MISAL DE HOY VIERNES SANTO Y REFLEXION

LECTURAS Y CELEBRACIÓN DEL VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR 14 DE ABRIL (ROJO)


VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR


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1. El día de hoy y el de mañana, por una antiquísima tradición, la Iglesia omite por completo la celebración del sacrificio eucarístico.

2. El altar debe estar desnudo por completo: sin cruz, sin candelabros y sin manteles.

3. Después del mediodía, alrededor de las tres de la tarde, a no ser que por razón pastoral se elija una hora más avanzada, se celebra la Pasión del Señor, que consta de tres partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz y Sagrada Comunión.

En este día la sagrada Comunión se distribuye a los fieles únicamente dentro de la celebración de la Pasión del Señor; pero a los enfermos que no puedan tomar parte en esta celebración, se les puede llevar a cualquier hora del día.

4. El sacerdote y el diácono, revestidos de color rojo como para la Misa, se dirigen al altar, y hecha la debida reverencia, se postran rostro en tierra o, si se juzga mejor, se arrodillan, y todos oran en silencio durante algún espacio de tiempo.

5. Después el sacerdote, con los ministros, se dirige a la sede, donde, vuelto hacia el pueblo, con las manos juntas, dice una de las siguientes oraciones:

ORACIÓN

No se dice "Oremos"

Acuérdate, Señor, de tu gran misericordia, y santifica a tus siervos con tu constante protección, ya que por ellos Cristo, tu Hijo, derramando su sangre, instituyó el misterio pascual. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. R/ Amén.

O bien:

Señor Dios, que por la Pasión de nuestro Señor Jesucristo nos libraste de la muerte heredada del antiguo pecado, concédenos asemejarnos a tu Hijo y haz que, así como naturalmente llevamos en nosotros la imagen del hombre terreno, por la gracia de la santificación, llevemos también la imagen del hombre celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.

Primera parte

6. Luego todos se sientan y se hace la primera lectura, tomada del profeta Isaías, con su salmo.

LITURGIA DE LA PALABRA

Él fue traspasado por nuestros crímenes

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Del libro del profeta Isaías: 52, 13-53, 12

He aquí que mi siervo prosperará, será engrandecido y exaltado, será puesto en alto. Muchos se horrorizaron al verlo, porque estaba desfigurado su semblante, que no tenía ya aspecto de hombre; pero muchos pueblos se llenaron de asombro. Ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán lo que nunca se habían imaginado.

¿Quién habrá de creer lo que hemos anunciado? ¿A quién se le revelará el poder del Señor? Creció en su presencia como planta débil, como una raíz en el desierto. No tenía gracia ni belleza. No vimos en él ningún aspecto atrayente; despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento; como uno del cual se aparta la mirada, despreciado y desestimado.

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo tuvimos por leproso, herido por Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. El soportó el castigo que nos trae la paz. Por sus llagas hemos sido curados.

Todos andábamos errantes como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Cuando lo maltrataban, se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado a degollar; como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

Inicuamente y contra toda justicia se lo llevaron. ¿Quién se preocupó de su suerte? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron de muerte por los pecados de mi pueblo, le dieron sepultura con los malhechores a la hora de su muerte, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca.

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá a sus descendientes, prolongará sus años y por medio de él prosperarán los designios del Señor. Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará; con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos, cargando con los crímenes de ellos.

Por eso le daré una parte entre los grandes, y con los fuertes repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y fue contado entre los malhechores, cuando tomó sobre sí las culpas de todos e intercedió por los pecadores.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Del salmo 30

clip_image005R/. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

A ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado. En tus manos encomiendo mi espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás. R/.

Se burlan de mí mis enemigos, mis vecinos y parientes de mí se espantan, los que me ven pasar huyen de mí. Estoy en el olvido, como un muerto, como un objeto tirado en la basura. R/.

