LECTURAS DEL SÁBADO XXXIV DEL T. ORDINARIO 26 DE NOVIEMBRE (VERDE)
Velen, pues, y hagan oración continuamente.
ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Sal 44, 13. 15. 16
Todos
los nobles del pueblo buscan tu favor: te llevan ante el Rey, con
séquito de vírgenes, te siguen tus compañeras en medio de alegría y
cantos.
ORACIÓN COLECTA
Perdona,
Señor, los pecados de tus siervos; y, a quienes no logramos agradarte
con nuestros actos, sálvanos por la intercesión de la Madre de tu Hijo,
nuestro Señor. El que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
Ahí no habrá ya noche, porque el Señor los iluminará con su luz.
Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan: 22, 1-7
El
ángel del Señor me mostró a mí, Juan, el río del agua que da la vida,
reluciente como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero.
En el centro de la plaza de la ciudad y en cada lado del río, crecía un
árbol de la vida, que daba doce cosechas al año, una cada mes, y sus
hojas sirven para dar la salud a las naciones. Ahí no habrá ya ninguna
maldición.
En
la ciudad estará el trono de Dios y el del Cordero, y sus servidores le
darán culto, lo verán cara a cara, y llevarán su nombre en la frente.
Ahí no habrá ya noche ni habrá necesidad de lámparas o de sol, porque el
Señor Dios los iluminará con su luz y reinarán por los siglos de los
siglos.
Luego
el ángel me dijo: "Estas palabras son verdaderas y dignas de crédito.
El Señor Dios, que inspiró a los profetas, ha enviado su ángel para
comunicar a sus servidores lo que tiene que suceder en breve. Ya estoy a
punto de llegar. Dichoso quien le hace caso al mensaje profético
contenido en este libro".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 94
R/. Demos gracias al Señor.
Vengan, lancemos vivas al Señor, aclamemos al Dios que nos salva. Acerquémonos a él llenos de júbilo y démosle gracias. R/.
Porque
el Señor es un Dios grande, es un rey más grande que todos los dioses:
en sus manos están los abismos de la tierra y son suyas las cumbres de
las montañas; el mar es suyo, pues él lo hizo, y también la tierra, pues
la formó con sus manos. R/.
Vengan,
y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo,
pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo, él nuestro pastor y
nosotros, sus ovejas. R/.
ACLAMACIÓN Cfr. Lc 21, 36
R/. Aleluya, aleluya.
Velen y oren, para que puedan presentarse sin temor ante el Hijo del hombre. R/.
Velen para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder.
Del santo Evangelio según san Lucas: 21, 34-36
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Estén alerta, para que los
vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan
su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de
repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.
Velen,
pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo
que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe,
Señor, los dones que te ofrecemos; y haz que nuestros corazones,
iluminados con la luz del Espíritu Santo, siguiendo el ejemplo de la
bienaventurada Virgen María, puedan buscar y cumplir siempre tu
voluntad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio de santa María Virgen.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN
Alaben al Señor, Dios nuestro, porque en María, su sierva, ha realizado su misericordia, prometida a la casa de Israel.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
En la última frase del Apocalipsis encontramos como la firma del autor, junto con la exhortación a que se lo lea y se lo crea. Y su mensaje no varía respecto de días anteriores, sino que se reafirma y hasta se clarifica: el Padre y Cristo glorioso se comunican a los suyos en forma de río de agua de vida y de árbol de la vida. La humanidad ha sido herida de muchas maneras, pero el árbol de la vida tiene hojas curativas, capaces de realizar una terapia definitiva dejando la creación inmunizada contra toda maldición.
La mención del árbol de la vida y del río que brota del trono de Dios nos remiten inmediatamente al paraíso (cf. Gen 2,9-10). La redención del hombre y la sanación de la creación los llevan a disfrutar nuevamente de la bondad primigenia; pero no se quedan en ella sino que la superan. El hombre del paraíso tenía el privilegio de que Dios se le acercase al atardecer, a la hora de la brisa, pero en la nueva creación no habrá atardecer, pues ha desaparecido toda tiniebla. El hombre del paraíso era amigo de Dios, pero el de la nueva creación reina con Dios para siempre, contempla su rostro y se adorna con el nombre de Dios como tatuaje. Ha llegado la luz superabundante, el bienestar, la gloria sin medida. Es mucho más que lo imaginable por la mente humana.
No resulta fácil encajar en tan luminoso panorama las severas advertencias del texto evangélico que hemos leído. En él aparecen veladas amenazas con sucesos temibles: “lo que está por suceder”; entre ellos se entrevé un juicio riguroso por obra del Hijo del Hombre, ante el cual quizá no será fácil “mantenerse en pie”.
Es la otra cara de la imaginería apocalíptica. Al creyente se le exige una apertura personal responsable a ese mundo de la felicidad. Tal apertura implica “transformación”, que suele ir acompañada de dolor. El mundo nuevo se hará presente a través de una especie de parto, que conlleva dolor, pero no dolor de muerte sino de purificación. San Pablo dirá que “esto corruptible no puede heredar la incorruptibilidad” (1Cor 15,50); por ello será preciso someterse a una especie de muerte-resurrección. Este debe ser el tono vital del cristiano, y conviene que conozca a los enemigos del mismo que le rondan: la pereza o somnolencia, la avaricia, borrachera, crápula... Serían factores excluyentes de la gloria deslumbrante desvelada en el Apocalipsis. El evangelista quiere que sus lectores “estén a lo que deben estar”, siempre vigilantes sobre sí mismos. La vigilancia es una actitud clave en una Iglesia ya cronológicamente alejada de sus orígenes y que corre el riesgo de perder el fervor primero. Tal llamada nos viene a nosotros como anillo al dedo.