LECTURAS DEL DOMINGO X DEL T. ORDINARIO 5 DE JUNIO (VERDE)
Entonces dijo Jesús: "Joven, yo te lo mando: Levántate". Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar.
ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 26, 1-2
El
Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa
de mi vida, ¿quién me hará temblar? Cuando me asaltan mis enemigos,
tropiezan y caen.
Gloria
ORACIÓN COLECTA
Señor,
Dios, de quien todo bien procede, escucha nuestras súplicas y
concédenos que comprendiendo, por inspiración tuya, lo que es recto, eso
mismo, bajo tu guía lo hagamos realidad. Por nuestro Señor Jesucristo…
LITURGIA DE LA PALABRA
Tu hijo está vivo.
Del primer libro de los Reyes: 17, 17-24
En
aquellos días, cayó enfermo el hijo de la dueña de la casa en la que se
hospedaba Elías. La enfermedad fue tan grave, que el niño murió.
Entonces la mujer le dijo a Elías: "¿Qué te he hecho yo, hombre de Dios?
¿Has venido a mi casa para que recuerde yo mis pecados y se muera mi
hijo?" Elías le respondió: "Dame acá a tu hijo". Lo tomó del regazo de
la madre, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó sobre el
lecho. Luego clamó al Señor: "Señor y Dios mío, ¿es posible que también
con esta viuda que me hospeda te hayas irritado, haciendo morir a su
hijo?" Luego se tendió tres veces sobre el niño y suplicó al Señor,
diciendo: "Devuélvele la vida a este niño". El Señor escuchó la súplica
de Elías y el niño volvió a la vida.
Elías
tomó al niño, lo llevó abajo y se lo entregó a su madre, diciendo:
"Mira, tu hijo está vivo". Entonces la mujer dijo a Elías: "Ahora sé que
eres un hombre de Dios y que tus palabras vienen del Señor".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 29
R/. Te alabaré, Señor, eternamente.
Te
alabaré, Señor, pues no dejaste que se rieran de mí mis enemigos. Tú,
Señor, me salvaste de la muerte y a punto de morir, me reviviste. R/.
Alaben
al Señor los que lo aman, den gracias a su nombre, porque su ira dura
un solo instante y su bondad, toda la vida. El llanto nos visita por la
tarde; y en la mañana, el júbilo. R/.
Escúchame, Señor, y compadécete; Señor, ven en mi ayuda. Convertiste mi duelo en alegría, te alabaré por eso eternamente. R/.
Dios quiso revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos.
De la carta del apóstol san Pablo a los gálatas: 1, 11-19
Hermanos:
Les hago saber que el Evangelio que he predicado, no proviene de los
hombres, pues no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por
revelación de Jesucristo.
Ciertamente
ustedes han oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuando
yo perseguía encarnizadamente a la Iglesia de Dios, tratando de
destruirla; deben saber que me distinguía en el judaísmo, entre los
jóvenes de mi pueblo y de mi edad, porque los superaba en el celo por
las tradiciones paternas.
Pero
Dios me había elegido desde el seno de mi madre, y por su gracia me
llamó. Un día quiso revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre
los paganos. Inmediatamente, sin solicitar ningún consejo humano y sin
ir siquiera a Jerusalén para ver a los apóstoles anteriores a mí, me
trasladé a Arabia y después regresé a Damasco. Al cabo de tres años fui a
Jerusalén, para ver a Pedro y estuve con él quince días. No vi a ningún
otro de los apóstoles, excepto a Santiago, el pariente del Señor.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
ACLAMACIÓN Lc 7, 16
R/. Aleluya, aleluya.
Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. R/.
Joven, yo te lo mando: Levántate.
Del santo Evangelio según san Lucas: 7, 11-17
En
aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado
de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la
población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo
único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre. Cuando el
Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: "No llores". Acercándose
al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo
Jesús: "Joven, yo te lo mando: Levántate". Inmediatamente el que había
muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
Al
ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios,
diciendo: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a
su pueblo". La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por
las regiones circunvecinas.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Se dice Credo
PLEGARIA UNIVERSAL
Agradecidos por el amor y por la vida que nos da, presentémosle al Padre nuestras plegarias.