Pero yo, Señor, en ti confío. Tú eres mi Dios, y en tus manos está mi destino. Líbrame de los enemigos que me persiguen. R/.

Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo y sálvame, por tu misericordia. Sean fuertes y valientes de corazón, ustedes, los que esperan en el Señor. R/.


7. A continuación se hace la segunda lectura, tomada de la carta a los hebreos, con el canto antes del Evangelio.

Aprendió a obedecer y se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen.

clip_image007De la carta a los hebreos: 4, 14-16; 5, 7-9

Hermanos: Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo. Mantengamos firme la profesión de nuestra fe. En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que Él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado. Acerquémonos, por lo tanto, con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno.

Precisamente por eso, Cristo, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen. 

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.


ACLAMACIÓN (Flp 2, 8-9)

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R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre. R/.


8. Finalmente se lee la Pasión del Señor según san Juan, del mismo modo que el domingo precedente.

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN (18, 1-19, 42)


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Puede elegirse la lectura breve por razones pastorales

Cuando la lectura se hace alternada:

C = Cronista; S = "Sinagoga"; y † = Cristo

C. En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.


Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo:

†. "¿A quién buscan?"

C. Le contestaron: "

S. A Jesús, el nazareno".

C. Les dijo Jesús:

†. "Yo soy".

C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles `Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar: "

†. ¿A quién buscan?"

C. Ellos dijeron:

S. ‘A Jesús, el nazareno".

C. Jesús contestó:

†. "Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan".

C. Así se cumplió lo que Jesús había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste".
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Maleo. Dijo entonces Jesús a Pedro:

†. "Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?"

C. El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: ‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’.

Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:

S. `¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?"

C. Él dijo:

S. "No lo soy".

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó:

†"Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho".

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole:

S. "¿Así contestas al sumo sacerdote?"

C. Jesús le respondió:

†. "Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?"

C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:

S. "¿No eres tú también uno de sus discípulos?"

C. Él lo negó diciendo:

S. "No lo soy".

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo:

S. "¿Qué no te vi yo con él en el huerto?"

C. Pedro volvió a negarlo y en seguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.
Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo:

S. ¿De qué acusan a este hombre?"

C. Le contestaron:

S. "Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído".

C. Pilato les dijo:

S. "Pues llévenselo y júzguenlo según su ley".

C. Los judíos le respondieron:

S. "No estamos autorizados para dar muerte a nadie".

C. Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

S. "¿Eres tú el rey de los judíos?"

C. Jesús le contestó:

†. "¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?"

C. Pilato le respondió:

S. "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?"

C. Jesús le contestó:

†. "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí".

C. Pilato le dijo:

S. "¿Conque tú eres rey?"

C. Jesús le contestó:

†. "Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz".

C. Pilato le dijo:

S. "¿Y qué es la verdad?"

C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:

S. "No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?"

C. Pero todos ellos gritaron:

S. "¡No, a ése no! ¡A Barrabás!"

C. (El tal Barrabás era un bandido).

Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a él, le decían:

S. Viva el rey de los judíos!",

C. y le daban de bofetadas.

Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

S. "Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en él ninguna culpa".

C. Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:

S. "Aquí está el hombre".

C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron:

S. "¡Crucifícalo, crucifícalo!"

C. Pilato les dijo:

S. "Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él".

C. Los judíos le contestaron:

S. "Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios".

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: S. "¿De dónde eres tú?"

C. Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces:

S. "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?"

C. Jesús le contestó:

†. "No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor".

C. Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

S. "¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque todo el que pretende ser rey, es enemigo del César".

C. Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:

S. "Aquí tienen a su rey".

C. Ellos gritaron:

S. "¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!"

C. Pilato les dijo:

S. "¿A su rey voy a crucificar?"

C. Contestaron los sumos sacerdotes:

S. "No tenemos más rey que el César".

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús y él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado "la Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús el nazareno, el rey de los judíos’. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:

S. "No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Soy rey de los judíos—.

C. Pilato les contestó:

S. "Lo escrito, escrito está".

C. Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Por eso se dijeron:

S. "No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca".

C. Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica Y eso hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre:

†. "Mujer, ahí está tu hijo".

