LECTURAS DEL MARTES III DEL T. ORDINARIO 24 DE ENERO SAN FRANCISCO DE SALES OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA (BLANCO)
"Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".
ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Si15, 5
En medio de la Iglesia abrió su boca, y el Señor lo llenó del espíritu de sabiduría e inteligencia, y lo revistió de gloria.
ORACIÓN COLECTA
Dios
nuestro, que para la salvación de las almas quisiste que el obispo san
Francisco de Sales se hiciera todo para todos, concédenos que, a ejemplo
suyo, mostremos siempre la mansedumbre de tu amor en el servicio a los
hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo…
LITURGIA DE LA PALABRA
Aquí estoy, Dios mío; vengo para cumplir tu voluntad.
De la carta a los hebreos: 10, 1-10
Hermanos:
Puesto que la ley de la antigua alianza no contiene la imagen real de
los bienes definitivos, sino solamente una sombra de ellos, es
absolutamente incapaz, por medio de los sacrificios, siempre iguales y
ofrecidos sin cesar año tras año, de hacer perfectos a quienes intentan
acercarse a Dios. Porque si la ley fuera capaz de ello, ciertamente
tales sacrificios hubieran dejado de ofrecerse, puesto que los que
practican ese culto, de haber sido purificados para siempre, no tendrían
ya conciencia de pecado. Por el contrario, con esos sacrificios se
renueva cada año la conciencia de los pecados, porque es imposible que
pueda borrarlos la sangre de toros y machos cabríos.
Por
eso, al entrar al mundo, Cristo dijo, conforme al salmo: No quisiste
víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradaron
los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije —porque a
mí se refiere la Escritura—: "Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu
voluntad".
Comienza
por decir: No quisiste víctimas ni ofrendas, no te agradaron los
holocaustos ni los sacrificios por el pecado siendo así que eso es lo
que pedía la ley; y luego añade: "Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer
tu voluntad".
Con
esto, Cristo suprime los antiguos sacrificios para establecer el nuevo.
Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la
ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 39
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Esperé
en el Señor con gran confianza; Él se inclinó hacia mí y escuchó mis
plegarias. Él me puso en la boca un canto nuevo, un himno a nuestro
Dios. R/.
Sacrificios
y ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No
exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: "Aquí estoy". R/.
He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, tú lo sabes, Señor. R/.
No
callé tu justicia, antes bien, proclamé tu lealtad y tu auxilio. Tu
amor y tu lealtad no los he ocultado a la gran asamblea. R/.
ACLAMACIÓN Cfr. Mt 11, 25
R/. Aleluya, aleluya.
Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla. R/.
El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
Del santo Evangelio según san Marcos: 3, 31-35
En
aquel tiempo, llegaron a donde estaba Jesús, su madre y sus parientes;
se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a Él estaba sentada una
multitud, cuando le dijeron: "Ahí fuera están tu madre y tus hermanos,
que te buscan".
Él
les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?" Luego,
mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: "Éstos son mi
madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es
mi hermano, mi hermana y mi madre".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Por
esta ofrenda se salvación que te presentamos, Señor, enciende nuestro
corazón con aquel divino fuego del Espíritu Santo con el que de manera
admirable inflamaste el corazón lleno de mansedumbre de san Francisco.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Lc 12, 42
Éste es el siervo fiel y prudente, a quien el Señor puso al frente de su familia, para darles a su tiempo la ración de trigo.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
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Martes de la tercera semana del tiempo ordinario
“Llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron llamar “Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.” “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” “Estos son mi madre y mis hermanos: el que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”. (Mc 3,31-35)
Asistimos a un momento interesante.
Porque asistimos a un momento en el que Jesús presenta la nueva realidad.
Una especie de ruptura con la realidad humana.
Y anuncia la nueva realidad del reino.
No es que Jesús niegue la maternidad de su madre María.
Ni es que Jesús niegue a los miembros de su familia.
Lo que Jesús quiere decirnos es que con el anuncio del Evangelio:
Nace un nuevo tipo de maternidad.
Nace un nuevo tipo de fraternidad.
Nace un nuevo tipo de familia.
En el Prólogo de Juan se nos habla de que:
“vino a su casa y los suyos no le recibieron.
Pero a los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre, la cual no nació de sangre, ni de deseo de la carne, ni deseo de hombre sino que nació de Dios” (Jn 1,11-12)
Algo parecido vuelve a repetir ahora:
“Estos son mi madre y mis hermanos: el que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
Jesús no niega ni la maternidad ni la fraternidad humana.
Lo que Jesús nos quiere decir es que:
Por encima de la familia humana está la familia nacida de la Palabra de Dios.
Por encima de la fraternidad de la sangre, está la fraternidad en la Palabra de Dios.
Por encima de la maternidad de la sangre, está la maternidad nacida de la Palabra de Dios.
No todo se reduce a la humano.
Jesús viene a instituir una familia que nace del Evangelio:
Es la familia que nace del bautismo.
Es la familia que nace del sacramento del matrimonio.
Es la familia que nace de compartir el mismo pan de la Eucaristía.
Y esto nos está reclamando a todos algo a lo que no damos importancia.
Somos una familia “nacida del amor humano”.
Somos una familia “nacida de la misma sangre”.
Pero, como creyente, como seguidores de Jesús:
Somos una familia nacida de la gracia de Dios.
Somos una familia nacida del Evangelio.
Que no podemos quedarnos en simple familia humana.
Sino que tenemos que aspirar a sentirnos familia unida por la Palabra de Dios.
Somos una familia cuyo origen es el bautismo y el sacramento del matrimonio.
Somos una familia cuyo centro tiene que ser el Evangelio.
Por eso, insisto en que el gran regalo del matrimonio, debiera ser la Biblia.
No para tenerla como adorno.
Sino para que sea la que alimenta nuestra vida cada día.
La Palabra de Dios que debiéramos proclamar cada día en familia.
La Palabra de Dios que debiera ser la guía de nuestro amor y de nuestro ser.
Somos la nueva familia del Reino.
Juan Jaugueri