra, el Señor distinguió en numerosas ocasiones a los suyos con el honroso título de amigos. En la Última Cena les dijo: “los he llamado amigos porque les he dado a conocer todas las cosas que he oído de mi Padre”
El Evangelio nos narra que Jesús tuvo amigos de todas las condiciones sociales, de todas las edades y de todas las profesiones. Desde personas de gran prestigio como Nicodemo o José de Arimatea, hasta mendigos como Bartimeo. En todas las ciudades y aldeas que Jesús recorría encontraba gente que le quería y que se sentían correspondidos por el Maestro. En Betania, las hermanas de Lázaro dejan ver en claro los profundos lazos de amistad que existían entre esa familia y Jesús.
Nunca nos debemos olvidar nosotros que Jesús nos quiere a cada  uno en forma personal. Jesús es nuestro amigo, que nos quiere con un corazón humano como el nuestro. Y nos quiere tanto como lo quiso a Lázaro cuando lloró frente a su cuerpo muerto, antes de resucitarlo.
Y esa amistad del Señor la debemos corresponder en nuestra vida y fortalecer a través de la oración y de los sacramentos.
Pero además, la debemos imitar. Aprendamos a tener, como el Señor, muchos amigos entre los que nos rodean. Aprovechemos las relaciones de vecindad, de trabajo. Los encuentros casuales y otros que buscamos especialmente. Un cristiano está siempre abierto a los demás. Con el amigo se comparte lo mejor que se posee, y nosotros no tenemos nada que valga tanto como la amistad de Jesús. Nuestra amistad con los que nos rodean debe ser un medio para dar a conocer a nuestro mejor amigo, que es el Señor.
Vamos a pedir hoy a María, que siempre tengamos presente el amor y la amistad que Jesús tiene por cada uno de nosotros, y que en nuestra vida y con nuestras obras, seamos siempre fieles a esa amistad