C. Luego dijo al discípulo:

†. "Ahí está tu madre".

C. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:

†. "Tengo sed".

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo:

†. "Todo está cumplido",

C. e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa

C. Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.

El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.


9. Después de la lectura de la Pasión, se tiene, si parece oportuno, una breve homilía, después de la cual el sacerdote puede exhortar a los fieles a orar durante un breve espacio de tiempo.

ORACIÓN UNIVERSAL

10. La Liturgia de la Palabra se termina con la oración universal, que se hace de esta manera: el diácono, junto al ambón, dice el invitatorio, en el cual se expresa la intención. Enseguida oran todos en silencio durante un breve espacio de tiempo y luego el sacerdote, de pie junto a la sedé o ante el altar, dice la oración con las manos extendidas. Los fieles pueden permanecer arrodillados o de pie durante todo el tiempo de las oraciones.

11. Las Conferencias Episcopales pueden aprobar algunas aclamaciones del pueblo antes de cada oración del sacerdote o disponer que se conserve la invitación tradicional del diácono: "Arrodillémonos, Levantémonos" y la costumbre de que los fieles se arrodillen en silencio durante la oración.

12. Cuando hay una grave necesidad pública, el Ordinario del lugar puede permitir o prescribir que se añada alguna intención especial.

13. De las oraciones que se presentan en el Misal, el sacerdote puede escoger las que sean más apropiadas para las circunstancias del lugar, cuidando, sin embargo, de que se conserve la serie de intenciones establecidas para la oración universal (Instrucción General del Misal Romano, n. 46).


I. Por la santa Iglesia

Oremos, queridos hermanos, por la santa Iglesia de Dios, para que nuestro Dios y Señor le conceda la paz y la unidad, se digne protegerla en toda la tierra y nos conceda glorificarlo, como Dios Padre omnipotente con una vida pacífica y serena.

Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:

Dios todo poderoso y eterno, que en Cristo revelaste tu gloria a todas las naciones, conserva la obra de tu misericordia, para que tu Iglesia, extendida por toda la tierra, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

II. Por el Papa

Oremos también por nuestro Santo Padre, el Papa N., para que Dios nuestro Señor, que lo escogió para el orden de los obispos, lo conserve a salvo y sin daño para bien de su santa Iglesia, a fin de que pueda gobernar al pueblo santo de Dios.

Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, cuya sabiduría gobierna el universo, atiende favorablemente nuestras súplicas y protege con tu amor al Papa que nos diste, para que el pueblo cristiano, que tú mismo pastoreas, progrese bajo su cuidado en la firmeza de su fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

III. Por el pueblo de Dios y sus ministros

Oremos también por nuestro obispo N., por todos los obispos, presbíteros y diáconos de la Iglesia, y por todo el pueblo santo de Dios.

Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, que con tu Espíritu santificas y gobiernas a toda la Iglesia, escucha nuestras súplicas por tus ministros, para que, con la ayuda de tu gracia, te sirvan con fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

IV. Por los catecúmenos

Oremos también por los (nuestros) catecúmenos, para que Dios nuestro Señor abra los oídos de sus corazones y les manifieste su misericordia, y para que, mediante el bautismo, se les perdonen todos sus pecados y queden incorporados a Cristo, Señor nuestro.

Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:

Dios todo poderoso y eterno, que sin cesar concedes nuevos hijos a tu Iglesia, acreciente la fe y el conocimiento a los (nuestros) catecúmenos, para que, renacido en la fuente bautismal, los cuentes entre tus hijos de adopción. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

V. Por la unidad de los cristianos

Oremos también por todos los hermanos que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor se digne congregar y custodiar en la única Iglesia a quienes procuran vivir en la verdad.

Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, que reúnes a los que están dispersos y los mantienes en la unidad, mira benignamente la grey de tu Hijo, para que, a cuantos están consagrados por el único bautismo, también los una la integridad de la fe y los asocie el vínculo de la caridad. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.


VI. Por los judíos

Oremos también por los judíos, para que a quienes Dios nuestro Señor habló primero, les conceda progresar continuamente en el amor de su nombre y en la fidelidad a su alianza.

Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, que confiaste tus promesas a Abraham y a su descendencia, oye compasivo los ruegos de tu Iglesia, para que el pueblo que adquiriste primero como tuyo, merezca llegar a la plenitud de la redención. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

VII. Por los que no creen en Cristo

Oremos también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, puedan ellos encontrar el camino de la salvación.

Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo, que, caminando en tu presencia con sinceridad de corazón, encuentren la verdad; y a nosotros concédenos crecer en el amor mutuo y en el deseo de comprender mejor los misterios de tu vida, a fin de que seamos testigos cada vez más auténticos de tu amor en el mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.


VIII. Por los que no creen en Dios

Oremos también por los que no conocen a Dios, para que, buscando con sinceridad lo que es recto, merezcan llegar hasta Él.

Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que deseándote te busquen, y para que al encontrarte descansen en ti; concédenos que, en medio de las dificultades de este mundo, al ver los signos de tu amor y el testimonio de las buenas obras de los creyentes, todos los hombres se alegren al confesarte como único Dios verdadero y Padre de todos. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

IX. Por los gobernantes

Oremos también por todos los gobernantes de las naciones, para que Dios nuestro Señor guíe sus mentes y corazones, según su voluntad providente, hacia la paz verdadera y la libertad de todos.

Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, en cuyas manos están los corazones de los hombres y los derechos de las naciones, mira con bondad a nuestros gobernantes, para que, con tu ayuda, se afiance en toda la tierra un auténtico progreso social, una paz duradera y una verdadera libertad religiosa. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

X Por los que se encuentran en alguna tribulación

Oremos, hermanos muy queridos, a Dios Padre todopoderoso, para que libre al mundo de todos sus errores, aleje las enfermedades, alimente a los que tienen hambre, libere a los encarcelados y haga justicia a los oprimidos, conceda seguridad a los que viajan, un buen retorno a los que se hallan lejos del hogar, la salud a los enfermos y la salvación a los moribundos.

Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fortaleza de los que sufren, escucha a los que te invocan en su tribulación, para que todos experimenten en sus necesidades la alegría de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.


Segunda parte

ADORACIÓN DE LA SANTA CRUZ


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14. Terminada la oración universal, se hace la adoración solemne de la santa Cruz. De las dos formas que se proponen a continuación para el descubrimiento de la cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada pastoralmente, de acuerdo con las circunstancias.

Primera forma de mostrar la santa Cruz

15. Se lleva al altar la cruz, cubierta con un velo y acompañada por dos acólitos con velas encendidas.

El sacerdote, de pie ante el altar, recibe la cruz, descubre un poco su extremo superior, la eleva y comienza a cantar el invitatorio "Mirad el árbol de la Cruz", cuyo canto prosigue juntamente con los ministros sagrados o, si es necesario, con el coro. Todos responden: "Venid y adoremos".

Terminado el canto, todos se arrodillan y adoran en silencio, durante algunos instantes, la cruz que el sacerdote, de pie, mantiene en alto.

Enseguida el sacerdote descubre el brazo derecho de la cruz y, elevándola de nuevo, comienza a cantar (en el mismo tono que antes) el invitatorio "Mirad el árbol de la Cruz", y se prosigue como la primera vez.

Finalmente descubre por completo la cruz y, volviéndola a elevar, comienza por tercera vez el invitatorio "Mirad el árbol de la Cruz", como la primera vez.

