La Transfiguración del Señor



“Una voz desde la nube decía: éste es mi Hijo, el escogido, escuchenlo.”
El pintor Giovanni Bellini tiene un cuadro, que está ahora en el Museo Capodimonte en Napoles, que nos muestra la figura de Cristo transfigurado ante sus discípulos.
El Salvador resplandece en medio de la escena, flanqueado por Moisés y Elías, con los discípulos a sus pies.



Pero toda la naturaleza se diría que despierta como atraída por la blancura de la túnica del transfigurado: montañas y valles, prados y flores, animalitos y personas humanas que en la perspectiva aparecen encaminándose hacia sus respectivos trabajos.
Todo mundo iluminado por la luz de Cristo. Como San Francisco, cuando contemplaba la maravilla de la Umbría, región donde vivía, desde la terracita de San Damián, y componía su himno al hermano sol.
Contemplar la naturaleza, sobre todo la persona humana, con la mirada penetrada de Dios. Mirar al mundo con la mirada de los santos.
Quien reza no encuentra tan malos a los demás. Cada vez que salimos de misa deberíamos mirar las cosas y, sobre todo las personas, con una mirada nueva. Como los discípulos al bajar de la montaña.
Los discípulos en la cima de aquella montaña se desprendieron de sus envidias pero no prescindieron de los problemas de la vida, problemas penetrados de la tragedia que se les venía encima.
Esto es, la plegaria no consiste en desentendernos de los problemas de la vida, sino que proyecta sobre ellos una luz nueva.
¿Acaso no les ha ocurrido alguna vez que ante una dificultad aparentemente insalvable, después de retirarnos a rezar unos momentos, han encontrado una luz que lo se ha ayudado a superar aquella oscuridad?
La oración nos abre unos ojos nuevos para empezar a descubrir el rostro escondido de Dios en este nuestro mundo.
Del Salmo 96: Reina el Señor, alégrese la tierra.