LECTURAS DEL DOMINGO II DE LA OCTAVA DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA 3 DE ABRIL (BLANCO)
"¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto".
ANTÍFONA DE ENTRADA 4 Esd 2, 36-37
Abran el corazón con alegría, y den gracias a Dios , que los ha llamado al Reino de los cielos. Aleluya.
Se dice Gloria.
ORACIÓN COLECTA
Dios
de eterna misericordia, que reanimas la fe de este pueblo a ti
consagrado con la celebración anual de las fiestas pascuales, aumenta en
nosotros los dones de tu gracia, para que todos comprendamos mejor la
excelencia del bautismo que nos ha purificado, la grandeza del Espíritu
que nos ha regenerado y el precio de la Sangre que nos ha redimido. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad
del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
Crecía el número de los creyentes en el Señor.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles: 5, 12-16
En
aquellos días, los apóstoles realizaban muchas señales milagrosas y
prodigios en medio del pueblo. Todos los creyentes solían reunirse, por
común acuerdo, en el pórtico de Salomón. Los demás no se atrevían a
juntárseles, aunque la gente los tenía en gran estima.
El
número de hombres y mujeres que creían en el Señor iba creciendo de día
en día, hasta el punto de que tenían que sacar en literas y camillas a
los enfermos y ponerlos en las plazas, para que, cuando Pedro pasara, al
menos su sombra cayera sobre alguno de ellos.
Mucha
gente de los alrededores acudía a Jerusalén y llevaba a los enfermos y a
los atormentados por espíritus malignos, y todos quedaban curados.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 117
R/. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Diga
la casa de Israel: "Su misericordia es eterna". Diga la casa de Aarón:
"Su misericordia es eterna". Digan los que temen al Señor: "Su
misericordia es eterna". R/.
Querían a empujones derribarme, pero Dios me ayudó. El Señor es mi fuerza y mi alegría, en el Señor está mi salvación R/.
La
piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular.
Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. Éste es el día
del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo. R/.
Estuve muerto y ahora , como ves, estoy vivo para siempre.
Lectura del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan: 1, 9-11. 12-13.17-19
Yo,
Juan, hermano y compañero de ustedes en la tribulación, en el Reino y
en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos,
por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús
Un
domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente, como de
trompeta, que decía. "Escribe en un libro lo que veas y envíalo a las
siete comunidades cristianas de Asia". Me volví para ver quién me
hablaba, y al volverme, vi siete lámparas de oro, y en medio de ellas,
un hombre vestido de larga túnica, ceñida a la altura del pecho, con una
franja de oro.
Al
contemplarlo, caí a sus pies como muerto; pero él, poniendo sobre mí la
mano derecha, me dijo: "No temas. Yo soy el primero y el último; yo soy
el que vive. Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo por los siglos
de los siglos. Yo tengo las llaves de la muerte y del más allá. Escribe
lo que has visto, tanto sobre las cosas que están sucediendo, como
sobre las que sucederán después". Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
El hombre vestido de larga túnica dispone de poder extraordinario. Como primero y último, señorea sobre la plenitud del tiempo y de la historia. Él nos alienta a rendir nuestro testimonio profético.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
SECUENCIA opcional
ACLAMACIÓN (Jn 20, 29)
R/. Aleluya, aleluya.
Tomás, tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haberme visto, dice el Señor. R/.
Ocho días después, se les apareció Jesús.
Del santo Evangelio según san Juan: 20, 19-31
Al
anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de
la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos
vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: "La
paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío
yo". Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el
Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán
perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar".
Tomás,
uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor".
Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y
si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su
costado, no creeré".
Ocho
días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás
estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les
dijo: "La paz esté con ustedes". Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis
manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas
dudando, sino cree". Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús
añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber
visto".
Otros
muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están
escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida
en su nombre.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Se dice Credo.
PLEGARIA UNIVERSAL
Oremos a Jesús resucitado, rostro de la misericordia del Padre.
Después de cada petición diremos: Jesús resucitado, escúchanos.
