REFLEXION EVANGELIO


Lázaro, sal fuera…

Por: Juan Jauregui

Lázaro tenía un amigo. Esta es la primera gran noticia que hoy se proclama. Jesús había venido para todos, pero tenía amigos, cultivaba el sentimiento humano de la amistad. Había una casa en Betania donde el Maestro se refugiaba con gusto y donde gozaba de la compañía de algunos íntimos: Lázaro, marta y María. Una amistad tan profunda que no tenía necesidad de muchas palabras: “Señor, tu amigo está enfermo”. Y Jesús se pone en camino...
Lázaro, todo hombre enfermo, tiene un amigo que se llama Jesús. Y quien tiene un amigo ya está salvado. La amistad es la mejor medicina. Pero si ese amigo se llama Jesús, entonces renacen todas las esperanzas.
Si Dios es nuestro amigo, no nos abandonará nunca, y mucho menos en los momentos de angustia y muerte. Si Dios es nuestro amigo, no hay nada que temer, porque siempre estará a nuestro lado y compartirá nuestra vida. Si Dios es nuestro amigo, hasta el infierno y la muerte se iluminan...
Y la última palabra no será la muerte, sino la Vida, porque Dios es “Dios de vivos”, porque Jesús es la “Resurrección y la Vida”.
Dios lo había anunciado: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros”. Ahora es Jesús el que grita con voz poderosa: “Lázaro, sal fuera”.
Y el muerto salió. Es decir, que la muerte está ya vencida; es anuncio de la Pascua. La Resurrección de Lázaro anuncia la de Cristo, que es el fundamento de toda resurrección. Lo último no será la muerte y el vacío, sino el gozo y la vida. Nuestras lágrimas serán semillas de inmortalidad.
En Jesús vemos al Dios amigo, al Dios que acaricia a los niños, al Dios que comparte una comida, al Dios que abre su corazón, al Dios que llora la muerte de un amigo, al Dios que entrega su vida por amor al hombre... Y de un amigo que ama de esta manera se puede esperar todo.
Jesús es amigo de todos, pero especialmente de los Lázaros y los enfermos. Él está cerca del que sufre, él sabe de lágrimas y dolores. Ya nadie sufrirá sólo y ya ningún sufrimiento será de muerte.
“SAL, FUERA...” Es un grito que va dirigido también a nosotros... pobres Lázaros, pero amigos de Jesús. Y este amigo se acerca a cada uno de nosotros y nos grita con fuerza: “Sal, fuera”. Y a la vez nos tiende una mano con cariño...
Sal fuera del sepulcro de tus incapacidades y de tus miedos... Yo te daré las energías necesarias para superar esas dificultades que te parecen insalvables.
“Sal fuera del sepulcro de tu desesperanza”. No importa la edad ni los fracasos. Yo te daré un montón de ideales.
“Sal fuera del sepulcro de tus tibiezas, de tus rutinas, de tus viejas costumbres”. Yo haré que renazcas a la ilusión y a la vida nueva.
“Sal fuera del sepulcro de tus egoísmos”. Yo seré capaz de poner amor y generosidad en tu corazón.
“Sal fuera del sepulcro del consumismo”. Yo te regalaré la clave de la felicidad: comienza a compartir.
“Sal fuera de tu pasotismo, de tu desinterés por los demás”. Yo pondré en ti la fuerza del compromiso. El sentir como algo tuyo, todo lo que les ocurre a los demás.
“Sal fuera del sepulcro de tu tristeza, de tu soledad, de tus desánimos”. Yo seré para ti una fiesta que no acaba.
“Sal fuera del sepulcro de tus dolores y sufrimientos, de tus enfermedades y fracasos”. Yo los compartiré contigo.
Jesús sigue gritando a todo hombre para que salga de su sepulcro... Cristo no se resigna a nuestros sepulcros, a nuestras elecciones de muerte. Él nos provoca, nos llama a salir fuera. Fuera de prisión en la que nos encerramos voluntariamente, contentándonos con una vida ficticia, pobre de ideales, de ímpetu, despojada de los verdaderos valores.
Esa voz nos impone caminar, haciendo trizas las “vendas” en las que a veces nos envolvemos.
La Resurrección comienza cuando, obedeciendo ese mandato, decidimos salir a la luz de la vida. Cuando permitimos a nuestro ser más auténtico, salir fuera, a la intemperie.
Es la llamada de Jesús que nos invita a vivir en plenitud, de tal forma que nuestra vida sea un grito que interpele a quienes viven sepultados en un sin fin de sepulcros.