REFLEXION al Evangelio
Dicen los estudiosos de
la Biblia que el gran milagro del que nos habla el evangelio de hoy consistió
en que, cuando parecía que no había nada que comer, al organizar Jesús la
comida, todos empezaron a compartir. Abrieron sus zurrones y empezó a aparecer
pan, queso, nueces, higos, fruta, lo que llevaba cada uno. En esto, sobre todo,
consistió el milagro: en el compartir; en pasar del “mío” a lo “nuestro”.
La Eucaristía tendría que
ser para los que participamos en ella una invitación constante a crear
fraternidad y a vivir compartiendo, aunque sea poco, aunque no sea más que los
“cinco panes y los dos peces” que poseamos. La Eucaristía es una celebración
que implica una nueva convivencia amistosa y fraternal...
Celebrar la Eucaristía
sin voluntad de vivir en comunidad, sin voluntad de compartir, es una
contradicción y una mentira... Y cuántas mentiras se dan en nuestras
Iglesias...
La Eucaristía reclama
compartir... hasta los bienes materiales... ¡Y cuánto nos cuesta!
A veces nos preocupamos
de si el celebrante pronuncia o no las palabras prescritas en el ritual...De si
el lector se equivocó en algo... Hacemos problema de si la comunión la da el
sacerdote o la da un seglar...Y mientras tanto, no nos preocupa seguir
participando en la Eucaristía, un domingo y otro... sin interrogarnos por mi
vida fraterna... ¿Cómo me llevo con los demás: familia, vecinos, compañeros...?
¿cómo me llevo con muchos de los que domingo tras domingo comparten conmigo la
Eucaristía? ¿Cómo me llevo con mis vecinos? ¿Perdono a quienes me han ofendido
o a quienes en algún momento se han enfrentado conmigo?...
¿Qué aporto a la
comunidad y al pueblo...? ¿crece mi interés por los que tienen necesidades: de
dinero, de tiempo, de atención, de cariño, de cuidados?...
¿Me preocupa que mi
asistencia a Misa tiene que ir acompañada por que en mí crezca la solidaridad
hacia todos...?
¿O quizá sigo asistiendo
a la Eucaristía todos los domingos... pero en mí nada cambia y nada crece...?
Cuando no hay
fraternidad, sobra la Eucaristía.
El proyecto de Jesús es
que los hombres vivamos como hermanos que celebran un banquete. Este banquete,
empieza aquí con la Eucaristía.
Los cristianos estamos
llamados a formar una comunidad en la que “tengamos un solo corazón y una sola
alma”. ¡Qué felicidad vivir los hermanos unidos” (Sal 62) Pues esa felicidad la
hemos de gustar cada vez que celebramos la Eucaristía. De la misma forma que
los hermanos y los amigos celebran su amistad y su unión en una comida
festiva...
¡Qué tristeza da oír
hablar de la obligación de oír misa! ¡Qué alegría produce, en cambio, oír a los
cristianos que confiesan: “Para mí la Eucaristía no es una obligación, sino una
necesidad”. Ir a una fiesta por obligación no tiene ningún sentido.