16. Enseguida, acompañado por dos acólitos con velas encendidas, el sacerdote lleva la cruz a la entrada del presbiterio o a otro sitio adecuado y la coloca ahí, o la entrega a los ministros o acólitos para que la sostengan, y se colocan las dos velas encendidas a los lados de la cruz.

Se hace luego la adoración de la santa Cruz como se indica más adelante, en el número 18.

Segunda forma de mostrar la santa Cruz

17. El sacerdote, el diácono u otro ministro idóneo, va a la puerta del templo juntamente con los acólitos. Ahí recibe la cruz ya descubierta. Los acólitos toman los ciriales encendidos, y todos avanzan en forma de procesión hacia el presbiterio a través del templo.

Cerca de la puerta del templo, el que lleva la cruz la levanta y canta el invitatorio "Mirad el árbol de la Cruz". Todos responden: "Venid y adoremos" y se arrodillan después de la respuesta, adorando un momento en silencio. Esto mismo se repite a la mitad de la iglesia y a la entrada del presbiterio. (El invitatorio se canta las tres veces en el mismo tono).

Enseguida se coloca la cruz a la entrada del presbiterio y se ponen a sus lados los ciriales, como se indica en el número 16.


INVITATORIO AL PRESENTAR LA SANTA CRUZ

V. Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavado Cristo, el Salvador del mundo.

R/. Venid y adoremos.

ADORACIÓN DE LA SANTA CRUZ

18. El sacerdote, el clero y los fieles se acercan procesionalmente y adoran la cruz, haciendo delante de ella una genuflexión simple o algún otro signo de veneración (como el de besarla), según la costumbre de la región.

Mientras tanto, se canta la antífona "Tu Cruz adoramos", los Improperios, u otros cánticos apropiados. Todos, conforme van terminando de adorar la cruz, regresan a su lugar y se sientan.


19. Expóngase solamente una cruz a la adoración de los fieles. Si por el gran número de asistentes no todos pudieren acercarse, el sacerdote, después de que una parte de los fieles haya hecho la adoración, toma la cruz y, de pie ante el altar, invita a todo el pueblo, con breves palabras, a adorar la santa Cruz. Luego la levanta en alto por un momento, para que los fieles la adoren en silencio.

20. Terminada la adoración, la cruz es llevada al altar y puesta en su lugar. Los ciriales encendidos son colocados a los lados del altar o junto a la cruz.


CANTOS PARA LA ADORACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Las partes que corresponden al primer coro, se indican con el número 1; las que corresponden al segundo, con el número 2; las que deben cantarse juntamente por los dos coros, con los números 1 y 2.

1 y 2. ANTÍFONA

Tu Cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos, pues del árbol de la Cruz ha venido la alegría al mundo entero.

1. SALMO 66, 2

Que el Señor se apiade de nosotros y nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante y misericordioso.

1 y 2. ANTÍFONA

Tu Cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos, pues del árbol de la Cruz ha venido la alegría al mundo entero.

IMPROPERIOS I

1 y 2. Pueblo mío, ¿qué mal te he causado, o en qué cosa te he ofendido? Respóndeme.

1. ¿Porque yo te saqué de Egipto, tú le has preparado una cruz a tu Salvador?

2. Pueblo mío, ¿qué mal te he causado, o en qué cosa te he ofendido? Respóndeme.
1. Sanctus Deus. 2. Santo Dios.
1. Sanctus fortis. 2. Santo fuerte.
1. Sanctus immortalis, 2. Santo inmortal,
miserere nobis. ten piedad de nosotros.
1 y 2. ¿Porque yo te guié cuarenta años por el desierto, te alimenté con el maná y te introduje en una tierra fértil, tú le preparaste una cruz a tu Salvador? Sanctus Deus, etcétera.
1 y 2. ¿Qué más pude hacer, o qué dejé sin hacer por ti? Yo mismo te elegí y te planté, hermosa viña mía, pero tú te has vuelto áspera y amarga conmigo, porque en mi sed me diste de beber vinagre y has plantado una lanza en el costado a tu Salvador. Sanctus Deus, etcétera.