Después de cada petición diremos: Padre misericordioso,
escúchanos.
Por la Iglesia. Que sea siempre luz de esperanza para todos, y de un modo especial para los que sufren. Oremos.
Por
los gobernantes de las naciones. Que, al tomar sus decisiones, sigan el
ejemplo de Jesús y tengan presente las necesidades de los más
desfavorecidos. Oremos.
Por los procesos electorales que hoy se llevan a cabo. Que se desarrollen en paz y se respete la voluntad popular. Oremos.
Por
los padres y madres que han perdido un hijo. Que encuentren fortaleza
en Dios y en los que los rodean, para poder superar el dolor y seguir
adelante en la vida. Oremos.
Por las viudas y viudos. Que tengan la atención que necesitan y puedan vivir su vida con paz y esperanza. Oremos.
Por todos nosotros. Que sepamos crear a nuestro alrededor un ambiente de afecto y de confianza. Oremos.
Escúchanos,
Dios nuestro, y llena el mundo con tu gracia y tu misericordia, para
que todos aprendamos a vivir como hermanos y sepamos reconocerte a ti
como Padre. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Mira,
Señor, con bondad nuestro servicio para que esta ofrenda se convierta
para ti en don aceptable y para nosotros, en aumento de nuestra caridad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio para los domingos del Tiempo Ordinario.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN 1 Jn 4, 16
Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
Comentario al Evangelio de hoy
Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
Dos viudas y sus dos hijos, al parecer únicos, se nos presentan en la primera lectura de los Reyes y en el Evangelio de este domingo. Uno ha muerto, el otro está en peligro, Elías y Jesús, “se los entregan a sus madres”, están vivos. Ambas podrían decir con el Salmo de hoy: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa, cambiaste mi luto en danzas”. El Dios de Elías y el Dios de Jesús, es el Dios de la vida, que vence a la muerte.
Jesús va de camino con sus discípulos y mucho gentío, a la entrada de Naín se cruzan con otra comitiva, unos entran y otros salen: “sacaban a enterrar a un muerto”. Se encuentran la muerte y la Vida, el Maestro muestra su cercanía a los más pequeños una vez más, a los débiles, a esta mujer que es viuda y encima ha perdido a su único hijo, acoge su pena y sufrimiento: “Le dio lástima y le dijo: No llores”. ¿Con qué autoridad se puede decir a una madre que no llore?, las dos comitivas están expectantes: “Se acercó al ataúd, lo tocó, los que lo llevaban se pararon, y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! El muerto se incorporó y empezó a hablar”. Triunfa la vida y se acaba el llanto.
Cuantas madres clamando al cielo en los campos de refugiados, en las playas de Grecia, en Palestina, en cualquier país africano, con sus hijos muriendo de hambre en su regazo. Cuantas madres coraje fregando escaleras para sacar a sus hijos adelante, llorando a escondidas el maltrato o la incertidumbre, de no saber si su hijo ronda el consumo… Pero estamos acostumbrados y nos suele gustar más el funeral que el muerto, escondemos el dolor, nos compadecemos, pero no nos paramos. Hay que parar y aunque no sepamos qué decir, ante el misterio del dolor, muchas veces lo mejor es el silencio, mirar, abrazar, acoger, denunciar, presentar a Dios en la oración con las manos vacías a las criaturas que él creo, sintiendo la impotencia de lo poco que podemos hacer.
Lo que ocurre después en el texto, es que: “Todos sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. Quedaron desconcertados, pero más allá de ver él poder de Jesús sobre la muerte, aprendieron que hay que luchar contra todo mal, secar las lágrimas, poner el hombro. Con la certeza, de que en medio de nosotros, está el que es “capaz de sacar nuestras vidas del abismo” y dar sentido con su sufrimiento al nuestro. No en vano Lucas (6,21), en el capítulo anterior, nos dice: “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” y parece que no es cuestión de esperar a llegar a la Casa del Padre.