Por la Iglesia. Que nunca se canse de de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. Oremos.
Por
quienes recibirán durante este Tiempo de Pascua los sacramentos de la
Iniciación Cristiana: el Bautismo, la Confirmación o la primera
Eucaristía. Oremos.
Por los obispos mexicanos. Que Cristo resucitado los asista en su reunión de esta semana. Oremos.
Por
todos nosotros, reunidos como cada domingo, convocados por Cristo
resucitado. Que él mismo nos dé la alegría, la paz, la fuerza de su
Espíritu. Oremos.
Escucha, Jesús resucitado, nuestras oraciones, y derrama tu amor sobre nosotros. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe,
Señor, las ofrendas de tu pueblo (y de los recién bautizados), para
que, renovados por la confesión de tu nombre y por el bautismo,
consigamos la felicidad eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio I de Pascua (en este día)
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Jn 20, 27
Jesús dijo a Tomás: Acerca tu mano, toca los agujeros que dejaron los clavos y no seas incrédulo, sino creyente. Aleluya.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dios
todopoderoso, concédenos que la gracia recibida en este sacramento
pascual permanezca siempre en nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
Puede
utilizarse la fórmula de bendición solemne. Para despedir al pueblo se
canta o se dice Pueden ir en paz, aleluya, aleluya. A lo cual se
responde Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.
Comentario al Evangelio de hoy
Queridos hermanos:
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana”, era domingo. Deberíamos recuperar el domingo como día de descanso y de encuentro con el Señor y la comunidad. De esto podremos hablar otro día, aunque os recuerdo que podéis leer el capitulo sexto de “Laudato Sí”, que nos habla sobre la importancia del día de descanso. Es la siguiente frase del evangelio de hoy la que parece determinante: “Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”.
Otra vez el miedo, que paraliza, encierra, aparta, pone barreras. A nivel social lo estamos experimentando estos días: cuando el terrorismo acecha, llegan a nuestras fronteras los refugiados, nos sentimos aterrorizados o simplemente blindamos las puertas. En lo eclesial: una comunidad cerrada es una comunidad muerta. Los apóstoles están juntos, se consuelan por el fracaso de sus esperanzas, no quieren que los vean, se aíslan, viven sin alegría, lo que los une es el pasado, la muerte que los desconcierta. Cuando no se mira al futuro, aunque estemos todos juntos entre cuatro paredes, en el templo o en múltiples reuniones, es difícil llamarnos comunidad cristiana, en el interior falta la presencia del Resucitado.
Por eso Jesús viene, entra, irrumpe, pero no temáis viene precisamente a abrir las puertas y ventanas de la casa que decimos que es su casa. El saludo es claro: “Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. La paz y la alegría son los signos de la presencia del resucitado, en Pascua nace la comunidad cristiana, en una nueva primavera que espera renacer al futuro y construir unas relaciones distintas, basadas en el amor y la alegría serena y sencilla.
Aparece en el texto nuestro Mellizo, Tomás, estuvo ausente el domingo anterior y no acaba de entender lo de la resurrección: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Se quedó en la muerte, la cuaresma, el Viernes Santo, como a tantos cristianos, le cuesta dar el paso, lo que le hace difícil también vivir en comunidad. La comunidad exige la alegría de la Pascua, el compromiso constante de ser testigos: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”.
Nos lo deja claro la primera lectura de las Hechos, la llegada del Espíritu de Jesús, empuja a los que ayer estaban acobardados a dar testimonio de su fe: “Hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”. La comunidad pascual proclama el señorío de la vida por encima de la muerte y está presente donde parece que la muerte tiene su última palabra: Cerca de los que mueren de hambre, de bala, de accidente, de enfermedades, o de los que mueren en el espíritu a través de los odios, divisiones, angustia, depresión, desaliento… Está “en medio del pueblo” y lucha por conseguir que “todos tengan Vida y Vida en abundancia”, como nos recordará San Juan más adelante.