IMPROPERIOS II

1. Por ti yo azoté a Egipto y a sus primogénitos y tú me has entregado para que me azoten.

2. R/. Pueblo mío, ¿qué mal te he causado, o en qué cosa te he ofendido? Respóndeme.

1. Yo te saqué de Egipto y te libré del faraón en el Mar Rojo, y tú me has entregado a los sumos sacerdotes. 2. R/.
1. Yo te abrí camino por el mar, y tú me has abierto el costado con tu lanza. 2. R/.
1. Yo te serví de guía con una columna de nubes y tú me has conducido al pretorio de Pilato. 2. R/.
1. Yo te di de comer maná en el desierto y tú me has dado de bofetadas y de azotes. 2. R/.
1. Yo te di a beber el agua salvadora que brotó de la peña y tú me has dado a beber hiel y vinagre. 2. R/.
1. Por ti yo herí a los reyes cananeos y tú, con una caña, me has herido en la cabeza. 2. R/.
1. Yo puse en tus manos un cetro real y tú me has puesto en la cabeza una corona de espinas. 2. R/.
1. Yo te exalté con mi omnipotencia y tú me has hecho subir a la deshonra de la Cruz. 2. R/.


HIMNO

Después de cada estrofa, se van diciendo alternados los versos R. 1 y R.2.

R. 1. Cruz amable y redentora,
árbol noble, espléndido.
Ningún árbol fue tan rico,
ni en sus frutos ni en su flor.

Cuando Adán, movido a engaño,
comió el fruto del Edén,
el Creador, compadecido,
desde entonces decretó
que un árbol nos devolviera
lo que un árbol nos quitó.

R. 2. Dulce leño, dulces clavos,
dulce el fruto que nos dio.

Quiso, con sus propias armas,
vencer Dios al seductor,
la sabiduría a la astucia
fiero duelo le aceptó,
para hacer surgir la vida
donde la muerte brotó. R. 1

Cuando el tiempo hubo llegado,
el Eterno nos envió
a su Hijo desde el cielo,
Dios eterno como Él,
que en el seno de una Virgen
carne humana revistió. R. 1

Ya se enfrenta a las injurias,
a los golpes y al rencor,
ya la sangre está brotando
de la fuente de salud.
En qué río tan divino
se ha lavado la creación. R. 1

Árbol santo, cruz excelsa,
tu dureza ablanda ya,
que tus ramas se dobleguen
al morir el Redentor
y en tu tronco, suavizado,
lo sostengas con piedad. R. 2

Feliz puerto preparaste
para el mundo náufrago
y el rescate presentaste
para nuestra redención,
pues la Sangre del Cordero
en tus brazos se ofrendó. R. 1

Conclusión que nunca debe omitirse:

Elevemos jubilosos
a la augusta Trinidad
nuestra gratitud inmensa
por su amor y redención,
al eterno Padre, al Hijo,
y al Espíritu de amor. Amén.


Tercera parte

SAGRADA COMUNIÓN

21. Se extiende un mantel sobre el altar y se pone sobre él un corporal y el libro. Enseguida el diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote, trae el Santísimo Sacramento del lugar del depósito directamente al altar, mientras todos permanecen de pie y en silencio. Dos acólitos, con candelabros encendidos, acompañan al Santísimo Sacramento y depositan luego los candelabros a los lados del altar o sobre él.

22. Después de que el diácono ha depositado el Santísimo Sacramento sobre el altar y ha descubierto el copón, se acerca el sacerdote y, previa genuflexión, sube al altar. Ahí, teniendo las manos juntas, dice con voz clara:
Fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:

El sacerdote, con las manos extendidas, dice junto con el pueblo:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue él solo en voz alta:

Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.

