El
Señor aprovecha todas las oportunidades para enseñarnos a alejarnos de
la soberbia de los fariseos,... de la aparatosidad de su vida,... de su
autosuficiencia vanidosa.
Son muchas las veces que Jesús en el Evangelio emplea la imagen de los niños para contraponerla a la de los fariseos.
Trajeron entonces a unos niños para que les
impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los
reprendieron, pero Jesús les dijo: «Dejen a los niños, y no les impidan
que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son
como ellos.»
Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.
Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.
Palabra del Señor.
Reflexión
El
Señor enseña que el Reino de los Cielos pertenece a quienes son como
niños. Nos dice a los mayores que debemos hacernos semejantes a los
niños para entrar en el Reino.
Y nos preguntamos: ¿semejantes, pero en qué?
Para
nosotros, la imagen del niño es la imagen de la inocencia, de la
sencillez. Y esa es precisamente la imagen que el Señor nos propone.
Para
la mentalidad judía del tiempo de Jesús, aunque se consideraba a los
niños como una bendición, se los trataba oficialmente como seres
insignificantes, que no estaban autorizados a entrar en la sinagoga
hasta los doce años. Esa mentalidad era corriente. Hasta los mismos
apóstoles se acostumbraban a reprender a los niños.
Es
por esto que cuando Jesús dice que hay que hacerse como niños nos está
diciendo que hay que hacerse pequeño, insignificante, y admitir de buena
gana, como si fuera lo más natural, el ser tenido por nada: sin
autoridad, sin derechos y sin voz.
¡Es realmente difícil para nuestro orgullo, el hacernos verdaderamente como niños, en el sentido evangélico!
Vivimos
en un mundo en el que la soberbia es frecuente. Donde los poderosos
parecen ser un modelo a que todos desean imitar. Y el Señor nos dice que
esos, de los que no son como nosotros, de los que tienen la humildad de
los niños, es el Reino de los cielos.
Si
el Reino de los cielos es de los niños, no es porque ellos no sean
personas mayores que merezcan el Reino por sus cualidades, su talento,
su virtud, su esfuerzo..., sino porque Dios se complace en los humildes,
en los que no son tenidos en cuenta por los demás, en los marginados,
en los despreciados, en los pobres, que no tienen medios para
defenderse.
El niño es conciente de su impotencia y de su total y absoluta dependencia del padre; todo lo espera de él.
El
pasaje del Evangelio nos enseña la condición fundamental para la
posesión del Reino: crear en sí una disposición y adoptar una sincera
actitud ante Dios semejante a la del niño.
Debemos
vivir en esa misma confianza que los hijos tienen para con sus padres,
con respecto a nuestro Padre Dios. Debemos tener la actitud de servir
desinteresadamente y con humildad a nuestros hermanos que necesitan
nuestro auxilio.
Todo
viene del Padre, todo lo concede el Padre, todo es fruto del amor del
Padre. Por eso es que nos ponemos en las manos suyas, plenamente seguros
de que Él vela por nosotros con mayor interés y cuidado que nosotros
mismos.