Evangelio y Reflexion de hoy Jueves 5 de Septiembre 2012


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 4, 38-44
 
Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. De muchos salían demonios, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado.»
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
Palabra del Señor.

   
  
Reflexión 
  
 En la primera lectura de la misa de hoy se lee un pasaje del Cap 1 de la primera carta a los Cristianos de Corintio, en la que el apóstol San Pablo nos enseña que dentro de la Iglesia hay muchos trabajadores, pero la construcción es una sola.
En la Iglesia fundada por Jesucristo hay lugar para todas las vocaciones y para las distintas tareas.
Dentro de la Iglesia existen muchos movimientos que orientados hacia un mismo fin, ponen su acento en uno u otro aspecto. Que tienen uno u otro carisma.
Como en los primeros tiempos de la Iglesia Católica, los cristianos de hoy tenemos la posibilidad de elegir en servir a la Iglesia en distintas actividades, y en participar en distintos grupos.
Pero, como dice San Pablo, este pluralismo no debe llevar a envidias ni rivalidades, porque el que planta y el que riega están en la misma situación.
El evangelio de hoy, de nuevo Jesús insiste en uno de los motivos de su venida al mundo: He venido a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios. Santo Tomás de Aquino, el gran doctor de la Iglesia, cuando enseña sobre el fin de la Encarnación de Jesucristo explica que El vino a mundo en primer lugar a manifestar la verdad. Jesús mismo dice: para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad.  Por esto el Señor no paso su vida ocultándose ni llevando una vida solitaria, sino que se manifestó en público y predicó públicamente.  Y esto es lo que les contesta  a la gente que pretendía retenerlo: “Es necesario que yo anuncie también a otras ciudades  el Evangelio del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado”.
Aunque permaneciendo en el mismo lugar, podía el Señor, que era Dios, haber atraído a Él  a todos, para que oyesen su predicación. No lo hizo para darnos el ejemplo a nosotros de que debemos ir en busca de las ovejas perdidas, como el pastor que busca la oveja perdida, o el medico que va en busca del enfermo.
Y esta es una misión que tenemos todos los cristianos, independientemente del carisma que tengamos o de la forma que lo hagamos. Alguno podrá hacerlo a través de la oración, otro mediante la catequesis, y otros mediante las tareas de ayuda en un hospital, o en una escuela.
Pero como dice San Pablo en su carta a los Corintios: “El que planta y el que riega están en la misma situación. Nosotros trabajamos con Dios y para él, y ustedes son el campo de Dios y la construcción de Dios”.
Vamos a pedir hoy a María, madre de la Iglesia, por la unidad de sus hijos que constituyen esa Iglesia. Para que todos sus miembros aprendamos a aceptar y a amar a todos los cristianos que trabajan por ella, sin que existan rivalidades ni envidias entre nosotros.