“Dios ha visitado a su pueblo” y es necesario confiar y creer en esa lectura del Apocalipsis que solemos leer en los funerales: “Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: Todo lo hago nuevo”. Y es que Dios, no quiere que nadie llore o que viva en el desconsuelo y la desolación.
Celebramos ayer sábado, la Fiesta del Corazón de María, ella también perdió a su único hijo, una espada atravesó su corazón de Madre. Cuando le entregaron a su hijo al pie de la cruz, al contrario que las dos viudas de la liturgia de hoy, estaba muerto, pero aprendió a fiarse a contramano, fue capaz de creer en la resurrección. Pedimos que nos enseñe a mirar a Jesús, a mirar la vida, los acontecimientos, las informaciones… que en ocasiones sólo nos hablan de muerte, con la esperanza puesta en Dios.
Dos viudas y sus dos hijos, al parecer únicos, se nos presentan en la primera lectura de los Reyes y en el Evangelio de este domingo. Uno ha muerto, el otro está en peligro, Elías y Jesús, “se los entregan a sus madres”, están vivos. Ambas podrían decir con el Salmo de hoy: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa, cambiaste mi luto en danzas”. El Dios de Elías y el Dios de Jesús, es el Dios de la vida, que vence a la muerte.
Jesús va de camino con sus discípulos y mucho gentío, a la entrada de Naín se cruzan con otra comitiva, unos entran y otros salen: “sacaban a enterrar a un muerto”. Se encuentran la muerte y la Vida, el Maestro muestra su cercanía a los más pequeños una vez más, a los débiles, a esta mujer que es viuda y encima ha perdido a su único hijo, acoge su pena y sufrimiento: “Le dio lástima y le dijo: No llores”. ¿Con qué autoridad se puede decir a una madre que no llore?, las dos comitivas están expectantes: “Se acercó al ataúd, lo tocó, los que lo llevaban se pararon, y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! El muerto se incorporó y empezó a hablar”. Triunfa la vida y se acaba el llanto.
Cuantas madres clamando al cielo en los campos de refugiados, en las playas de Grecia, en Palestina, en cualquier país africano, con sus hijos muriendo de hambre en su regazo. Cuantas madres coraje fregando escaleras para sacar a sus hijos adelante, llorando a escondidas el maltrato o la incertidumbre, de no saber si su hijo ronda el consumo… Pero estamos acostumbrados y nos suele gustar más el funeral que el muerto, escondemos el dolor, nos compadecemos, pero no nos paramos. Hay que parar y aunque no sepamos qué decir, ante el misterio del dolor, muchas veces lo mejor es el silencio, mirar, abrazar, acoger, denunciar, presentar a Dios en la oración con las manos vacías a las criaturas que él creo, sintiendo la impotencia de lo poco que podemos hacer.
Lo que ocurre después en el texto, es que: “Todos sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. Quedaron desconcertados, pero más allá de ver él poder de Jesús sobre la muerte, aprendieron que hay que luchar contra todo mal, secar las lágrimas, poner el hombro. Con la certeza, de que en medio de nosotros, está el que es “capaz de sacar nuestras vidas del abismo” y dar sentido con su sufrimiento al nuestro. No en vano Lucas (6,21), en el capítulo anterior, nos dice: “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” y parece que no es cuestión de esperar a llegar a la Casa del Padre.
“Dios ha visitado a su pueblo” y es necesario confiar y creer en esa lectura del Apocalipsis que solemos leer en los funerales: “Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: Todo lo hago nuevo”. Y es que Dios, no quiere que nadie llore o que viva en el desconsuelo y la desolación.
Celebramos ayer sábado, la Fiesta del Corazón de María, ella también perdió a su único hijo, una espada atravesó su corazón de Madre. Cuando le entregaron a su hijo al pie de la cruz, al contrario que las dos viudas de la liturgia de hoy, estaba muerto, pero aprendió a fiarse a contramano, fue capaz de creer en la resurrección. Pedimos que nos enseñe a mirar a Jesús, a mirar la vida, los acontecimientos, las informaciones… que en ocasiones sólo nos hablan de muerte, con la esperanza puesta en Dios.