REFLEXION

El ciego de nacieminto
Publicado: Juan Jáuregui Castelo en www.juanjuaregui.com

Un joven vivió hace ya un tiempo, una tremenda enfermedad de los ojos que amenazaba con dejarle sin vista. Y contaba, en vísperas de su operación, que su madre no dejaba de rezar y rezar. "No sé para qué rezas tanto -le dijo el joven-. Tú sabes que las probabilidades de recuperación de la vista son mínimas". Y le llegó, conmovida, la voz de su madre: "Hijo, es que no rezo sólo para que veas mejor, sino sobre todo para que veas más hondo".
Seis meses después, tras una operación afortunada, el joven decía que ha recuperado bastante más que la vista, que su enfermedad le ha ayudado a entender mejor el mundo, a organizar mejor su vida, a revisar la escala de valores, poniendo en primer plano cosas antes olvidadas y haciendo regresar al papel de minucias muchas de las luchas que antes le obsesionaron como fundamentales.
Lo tremendo es que tengan que venir los grandes golpes de la vida para que empecemos a "ver" cosas elementales, que seamos todos "ciegos que ven" o que creen que ven, cuando tal vez se les está escapando el mismo jugo de la vida.
Efectivamente, ver bien es mucho más importante que ver, y la mayor parte de las cegueras es, con frecuencia, tener el alma amodorrada. Y así es como hay en el mundo millones de personas que creen ver el mundo que les rodea, cuando en realidad sólo se ven a sí mismos... Todos necesitamos ser curados de la vista para ver las cosas con mucha más claridad y sin deformaciones, para vernos y ver a los demás con más objetividad, sin aumentos ni reducciones, sin deformaciones ni daltonismos.
Escuché la confidencia de tres personas: Un religioso que estuvo a punto de ser asesinado, un sacerdote que iba a ser operado de corazón a vida o muerte, gravísimo, y un seglar al que se le declaró un cáncer fulminante. Los tres dijeron exactamente lo mismo: "En estos momentos se me han abierto los ojos y veo las cosas de distinta manera... Lo que antes me parecía muy importante, en estos momentos me hace reír"...
Lo Triste del caso es empezar a ver y valorar las cosas cuando ya casi no hay tiempo para actuar.
Nosotros mismos nos damos cuenta de cómo nuestra visión de la realidad se ha vuelto mucho más lúcida con el paso de los años. ¡Lo que hemos cambiado en la visión de las cosas desde nuestra adolescencia! Hoy nos reímos de aquella ingenuidad y simpleza con que veíamos la vida, el matrimonio, el trabajo, el amor.
 A este respecto, hay que preguntarse: ¿Hemos cambiado en la misma media en la visión de las realidades trascendentes: el sentido de la vida, los valores esenciales, el amor, los bienes de este mundo, la fe o seguimos con la visión miope de un adolescente o de un niño?
¿Qué hemos de hacer para curar los ojos del espíritu?
Admitir que podemos estar medio ciegos, que tal vez vemos borrosa o deformadamente las cosas, las personas, a nosotros mismos, a los demás, a Dios, la vida, los valores verdaderos. Por eso, lo prudente es tener una sospecha saludable y, desde luego, estar seguros de que padecemos algún defecto de visión.
- Hacer como el ciego: acercarse a Jesús, pedirle a gritos la curación: "¡Señor, que vea!". Es la oración del que sabe que necesita ser salvado.
Este acercarse a Jesús implica "escucharle" para asimilar su pensamiento, criterios, valoraciones sobre las distintas realidades, para  hacer nuestra su sensibilidad y poder ver las cosas como él las ve.
- Para ser curados por el Señor necesitamos, como el ciego, dejarnos tocar por él. Jesús le ungió los ojos con barro. El evangelista alude con este gesto a los signos sacramentales mediante los cuales Jesús actúa. Dejarse tocar por el Señor es recibir el gesto del perdón en el sacramento de la reconciliación, participar de su cuerpo en la Eucaristía.
- Para ser curados por el Señor de nuestras deficiencias en la visión necesitamos un ambiente comunitario. Compartiendo con los demás la visión que cada uno tiene de las cosas, del mundo, de la fe, de la vida...
Necesitamos vivir nuestra fe en comunidad. Con toda razón afirma el dicho castellano: "Ven más cuatro ojos que dos".
Toda la vida del cristiano es tiempo de iluminación, pero especialmente la Cuaresma. Dejémonos curar por el Señor. Con una visión más clara de la realidad seremos más felices y nuestra felicidad rebosará hacia los demás.
¡Qué satisfechos y felices se sienten los operados de cataratas que han recobrado una visión clara! Más felices todavía se sienten los que, en el orden psicológico, empiezan a ver claro. El Señor Jesús se nos ofrece como médico y como luz. ¿Quién va a ser el insensato que no se deje curar por él?