Es Pascua, en un tiempo en el que la mayoría no cree en el cambio de las personas, las etiqueta, las culpabiliza, ni en la transformación de la sociedad, e incluso de la Iglesia. Nosotros proclamamos con la segunda lectura del Apocalipsis:”No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la muerte y del infierno. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde”. Y es que en nombre de este Jesús vencedor de la muerte, también nuestras comunidades parroquiales deben de disponerse a revivir la Pascua como una lucha decidida contra todas las formas de muerte.
Es tiempo de que nazcan las flores, los brotes, es tiempo de futuro, no nos encerremos entre cuatro paredes, salgamos a contar historias de misericordia, a comunicar la alegría de habernos encontrado con el Resucitado, a relatar y escribir nuestros cambios.
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana”, era domingo. Deberíamos recuperar el domingo como día de descanso y de encuentro con el Señor y la comunidad. De esto podremos hablar otro día, aunque os recuerdo que podéis leer el capitulo sexto de “Laudato Sí”, que nos habla sobre la importancia del día de descanso. Es la siguiente frase del evangelio de hoy la que parece determinante: “Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”.
Otra vez el miedo, que paraliza, encierra, aparta, pone barreras. A nivel social lo estamos experimentando estos días: cuando el terrorismo acecha, llegan a nuestras fronteras los refugiados, nos sentimos aterrorizados o simplemente blindamos las puertas. En lo eclesial: una comunidad cerrada es una comunidad muerta. Los apóstoles están juntos, se consuelan por el fracaso de sus esperanzas, no quieren que los vean, se aíslan, viven sin alegría, lo que los une es el pasado, la muerte que los desconcierta. Cuando no se mira al futuro, aunque estemos todos juntos entre cuatro paredes, en el templo o en múltiples reuniones, es difícil llamarnos comunidad cristiana, en el interior falta la presencia del Resucitado.
Por eso Jesús viene, entra, irrumpe, pero no temáis viene precisamente a abrir las puertas y ventanas de la casa que decimos que es su casa. El saludo es claro: “Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. La paz y la alegría son los signos de la presencia del resucitado, en Pascua nace la comunidad cristiana, en una nueva primavera que espera renacer al futuro y construir unas relaciones distintas, basadas en el amor y la alegría serena y sencilla.
Aparece en el texto nuestro Mellizo, Tomás, estuvo ausente el domingo anterior y no acaba de entender lo de la resurrección: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Se quedó en la muerte, la cuaresma, el Viernes Santo, como a tantos cristianos, le cuesta dar el paso, lo que le hace difícil también vivir en comunidad. La comunidad exige la alegría de la Pascua, el compromiso constante de ser testigos: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”.
Nos lo deja claro la primera lectura de las Hechos, la llegada del Espíritu de Jesús, empuja a los que ayer estaban acobardados a dar testimonio de su fe: “Hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”. La comunidad pascual proclama el señorío de la vida por encima de la muerte y está presente donde parece que la muerte tiene su última palabra: Cerca de los que mueren de hambre, de bala, de accidente, de enfermedades, o de los que mueren en el espíritu a través de los odios, divisiones, angustia, depresión, desaliento… Está “en medio del pueblo” y lucha por conseguir que “todos tengan Vida y Vida en abundancia”, como nos recordará San Juan más adelante.
Es Pascua, en un tiempo en el que la mayoría no cree en el cambio de las personas, las etiqueta, las culpabiliza, ni en la transformación de la sociedad, e incluso de la Iglesia. Nosotros proclamamos con la segunda lectura del Apocalipsis:”No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la muerte y del infierno. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde”. Y es que en nombre de este Jesús vencedor de la muerte, también nuestras comunidades parroquiales deben de disponerse a revivir la Pascua como una lucha decidida contra todas las formas de muerte.
Es tiempo de que nazcan las flores, los brotes, es tiempo de futuro, no nos encerremos entre cuatro paredes, salgamos a contar historias de misericordia, a comunicar la alegría de habernos encontrado con el Resucitado, a relatar y escribir nuestros cambios.