Reflexión


Ascensión del Señor Jesús a los cielos

Aunque deberíamos tener presente que el cielo no está arriba, que es un modo de hablar. Todas las realidades de la otra vida no tienen tiempo ni espacio; por eso el cielo no es un lugar sino un estado.
Así Jesucristo está en comunión con Dios Padre; al ascender, entra en comunión con su Padre. Quizá así podamos comprender que el cielo no es un lugar sino un estado, una forma de existir, que es estar en comunión con Dios.

La victoria de Cristo es nuestra victoria. Si Cristo resucitado ha ido al cielo, allí también esperamos ir nosotros.
San Pablo suele utilizar la imagen del Cuerpo de Cristo para expresar la unidad y comunión que existen entre todos los miembros. Pues si decimos que Jesús es la Cabeza del cuerpo y que nosotros somos sus miembros, solemos decir que por donde pasa la cabeza, pasa también el cuerpo. Si Cristo ha llegado a la gloria del Padre, los miembros de su cuerpo, que somos nosotros, también llegaremos a la gloria de Dios. Pablo: “que Dios ilumine los ojos de vuestro corazón para que lleguéis a conocer a Dios, para que comprendáis la esperanza a la que os llama, la riqueza que da en herencia a sus hijos”. Que, en la victoria de Cristo, podamos comprender cuál es nuestro destino en Dios.
Cristo está en el cielo en comunión con Dios Padre y su victoria es nuestra victoria. Hemos vencido con Cristo, pero esa victoria todavía no se ha hecho realidad en nosotros, hemos de incorporarnos a ella con nuestro esfuerzo y la gracia de Dios.
Por eso podemos decir que, ahora que Cristo se ha marchado, comienza el tiempo de la responsabilidad de los cristianos:
primera lectura: “Recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo” y “Galileos ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”. Hay que continuar la misión de Jesús mirando al cielo, pero con los pies bien puestos en tierra.
Y dice el evangelio: “ID y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Cristo nos deja la misión, pero continúa presente entre nosotros para darnos fuerza en la tarea.
Es tiempo, por tanto de asumir nuestra responsabilidad en difundir el mensaje del evangelio por toda nuestra persona y por todas las personas. ¡Qué difícil! porque estamos acostumbrados a vivir la religiosidad de un modo individualista e intimista. Sólo hacemos pública nuestra fe en espacios culturales: celebraciones y procesiones; pero la escondemos en los momentos en que puede quedar comprometida nuestra relación con los demás.
hemos sido incorporados a la victoria de Cristo. Esta realidad debe ser “sabia” que divinice nuestra vida y nuestra sociedad; que haga realidad el cielo en nuestras relaciones.
Hoy se nos invita por tanto a celebrar la victoria de Cristo, a contemplar cómo nosotros hemos vencido con Cristo y también llegaremos al cielo. Y también se nos invita, mientras llega la realidad definitiva del cielo, a difundir el mensaje del evangelio entre todas las personas y las circunstancias de nuestras vidas.