Junta las manos. El pueblo concluye la oración, aclamando:
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor.

23. A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto:

Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.

24. Enseguida hace genuflexión, toma una partícula, la mantiene un poco elevada sobre el pixis y dice en voz alta de cara al pueblo:

Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.

Y, juntamente con el pueblo, añade una sola vez:

Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Luego, comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.

25. Después distribuye la Comunión a los fieles. Durante la Comunión se pueden entonar cantos apropiados.

26. Acabada la Comunión, un ministro idóneo lleva el pixis a algún lugar especialmente preparado fuera de la iglesia, o bien, si lo exigen las circunstancias, lo reserva en el sagrario.

27. Después el sacerdote, guardado si lo cree oportuno un breve silencio, dice la siguiente oración:


ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Oremos. Dios todopoderoso y eterno, que nos has redimido con la gloriosa muerte y resurrección de Jesucristo, por medio de nuestra participación en este sacramento prosigue en nosotros la obra de tu amor y ayúdanos a vivir entregados siempre a tu servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.

28. Como despedida, el sacerdote, de pie y vuelto hacia el pueblo, extendiendo las manos sobre él, dice la siguiente oración:

ORACIÓN SOBRE EL PUEBLO

Envía, Señor, tu bendición sobre estos fieles tuyos que han conmemorado la muerte de tu Hijo y esperan resucitar con él; concédeles tu perdón y tu consuelo, fortalece su fe y condúcelos a su eterna salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.

Y todos se retiran en silencio. A su debido tiempo se desnuda el altar.

29. Los que asistieron a esta solemne acción litúrgica de la tarde, no están obligados a rezar Vísperas.


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El relato evangélico de la Pasión nos remite a uno de los episodios centrales del camino de Jesús que marcan de manera definitiva nuestra fe cristiana. Tanto es así que los primeros escritos que surgieron del Nuevo Testamento fueron pasajes aislados que recogían los acontecimientos de la pasión, crucifixión y muerte del Señor. Los escritos posteriores, como los del nacimiento, la vida pública y la resurrección, se articularon a partir de este eje y convergen hacia él. Y es que éste crucificado, “escándalo para los judíos y locura para los griegos, es fuerza y sabiduría de Dios para los que creen”; pues, como dice San Pablo: “las locuras de Dios tienen más sabiduría que las de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la debilidad de los hombres” (1º Cor 1, 24-25). En este acontecimiento doloroso, desconcertante y de aparente fracaso Dios hace brillar la luz de su misericordia en la humanidad.
Las autoridades desafían a Jesús en su papel de Mesías, Elegido y Rey. Jesús guarda silencio. En su vida pública testimonió con profusas palabras y acciones en qué consistía su elección, mesianismo y reinado: cercanía de Dios, solidaridad, misericordia desbordada y fraternidad sin límites hacia los pobres y sufridos de Israel. Jesús nunca pensó en “salvarse a sí mismo”, sino en “salir en busca de la oveja perdida”, para sanarla y cargarla sobre sus hombros. Jesús no buscó el poder de un rey terrenal, sino servir desde el amor a aquellos que sufrían. Tal era su misión y fue fiel hasta el último suspiro.
Qué bueno es que busquemos como Jesús el cumplir con todo lo que es justo, es decir, cumplir siempre con la voluntad amorosa del Padre. Que no nos dejemos llevar únicamente por nuestros impulsos y tendencias egoístas. Que pensemos en los sufrimientos y en las necesidades de nuestro prójimo. Que abramos caminos nuevos para la libertad y la salvación a tantas familias que no hallan respuestas. Cambiemos nuestro corazón y unámonos a Jesús en su lucha por la vida. Contagiemos de su alegría a los que hoy ya no tienen esperanza de vivir. La salvación es “hoy”: permitamos que el reinado de Jesús se haga posible en nuestro mundo

CIUDAD REDONDA