En la
primera lectura del libro de los Reyes, se muestra a Elías que era el
único profeta de Dios que se había librado de la muerte a manos de
Jezabel, la esposa del rey de Israel, que adoraba a Baal, Dios de los
cananeos.
Elías
debió escapar por las amenazas de muerte, tiene miedo y huye. Cansado,
muestra su desaliento, quiere abandonarlo todo, pero el Señor llega en
su auxilio y lo alimenta.
Ese alimento, le da a Elías fuerza para seguir su camino, para volver a su tarea.
La
tradición cristiana ha tomado esta imagen del pan que da fuerza y vida
para seguir andando, como figura de la eucaristía. Jesús mismo, se
identifica en el evangelio de hoy con ese Pan que da la Vida.
Hoy
también hay mucha gente, a la que como a Elías le gana el desaliento. No
es fácil anunciar la Palabra de Dios y denunciar la injusticia. El
hombre se expone, y puede tener miedo, pero nunca debe olvidar que Dios
no abandona a sus hijos. La Eucaristía nos da el alimento, la fuerza
necesaria para cumplir con nuestra misión.
El
Evangelio nos relata, cómo en Cafarnaún, sucede algo parecido a lo que
sucedió en Nazaret. Los judíos protestan porque Jesús, siendo hombre,
enseña "con pretensiones divinas".
La "piedra del escándalo", es "la humanidad" de Jesús.
Ellos
no pueden concebir que Dios se haya revelado a través de la "humanidad"
de un hombre a quienes ellos conocen perfectamente.
No
pueden entender que el mediador entre el gran Dios y ellos, pequeños
hombres, sea alguien a quien conocen y que no tiene ninguno de los
atributos de grandeza, ni tan siquiera los que por ellos eran
considerados grandes humanamente.
Nuestro problema hoy es el mismo: buscamos al Redentor según un modelo divino y Jesús se nos presenta como un "modelo", humano.
Mientras Dios se hace hombre, "valorando" al ser humano, nosotros buscamos a Dios en otra parte.
Nosotros,
igual que los judíos de la época de Jesús, nos empecinamos en buscar a
Dios a imagen y semejanza de nuestro concepto de grandeza y de poder,
sin darnos cuenta que Él se manifiesta en lo que mejor conocemos:
nuestra propia humanidad, nuestra comunidad, nuestra gente, nuestra
historia real y concreta.
¡Cuánto
tiempo usamos los hombres en preguntarnos por Dios!, ¿Cómo es?, ¿Qué
hace?, ¿Qué piensa?, cuando en realidad, deberíamos aprender a ser
hombres verdaderos, porque el hombre verdadero se asemeja a Dios.
Hoy
podemos proponernos, valorar la comunidad que nos rodea, porque es en
esta comunidad en la que Dios se nos está revelando permanentemente,
pero silenciosamente.
Debemos
aprender a amar y a crear vínculos de amor con los demás, porque donde
hay amor está Dios, donde hay amor, podemos descubrir a Dios.
Dios nos propone hoy, que busquemos sus rastros en los hombres, que lo busquemos en los que nos rodean.
La
fe, es descubrir el rostro de Dios en medio de los millones de rostros
humanos, es descubrir que la historia de la salvación está dentro de la
historia humana, de esa historia humana con manifestaciones maravillosas
y también con sus aberraciones.
Dice
Jesús en el Evangelio que "nadie viene a mí si no lo trae mi Padre".
Creer que Jesús es la solución a nuestros probemas y entregarse a él con
todos nuestros problemas, no es algo que nazca de nuesra necesidad;
surge, más bien, de la necesidad que Dios siente de ponernos en las
manos de su Hijo. Y eso significa que, antes que nosotros nos pongamos
en camino, Jesús ya nos está esperando; antes de que sintamos necesidad,
Él tiene preparada la solución; antes de que pensemos en Él; Él está
pensando en nosotros; nuestra fe, la opción de seguir a Jesús y quedarse
con Él, es reflejo y efecto de la fidelidad que Dios mantiene con
nosotros.
El Señor se manifiesta aquí como el Pan Vivo y nos recuerda la necesidad que tenemos de alimentarnos de Él.
En
cada Eucaristía, Jesús se nos ofrece para ayudarnos a que lo hagamos
nuestro; para en nuestros actos se manifieste Cristo, para que podamos
llevar "ese Pan de Vida", a los que nos rodean.
Cuando
nos dicen que las misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de
Calcuta, son fundamentalmente contemplativas, nos parece extraño.
Pero ellas aclaran que su contemplación, "comienza" en la Eucaristía.
Como
Cristo se ofrece realmente en el sacrifico de la Misa y está "realmente"
presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía, ellas,
pueden tocarlo en los hermanos y hermanas de la humanidad entera.
Madre
Teresa descubría el vínculo entre estas dos formas de presencia de
Cristo en este mundo, y decía que la primera -la Eucaristía- es la
fuente de la segunda -los hermanos-.
Trabajara
"con" y "para" los hombres, es adoraar a "Aquel" que se hizo hombre
para que los hombres puedan compartir la vida divina.
Contaba
la Madre Teresa que después de una dura jornada convirtiendo su trabajo
en oración, haciéndolo "con" Jesús, "por" Jesús y "para" Jesús, la
hermanas se cierran una hora en oración y adoración ante Jesús
Sacramentado.
Decía
ella que habiendo estado en contacto con Jesús durante el día, bajo la
semblanza dolorida de los pobres y leprosos, al cabo del día entraban de
nuevo en contacto con Él en el tabernáculo.